lunes, 9 de enero de 2012

Sabios y mercaderes


En el año 476 de nuestra era, Odoacro depuso al último emperador romano de occidente y al devolver las insignias imperiales a Constantinopla sellaba el final de una etapa de nuestra historia. Desde entonces han transcurrido más de mil quinientos años y en este amplio periodo de tiempo muchos acontecimientos han tenido lugar, incluida la Pequeña Edad de Hielo entre los siglos XIV y XIX. Estoy seguro de que si al hombre más sabio del siglo III le hubieran preguntado qué depararían a la humanidad los siguientes mil quinientos años, hubiera contestado, con humildad, desconocerlo. Es más, aunque conociera la respuesta, ésta no tendría mayor trascendencia ni para él ni para ninguno de sus coetáneos, que estarían demasiado ocupados en sobrevivir, física y psicológicamente, a la desintegración de su universo. Pero vayamos un poco más allá (qué sería de la vida sin ficción) y supongamos que nuestro imaginario personaje, aprovechando su fama, redondeara sus ingresos haciendo pronósticos y un rico mercader, desesperado por el futuro de sus mercancías, le hiciera esa pregunta, apoyando la respuesta con una gran bolsa de monedas. Así que el sabio, salvo que también fuera anacoreta, recurriendo a su ciencia, pintaría al mercader o a cualquiera que pagara por ello, un futuro de color de rosa. Además ¿qué podría pasar si se equivocaba? ¿Que le metieran un pleito por incumplimiento de pronóstico mil quinientos años después?

La duda de la mayoría de nosotros no tendría nada que ver con la certeza de los supuestos acontecimientos pronosticados, sino con determinar cuál de los dos personajes ficticios era más gilipollas, si el mercader por preguntar o el sabio por contestar. Sin embargo, si bien podemos fácilmente calificar de pura charlatanería o de adivinaciones las palabras de uno de nuestros antepasados, no tenemos ningún inconveniente en prestar atención a cualquier conclusión, siempre y cuando, venga firmada por un hombre sabio, léase científico. Un grupo de ellos afirma en la revista “Natura Neurosciencie” que el calentamiento global está retrasando la próxima glaciación en por lo menos mil quinientos años. Cómo han llegado a esa conclusión es, en sí misma, razón suficiente para concederles el Nobel (no sé si de ciencia o de literatura). De una sentada han logrado desentrañar los mecanismos que regulan el clima y sus variaciones históricas en nuestro planeta, hasta el punto de atreverse a afirmar que si no fuera por el calentamiento global ya estaríamos iniciando una nueva era glacial. Pese a mi escepticismo debo reconocer que me han alegrado el día, no solo puedo continuar consumiendo combustibles fósiles como un loco, sino que encima puedo hacerlo satisfecho por estar contribuyendo a mantener nuestro planeta bien calentito a salvo de glaciales y hielos perpetuos. Únicamente me pregunto quién habrá puesto la bolsa de monedas encima de la mesa para que estos científicos hagan esa afirmación. Porque cuando conoces al pagador, conoces las intenciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿El sabio que hace pronósticos es como las agencias de calificación de riesgo?