miércoles, 30 de junio de 2010

Plata o plomo


Las leyes atadas a las fronteras nacionales parecen insuficientes para detener las actividades de las organizaciones criminales. La libertad de movimiento de capitales y los paraísos fiscales han sido maná para estas organizaciones. La gran cantidad de recursos de los que disponen no solo les permiten burlar las leyes sino también retar abiertamente a los estados, estableciendo fronteras interiores donde, sin disimulo, imponen su ley. Este poder no solo ha sido comprado gracias al dinero o a las amenazas, también es el resultado de un progresivo debilitamiento de los estados, que por imposibilidad, incompetencia o ideología han abandonado sus responsabilidades, desatendiendo las necesidades de sus ciudadanos, que han sido satisfechas, a un precio muy alto, por grupos mafiosos.

México lleva años librando una dura y cruenta guerra contra estos delincuentes. En Jamaica la extradición hace unas semanas de un traficante, protegido durante mucho tiempo por políticos locales, solo fue posible después de un intenso enfrentamiento entre la policía y sus seguidores. Este fenómeno no es patrimonio exclusivo de una nación. Su situación económica y desarrollo social únicamente determinan el grado de intensidad y que las acciones de estos grupos sean más evidentes o disimuladas. Lamentablemente la mayoría de estados, por sí solos, no pueden competir con los recursos económicos e instrumentos de impunidad que la globalización ha puesto a disposición de las organizaciones criminales.

Si no se pone coto a estas organizaciones, si no somos capaces de vencer en este reto fruto de la desigualdad, la injusticia y el desprestigio de las instituciones democráticas, es posible que el siglo XXI sea testigo de la desintegración de los estados más débiles o que otros sean controlados por personas vinculadas a estas organizaciones criminales. A los ciudadanos, progresivamente desposeídos de derechos y oportunidades, solo les quedará la posibilidad de ser sicarios, siervos o cadáveres. Si alguien piensa que este conflicto es exclusivamente una cuestión de orden público está muy equivocado, es una guerra por la democracia y la libertad de los individuos.

lunes, 28 de junio de 2010

Vamos a fingir durante unos días


La ley contra los inmigrantes irregulares de Arizona ha tenido la virtud de poner en evidencia la hipocresía social y económica que hay tras este fenómeno. A unas semanas de su entrada en vigor un grupo de políticos y empresarios, entre los que se encuentra Rupert Murdoch, han creado una plataforma, “Alianza para una nueva economía”, a la que se han sumado empresas como Boeing, HP y Disney, pidiendo que todos los inmigrantes sean regularizados. Aquellos políticos que los han acusado de ser el origen de todos los males y las empresas que han financiado campañas cuyo lema era la estigmatización del indefenso, muestran ahora sus cartas y su pánico.


Cierto es que posiblemente algunos congresistas actúen de buena fe, convencidos del despropósito legislativo y humano que el estado de Arizona pretende poner en marcha. Pero no es el caso de esas multinacionales; cuando han logrado que los trabajadores miren con desconfianza a los inmigrantes y el resentimiento finalmente ha cristalizado en leyes absurdas, recuerdan el peso que esa mano de obra tiene en la economía y por supuesto en sus desmedidos beneficios.

Deberíamos tomar ejemplo en nuestro país y tratar de expulsar a todos los inmigrantes o como mínimo hacer el amago, a ver cuántos minutos tardan en poner el grito en el cielo esos empresarios miserables que abandonan a sus empleados accidentados o que abusan sexualmente de sus trabajadoras. A ver durante cuánto tiempo esos partidos, disimuladamente racistas o abiertamente xenófobos, mantienen en su punto de mira político a estas personas. En serio, vamos a fingir durante algunos días ser unos mal nacidos, a ver si así, los de verdad, quedan retratados.

martes, 22 de junio de 2010

El Potosí Afgano

Las razones para la invasión de Irak fueron desde los primeros momentos bastante evidentes. Nadie se creyó las arengas, ni por supuesto que los gobiernos, civilizados y civilizadores tardaran treinta años en ver la luz y descubrir que durante todo ese tiempo habían estado alimentando y armando a un asesino. De golpe, y con clara intención de golpear, recordaron con una extemporánea indignación que en 1988 ese dictador había gaseado a cinco mil kurdos en la población de Halabja. Durante veintidós años aquellas víctimas, como casi todas cuando su piel no es blanca, no importaron a nadie, pero la necesidad de excusas las convirtió en mártires. Aún así la mayoría tuvimos claro que al séptimo de caballería la justicia o la venganza se la traía al pairo y que allí lo único que se sustantivaba era el control de las reservas de petróleo iraquíes.

