sábado, 24 de noviembre de 2012

En el portal de Belén


Recuerdo un cuento de Arthur C. Clarke que leí hace mucho tiempo, no recuerdo el título, en el que descubren un mundo que había sido habitado por una civilización destruida por una supernova. Haciendo indagaciones acaban por descubrir que el estallido del sol de ese sistema, coincide con un evento trascendente en la historia de los seres humanos. El relato finaliza preguntándose el narrador porqué Dios tuvo que destruir toda la vida de un planeta para anunciar al hombre la llegada de su hijo. Este relato quizá demuestre que el actual Papa anda escaso de originalidad y por supuesto también de sensibilidad. El obispo de Roma, parece ciertamente vivir en un reino que no es de este mundo, en un universo distorsionado por la complacencia y distanciado de los problemas reales de los seres humanos.

Apoyada en movimientos conservadores, cuando no abiertamente reaccionarios, como los “kikos” o el Opus Dei, el catolicismo, no así el cristianismo, está mostrando lo peor de sí mismo, a través de su inquebrantable alianza con el poder económico y político, en perjuicio de la mayoría. No podemos negar que la Iglesia Católica desde que se convirtió en la única fuerza capaz de vertebrar el imperio romano (al menos durante un tiempo) ha jugado en Europa un papel fundamental en el sostenimiento de sistemas políticos, casi siempre de carácter represivo y de naturaleza opresiva. Su poder se justifica en la fe de millones de creyentes, aunque se sustenta en una minoría privilegiada con la que mantiene un largo y prospero idilio.

Ahora el Papa nos sale con una interpretación teológica que nos ha dejado pasmados. Si no había burro ni buey en el portal de Belén, o si María era virgen o no, son cuestiones de trascendencia capital, especialmente con el panorama que tenemos. Evidentemente estas conclusiones demuestran la gran talla intelectual de Ratzinger. Seguramente San Agustín, Santo Tomás de Aquino o incluso Maimónides derramarían lágrimas de emoción ante tanta grandeza, volviendo a acreditar (por si no estaba claro) que los conflictos sociales, la depredación económica o el cambio climático tienen poco interés para una Iglesia añorante de los tiempos en los que la ignorancia llenaba las iglesias y las desviaciones doctrinales eran tratadas por inquisidores y demás guardianes de la fe.

Hemos tenido Papas que han santificado saltándose sus propios procedimientos. Otros que en nombre de una ortodoxia intransigente han ordenado silencio a voces disidentes y ahora se atreven a echar a las entrañables figuras del burro y el buey del portal de Belén. A mí lo que me gustaría saber es cuándo llegará un Papa capaz de expulsar a todos los mercaderes del Templo de Salomón. Ese sí que sería un gesto digno de un titular.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Cielos encapotados


Hace un tiempo haciendo zapping experimenté una extraña coincidencia, en dos canales diferentes emitían dos series distintas, ambas coincidían en que el “malo” era el mismo actor, uno de esos secundarios de lujo condenados a repetir una y otra vez actos de maldad, la mayoría de las veces de forma muy convincente. Estuve pensando si no acabarían cansándose siempre de hacer los mismos papeles, de ser odiados, de convertirse siempre en la representación de todo aquello que un ser humano debería despreciar. Incluso pensé cómo les explicarían a sus hijos, que su padre, el villano atrapado en el televisor, solo era una invención que nunca lograría escapar para aterrorizarle ni a él, ni a nadie. 

Quizá el hijo le creería. Los hechos posiblemente sustentarían la creencia, puede que con el tiempo descubriría que su padre nunca tuvo la oportunidad de demostrar al mundo su talla de actor o incluso su bondad. Aunque también es posible que al crecer y contemplar el mundo acabara llegando a la conclusión de que independientemente de los actos de la ficción de su padre, estos no eran nada comparados con los de los monstruos sin rostro del mundo real. Esos que pese al rastro de miserias y vidas arrasadas que van dejando a su paso, nunca dan la cara, evitando hacer ostentación de su condición. Viven atrincherados tras balances, tras un océano de intereses que les permiten poner distancia con las consecuencias de sus decisiones, refugiados tras una maraña de intermediarios que con entusiasmo o desganada obligación les hacen el trabajo sucio. Muestran sorpresa e indignación cuando alguien les acusa, como si entre su codicia y el suicidio de una persona no existiera causa-efecto. 

