jueves, 30 de junio de 2011

Secundarios

Los japoneses se enamoraron de una cantante que resultó ser una recreación digital, un ser inexistente construido a partir de los detalles de varias adolescentes. Fusionándolos lograron crear una nueva individualidad, una imagen lo suficientemente convincente como para seducir, y más tarde confundir, a millones de personas. El sueño de Mery Shelley ya no necesita visitar cementerios, ni reunir despojos para construir el nuevo Prometeo, ahora la creación es más aséptica, el resultado menos macabro, los distintos retales no muestran las marcas de la sutura, y los objetivos son más modestos. No han pretendido emular a los dioses, no han tratado de resucitar la carne muerta, se han conformado con crear una impostura, un juego inocente comparado con la ambición del Doctor Frankenstein. Sin embargo su logro, pese a estar en consonancia con los tiempos que vivimos, no deja de estar exento de inquietantes posibilidades.

No podemos negar que vivimos en una sociedad secuestrada por la imagen. Los líderes políticos o los artistas son el resultado de un preciso y minucioso diseño de Marketing, una sublime obra artística capaz de conferir a una piedra el atractivo de una ninfa y la persuasión de Demóstenes. Nadie se engaña, aunque vivamos sumergidos en un espacio y tiempo donde los efectos de luz y sonido nos confunden hasta embotar nuestros sentidos, somos conscientes que tras los gestos y las caras, los discursos y las baladas, hay una realidad que nos es escamoteada, y la sospecha acaba pudriéndolo todo. Ya no estamos seguros de si el deportista debe su éxito al dopaje, si el político honrado guarda sus ahorros en Suiza o si el artista que tanto ama a su público, también adora a los niños. Todas las miserias son maquilladas y obviadas, y cuando se descubren, si no son acalladas son excusadas. Nuestras vidas se nutren de seres artificiales, de ejemplos inexistentes diseñados en despachos de publicistas, sociólogos y psicólogos. Así que si el sonriente jovencito de gestos ambiguos y la exuberante muchacha de sonrisa enmarcada en labios desproporcionados dejaran de existir como seres físicos, quedando reducidos a un complejo y convincente programa informático, seguramente apenas notaríamos la diferencia.

Claro está que eso nunca llegará a ocurrir, necesitamos no solo saber que el becerro de oro existe, sino también queremos creer que en algún momento de nuestra vida podremos tocarlo. Lo inquietante es que se trate de sustituir a los personajes secundarios, a esos tipos aparentemente irrelevantes pero que dan vigor y credibilidad a las historias. Puedo imaginarme (tengo mucha imaginación o mucho tiempo) unas películas sin secundarios de carne y hueso, o un país donde los ciudadanos incómodos o díscolos, sean sustituidos por imágenes perfectas, por recreaciones sumisas y aborregadas con derecho al voto. Puedo imaginar, por imaginar que no quede, un universo donde los “secundarios” solo existamos en los ordenadores y que en cualquier momento se nos pueda silenciar apagándolos.

miércoles, 22 de junio de 2011

Los rescatadores

Resulta que Grecia, una economía que no representaba más del 0,2% del PIB de la Unión Europea, puede acabar transformándose en el Lehman Brothers de la deuda pública, en la Némesis de la incipiente recuperación económica. Ahora bien, antes de atender a tanto pájaro de mal agüero, sería interesante preguntarles qué resultado esperaban obtener de sus recetas económicas. Cómo esperan que Grecia, o cualquier otro país, pueda pagar sus deudas cuando además de estar hundiendo su economía, debe de hacer frente a unos intereses desorbitados. El problema no está solo en Grecia, como antes no lo estuvo en Argentina, Chile, Brasil o Ecuador (la lista sería muy larga para enumerarlos a todos), sino en la propia naturaleza de las medidas exigidas como condición para conceder las ayudas.

Invariablemente las intervenciones del FMI y ahora también de Bruselas, tienen como consecuencia un incremento de las tasas de desempleo, un aumento de la pobreza, y una profunda depresión de la actividad económica que supone una intensa destrucción de su tejido empresarial e industrial. Todo esto a su vez provoca una brusca caída de la recaudación fiscal, imposibilitando que los estados dispongan de los recursos económicos necesarios para hacer frente a sus obligaciones. Más cuando las recetas exigen que el esfuerzo fiscal recaiga en asalariados, pensionistas y pequeños empresarios, incrementando los impuestos indirectos, mientras se desprecia la aplicación de unas políticas fiscales progresivas y redistributivas (a eso lo llaman consolidación fiscal).

