martes, 30 de septiembre de 2008

Una lección de la Historia

(Entrada del 23/09/2008)

Una de las lecciones que nos enseña la Historia es que cualquier ejército en descomposición y cercano a la derrota que alarga el combate más allá de sus posibilidades, tiende a reorganizarse de forma casi permanente, tratando de mantener la ficción de una capacidad operativa que ya solo existe sobre el papel en forma de divisiones fantasma. En cada una de estas nuevas organizaciones, el volumen y la capacidad de estos grupos se reducen progresivamente hasta perder cualquier valor estratégico. Sus acciones son ya puramente tácticas, imposibilitadas de cambiar el curso de los acontecimientos, pero capaces aún de hacer mucho daño.
Otra característica de estos grupos es que en ellos conviven adolescentes y ancianos. Soldados reclutados de forma apresurada, mal preparados y peor equipados. Una amalgama de hombres sólo cohesionados por el fanatismo y las unidades especializadas en ejecuciones. Son los verdugos, los perros de presa especializados en detectar en la mirada de los hombres y mujeres el cansancio, el miedo y el deseo de vivir en paz. Estos viven su ocaso de los dioses matando a cualquiera que trate de evitar ir al matadero. Son los que no tienen nada que perder, para quienes el futuro no existe. Ellos se han consumido en la barbarie y pretenden que todos imiten su ejemplo de destrucción.
A esas alturas, algunos de esos salvajes aún esperan un milagro, la muerte de un presidente, un arma secreta o una ofensiva final que cambie el curso de su guerra y les permita llegar a un acuerdo con los vencedores. Han perdido la cordura y viven en una delirante fantasía. Otra lección es que las democracias y los demócratas siempre acaban venciendo al fascismo, a la tiranía y a los fanáticos. Tardarán más o menos tiempo, pero incluso con todas sus imperfecciones siempre acaban imponiéndose a la sin razón de los perros de presa. No lo digo yo, lo dice la Historia.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Soy leyenda



Raindrops keep fallin' on my head
And just like the guy whose feet are too big for his bed
Nothin' seems to fit
Those raindrops are fallin' on my head, they keep fallin'

So I just did me some talkin' to the sun
And I said I didn't like the way he got things done
Sleepin' on the job
Those raindrops are fallin' on my head, they keep fallin'

But there's one thing I know
The blues they send to meet me won't defeat me
It won't be long till happiness steps up to greet me

Raindrops keep fallin' on my head
But that doesn't mean my eyes will soon be turnin' red
Cryin's not for me
'Cause I'm never gonna stop the rain by complainin'
Because I'm free
Nothin's worryin' me

It won't be long till happiness steps up to greet me

Raindrops keep fallin' on my head
But that doesn't mean my eyes will soon be turnin' red
Cryin's not for me
'Cause I'm never gonna stop the rain by complainin'
Because I'm free
Nothin's worryin' me

Autor: Burt Bacharach

viernes, 26 de septiembre de 2008

Acelerador de partículas

El fin del mundo se demora hasta la primavera. El más importante proyecto científico de nuestros tiempos, también el más caro, ha sufrido una avería y esto, según algunos científicos, aplaza la posibilidad de que nuestro planeta desaparezca engullido por un agujero negro. Desconozco los fundamentos teóricos de ese exótico Apocalipsis. Mi formación e imaginación solo dan para escenarios de destrucción más clásicos, como pueden ser un accidente nuclear o una guerra de carácter global. Posibilidades que, sin ningún género de dudas, serían calificadas de absurdas, alarmistas e infundadas por quienes afirman que la tierra es hueca y el triangulo de las Bermudas una puerta a otra dimensión.
Si bien mi imaginación apocalíptica es estrecha y mi ignorancia supina, ambas comparten un acentuado sentido práctico y les resulta difícil distraerse con cataclismos cuando “el juguete del fin del mundo” ha costado seis mil millones de euros y no queda nada claro si este acelerador es un proyecto científico o un viaje místico en busca del “Hacedor de estrellas”. No comprendo como la Física obtiene proyectos millonarios cuando otras ciencias y artes, con mayor impacto en nuestras vidas, han de mendigar financiación. No comparto esa imperiosa necesidad de recrear un pasado remoto cuando millones de niños permanecen sin escolarizar o la educación de muchos otros es incapaz, por falta de recursos, de poner a su disposición los instrumentos necesarios para conocer e interpretar el presente.
No quiero parecer un tipo asilvestrado e insensible con el pasado, como quienes utilizaron el Partenón como polvorín, por esta razón me he preguntado cuántas respuestas sobre la humanidad caben en seis mil millones de euros; cuántas expediciones arqueológicas podrían financiarse y cuántas obras de arte, expresiones de nosotros mismos en otros tiempos, podrían restaurarse, conservarse y exponerse al público, seguramente miles. Pero ni el pasado ni el presente de la humanidad parecen tener relevancia cuando han de competir con el deseo de emular a los dioses. De algo ha servido el acelerador, incluso averiado, nos ha demostrado que nuestra civilización puede tener un gran número de científicos pero muy pocos hombres sabios.

