jueves, 26 de enero de 2012

La Metamorfosis


Una mañana de esta semana al levantarme vi en el espejo un rostro que empezaba a transformarse, eran cambios sutiles, notaba el cabello algo más oscurecido y lacio. Mi piel parecía haber adquirido un tono más claro y mis ojos estaban entrecerrados. No quise darle más importancia, posiblemente eran figuraciones mías, así que decidí ignorarlas, al menos durante unas horas. Quizá más tarde, cuando el día hubiera avanzado un poco, una vez desaparecida la somnolencia, volvería a mirarme en un espejo y seguramente comprobaría que la impresión de la mañana solo había sido el resultado de una mala noche de sueño.

Ya en el tren, camino del trabajo, pude comprobar con cierta inquietud que no era el único que mostraba síntomas de haber iniciado un cambio y que incluso en algunas personas éste era mucho más intenso. Traté de tranquilizarme a mí mismo diciéndome que posiblemente estaba soñando, aunque la verdad, este sueño debía de ser una especie de superproducción onírica dirigida por Cecil B. Demille, por el gran número de extras que aparecían. Lo cierto es que dejé de pensar en el tema inmediatamente (divago con facilidad) y empecé a tratar de calcular cuál sería el consumo en calorías de un sueño que implicaba tal despliegue de medios (aún estoy pagando los excesos de las pasadas navidades, de ahí mi obsesión calórica). El día pasó rápidamente, por cobardía me mantuve alejado de los espejos. Fui relegando la comprobación, supongo que en mi inconsciente aún esperaba que sonase el despertador.

Al llegar a casa por la noche ya había reunido el valor suficiente para enfrentarme de nuevo con el espejo. Comprobé con espanto que lejos de desaparecer, el cambio se había acentuado, aquello era una metamorfosis en toda regla. Sin ni siquiera preguntarme por las causas que podían haberla provocado, un alimento en mal estado o el aire contaminado, me dejé llevar por la histeria. Ya me imaginaba a mi mismo convertido en un enorme insecto, atrapado en una habitación y rechazado por amigos y familiares. Durante unas horas me dejé llevar por el pánico, hasta que finalmente decidí consultar a un especialista, así que me conecté a internet y busqué en Google, indicando en el buscador los síntomas que mostraba. Inmediatamente me tranquilicé, no acabaría convertido en el enorme bicho que describe Kafka, continuaría siendo un ser humano.

Mi metamorfosis guardaba más relación con Darwin que con el escritor checo. Estaba evolucionando, mi cuerpo se estaba adaptando a los nuevos tiempos. Él solito, sin mi conocimiento, había iniciado el cambio siguiendo las recomendaciones del economista jefe del Banco Mundial, que aconsejaba a los españoles liberalizar su mercado de trabajo al estilo de los países asiáticos, es decir, trabajar más horas, con menos salarios y jubilándose más tarde. Tanto miedo y lo único que me pasaba era que me estaba transformando en un explotado y mal pagado trabajador chino. Estoy intranquilo por las consecuencias de la transformación, pero algo me dice que para cuando el cambio se haya operado completamente estaré demasiado hambriento y cansado como para preocuparme.

domingo, 22 de enero de 2012

Don Manuel

Una tragedia es la muerte de un niño o la de una persona a la que aún le quedaban muchos años de vida, pero el fallecimiento de un anciano de 89 años, sin desmerecer el dolor que puedan sufrir sus allegados, debería ser motivo de alegría. Cuando alguien alcanza tan avanzada edad solo significa que ha tenido la oportunidad de completar su ciclo vital, que en mejores o peores condiciones ha podido ver crecer a sus hijos, a sus nietos e incluso puede que a sus bisnietos. A veces, la persona fallecida es elevada a los altares, tras purgar su biografía de los elementos más incomodos, transformando su vida en un ejemplo de abnegación y entrega. Que el PP llorara la muerte de Fraga no solo me parece comprensible, sino que su indiferencia ante el hecho hubiera podido ser calificada de desagradecimiento, le deben mucho a Don Manuel. Otra cuestión es que el PSOE se uniera al lamento, ignorando el pasado político del personaje cuando pregonaba sin empacho ni vergüenza: “la calle es mía”.

No podemos evitar reconocer que fue un político hábil, capaz de sobrevivir y reinventarse a lo largo de los años. Desde el caso MATESA durante la dictadura, a la redacción de la Constitución de 1978, de la que es padre y en la que garantizó que las viejas estructuras franquistas encontraran encaje en el nuevo estado democrático. Dicen de él que fue un trabajador infatigable, supongo que como la mayoría de nuestros abuelos, con la única diferencia de que estos últimos no iban a sus trabajos en coche oficial, sino en tranvía, autobús o andando y pese a sus esfuerzos, hubo tiempos en los años de la depauperada España de la postguerra, en los que no pudieron eludir el hambre. Algo que el Sr. Fraga posiblemente no experimentó y muestra de ello son las famosas fotos bañándose junto al embajador de los EEUU en la supuesta playa de Palomares.