Lo cierto es que con este panorama solo queda una pregunta por hacer a esos tecnócratas escorados descaradamente a la derecha: ¿esperaban otro resultado? O como todo indica ¿era justamente este el punto al que querían llegar? Lamentablemente Grecia acabará cayendo, no porque sus ciudadanos en un gesto de “irresponsabilidad” hayan salido a la calle para protestar contra los recortes, ni porque sus políticos falsearan durante años las cuentas públicas, sino porque está atrapada en un círculo infernal que le impedirá hacer frente al pago de sus deudas, al menos en las actuales condiciones.

Puede que Europa esté en riesgo, pero ese argumento que empieza a despedir un desagradable tufillo racista, ya que señala a griegos, portugueses, italianos o españoles como los responsables de la situación, obviando el papel desempeñado por la banca. El verdadero peligro para todos, da igual que seamos morenos o rubios, está en los “rescatadores” enrocados en recetas económicas ineficaces y argumentos tendenciosos. El riesgo está, por puro empecinamiento ideológico, en prolongar la crisis hasta que se alcancen esos objetivos que cambiarán, para peor, las condiciones económicas, sociales y políticas de los estados miembros de la Unión. Les da igual que mientras dibujan su paraíso neoliberal, millones de personas sufran, les resulta indiferente que un 5% de esos vagos y sucios españoles, que ni se lavan las manos cuando manipulan pepinos, pasen hambre a diario, seguramente, como los griegos, lo tenemos merecido.

jueves, 16 de junio de 2011

Parque de la Ciudadela

En política, como en la vida, es imprescindible saber guardar las formas, porque cuando pierdes las compostura, por muy lícitas y legítimas que sean tus reclamaciones, por mucha razón que tengas al manifestarlas, una salida de tono puede lograr que pierdas las simpatías de quienes te apoyan y tus argumentos pueden perder todo su valor por algo tan estúpido como recurrir a la violencia. El movimiento 15 de mayo goza de mi simpatía, y seguramente coincido en muchas, si no todas, de sus reivindicaciones iniciales, pero incluso a mí, lo ocurrido con los diputados del Parlament de Catalunya, no solo me resulta desagradable, sino que también creo que ha sido un error táctico que pondrá en entredicho el movimiento y sus intenciones. Mucha tolerancia se ha de tener o muy poca objetividad para justificar lo ocurrido. Desde luego está clara una cosa, que el idilio con el resto de ciudadanos ha comenzado a resquebrajarse y han dado alas para que la prensa conservadora los despelleje vivos.

No voy a entrar en la idiotez de rasgarme las vestiduras por la violencia, que posiblemente ha sido cosa de unos pocos, y que no nos engañemos, responde a una intencionalidad de reventar o radicalizar el movimiento, a una frustración acumulada o a la simple estupidez humana, que de eso andamos todos sobrados. Es violencia y por lo tanto se condena por sí misma. Lo ocurrido pienso que es el resultado de la combinación de dos factores: la ingenuidad y la arrogancia. Ingenuidad porque los indignados han pensado que sus convicciones les abrirían las puertas del cielo y que la santidad de la inocencia impediría la presencia de elementos violentos entre sus filas. Arrogancia porque han creído que su sistema asambleario, sus justas reivindicaciones y sus nobles deseos estaban moralmente por encima de las convicciones políticas de otros ciudadanos y de la democracia que tanto les insatisface. Algunos de los participantes de la manifestación de hoy han atacado y zarandeado a los representantes de los ciudadanos, que quizá están haciendo su trabajo con el culo, pero al fin y al cabo han sido escogidos por los ciudadanos. Y si bien están en su derecho de considerar que estos Diputados no les representan, hay más de tres millones de ciudadanos que sí se consideran representados por ellos.

Muchos de nosotros, esos lumpen proletarios, que consideramos que el sistema debe de ser mejorado y aún así participamos en él, no votamos para que se recortaran la sanidad, la educación, ni para que dieran un escandaloso giro neoliberal a Cataluña. Ni por supuesto para que con la excusa de la crisis destruyan el estado de bienestar con la intención de beneficiar a determinados intereses económicos. De hecho posiblemente la gran mayoría de la población considere que es poco ético utilizar medios legítimos para cometer un atropello social injusto e inmoral. Sin embargo quien no vea un contrasentido que “en nombre de la democracia” se impida a un grupo de personas, parlamentarios o no, circular libremente, lanzándoles piedras o insultándolos, está claro que necesita urgentemente repasar sus principios democráticos.