jueves, 18 de septiembre de 2008

La Impostura Ninja (no income, no job, no assests)

Siempre me han dado más miedo las películas de fantasmas que aquellas protagonizadas por asesinos enmascarados persiguiendo compulsivamente a adolescentes descerebrados que por sistema corren en la dirección equivocada.
Ese es el poder y la fuerza de lo intangible, el miedo es tan profundo que acaba inmovilizándonos. Quizá por eso algunos piensan que a los ciudadanos justamente acobardados por la actual crisis, preocupados por sus trabajos y asfixiados por los tipos de interés, les convendría cierta dosis de certeza. Así que políticos, economistas y periodistas se han puesto manos a la obra y gracias a la retórica pretenden simplificar y hacer comprensible la crisis para todos aquellos mortales no iniciados en la práctica del funambulismo o de la teoría económica.
Pretender despachar la explicación de la actual crisis como resultado de la perversa confluencia de unos compradores de vivienda insolventes e irresponsables y de un puñado de ejecutivos avariciosos es un ejercicio de simplificación excesivo. Algunos de los compradores es posible que se dejaran llevar por el entusiasmo y la ilusión de poseer una casa, hasta el punto de confiar excesivamente en sus futuras posibilidades económicas. Pero esta convicción se sustentaba en los optimistas y generalizados juicios de analistas y expertos. Los compradores tomaron una decisión a partir de la información de un mercado que seguramente era libre pero no transparente.
El caso de los ejecutivos es diferente, estos sabían perfectamente dónde se metían y las razones para hacerlo, eran conscientes de que estaban jugando con dinamita y les dio exactamente igual. Solo les preocupaban sus bonificaciones, trabajando a muy corto plazo para obtener los máximos beneficios posibles.
Si algo hemos aprendido casi todos es que las crisis, cualquiera que sea su naturaleza, tienen múltiples causas y éstas casi siempre son complejas. Así que tratar de simplificar las responsabilidades para explicar la actual crisis, parece solo un gesto encaminado a desviar la atención de la opinión pública y que ésta no pase factura a quienes por acción u omisión han permitido que las cosas llegaran a este punto. Es cierto, los ejecutivos de estos bancos y aseguradoras hicieron lo que les dio la gana, pero existía una estructura de control interno y unos accionistas que durante esos años de especulación y fraude guardaron silencio y se limitaron a embolsarse sus dividendos sin rechistar. Existían unos sistemas de control externos que fueron abandonados por unos gobiernos impregnados de principios neoliberales y que hicieron dejadez de sus funciones en favor del viejo y reiteradamente fracasado principio de la autorregulación de las empresas.
¿Ahora qué pretenden vendernos como explicación? ¿Qué Fu Manchú desde un oculto refugio en el Tibet conspiró contra todos nosotros para dominar el mundo de las finanzas? ¿Qué procesando a cuatro ejecutivos y desahuciando a miles de propietarios todos nos iremos a dormir más tranquilos y satisfechos?
Pretenden que olvidemos la responsabilidad política e ideológica de quienes alentaron y se beneficiaron de esas prácticas y permitieron que nuestro futuro bienestar fuera saqueado por unos intereses que van mucho más allá de los culpables convictos y confesos. Si los gobiernos hubieran atado corto al mundo financiero en lugar de dejarles campar a sus anchas, las cosas seguramente ahora serían muy diferentes. Intentan que olvidemos el fracaso de unas prácticas económicas e ideológicas, verdaderas responsables de una crisis que sólo acaba de empezar, porque aún quedan muchos agujeros financieros que permanecen ocultos en los balances.
En cambio, si deberían contestar a dos preguntas: dónde ha ido a parar todo ese dinero que parece haberse esfumado y sobre todo, por qué nuestros impuestos han de acudir en socorro de un sistema que ha despreciado y exprimido al contribuyente medio, privilegiando, vía exenciones fiscales, a las rentas de capital. Ahora, bancos, cajas e inmobiliarias, olvidando su reciente pasado neoliberal apelan a la intervención del Estado y a nuestro esfuerzo, no solo para que continuemos pagando nuestras deudas sino también las suyas.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Experimentos

