martes, 29 de enero de 2008

En nombre del Hombre

Me declaro abiertamente laico, no por considerar la religión el opio del pueblo, sino más bien porque los intermediarios, cualquiera que sea la naturaleza del objeto o el negocio, a lo único que contribuyen es subir el precio de las cosas. Seguramente soy levemente creyente, mi fe empieza justo antes del big-bang, no mantengo obligaciones con el cielo, pero intento guardar todas las festividades posibles. Puede que el Señor trabajara seis días seguidos, pero desde entonces no ha vuelto a dar palo en el agua o simplemente cuando le hablan del hombre, su máxima creación, silba y mira en otra dirección. No quemaría una iglesia ni tampoco un libro. Tampoco comprendo porque la iglesia católica permaneció impasible ante el asesinato de millones de seres humanos y en cambio facilitó la huida a cientos de criminales de guerra, ni tampoco porque en una guerra civil alentó a uno de los bandos a destripar al otro sin ningún atisbo de compasión.
Escribo con cierta indignación ante el acoso mediático y judicial de esa especie del tribunal del santo oficio constituido por el sector mas conservador de la derecha española y la Conferencia Episcopal a falta de brujas, galileos, herejes o rojos parecen haber decidido ejecutar sus particulares actos de fe con mujeres que dentro de la legalidad interrumpieron sus embarazos, sometiéndo a ellas y a los profesionales que las atendieron a un proceso humillante y bochornoso para cualquier demócrata. Dicen que el camino del infierno esta empedrado de buenas intenciones, yo añadiría que el camino al paraíso parece empedrado de mezquinas acciones. Estamos siendo presionados social, política y mediáticamente por la derecha más conservadora de Europa, más cerca en algunos de sus postulados del fascismo que de la democracia. Llevamos meses sometidos al bombardeo de unos individuos empeñados en una cruzada donde el hereje es cualquiera que no comparta su visión de la vida y no la organice en torno a los valores predicados por ellos. Quien piense que el vendaval mediático después del nueve de marzo pasará, es mejor no se deje llevar a engaño, si gana la derecha controlada por estos grupos radicales comulgaremos con piedras de molino legislativas y si pierden, las piedras lloverán desde tribunas y púlpitos.
Pero no todos son malas noticias, no todos los jueces invaden las competencias de lo divino y se limitan a impartir la justicia para la cual realmente han sido habilitados. La causa abierta contra el equipo médico del Severo Ochoa ha sido archivada, dudo mucho que nadie pida disculpas ni a los médicos ni a la sociedad en general y mucho menos se produzcan ceses o dimisiones, los únicos despedidos son y serán los médicos injustamente acusados por una denuncia anónima. En el fondo, el objetivo de este drama no era más que desprestigiar un sistema sanitario público en beneficio de un extraño modelo de sanidad privada, digo extraño porque esta siendo sufragado con los impuestos de todos los ciudadanos. Lo más terrible de todo este proceso ha sido la falta de escrúpulos, respeto y sensibilidad hacia el sufrimiento de los pacientes y sus familiares. Como ser humano considero que la vida es vida mientras existe dignidad y que si la biología niega una muerte digna es un imperativo ético ayudar a equilibrar las cosas en esos tristes momentos. Nadie que haya sido testigo de la agonía de un ser querido puede permanecer impasible ante el mismo sufrimiento en otros; ver como la persona querida desaparece engullida por el dolor antes de la muerte verdadera es una experiencia terrible y quien se atreve a utilizar ese sufrimiento está muerto por dentro o simplemente es un salvaje. No creo que el Nazareno negara la paz a quien sufre, de hecho creo haber leído en algún lugar que ya en la cruz dijo algo así: “Padre aparta este cáliz de mí”. Al final resultará que los laicos, librepensadores y demás gente de malvivir, tendremos no sólo que defender los derechos de las personas, sino también realizar una labor pastoral para recordar a los integristas de la conciencia aquello de la caridad cristiana.

miércoles, 23 de enero de 2008




Terra incognita.

Con este nombre aparecían los grandes espacios en blanco de los mapas, eran lugares poblados de extraños seres, algunos monstruos y algunas ciudades perdidas cubiertas de oro. O así nos lo explicaban marineros y aventureros, quizá los únicos tipos realmente fiables a la hora de contar una buena historia. El mundo era entonces un lugar mucho más pequeño, misterioso e incierto. Las injusticias eran más o menos las mismas sólo que expresadas con más brutalidad y casi siempre en nombre de Dios.
Mucho me temo que para quienes crecimos navegando en los mares del sur, pasamos tardes perdidas en el bosque de Sherwood, o acompañando a Allan Quatermain en busca de las minas del rey Salomón, el mundo ha resultado ser un lugar muy pequeño y salvo en breves momentos, tremendamente aburrido. Al tiempo somos conscientes de que aún quedan varias generaciones antes de que los viajes espaciales imaginados por Asimov o Clarke sean posibles y para nuestra consternación estamos descubriendo que vivimos en un mundo en el cual Dios vuelve a ser la medida de todas las cosas. De todos los autores de ciencia ficción y de todos los futuros posibles hemos acabado encontrándonos en uno donde Huxley y Orwell se dan la mano. Así que nuestros deseos de aventura y exploración han terminado cubriéndose de polvo en alguna estantería y ya sólo existen cuando les dirigimos alguna breve mirada de reproche. Personalmente aún no he llegado al punto del inolvidable Pepe Carvalho, también es cierto que no tengo chimenea, pero supongo que como emulación de una ceremonia el microondas también serviría. Pero toda la culpa no es de los autores errados en sus predicciones, ni de google earth. Mi poca predisposición a sufrir una infección tropical o a tener que revisar el interior de mis botas cada mañana, también han contribuido, y no poco, a como decía Virginia Woolf que “las estancias íntimas me aburran y el cielo también”.
Pese a todo, la nuestra, es una generación de “antes muerta que rendía”, por esta razón opto por recurrir al noble ejercicio de escribir sobre los acontecimientos protagonizados por otros, actividad con innumerables ventajas, algún inconveniente y pocos riesgos. Claro que búfalos hay en todas partes y en estos tiempos en los cuales Torquemada vuelve a ser un autor de moda y extensamente imitado, tener una opinión podría ser considerado casi un deporte de alto riesgo. Pero este es un riesgo muy aceptable cuando crees haber llegado demasiado tarde o demasiado pronto o cuando el mundo que deseaste nunca existió.