sábado, 30 de abril de 2011

Ernesto Sabato † 30 de abril 2011


"Fue en un café de Retiro donde te acercaste a pedir unas monedas y yo te pregunté si querías sentarte. Eras uno de esos tantos que mendigan su inocencia como ángeles excluidos de algún cielo perverso y extraño. Desde luego, no me conocías, y me reconfortó compartir el encuentro. Porque vos, con tu corta edad, llevabas la mirada envejecida por esas atrocidades que, en breve tiempo, realizan en el cuerpo y el alma la devastación que traen los años.

Cuando en alguna oportunidad he vuelto al mismo café, te he buscado con el deseo de saludarte. Ya no estabas, pero te descubro en otros chicos, cuando al regresar de noche a casa, los veo hurgar entre las bolsas de basura, hundiendo en la inmundicia sus pequeñas manos, destinadas a los columpios y a las calesitas. Y no sé por qué, entonces, pienso en Rimbaud. Quizá, porque también él pertenecía a la raza de los que cantan en el suplicio. Rimbaud, que en las calles de París se alimentaba con los mendrugos que sacaba de la basura, y que dormía por las noches acurrucado en los portales. Recordé sus palabras: “La verdadera vida está ausente”.

Y encerrado en este viejo estudio, sentado al borde de la cama, vuelvo a ver el dibujito de la casa que me regalaste, y que yo supuse que era la casa de tus sueños, con flores, pequeñas ventanas y cortinas, con una gran chimenea en el centro que largaba humo de colores, toda esa magia encantatoria de los niños que ni la miseria pareciera borrar.
He estado escribiendo estas líneas que probablemente nunca leerás; querría resguardarte de alguna manera. ¡Qué horror, el mundo!"

Ernesto Sabato. Antes del fin

miércoles, 27 de abril de 2011

De dónde viene el olor


Debemos reconocer que las crisis son enojosas, producen pobreza, miseria y gente deambulando por calles y plazas sin aparentemente ningún objetivo en esta vida, salvo el de encontrar, al caer la noche, un lugar donde dormir. Esas personas, que dicho sea de paso parecen no sentir la necesidad de tomar un baño, nos estropean el paisaje. Por eso es necesario sacarlas de la calle, ocultarlas a la vista de las delicadas pupilas de la gente de bien. Esos que tuercen el morro con tanta elegancia cuando son testigos de que un idílico rincón de un ordenado y aseado parque se ha transformado en un refugio de indeseables. Mendigos y prostitutas deben desaparecer de nuestra vista y como es imposible que se hagan invisibles, la única solución que queda es la de expulsarlos de la vía pública, no vaya a ser que las personas de bien, las de verdad, no las de gestos elegantes y nariz delicada, empiecen a preguntarse porqué las cosas van tan mal para tantos.

Expulsemos a esos desgraciados antes de que la compasión y la solidaridad con los desfavorecidos lleve a los ciudadanos a exigir cambios, antes de que se pregunten porqué se multa a la puta y no se persigue al chulo que la explota, ni al abogado que blanquea el dinero, ni al banco que da refugio a los beneficios. Vamos a trasladar lejos a los mendigos, a establecer turnos en los bancos de alimentos antes de que alguien comience a indignarse de verdad y se sienta tentado a exigir responsabilidades a unos políticos que se muestran exigentes y exquisitos respecto a la limpieza de las calles, mientras llenan sus listas electorales de corruptos. Hagámoslo ya, no vaya a ser que descubran que un traje y una corbata no transforman a un canalla en una persona honrada, antes de que apaguen los televisores y empiecen a preguntarse de dónde viene el olor a mierda.

jueves, 14 de abril de 2011

Miradas

Debo reconocer que soy un absoluto desastre para recordar nombres y fechas, los olvido con excesiva facilidad. Y esta carencia, pese a tener alguna ventaja, ha sido razón de reproches bien motivados y casi siempre justificados. En cambio hay algo que nunca he podido olvidar, ni siquiera cuando esa era mi intención, recuerdo casi todas las miradas, son las huellas digitales de momentos y personas. Supongo que todo esto es el resultado de un consejo que alguien me dio hace mucho tiempo, y fue que desconfiara de quien no era capaz de mirarme a los ojos. Con los años he tratado de buscar los matices a esa afirmación, tratando de diferenciar, a veces sin éxito, la timidez de la emboscada o el aprecio del desprecio.

