lunes, 25 de agosto de 2008

Angelitos negros

Pintor nacido en mi tierra
con el pincel extranjero
pintor que sigues el rumbo
de tantos pintores viejos.
Aunque la virgen sea blanca
píntame angelitos negros
que también se van al cielo
todos los negritos buenos.
Pintor si pintas con amor
por qué desprecias su color
si sabes que en el cielo
también los quiere Dios.

Ya no es suficiente tener una voz de ángel, ni que tus cuerdas vocales sean el deseo de un Stradivarius. Ya no es suficiente el talento, ese extraño pasajero que algunos llevan en su alma, su voz y sus gestos. Ahora es imprescindible y necesario ser estéticamente correcto, parecer un ángel aunque tu voz sea como la que tiene cualquier mortal después de una noche de alcohol y tabaco. Ahora, si tus dientes no están alineados da igual que tu voz pueda consolar a los muertos. Todo da igual, incluso si el caballo es capaz de ganar el Grand National, si al sonreír muestra una dentadura desalineada o carece de una pieza, será sustituido por un ejemplar por el que cualquier yegua suspiraría y cualquier criador apostaría.
Es el tiempo de la imagen, es el tiempo en el que la belleza, marcada por diseñadores puestos de Dom Pérignon o subidos en el caballo de las tallas absurdas e imposibles para cualquiera con más de doce años. Es el precio de la creatividad y la originalidad cuando los diseños han de estar en consonancia con físicos que casi son metafísica. Y el precio de su "genialidad" lo pagan otros y como todas las quimeras, siempre es excesivamente alto, arrastrando la infancia de algunos y la salud de muchos.
Solo a los escritores se les permite la dejadez, el abandono y también, a veces, el mal gusto. Total casi nadie lee, así que su número no los hace peligrosos y a quien lee le da exactamente igual el físico de quien escribe. Qué gente más rara son los lectores.
En todo lo demás, las piernas largas, casi infinitas, las sonrisas cautivadoras y cómo no, tener siempre la respuesta adecuada, aunque te la soplen, lo es todo. Dejad de esforzaros, si no estáis buenos o buenas dará igual cuales sean vuestros méritos, serás sustituido por un estereotipado ángel rubio de ojos azules y posiblemente con el coeficiente intelectual de un lagarto.
Pero si tienes la suerte de cantar como un ángel negro, conmover con tu voz o tener una solución inteligente y original, olvídate, cambia de planeta, dedícate a la interpretación o disimula. Porque si tus dientes no son perfectos te pintan bastos, salvo que tengas un buen culo, en ese caso, las cámaras, los espectadores y las inauguraciones te lo perdonarán todo, incluso el engaño.

domingo, 17 de agosto de 2008

Crónicas de un tiempo sin líneas (VIII)