Tienen la conciencia muy tranquila, como los “malos” de la ficción parece que solo representen un papel. Pero a diferencia de las películas, los muertos no se desprenden de su máscara de sufrimiento, ni el dolor de los familiares es creación de un guionista. Esta gente con el corazón en la cartera o en Suiza, solo esperan a que el temporal amaine, aunque en esta ocasión lluevan personas y en los charcos se mezclen barro y vidas. Tras cristaleras que convierten sus despachos en cálidos invernaderos, miran el cielo encapotado de mezquindad, acostumbrados a no ser salpicados por las inclemencias que ellos contribuyen a provocar. Esta vez debería ser diferente, en esta ocasión, los muertos así lo exigen. Sus castillos de complacencia deberían convertirse en las urnas funerarias de un sistema, en celdas con tan solo una ventana que diera al cielo, para que pudieran comprobar cómo en su ausencia el tiempo se despeja y la vida prosigue. 

lunes, 5 de noviembre de 2012

Promesas incumplidas. Costumbres confirmadas


Tras una campaña repleta de despropósitos, de promesas, más tarde incumplidas, e irrealizables compromisos de expulsión de inmigrantes, el PP logró la alcaldía de Badalona, la tercera ciudad de Cataluña. Apenas dos años después de formarse ese gobierno los hechos ponen en evidencia que la corrupción es para esta organización una conducta intrínseca a su forma de gobernar. Posiblemente su visión patrimonial del estado (les ampara el derecho divino a hacerlo) y su desapego a los principios democráticos básicos, que solo parecen interesarles cuando están en la oposición, hacen que su gobierno tenga un tono totalitario y unas formas caciquiles de las que nuestra ciudad no se ha librado.

En este breve lapso de tiempo transcurrido han dejado claro que sus únicos éxitos, si pueden ser clasificados de esta manera, han sido la intimidación y la falta de respeto a las leyes. Ellos que tanto apelaron a la ley y el orden, en estos meses han tenido tiempo de perseguir a empresarios de origen inmigrante, de saltarse a la torera la inviolabilidad del domicilio, de pedir dinero a empresarios utilizando a la guardia urbana, y de extorsionar (presuntamente) y gastar 700.000 euros del ayuntamiento para hacer obras en viviendas de particulares, algo que recuerda mucho a lo ocurrido en Marbella hace unos pocos años. Todo esto acompañado de una imagen que ha demostrado su patético perfil político y cultural, rozando en algunos casos una ignorancia que haría sonrojar a cualquier alumno de primaria.

Ahora el Sr. Alcalde, superado por los acontecimientos, pretende reducir todo a las acciones de un solo concejal, como si él asunto no fuera con él ni con el resto de cargos políticos implicados en otros asuntos o beneficiados directamente por las reformas en sus domicilios a cuenta del contribuyente. Este alcalde piensa que apartado uno solo de los concejales de su responsabilidad, la cuestión quedara liquidada y olvidada. Pero es necesario dejar claro que quien inició la presión a los empresarios extranjeros, dejándolos en una posición de indefensión y vulnerabilidad que permitió más tarde la extorsión, fue él. Su estrategia demagógica revela la irresponsabilidad de sus consignas. Incluso si como él sostiene, desconocía los hechos, estamos ante un caso de incapacidad para controlar a su equipo, así que las posibilidades son muy pocas, o es cómplice o es un incompetente.

Posiblemente su único propósito era ser alcalde al precio que fuera. Tras alcanzar este objetivo todo lo demás se ha reducido a improvisar, generando un desconcierto y descontrol administrativo en la ciudad que ya empieza a traducirse en malestar generalizado entre vecinos y entidades sociales y culturales. Ahora bien, el porqué nadie ha planteado a estas alturas un moción de censura que ponga freno a la degeneración institucional de la ciudad, es un misterio. Posiblemente por intereses personales, o cálculos políticos difícilmente comprendidos por la ciudadanía.

Si no se actúa, si los partidos políticos no superan sus diferencias, anteponiendo la dignidad de nuestra ciudad a sus pequeños reinos de mezquindad, solo lograrán dos cosas; la primera que los ciudadanos acaben pensando que su inacción solo es el resultado de la complicidad, que ellos, más allá del ruido y aspaviento mediático, no hacen nada porqué también tienen algo que ocultar. Y la segunda, que permitir que los gobiernos que amparan a corruptos salgan impunes, es toda una oferta a que la corrupción se instale en nuestra ciudad como antes lo hizo en otras. Ha llegado el momento de actuar, aunque el resultado no esté garantizado, los grupos políticos deben de hacer algo para demostrarnos a los ciudadanos que no todos son iguales. La ciudad lo requiere, los ciudadanos lo necesitan. No está en juego el poder, sino algo mucho más importante que el señor Albiol parece desconocer, algo llamado integridad.