Sin embargo lo de Afganistán resultó un poco más confuso, no sabíamos muy bien si aquella nación era invadida para expulsar a los talibanes del gobierno o para perseguir a un escurridizo terrorista llamado Bin Laden, capaz de saltar de cueva en cueva enganchado a una máquina de diálisis. Cuando escuché que tras el 11 de septiembre la coalición internacional iba a atacar el país de donde eran originarios la mayoría de los terroristas suicidas, las mujeres eran obligadas a llevar burka y no se les permitía ni conducir un coche, pensé, ingenuo de mí, que iban a dejar Arabia Saudí hecha unos zorros. Estaba equivocado, el objetivo era Afganistán, y las intenciones de esta acción, descartadas las humanitarias, se convirtieron en un auténtico misterio. Por suerte para la transparencia de los hechos a la codicia le cuesta mucho disimular sus razones e intenciones. La semana pasada nos enteramos de que en aquella tierra agreste, curtida por la guerra y donde las mujeres continúan tan puteadas como antes de la intervención militar, se habían descubierto grandes yacimientos de minerales. En un instante Afganistán se había convertido en el Potosí asiático, reduciendo toda la mitología de la bienintencionalidad a un mero ejercicio de relaciones públicas.

Ahora nos vendrán con la milonga de que esos descubrimientos han sido toda una sorpresa, que por casualidad, un grupo de geólogos en plan “intrépidos exploradores”, no solo se atrevieron a entrar en un territorio donde cualquier occidental está de suerte si no sale con las pelotas colgando del cuello, sino que tuvieron las santas narices de ponerse a hacer prospecciones mineras en medio de una guerra. Y como no era cuestión de demorarse demasiado, las bombas de la coalición han demostrado ser muy caprichosas en cuestión de objetivos, hicieron tan bien su trabajo que acertaron a la primera. Toda una aventura que pone en evidencia que esa guerra, como todas, se reduce a un pobre desgraciado metido en una trinchera y a unos hijos de mala madre alejados de las balas y la metralla, que armados con calculadoras suman beneficios y restan vidas.

martes, 15 de junio de 2010

Prohibir el burka

Vaya por delante mi desconfianza hacia cualquier vestimenta cuyo uso sea resultado de una imposición explícita o implícita. Y no pretendo tampoco ocultar mi recelo hacia las prohibiciones, especialmente cuando su fin es regular conductas anecdóticas (salvo en la CNN, quien haya visto una mujer con burka en nuestro país que levante la mano). El cumplimiento de la norma solo servirá para incrementar el aislamiento de unas mujeres que, por convicción u obligación, viven sujetas a unas tradiciones que, ante la imposibilidad de hacerlas invisibles, las envuelve en sudarios.

Independientemente de nuestra postura ante las religiones e incluso cuando nos mostremos abiertamente hostiles hacia el ensañamiento que la mayoría de ellas muestran hacia las mujeres, debemos preguntarnos qué utilidad tiene una norma que, en el mejor de los casos, regulará la vida cotidiana de doscientas mujeres en una comunidad de casi cuarenta y cinco millones de personas. Qué sentido tiene impedirles el acceso a equipamientos públicos: a mercados, a centros sanitarios o sociales, a lugares donde seguramente podrían detectarse casos de malos tratos. A qué las estamos condenando, a reventar en su casa por una enfermedad o que sus maridos, ahora con la ley de su parte, incrementen la presión que ejercen sobre ellas para que permanezcan encerradas en sus hogares y dependan de ellos hasta para comprar alimentos.

No veo el sentido a esta moda municipal de prohibir el burka, solo se me ocurre pensar que siempre ha sido más económico estigmatizar que invertir en servicios sociales o en políticas de integración. Posiblemente alguien pensará que esta interpretación es recurrir a un argumento que, por manido, ha perdido su sentido pero, al menos, tiene la virtud del optimismo, ya que la proliferación de estas normas no solo puede ser síntoma de un cínico oportunismo político sino también una respuesta, cargada de simbolismo, cuyo objetivo es tratar de apaciguar los ánimos y rebajar la tensión social que se está acumulando en algunos barrios de las grandes ciudades. El tiempo dirá si este disparate legislador, a cuenta de los derechos de las mujeres, tiene alguna utilidad práctica o solo sirve para que una conducta residual acabé convirtiéndose en un elemento de diferenciación e identidad cultural que alimentará la radicalización de las posturas.