Conquista II


Cuando llegaron las primeras imágenes todos respiramos aliviados, eran seres humanos, bueno...más o menos. Nos parecíamos mucho, salvo por algunas leves diferencias adaptativas, pero era evidente que compartíamos información genética. Esto no tranquilizó a todos. Los pobres desgraciados de este mundo concluyeron que los posibles nuevos patronos se parecían demasiado a los que ya tenían, así que se resignaron y volvieron a sus trabajos sin esperar demasiado del futuro.
Antes de que pudieran comenzar su mensaje la emisión fue a su vez pirateada por una ingeniosa multinacional de pompas fúnebres que aprovechó la ocasión para colocar un mensaje publicitario. Este duró poco en antena, parece ser que la sede de la multinacional saltó por los aires. Unos dicen que como consecuencia de un escape de gas, otros, los menos, pero no por eso poco informados, afirmaban que todo fue un malentendido. Un general nervioso, de gatillo fácil y necesitado de gloria, ordenó "borrar a esos cretinos de la faz de la tierra”, pero olvidó mencionar a qué “cretinos” se refería. Así que el responsable del ataque, ante una orden tan ambigua, se dejó llevar por su sentido común y redujo a escombros un edificio valorado en ciento sesenta millones de dólares. La verdad es que a nadie le preocupó demasiado, es más, yo diría que todos, salvo la compañía aseguradora, agradecieron el gesto.
Una vez interrumpida la interrupción, todos pudimos ver y escuchar a nuestros visitantes. Primero pidieron disculpas por la alarma generada, si habían decidido ponerse sobre nuestras principales ciudades era simplemente para que ningún gobierno del mundo se sintiera agraviado por no tener contacto directo con ellos. Durante los meses que habían estado inmóviles y silenciosos en nuestra órbita, nos habían estado observando y llegaron a la conclusión de que nuestras diferencias y desconfianzas aconsejaban seguir esa línea de actuación. Además habían dedicado este tiempo también a analizar nuestra situación y necesidades. Afirmaban estar preocupados pero no sorprendidos. Ellos en su pasado lejano ya habían llegado a un punto como el nuestro y fueron capaces de superarlo, así que estaban aquí para brindarnos su ayuda, sin esperar nada a cambio. Al fin y al cabo nosotros éramos descendientes de uno de sus primeros intentos de colonizar la galaxia y por fin, después de milenios de búsqueda habían encontrado a sus hermanos extraviados. Luego supimos que en el pasado, incluso en aquel mundo capaz de iniciar la colonización de la galaxia, había gente dispuesta a ahorrar unos céntimos en sistemas de navegación y comunicación. Se sentían algo culpables por ese hecho y también por haber nombrado comandante de esa nave a un tal Noé, quien nunca dio muestras de ser una persona excesivamente atinada.
Pusieron a nuestra disposición una fuente de energía limpia, renovable y muy económica. Medios para recuperar los ecosistemas, semillas productivas que no agotaban el suelo y capaces de germinar en el desierto. Nos ofrecieron “píldoras mágicas” que erradicaban cualquier enfermedad y muchas otras cosas que posibilitaban en cuestión de pocos años cambiar la vida de los habitantes del planeta. Nos ofrecían todo el asesoramiento científico que necesitásemos, pusieron a nuestra disposición toda su experiencia para superar las diferencias entre naciones y personas. Nos dieron la oportunidad de no volver a tener más guerras. Y en caso de dificultades o catástrofes naturales a escala global nos hicieron saber que podríamos contar con la ayuda de cientos de planetas que formaban parte de una gran federación galáctica.
Después de su mensaje esperaron nuestra respuesta. Pero ¿han oído aquello de que el camino al infierno esta empedrado de buenas intenciones? Pues este fue uno de los ejemplos más claros, como única respuesta obtuvieron el mayor escándalo que nunca antes se había organizado en este mundo. Las empresas de biotecnología fueron las primeras en montar el número, ¿qué era eso de ofrecer gratis algo que podría estar sujeto a patentes?, para ellas esas supuestas semillas milagrosas ya estaban a disposición de todos y estaban dispuestos a suministrarlas siempre y cuando se pagara un precio justo.
Pero el escándalo de estas empresas sólo fue la pataleta de un niño comparada con la que organizaron los países productores de petróleo y las compañías que lo distribuían. Tardaron en reaccionar, se habían adentrado tanto en el desierto que necesitaron varios días para poder regresar a sus centros de decisión y desde allí amenazaron con cortar inmediatamente el suministro de recursos si no se borraba inmediatamente del cielo a aquellos desequilibrados dispuestos a fastidiarles el negocio más rentable de la historia de la humanidad.
