lunes, 22 de abril de 2013

Esto no es Nueva Zelanda


A mediados de los noventa un médico sudafricano llamado Werner Bezwoda, profesor de hematología y oncología, publicó varios estudios respecto a los buenos resultados obtenidos contra el cáncer de mama con metástasis gracias a su terapia basada en una sobredosificación de la quimioterapia que destruía completamente el sistema inmune de los pacientes. Su “método” consistía en una extracción previa de células madre que posteriormente servirían para reiniciar el sistema inmunológico de la paciente desde “cero”. Era un tratamiento tremendamente agresivo y peligroso (el 22% de las pacientes fallecían en el plazo de tres meses), que tuvo un gran auge en todo el mundo. Hubo opiniones que llamaron a la prudencia, pero apenas fueron tomadas en consideración hasta que otros estudios demostraron resultados totalmente contrarios a los presentados por Werner Bezwoda. Cuando se analizaron con más profundidad los datos presentados por el médico sudafricano se descubrió que algunas de las pacientes citadas no existían, que otras no habían recibido el tratamiento descrito y por último otro grupo de mujeres que no tenían ni idea de haber participado en ningún estudio. En resumidas cuentas, miles de mujeres en el mundo recibieron, o quizá sería mas correcto decir sufrieron, un tratamiento que no era más que un fraude. 

Está claro que las convicciones son importantes y que algunos científicos con tal de demostrarlas están dispuestos a obviar los datos que las contradicen o que simplemente las ponen en entredicho. Algo muy lícito siempre que sus estudios ocupen el espacio que les corresponde en la sección de mitos, leyendas, religión o ficción, y no en las estanterías dedicadas a las publicaciones científicas. El citado ejemplo, lamentablemente no es una excepción, otro caso célebre, este en el campo de la psicología fue el de Cyril Lodowic Burt, cuyas teorías tuvieron una amplia repercusión en el campo educativo y que trataron de demostrar el factor hereditario en el coeficiente intelectual, (los ricos eran más listos). Tras su muerte se comprobó que los resultados habían sido falsificados. Pero durante décadas sirvieron para justificar las diferencias sociales y también raciales (célebres también fueron los test de la Isla de Ellis). 

Evidentemente existen instrumentos para evitar estas situaciones, claro que de nada sirven las opiniones disidentes cuanto estas teorías son sustentadas por intereses políticos y económicos. En este caso cualquier crítica es despreciada, aislada o ignorada. Tal es el caso del llamado “Excelgate”. Ahora que otros economistas han tenido por fin acceso a la información utilizada para justificar las políticas de austeridad que se han estado aplicando; una vez que han podido analizar los números que explicaban la tragedia que podía acontecer si se superaba el 90 % de endeudamiento público, para sorpresa de algunos (que seguramente no haya sido tanta), se ha comprobado que cuando el análisis de los datos se alejaba de las conclusiones a las que los dos economistas que los realizaron querían llegar, dichos datos fueron amañados, enmascarados o directamente ignorados. Sin embargo me temo que el escándalo será una tormenta en un vaso de agua, simplemente porque si los gobiernos se dedicaron a evitar traspasar esa enfermiza frontera, por cierto, con muy poca fortuna y mucho sufrimiento para los ciudadanos, fue porque quisieron hacerlo. 

¿Qué respuesta nos darán a ese error? Posiblemente ninguna, o lo que es aún peor, la que dio un mal nacido con el título de medicina al marido de una paciente, que por su profesión tuvo acceso al informe que denunciaba el fraude del doctor Werner Bezwoda y trató de evitar que su esposa fuera sometida a una terapia de altas dosis: “Bueno, esto no es Sudáfrica” fue la respuesta del carnicero. Pues eso, esto no es Nueva Zelanda.