Cuarenta y seis niños murieron hace unas semanas en la India como consecuencia de unos ensayos farmacéuticos. Muchas multinacionales aprovechando que la muerte en esas latitudes es mucho más asequible y las legislaciones se dejan seducir fácilmente por el dinero, deslocalizan sus experimentos a lugares donde los gobiernos están dispuestos a sacrificar a sus ciudadanos con tal de recibir inversiones. Y éstas, como ocurre casi siempre cuando un gobierno apela al bien común, solo beneficiarán a quienes se muestran tan obsequiosos con la vida ajena.
No debemos escandalizarnos, estamos en el siglo del mercadeo en el cual todo es negocio o negociable. Así que cuando ya no queda nada por vender, la competencia reduce los márgenes de beneficio o las inversiones se desvían a lugares más cálidos, se impone buscar nuevas oportunidades y éstas acaban re-descubriendo o actualizando viejos negocios y el tráfico de carne humana, gracias a su excelente rentabilidad, siempre ha sido una mercancía muy codiciada.
Esos gobiernos, empeñados en alcanzar un hipotético e intangible futuro bienestar para sus pueblos, ponen a disposición del mejor postor el presente de indefensos ciudadanos; a su favor juegan la ignorancia y la desesperación de madres incapaces de alimentar a sus hijos, incapaces de curarlos de esa maldita enfermedad llamada pobreza, dispuestas a confiar sus almas al diablo o a la medicina con tal de que sus hijos sean atendidos y curados. Da igual que el tratamiento sea experimental, eso cuando alguien se toma la molestia de informarlas de esa peculiar condición, es indiferente que firmen documentos de compromiso eximiendo de responsabilidades a quienes cobran por convencerlas. Si no se sabe leer y la vida de un hijo depende de una equis sobre un papel, nadie resiste la tentación y tratando de salvaguardar la vida acaban condenándola.
Cuando las cosas vayan mal nadie las consolará ni las indemnizará, nadie agradecerá su involuntario sacrificio y lo peor de todo, si la medicina del hombre blanco llega a funcionar, otras madres, vecinas de las abajo firmantes, nunca podrán beneficiarse de ese medicamento. Ya estará sujeto a patente y para poder acceder a él necesitarían vivir cien vidas y ver morir a otros tantos hijos o tener la suerte de parir en un país donde la seguridad social paga los caprichos y desvaríos de unas farmacéuticas
para las que la incomparecencia del doctor Mengele en Nuremberg parece legitimar sus métodos.