Las siguientes en sumarse al griterío fueron las farmacéuticas, qué era eso de curar a la gente, si cualquiera con dos dedos de frente sabe que el verdadero negocio no es la curación, sino la cronificación de los pacientes o inventarse riesgos para la salud. La cura de una enfermedad suponía la pérdida de miles de puesto de trabajo, no digamos cuáles serían las consecuencias de una cura para todas las enfermedades. Los accionistas presionaron a los ejecutivos, estos a los gobiernos y estos como siempre pensando en el interés de todos los ciudadanos decidieron tomarse un periodo de reflexión respecto a las propuestas de “esos seres extra-terráqueos”. Los militares presionados por la industria armamentística y temerosos de quedarse sin galones ni trabajo, elaboraron planes de ataque. Dados como eran a pocas sutilezas propusieron lanzar un par de bombas de hidrógeno sobre una de las naves, solo para intimidar y que se largaran con sus ofertas a otro lado. Claro, que no repararon en que quizá la intimidación incineraría a varios millones de seres humanos. Cuando alguien les hizo caer en la cuenta de ese riesgo, en lugar de arrugarse sacaron pecho y hablaron de daños colaterales, de que esos ciudadanos serían mártires inevitables en la cruzada en defensa de la libertad de la tierra.
Esta iniciativa no prosperó. Algún mando guiado por un extraño sentido del deber filtró el plan a la prensa y a los ciudadanos. Estos últimos tan bien dispuestos últimamente a rezar y poner velas a santos que habían sido martirizados, no mostraron tanto entusiasmo en convertirse en uno de ellos. Además no tenían muy claro qué libertad pretendían defender los militares, si la de los ciudadanos o la de las empresas. Así que el mundo fue testigo de las mayores manifestaciones a favor de la paz que nunca antes se habían producido, incluso árabes y judíos marcharon juntos. Así que los militares ante la posibilidad de perder la simpatía de los lobbies de armas o perder el cuello, optaron por conservar la cabeza sobre sus hombros y dieron marcha atrás en su intento de arrasar una ciudad.
Durante semanas el edificio de las Naciones Unidas tembló con las discusiones o el miedo de los representantes de las naciones, ya que millones de personas esperaban fuera la decisión de sus políticos y estos estimulados por la pasión y la desconfianza popular, no querían cometer ningún error. Finalmente un viernes la mayoría de los estados hicieron una declaración conjunta. Los cinco grandes con derecho a veto habían consensuado un documento de respuesta. Algunas naciones no suscribieron este acuerdo y las más firmemente contrarias a él fueron las del norte de Europa, donde los ciudadanos tradicionalmente estaban dispuestos a pagar altos impuestos en interés de la comunidad. Los representantes díscolos anunciaron que aceptarían todas y cada una de las ofertas de los visitantes y los pondrían a disposición de quienes estuvieran interesados en estos conocimientos. El resto de naciones los acusaron de colaboracionistas, y propusieron cambiar el nombre de la capital de una de esas naciones por el de Quislingcolmo.
Todos los demás gobiernos de la tierra estuvieron de acuerdo en aceptar las propuestas de los visitantes, siempre y cuando estás no fueran de dominio público. Si la información era entregada a las grandes corporaciones, entidades responsables y de honradez más allá de toda duda, sería bien recibida, en caso contrario no aceptarían ninguna propuesta. Los visitantes y la mayoría de los ciudadanos del mundo quedaron perplejos. Los primeros no podían entender tal empecinamiento, especialmente cuando nuestro modelo de desarrollo llevaría al planeta al desastre en tan solo unas décadas.
Así que hicieron la única oferta posible, esta vez no iba dirigida a las naciones sino a las personas. ofrecieron a todo aquel dispuesto a dejar la tierra que les acompañaran, en la galaxia había suficientes planetas habitados y habitables donde escoger y empezar una nueva vida. Además en todos y cada uno de ellos los recién llegados serían bien recibidos.
Entonces el pánico fue cosa de gobiernos y corporaciones, porque la mayoría de los ciudadanos de este planeta se sintieron entusiasmados, incluso los pobres dejaron de trabajar para prestar atención a la oferta. Pero los gobiernos no se rendirían sin lucha. Algunos estados declararon el estado de excepción, otros, más sutiles o con ciudadanos más levantíscos optaron, en complicidad con las cadenas de televisión, por bombardear a las audiencias durante semanas con mensajes contrarios a los visitantes. Incluso repusieron una vieja serie de televisión titulada “V”, en la cual unos visitantes llegaban a la tierra y ofrecían su ayuda, pero tras la fachada de buenos samaritanos se escondían unos reptiles come ratones. Y para reforzar el efecto de la publicidad algunos estados barajaron la posibilidad de entregarles todos los presos y vaciar las cárceles. Si rechazaban la propuesta tendrían una razón para acusarlos de farsantes, si la aceptaban la gente desconfiaría de unos tipos que se llevaban a todos los indeseables del planeta. Con algunos matices la propuesta fue aprobada. Algunas naciones se negaban a soltar a sus presos políticos y que estos pudieran contar el trato dispensado y las razones de su encierro, así que los presos de conciencia quedaron excluidos de la oferta y esta fue presentada públicamente.