Supongo que he ido construyendo un catálogo de instantes, y también de seducciones, sobre el efímero destello de las miradas. Éstas se han ido transformando en el hilo conductor de las narraciones, en el instrumento de coherencia cuando las palabras y los gestos no eran suficientes, y al final se convirtieron en el lugar donde residen algunos recuerdos. Quizá por esto no olvidaré a esa mujer, la esposa del ex presidente de Costa de Marfil, rodeada de unos energúmenos que posaban con ella como si fuera un trofeo. El miedo y el desconcierto en su mirada me obligaran a recordarla durante mucho tiempo. No sé el tipo de persona que es, ni me importa, solo sé que en esos países las guerras no entienden de convenciones, ni diferencian entre civiles o militares y que su futuro, como mínimo, será incierto.

Me pregunto cuántas miradas de miedo han desaparecido y desaparecerán engullidas en el anonimato, absorbidas por los ojos de sus verdugos, diluidas en las opiniones de esos animales que aún consideran que puede existir una justificación para matar a un semejante. Siempre he deseado saber a dónde irán las miradas perdidas, el brillo desatendido y la súplica de las mujeres maltratadas.

Salud y República

viernes, 8 de abril de 2011

Revoluciones, revueltas y motines


Un periodista en un interesante artículo afirmaba sin demasiados circunloquios que si los ricos no empezaban a pagar impuestos, nos veríamos abocados a una “revolución” social, resultado de la presión que se está ejerciendo sobre los ciudadanos de los países desarrollados. Sostiene este periodista que lo ocurrido en el norte de África podía ser el preámbulo de un proceso mucho más extenso y profundo. No sé si el término revolución es el más adecuado, lo cierto es que existe un estado de indignación latente, expresada en las derrotas de los partidos gobernantes y en el auge de movimientos de extrema derecha, que comienza a tomar forma, siendo inevitable que en algún momento se produzca un estallido social que tenga un efecto contagioso. Ni siquiera Francia y Alemania, que parecen estar saliendo de la recesión, están al margen de esta insatisfacción ciudadana, posible indicador de que los ciudadanos ya no se dejan engañar por unas optimistas cifras macroeconómicas que en realidad esconden su progresivo empobrecimiento.


La precariedad laboral, el recorte de derechos sociales, la desigualdad fiscal que beneficia a las rentas más altas y al capital financiero, haciendo recaer el esfuerzo fiscal en los asalariados y las pequeñas empresas, son políticas comunes que pretenden eliminar el gran pacto keynesiano creando un nuevo paradigma económico. El peor enemigo de este capitalismo de casino, asilvestrado y ruin es él mismo. No necesita inventarse amenazas, su propia codicia y cinismo son los agentes que socavan sus bases. Los argumentos apocalípticos, las razones de imperiosa necesidad para salvar nuestro bienestar están siendo cuestionadas por los hechos. Es complicado convencer a los ciudadanos de lo inevitable de los recortes alegando la necesidad de ahorrar cuando el Ecofin (Consejo de asuntos económicos y financieros de la UE) ya ha advertido a los estados que tengan preparados nuevos planes de ayuda, con fondos públicos, para los bancos que suspendan las pruebas de estrés. Es imposible exigir contención salarial a la inmensa mayoría de los trabajadores cuando el Foro de Davos denuncia (¡menuda jeta!) que el 65% de los incrementos salariales se están concentrando en el 1% de los trabajadores (ejecutivos de multinacionales, banqueros y demás gente de mal vivir).