Se adaptó como buen animal político a casi todas las circunstancias sin renunciar a sus principios conservadores y reaccionarios. Nunca condenó el golpe militar de 1936, mal falangista hubiera sido al hacerlo, ni tampoco la dictadura. Debemos admitir que a diferencia de otros, tuvo la decencia de asumir su pasado y no trató de disimularlo o borrarlo. No creo que las campanas debieran haber doblado por su muerte y las muestras de condolencia de políticos presuntamente de izquierdas estaban de más. Para su fortuna y a diferencia de muchos miles de españoles, tuvo la suerte de morir en su cama y tendrá una sepultura identificada a la que sus familiares y sus devotos podrán acudir en peregrinación. Resulta irónico que muriera la misma semana en la que sus protegidos, tratando de salvar el legado franquista, iniciaron el juicio contra el juez que quiso investigar los crímenes de la dictadura. Extraño país el nuestro, que siendo capaz de investigar a dictadores de otras naciones, juzga a quienes tratan de reconstruir la historia y despide, con pena y duelo, a uno de los actores de una tragedia que duro treinta y siete años.

lunes, 16 de enero de 2012

La lista de Sinde


A raíz de la aprobación definitiva de la Ley Sinde en el primer Consejo de Ministros del nuevo gobierno del PP, una asociación de internautas ha llamado, como forma de protesta, a boicotear a todos aquellos artistas, escritores, músicos, directores, guionistas, productores, editores y actores que se mostraron favorables a la norma y para facilitar la labor ofrecen una lista con todos sus nombres. La mencionada Ley no es tanto un intento de proteger los intereses de los creadores, sino de preservar un modelo de negocio obsoleto y a una industria empeñada en conservar sus privilegios al margen de los cambios tecnológicos que han tenido lugar en los últimos años.

Dudo mucho que la Ley sirva para potenciar la creación artística, ni tampoco para que los creadores puedan ver mejorada su situación, como también tengo claro que alguno de los internautas, que con tanto ardor la atacan, solo están defendiendo otro modelo de "negocio" de cuyos beneficios tampoco los autores participan. Ésta no es una guerra entre creadores y consumidores, sino entre intermediarios, cada uno de ellos empeñado en defender sus intereses. La industria debe asumir el hecho de que los tiempos han cambiado, que la libertad de mercado que tanto defienden, aunque sus prácticas sean oligopolistas, les obligará a modificar la forma de hacer negocio y sobre todo, que la Ley Sinde sólo es un absurdo e ineficaz intento de poner puertas al campo.

Podemos discutir durante horas las contradicciones de un sistema que muestra una desmesurada preocupación en proteger los intereses empresariales mientras descuida, dejando a su suerte, al resto de ciudadanos; sin embargo, este desequilibrio en el discurso y las actitudes no es razón suficiente para incluir a nadie en ninguna lista por ejercer su derecho a expresar una opinión. Tenemos en este país la tenebrosa costumbre de no reparar en medios cuando se trata de dañar a nuestro oponente, de considerarnos asistidos por la gracia de Dios cuando se trata de perjudicarle, recurriendo a cualquier instrumento a nuestro alcance y la verdad, paso de guerras, porque por mucho que digan continúo pensando que el fin, por muy lícito que sea, no justifica los medios.

lunes, 9 de enero de 2012

Sabios y mercaderes


En el año 476 de nuestra era, Odoacro depuso al último emperador romano de occidente y al devolver las insignias imperiales a Constantinopla sellaba el final de una etapa de nuestra historia. Desde entonces han transcurrido más de mil quinientos años y en este amplio periodo de tiempo muchos acontecimientos han tenido lugar, incluida la Pequeña Edad de Hielo entre los siglos XIV y XIX. Estoy seguro de que si al hombre más sabio del siglo III le hubieran preguntado qué depararían a la humanidad los siguientes mil quinientos años, hubiera contestado, con humildad, desconocerlo. Es más, aunque conociera la respuesta, ésta no tendría mayor trascendencia ni para él ni para ninguno de sus coetáneos, que estarían demasiado ocupados en sobrevivir, física y psicológicamente, a la desintegración de su universo. Pero vayamos un poco más allá (qué sería de la vida sin ficción) y supongamos que nuestro imaginario personaje, aprovechando su fama, redondeara sus ingresos haciendo pronósticos y un rico mercader, desesperado por el futuro de sus mercancías, le hiciera esa pregunta, apoyando la respuesta con una gran bolsa de monedas. Así que el sabio, salvo que también fuera anacoreta, recurriendo a su ciencia, pintaría al mercader o a cualquiera que pagara por ello, un futuro de color de rosa. Además ¿qué podría pasar si se equivocaba? ¿Que le metieran un pleito por incumplimiento de pronóstico mil quinientos años después?

La duda de la mayoría de nosotros no tendría nada que ver con la certeza de los supuestos acontecimientos pronosticados, sino con determinar cuál de los dos personajes ficticios era más gilipollas, si el mercader por preguntar o el sabio por contestar. Sin embargo, si bien podemos fácilmente calificar de pura charlatanería o de adivinaciones las palabras de uno de nuestros antepasados, no tenemos ningún inconveniente en prestar atención a cualquier conclusión, siempre y cuando, venga firmada por un hombre sabio, léase científico. Un grupo de ellos afirma en la revista “Natura Neurosciencie” que el calentamiento global está retrasando la próxima glaciación en por lo menos mil quinientos años. Cómo han llegado a esa conclusión es, en sí misma, razón suficiente para concederles el Nobel (no sé si de ciencia o de literatura). De una sentada han logrado desentrañar los mecanismos que regulan el clima y sus variaciones históricas en nuestro planeta, hasta el punto de atreverse a afirmar que si no fuera por el calentamiento global ya estaríamos iniciando una nueva era glacial. Pese a mi escepticismo debo reconocer que me han alegrado el día, no solo puedo continuar consumiendo combustibles fósiles como un loco, sino que encima puedo hacerlo satisfecho por estar contribuyendo a mantener nuestro planeta bien calentito a salvo de glaciales y hielos perpetuos. Únicamente me pregunto quién habrá puesto la bolsa de monedas encima de la mesa para que estos científicos hagan esa afirmación. Porque cuando conoces al pagador, conoces las intenciones.