Creo que fue en ese momento cuando la paciencia de los visitantes se agotó. Según su constitución y principios morales estaban obligados a ofrecer su ayuda y apoyo a cualquiera que la necesitara y a defender a las personas de las tiranías y para eso no necesitaban iniciar una guerra, de algo tendrían que servir tres milenios de ventaja tecnológica. Entonces pusieron una fecha para el inicio de las recogidas y anunciaron que cualquier intento por evitarlas sería anulado. Los militares se restregaron las manos. Un presidente dio diez minutos a los siete millones de ciudadanos de una población para abandonarla antes de que dos ingenios nucleares estallaran en ella y diez minutos después no paso nada, los misiles nunca salieron de sus silos y para esto no se necesitó la intervención de los visitantes. Nadie quiso cumplir esa orden, incluso un general de varias estrellas, dispuesto él solo a cumplir la orden, fue arrestado por sus propios hombres y puesto de patitas en la calle, es decir, en la puerta de la base militar, donde cientos de personas entusiasmadas lo esperaban para agradecerle su heroico intento.
Mientras esto ocurría en el primer mundo mucha gente de países del tercer mundo empezó a dirigirse a los centros de reunión. Los primero en llegar fueron los cientos de miles de personas recluidas en los campos de refugiados en África, las guerrillas y los gobiernos de ese continente trataron de evitarlo. Fue cómico ver como después de ser rociados con un gas lanzado desde las naves, los valientes soldados y guerrilleros siempre bien dispuestos a disparar sobre civiles desarmados, soltaban sus armas y corrían a bajarse los pantalones. Parece ser que el gas en cuestión relajaba los esfínteres. Después millones de agricultores indios, tras asegurarse de que en alguno de los posibles destinos no había nadie apellidado Monsantos o DuPont, aceptaron gustosos la oferta y también embarcaron. Pocas semanas después, las primeras naves llenas abandonaron nuestro planeta, pero llegaron otras para sustituirlas. Después de eso los pocos indígenas norteamericanos que malvivían en reservas fueron embarcados y desaparecieron con destino a un planeta sin habitar al que habían bautizado como Colinas Negras.
Pese a la oferta tan generosa mucha gente dudaba. Al principio solo los más desesperados, varios cientos de millones de personas, aceptaron la oferta. Quien tenía algo aquí aún desconfiaba y se resistía a abandonarlo, pero cuando dos años más tarde algunos de los antiguos famélicos enviados por sus familias como exploradores regresaron llenos de salud, vitalidad y buenas noticias, la avalancha fue inmensa e imparable.
Entonces incluso los países desarrollados sufrieron esta sangría. Los desfavorecidos buscaban una nueva oportunidad y los enfermos una cura, todos ellos abandonaron la tierra con destino a uno de esos paraísos donde las cosas, según las noticias, eran algo más justas.
Los gobiernos en un último intento de recuperar el control y a sus electores, llegaron a proponer desenterrar las leyes medievales de servidumbre para vincular a la gente a sus empleos y ciudades. Pero nada podía evitar ya esa masiva emigración, en pocos meses el planeta quedó prácticamente desierto.
Algunos gilipollas como yo, sonreímos aferrados a nuestras acciones y propiedades. Solo éramos capaces de pensar en los descuentos fiscales que obtendríamos ahora que los programas sociales no eran necesarios. Pero la ilusión duró muy poco, pronto las acciones y las propiedades perdieron valor. Ya no quedaban desgraciados trabajando quince horas al día para mantener alto el valor de nuestras acciones, apenas quedaron candidatos a la explotación y los que quedaron exigían unos sueldos inimaginables dos años antes. Pero si la experiencia nos empobreció un poco, también nos hizo algo más sabios, por fin descubrimos que los extraterrestre no eran ni verdes ni azules, sino rojos, unos puñeteros “rojos”, es decir, la peste de cualquier nación civilizada. No les reprocho nada en el fondo nos hicieron un favor, ahora ya no tenemos que disimular, el planeta es solo nuestro.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Crónicas de un tiempo sin líneas (VIII)