¿Y ahora qué? Pues de entrada al movimiento 15 de mayo le lloverán chuzos de punta mediáticos, hasta Intereconomía clamará al cielo por el trato dispensado a los parlamentarios catalanes. Pero eso no es lo peor, la actuación de cuatro impresentables les ha hecho empezar a perder la sintonía que tenían con una gran parte de la sociedad y desde este momento, lo ocurrido en el Parque de la Ciudadela, será utilizado como excusa para atacar cualquier manifestación que se produzca en contra de los recortes del Gobierno de la Generalitat. Desde luego ayer se cubrieron de gloria.

miércoles, 15 de junio de 2011

The walking dead

Un ciudadano de una localidad británica, gracias a la ley de libertad de información, solicitó a la autoridad local conocer qué planes tenía respecto a una posible epidemia de zombis. Evidentemente los receptores de la solicitud y tras componer el gesto, respondieron con una sinceridad poco habitual en los políticos: No tenían ningún plan que contemplara una contingencia de esa naturaleza. Evidentemente esta claridad en la respuesta no es excusa para que los ciudadanos de Leicester, y por extensión del resto del mundo, no exijan responsabilidades por la falta de eficacia e imprevisión ante una amenaza tan cierta y probable como que una horda de zombis pueda convertirnos en steak tartar.

No podemos desdeñar la amenaza, el riesgo de que millones de cadáveres deambulen por nuestras calles perdiendo porciones de sí mismos, mientras se afanan por arrancarnos a mordiscos trozos de los nuestros. No podemos ignorar el peligro de que tantos tipos con problemas de aliento ronden por nuestras vidas persiguiéndonos incansablemente, esperando a que seamos derrotados por el cansancio para ser digeridos. Es fácil imaginarse la espeluznante escena: Ciudades devastadas por el fuego, personas tratando de huir, de ponerse a salvo de sus propios familiares, de sus vecinos y amigos. Mezclándose en una fuga masiva, sanos con infectados, una huída que solo serviría para extender la enfermedad y que al final acabaría transformando el planeta entero en un inmenso cementerio. Como rezaba el cartel de aquella película de Lamberto Bava: “Harán de los cementerios sus catedrales y de las ciudades vuestras tumbas”.

Destrucción y caos, confusión y miedo, esas serían las consecuencias de la imprevisión política. Menos mal que nuestras sociedades no solo son capaces de producir genios e injusticias, sino también a descerebrados integrales capaces de inventarse miedos y alarmas, poniendo en evidencia, gracias a las supuestas imprevisiones, nuestras verdaderas carencias. También es posible que el ciudadano de Leicester sea un maestro de la metáfora y donde dijo zombis quiso decir especuladores. Da lo mismo, la respuesta que le dieron sirve para ambos supuestos, no estamos preparados para resistir a esos devoradores de carne, aunque el trozo que nos arranque sea metafórico.

miércoles, 8 de junio de 2011

Never let me go

Seguramente el viaje más largo del que he sido testigo, fueron los quinientos metros que recorrió un muchacho de apenas dieciocho años. Vacilante y asustado, dejó atrás una existencia construida sobre una desolada certidumbre, para sumergirse, más solo que la una, en una ciudad capaz de ofrecer únicamente lo que ofrecen todas: promesas inciertas. Aquel chaval, como muchos otros, no tuvo demasiada suerte en la vida. Abandonado cuando era un bebé y sin ninguna familia que se preocupará por él, pasó toda su vida atrapado en unas instituciones que alimentaban su cuerpo y descuidaban todo lo demás. Nunca lo prepararon para lo que le esperaba fuera de los muros de aquel reino ingrávido y desconectado de la realidad.

Años después, en uno de esos encuentros fortuitos, coincidí con él en el autobús. Nunca habíamos tenido demasiada relación, la diferencia de edad y de situaciones marcaban una frontera invisible de incomprensión y en mi caso, debo reconocerlo, también de incomodidad. Nunca he pensado que un autobús atestado de gente, fuera el lugar más adecuado para las confidencias. Él no pareció compartir esa opinión y me describió cómo había sido su viaje a la madurez. Fue desgranando los hechos, algunos ciertos, otros pura fabulación, que narraban su vida. Terminó su historia con una afirmación que me desconcertó: “Solo necesito una novia, porqué todo lo demás me va bien”. A mí aquel comentario me dejó perplejo (aún no había descubierto las “ventajas” de tener una novia, ni tampoco “los inconvenientes”). Tras esas palabras, llegó su parada y se despidió, desde entonces no he vuelto a verlo, de hecho no recuerdo ni su nombre.