Lo cierto es que se está acumulando una tensión que difícilmente será digerida por los pueblos sin que se acaben produciendo estallidos sociales. La diferencia entre pobres y ricos, incluso en nuestro entorno, empieza a ser lo suficientemente obscena como para acabar pasando factura. No sé si esto acabará en revoluciones, rebeliones, revueltas o motines, solo estoy seguro de que si el proletariado fue en el discurso marxista el motor revolucionario durante el siglo XIX y XX, en este inicio de siglo XXI lo será una clase media proletarizada, empobrecida y desposeída de sus derechos. Esperemos que esta tensión pueda ser canalizada, recuperando un acuerdo que fortalezca la cohesión social y una redistribución de las rentas y las cargas fiscales más equitativas, no podemos olvidar que algunos historiadores consideran que la Gran Depresión de 1929 terminó en 1945.
http://www.elpais.com/articulo/economia/ricos/pagan/impuestos/enfrentaran/revolucion/elpepueco/20110404elpepueco_14/Tes

martes, 5 de abril de 2011

Mi pie izquierdo

Tengo que admitirlo, hoy me levanté con el pie izquierdo, llevaba tiempo sin tener noticias suyas y esta mañana lo noté. Seguramente hubiera sido más inteligente quedarse en la cama, fingir que no me daba por enterado del nuevo día, cerrando los ojos a la evidencia y a la necesidad de tener que ir a trabajar. Finalmente mi parte racional se impuso a la superstición, e ignoré los temores asociados a esos días que se anuncian nefastos. De un salto salí de la cama y mi dichoso pie izquierdo se enredó con la sábana y acabé dando un cabezazo contra la pared. Confundido y con los oídos resonándome no reparé en que la sábana continuaba enrollada en el pie y terminé en el suelo, esta vez estaba preparado, fui capaz de poner, justo a tiempo, las manos entre él y mis dientes.


Ya en el suelo mientras fingía, como aquel que no quiere la cosa, hacer unas flexiones, trataba de convencerme de que los acontecimientos no se ordenan según su naturaleza y de que el resto del día no tenía porque ser igual. Logré salir al rellano de la escalera sin más incidentes, lancé una mirada cargada de reproche a mi pie izquierdo y definitivamente el cabrón iba por libre, había decidido ponerse un zapato diferente, al menos en el color había acertado. Llegué a la puerta de la calle, casi había logrado alcanzar mi objetivo y al abrir me quedé con el pomo en la mano. Controlé mis nervios, respiré profundamente preguntándome porqué narices me había tocado a mí y cómo se lo explicaría al presidente de la comunidad. Entonces me encontré con un serio dilema, la puerta estaba abierta, el pomo en la mano, una cosa era romperlo y otra muy diferente llevarlo todo el día en el bolsillo. Problema resuelto, lo dejo encima de los buzones, algo más fácil de decir que de hacer. Puse mi pie izquierdo en la puerta, estiré el derecho, así como en una tabla de gimnasia y traté con el brazo de dejarlo sobre los buzones, los cuales, todo hay que decirlo, no ayudaron en lo más mínimo y no se acercaron ni un centímetro. En esta postura me sorprendió un vecino, que se quedó un poco estupefacto pero amablemente, sin reírse, al menos en mi cara, cogió el pomo que le ofrecía y lo depositó sobre los buzones.


Tras dos incidentes absurdos más, admití mi derrota. En cuanto llegue a casa, eso si llego y ya veremos en qué condiciones, relleno la bañera de mantas y me meto en ella a esperar que vuelva a amanecer (después de haber cortado el agua, algo he aprendido). No por miedo sino por pánico, porque a lo largo del día he recordado que este país lleva tres años levantándose con el pie izquierdo, que muchos desempleados han agotado su prestación de desempleo y demasiados ciudadanos han sido desahuciados, mientras banqueros, políticos y economistas afirman sin vergüenza que todo mejorará. Será para ellos que debieron nacer con dos pies derechos.