miércoles, 9 de junio de 2010

Silencio, se graba

Las palabras se las lleva el viento con tanta frecuencia como es necesario. Muchos acuerdos y declaraciones, la más común, “te amaré para siempre”, son una clara demostración de que los compromisos verbales, y los otros también, tienen una evidente tendencia a diluirse en el tiempo, especialmente si solo se sostienen en la memoria y el único registro que queda es el lejano y casi siempre brumoso recuerdo de una conversación. El papel trata de solucionar esa fragilidad inherente a cualquier pacto verbal, confiere a las palabras la virtud de la permanencia pero, como cuando lees teatro, éstas pierden su fuerza y se transforman en una monótona retahíla que pueden llegar a tener un efecto soporífero.

Por eso son preferibles las grabaciones, las palabras permanecen en el tiempo, así como las intenciones y las inflexiones con las que fueron pronunciadas y nos permiten, sin haber participado o haber sido testigos de la conversación, hacernos una idea muy exacta de su naturaleza. Seguramente por este motivo es un instrumento tan apreciado en las investigaciones policiales, cuando uno se siente a salvo de oídos extraños suele sacar a pasear su verdadera naturaleza e intenciones, sin complejos y sin disimulos mostramos nuestras miserias y canalladas. Además son fáciles de transmitir, no me imagino a nadie sin un interés cierto en una causa judicial leyendo esos miles de folios que sirven para instruirlas, esos cientos de tomos que, buscando la verdad de los hechos, acaban enterrándolos y convirtiendo los procesos judiciales en un romance interminable a los que solo la muerte del juglar pone fin.

Quizá esta sea la explicación de por qué el PP muestra tanta hostilidad hacia el sistema SITEL* (aprobada su utilización cuando gobernaban) y, en general, hacia las escuchas telefónicas autorizadas por los jueces, no porque pongan en evidencia la red de corrupción de la trama Gurtel, sino porque podemos oír, ser testigos directos de la prepotencia, la chulería, la arrogancia y el sentido de impunidad demostrado por los protagonistas en sus conversaciones. Las grabaciones trasladan los sosos textos teatrales al escenario, es allí donde muestran toda fuerza y de ahí el rechazo de quienes viven de la comedia pero permanentemente tratan de ocultar su condición de actores. No son los únicos, Berlusconi está empeñado en aprobar una ley que pretende limitar las autorizaciones judiciales de escuchas legales e impedir que la prensa pueda darles publicidad. No solo pretenden incrementar las garantías de impunidad de los corruptos sino también que sus verdaderas caras, la intención de sus palabras y sus actos nunca pisen un escenario.

*Sistema Integrado de Interceptación Telefónica.

Charles Dickens. † 9 de junio de 1870

Aunque el señor Gradgrind en nada se parecía a Barba Azul, pudiera decirse que su habitación era una cámara azul, de tanto como en ella abundaban los libros azules. Si eran capaces de demostrar algo - y por lo general podían demostrarlo todo-, era allí donde lo demostraban, formando un ejército cada vez más fuerte por la constante llegada de nuevos reclutas. En aquel departamento encantado se calculaban las más complicadas cuestiones sociales, se reducían a totales exactos, y finalmente, se resolvían..., siendo una lástima que no se enterasen de ello las personas a quienes más directamente interesaba. Lo mismo que si se construyese un observatorio sin abertura alguna al mundo exterior, y el astrónomo, aislado en su interior, dispusiese una reproducción del mundo estelar sin más recursos que pluma, tinta y papel, también el señor Gradgrind, dentro de su observatorio -y hay muchas gentes como él -, era capaz, sin echar una ojeada a las hormigueantes miríadas de seres humanos que había en torno suyo, de disponer de sus destinos en la pizarra y de enjugar todas sus lágrimas con un sucio trocito de esponja.

"Tiempos difíciles"

jueves, 3 de junio de 2010

La voz de los espectros

Hay personas que afirman haber visto espectros vagamente familiares deslizándose por pasillos en penumbra. Otros, en las horas más profundas de la noche, han podido oír sollozos en habitaciones que llevaban años cerradas o han sido testigos de cómo imágenes enmascaradas en la oscuridad repetían viejos gestos y continuaban con sus costumbres cotidianas como si no recordaran o ignoraran la visita de la muerte. Dicen que algunas casas vacías tienen memoria y sobreviven a la soledad prolongando la existencia de sus antiguos habitantes, alimentando la ilusión de permanencia de quienes se extinguieron y ya no son recordados.