Lo cierto es que aquella conversación la fui recordando de forma intermitente, hasta que años después entendí porqué no la había olvidado, porque me dejó la impresión de que algo extraño le ocurría a aquel joven. La falta de afecto, la soledad, la inexistencia de una familia, no lo había convertido en un canalla, sino en un romántico. Pese a las duras lecciones que le había dado la vida, conservaba intacto el deseo de ser amado. Si nos dejamos llevar por la psicología alguien pensará que estaba compensando sus carencias afectivas, pero en algún momento de nuestra existencia deberíamos superar las explicaciones y las barreras que establece la ciencia y creer que hay gente, capaz de mantener intacta la esperanza, incluso cuando las circunstancias nunca les han favorecido. Sinceramente en un mundo que solo promete distopias, deberíamos recordar a quienes no han tenido nada en términos afectivos, y lo desean todo, incluso cuando este deseo está más allá de sus posibilidades o de la razón.

Nuestra vida es química, pero eso no nos convierte en números, ni nuestro destino es el resultado de una fórmula matemática de resultado predecible e invariable. Si alguien piensa que dos y dos son cinco, no solo está en su derecho a defenderlo, sino que también empiezo a pensar que no está del todo equivocado y sinceramente, espero que esa convicción nunca le abandone.

lunes, 6 de junio de 2011


Una de las miles de imágenes tomadas en Plaza Cataluña el pasado viernes 27 de mayo (Atentos a la terrible arma que sostiene la joven).

Foto cortesía de R. Del Campo.

miércoles, 1 de junio de 2011

Guárdate de sus pretorianos

El viernes pasado el “establishment” reaccionó ante el reto que supone el movimiento quince de mayo. Mientras fueron cautivos de las elecciones municipales, las autoridades catalanas permanecieron impasibles. Pero una vez superado el trámite, liberados de la posibilidad de que una intervención policial influyera en el resultado electoral, pasaron a la acción, y lo hicieron con la discreción de una banda de música en un velatorio. Supongo que antes de tomar esta decisión las grandes mentes, custodias de nuestro bienestar, pensaron que el movimiento sería de vida breve y sus subversivas reivindicaciones tendrían poco porvenir. No fue así, los ciudadanos acampados en las diferentes plazas dieron muestras de una persistencia inesperada. Y el juicio fue tan errado porque se realizó desde el desprecio, infravalorando la tenacidad del movimiento y por supuesto, el profundo arraigo de las razones en la conciencia colectiva.

Una vez despejada la incógnita electoral llegó el momento de ajustar cuentas y cuando la razón no acompaña, la única forma de doblegar la resistencia de una persona o colectivos es enviarles unos cuantos matones, enfundados en armaduras de keylar, y dispuestos, para eso les pagan, a repartir leches a cualquiera que se les cruzara en la línea recta que les habían trazado. Quien dio la orden de intervenir dejó muy claras las intenciones autorizando a los agentes a retirar de sus uniformes las placas que los identificaban. Y eso en alguien que lleva el rostro oculto no solo es una garantía de impunidad, sino también una invitación a extralimitarse. Evidentemente el genio que mandó a sus pretorianos a calmar a la plebe de Roma, cometió un nuevo error, dio sus instrucciones pensando en términos analógicos, olvidando o ignorando que en este país hasta los niños de primaria llevan teléfonos móviles con cámaras fotográficas. Más tarde culpó a la prensa de la propia desmedida, responsabilizándola de que solo se publicaron las fotos de la policía repartiendo candela. Extraña conspiración incluso de los medios de comunicación afines ideológicamente, los cuales, muy arteramente, ignoraron la brutalidad de los manifestantes, esos salvajes entrenados en los mejores cuerpos especiales, capaces de convertir sus manos en armas mortales, hiriendo a treinta y cuatro agentes sin necesidad de levantarse del suelo o mientras huían de los golpes.

Evidentemente esta narración de los hechos puede ser considerada además de ridícula, incierta, y nos recuerda a los trabajadores voladores, llamados así porque durante el franquismo la policía siempre disparaba al aire e invariablemente, algún manifestante resultaba herido o muerto. La actuación policial ha sido un toque de atención, no solo a aquellos ciudadanos que se sienten fuera del sistema por convicción o simplemente porque están siendo expulsados del mismo, sino también una advertencia a futuras manifestaciones. El otoño se prevé muy caliente, los recortes en sanidad y educación, anticipan importantes movilizaciones ciudadanas, que si bien electoralmente pueden no tener un efecto inmediato, si pueden debilitar a un gobierno en minoría y que éste necesite recurrir al apoyo del PP (algo que en Cataluña puede provocar una epidemia de sarampión). Esa es la promesa de Felip Puig y de la Cataluña miope y complacida con sus pequeñas y mediocres parcelas de satisfacción. Quien salga a la calle a defender sus legítimos derechos deberá guardarse de unos pretorianos, sin placas de identificación, dispuestos a denunciarte si les salta la pintura de la porra cuando te golpean.