lunes, 8 de septiembre de 2008

La fragilidad de Ícaro

En la antigüedad los hombres viajaban a Delfos para conocer el éxito o fracaso de una empresa o buscaban en las tripas de pobres animales la ventura de un viaje o el destino de una batalla. Nosotros, a pesar de haber sido capaces de fisionar el átomo y llegar a la luna, necesitamos también la certeza de que llegaremos a nuestro destino sanos y salvos. Pero como ya no es cuestión de destripar pollos en el mostrador de embarque mientras facturan nuestro equipaje, ni sumar a las tripulaciones de los aviones una pitonisa que lance bendiciones o cartas del tarot mientras quema incienso, ponemos nuestros destinos en mano de la estadística y la probabilidad, que si bien no son dioses, les suponemos un poder equivalente y además con el valor añadido de lo tangible.
Qué necesidad tenemos ya de la superstición o de depender del capricho divino cuando la modernidad y la tecnología están de nuestra parte. Quién necesita a un brujo danzando o un sacerdote en trance, cuando viajamos acompañados de la Estadística y la Probabilidad. Cierto es que la estadística es una ciencia muy peculiar que consigue hacernos a todos propietarios de un televisor o poseedores de una renta digna, aún cuando para comer dependamos de los Servicios Sociales. Y si la demócrata estadística se muestra imperfecta con la realidad en la distribución de bienes y recursos, con la probabilidad no nos va mucho mejor desde que un tipo, de apellido Murphy, nos fastidió a todos con sus desayunos a base de tostadas y mermelada.
Pero a pesar de estos pequeños defectos, por otra parte muy aceptables, confiamos en los números. Al fin y al cabo dos y dos son cuatro hace algunos milenios, así que muy desencaminados no pueden ir estos señores dedicados a pronosticar el tiempo y ya de paso nuestras posibilidades de morir atravesados por un rayo, cuando recurren a las sumas y restas para tranquilizarnos.
Pero todos estos cálculos pueden contener un error esencial y ese error no está ni en los números ni en las matemáticas, sino en esa perversa variación veneciana llamada contabilidad. Los números anotados bajo el epígrafe del debe y el haber pueden ser taimados y traidores, incluso corrompidos por el viejo mandato de creced y multiplicaos. Seguramente los expertos en tablas estadísticas y posibilidades no tengan en cuenta el poderoso influjo que la caja registradora puede tener en los resultados de sus análisis y por extensión en nuestras vidas.
A nadie que interprete de buena fe los números se le pasaría por la cabeza la posibilidad de que el precio del combustible, las dificultades económicas de una empresa o la pérdida económica que puede suponer un avión parado en tierra, pudieran provocar una desviación de los resultados estadísticos. Como tampoco ningún ingeniero, ni siquiera el propio diseñador de la máquina, puede anticipar de antemano, porque las variables son inmensas, que una sucesión de pequeñas averías no puedan tener como consecuencia una tragedia.
Quizá los griegos no andaban tan desencaminados y como buenos conocedores que eran de la naturaleza humana, preferían poner su confianza en dioses y sacerdotisas en lugar de confiar su destino en artes o artefactos a veces tan frágiles como las alas de Ícaro.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Mi querida España


Mi querida España
esta España mía,
esta España nuestra.
De tu santa siesta
ahora te despiertan
versos de poetas.
¿Dónde están tus ojos?
¿Dónde están tus manos?
¿Dónde tu cabeza?
Mi querida España
esta España mía,
esta España nuestra.
De las aras quietas
de las vendas negras
sobre carne abierta.
¿Quién pasó tu hambre?
¿Quién bebió tu sangre
cuando estabas seca?

Cecilia (1975)