Nuestras memorias son muy pequeñas para contener todos los hechos y personas, nuestros intereses excesivamente limitados y el presente, perfecto o imperfecto, ya no entiende de conjugaciones, ocupa excesivo espacio, nos distrae demasiado para prestar atención al tiempo gastado y escuchar las voces de quienes vieron sus existencias cotidianas segadas por la pasión homicida de sus semejantes, de los que fueron obligados a retomar sus vidas convertidos en espectros y condenados a subsistir en las sombras. Las victimas, desde las casas encantadas, que son casi todas, nos advierten de que el pasado, si te descuidas, puede ser también futuro. Nuestra generación tiene la suerte de desconocer el mensaje de odio y destrucción de los tambores de guerra. Los oímos, pero su sonido nos llega amortiguado por la distancia, hemos curtido nuestras retinas con imágenes de victimas y desesperación, aceptando con cínica naturalidad, el hecho de que las únicas palabras posibles son las balas.

Podemos ignorar los lejanos años del diluvio de fuego y metal, pero sus gotas de acero, enterradas en ciudades y campos, ni se olvidan de nosotros ni del propósito para el que fueron creadas y, cada vez que pueden, ejercen de matarifes. No debemos despreciar la persistencia en la historia de homicidas dispuestos a convertirnos en carne de cañón y la posibilidad que existe, por pequeña que sea, de que cualquiera de esas mechas que van prendiendo allí y allá pueda acabar desatando el infierno. Y cuando todos los misiles hayan sido lanzados y llegue el silencio, ni los fantasmas encontrarán donde refugiarse.

Dany el rojo

miércoles, 2 de junio de 2010

La fábula de las deudas y los burros. (Anónimo)


Se solicitó a un prestigioso asesor financiero que explicara esta crisis de una forma sencilla, para que la gente de a pie entienda sus causas. Éste fue su relato:

Un señor se dirigió a una aldea donde nunca había estado antes y ofreció a sus habitantes 100 euros por cada burro que le vendieran. Buena parte de la población le vendió sus animales. Al día siguiente volvió y ofreció mejor precio, 150 por cada burrito, y otro tanto de la población vendió los suyos. Y a continuación ofreció 300 euros y el resto de la gente vendió los últimos burros. Al ver que no había más animales, ofreció 500 euros por cada burrito, dando a entender que los compraría a la semana siguiente, y se marchó.


Al día siguiente mandó a su ayudante con los burros que compró a la misma aldea para que ofreciera los burros a 400 euros cada uno. Ante la posible ganancia a la semana siguiente, todos los aldeanos compraron sus burros a 400 euros, y quien no tenía el dinero lo pidió prestado. De hecho, compraron todos los burros de la comarca. Como era de esperar, este ayudante desapareció, igual que el señor, y nunca más aparecieron.

Resultado:
La aldea quedó llena de burros y endeudados. Hasta aquí lo que contó el asesor.

Veamos lo que pasó después: Los que habían pedido prestado, al no vender los burros, no pudieron pagar el préstamo. Quienes habían prestado dinero se quejaron al Ayuntamiento diciendo que si no cobraban, se arruinarían ellos; entonces no podrían seguir prestando y se arruinaría todo el pueblo. Para que los prestamistas no se arruinaran, el Alcalde, en vez de dar dinero a la gente del pueblo para pagar las deudas, se lo dio a los propios prestamistas. Pero estos, ya cobrada gran parte del dinero, sin embargo, no perdonaron las deudas a los del pueblo, que siguió igual de endeudado. El Alcalde dilapidó el presupuesto del Ayuntamiento, el cual quedó también endeudado. Entonces pide dinero a otros ayuntamientos; pero estos le dicen que no pueden ayudarle porque, como está en la ruina, no podrán cobrar después lo que le presten.

El resultado:

1. Los listos del principio, forrados.
2. Los prestamistas, con sus ganancias resueltas y un montón de gente a la que seguirán cobrando lo que les prestaron más los intereses, incluso adueñándose de los ya devaluados burros con los que nunca llegarán a cubrir toda la deuda.
3. Mucha gente arruinada y sin burro para toda la vida.
4. El Ayuntamiento igualmente arruinado.

Resultado¿ final?:
Para solucionar todo esto y salvar a todo el pueblo, el Ayuntamiento bajó el sueldo a sus funcionarios.