El juez de la Audiencia Nacional, esa que entiende de narcotráfico y terrorismo, ha decidido solicitar a parroquias y administraciones la lista de personas fusiladas y desaparecidas durante el franquismo. Apenas se ha secado la tinta de la petición y ya la caverna mediática y social ha reaccionado como si se hubiera escupido sobre un altar. Su desproporcionada reacción solo es comparable a los absurdos argumentos esgrimidos contra esta iniciativa judicial, la cual solo pretende que por fin, después de setenta años, se confeccione una lista de desaparecidos, es decir, determinar el número exacto de víctimas de “los veinticinco años de paz”.
Hasta la fecha, y es importante recordarlo, solo se conoce el número y también los nombres de las personas muertas por las “hordas marxistas” o caídos por “la Patria y Dios”. Sobre el resto siempre ha existido una interesada indiferencia, porque conocer su número exacto equivaldría a desmontar uno de los tantos mitos creados en torno a la dictadura franquista, su “benevolencia” frente al vencido.
Esta derecha ve temblar los cimientos de su integridad moral y de su épica. Hablan de abrir viejas heridas, pero algunas de éstas nunca se han cerrado, solo han permanecido amordazadas. Estas actitudes tan solo sirven para volver al mito de las dos Españas. Pero como muy acertadamente dijo Biedma, estas dos Españas nunca existieron, solo existió media España ocupando la otra media.
Con sus palabras y sus titulares indignados solo evidencian su miedo a la verdad, a que los mitos y leyendas en torno a la guerra civil y la dictadura desaparezcan engullidos por la crudeza de los hechos. Estos que tan preocupados están ahora por en qué se gasta el dinero público, no manifestaron la misma preocupación cuando un gobierno del PP, a cuenta de los mismos impuestos que ahora tanto les obsesionan, repatrió los cadáveres de los voluntarios de la División Azul enterrados en Rusia. Y esos hombres se alistaron para combatir en una guerra de agresión y exterminio. En ese momento nadie cuestionó el derecho de los familiares a enterrar con dignidad y cerca de ellos a sus muertos. En cambio cuando se trata de recuperar los cadáveres de republicanos militantes, demócratas o simplemente ciudadanos que tuvieron la mala suerte de ser denunciados por rencores o envidias, montan un escándalo mayúsculo, convocando a modo de amenaza a todos los fantasmas de nuestra historia reciente.
Creo que hace tiempo los demócratas deberíamos haber dicho basta a estos desequilibrados que setenta años después aún continúan destilando rencor. La transición se construyó a partir de un olvido. Pero aquí los únicos que han olvidado y callado han sido las víctimas y sus familiares, porque los otros han continuado comportándose como cruzados y han mostrado públicamente y sin recato alguno el orgullo de serlo. Deberíamos decir basta a un consenso que se fundamenta en silenciar una parte de nuestra memoria y enaltece otra. Quizá debamos olvidar, pero o lo hacemos todos o tiramos la memoria al río.
Seguramente esta decisión del juez Garzón no sirva para iniciar un proceso penal contra nadie, pocos de los responsables de las muertes viven ya. Pero sí tiene el innegable valor de evidenciar la red de complicidades y silencios mantenidos en el tiempo que fueron imprescindibles para que nadie preguntara e indagara sobre estas muertes y esta lista posiblemente también podría revelar el alto grado de institucionalización que el asesinato tuvo durante la dictadura. Además no debe ser plato de gusto para nadie que públicamente se den a conocer no sólo el nombre de las víctimas, sino también el de los verdugos y descubrir asombrado que aquel dulce abuelo que tantas historias de la guerra le contó, obviara aquellas en las que se convertía en un matarife.
Dicen que aunque existiera delito de genocidio, este no podría aplicarse con retroactividad porque hasta 1995 España no lo reconoció como tal. Será un argumento jurídico aparentemente impecable, pero no debemos olvidar la existencia de otras posibilidades jurídicas como son las contempladas en las convenciones de Ginebra y de la Haya respecto al trato a prisioneros de guerra o los delitos de lesa humanidad. También conviene recordar, solo a título informativo, que la primera moción de la defensa de los jerarcas nazis fue de acuerdo a la antigua máxima jurídica “nullum crimen, nulla poena sine lege” (ningún crimen sin ley) y esta no fue estimada por el tribunal de Nuremberg.
Así que la opción de un proceso no es tan solo una cuestión jurídica sino también de una voluntad política y de justicia que nunca se dará. Claro que otra cuestión son las responsabilidades civiles derivadas de estas acciones y éstas no desaparecen con la muerte del asesino. Así que el numerazo patriótico-conciliador que estos hipócritas están montando a cuenta del dolor ajeno quizá solo pretenda hacernos olvidar que algunos dignos nombres y patrimonios solo se explican en el exterminio de sus vecinos.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Georgia

Georgia, confiada en el apoyo de los EEUU y dado su interés en formar parte de la OTAN se lanzó a dar una lección militar, que son las que se recuerdan, a unos secesionistas impertinentes que amparados en la experiencia Kosovar, reclamaban el mismo trato. Como pasa siempre que uno hace algo sin medir las consecuencias o confiando en la providencia apellidada "Sam", los georgianos salieron trasquilados política y militarmente. En cambio, los independentistas más pragmáticos confiaron su suerte a un vecino, no tan poderoso como los EEUU, pero con la inestimable virtud de la cercanía geográfica. Y si bien los tanques rusos no son ya tan numerosos, ni tan relucientes como los que asaltaron Praga o invadieron Afganistan, continúan conservando la misma mala leche y eficacia.
Ahora el mundo habla de las terribles consecuencias de la acción rusa. Los comentaristas políticos hablan de guerra fría, pero no nos engañemos, nadie irá a una guerra, ni fría ni caliente, por Georgia. EEUU tiene elecciones presidenciales en pocos meses, así que los asuntos internacionales deberán esperar a que unos electores muy preocupados por la guerra y con pocas ganas de aventuras militares, decidan entre demócratas o republicanos. La UE protestará con la convicción y la fuerza de un tenor, pero mientras necesitemos el gas ruso para calentar nuestros hogares, las amenazas no pasarán la frontera del escenario.
Al final los independentistas logran sus objetivos, legítimos o no y el títere de Yeltsin, recientemente elegido presidente, consigue reforzar su imagen ante una opinión pública muy necesitada de viejos tiempos de gloria que les permita olvidar sus penalidades. Como siempre, los únicos perdedores son los muertos y a estos, una vez enterrados al son de flauta y tambor, nadie los recordará, como si nunca hubieran existido.