Nota: Debido a la longitud de la historia, he decidido dividirla en dos partes. Además quién no echa de menos los viejos folletines...

Conquista (I)

Qué desiertas están las calles desde que llegaron. Las ciudades han quedado prácticamente vacías, parece como si una plaga hubiera arrasado el planeta. Ahora, a diferencia de hace tres años, puedes pasear durante horas y cruzarte con apenas veinte personas. Una ciudad de tres millones de habitantes ha quedado reducida a tan solo cuatrocientos mil. Y esta es una de las afortunadas, en algunos lugares de África hay regiones enteras donde ha desaparecido todo rastro de vida humana. No nos mató una plaga ni nos exterminó una guerra, la causa de estas calles desiertas vino del espacio exterior.
Hace unos cinco años una mañana la tierra se despertó con la noticia de que grandes objetos habían sido avistados en la órbita de nuestro planeta. El planeta entero contuvo la respiración. Después de décadas de debates sobre la existencia de vida inteligente en la galaxia y sobre si estas civilizaciones nos visitaban, las imágenes de unas naves cilíndricas de golpe ponían fin a la controversia. Pero el final de esta controversia solo supuso el inicio de otra, y esta había dejado de ser una especulación cinematográfica para transformarse en una preocupación real. La siguiente pregunta que nos hicimos todos fue ¿cuáles eran sus intenciones? La imaginación popular evocaba escenarios donde la humanidad era exterminada o esclavizada, así era natural que todos andáramos un poco inquietos. Los indicios no presagiaban nada bueno, ya que una embajada no hubiera necesitado tantas naves ni tan grandes.
Durante días permanecieron inmóviles. Fue “el tiempo de los expertos”, Mientras los gobiernos se reunían, deliberaban y se reprochaban mutuamente la falta de previsión ante un acontecimiento de esta naturaleza, los militares debatían las posibilidades de nuestros ejércitos frente a una hipotética invasión y como siempre decidieron esperar al final de la hipotética guerra para determinar cual sería la estrategia más adecuada. Era su manera de hacer las cosas, no se ganaban muchas guerras con esta filosofía, pero por contra tras cada derrota se volvían un poco más sabios.
Luego también florecieron otros “expertos”, chalados de muy diversa condición y pelaje. Profesores y doctores en materias extrañas y hasta ese día desconocidas para la mayoría de los mortales, que daban su opinión sobre una tecnología desconocida, pero que ellos trataban como si llevaran años desayunando cada mañana con ella.
Esta unanimidad y claridad de ideas de nuestros líderes políticos, militares y científicos, hizo que cada uno tomase la decisión que consideró más oportuna en ese momento. Los más prácticos y previsores optaron por enterrar bienes y dinero, con la esperanza de poder comprar llegado el momento su vida o libertad, actitud por otra parte muy desconcertante, ya que normalmente el conquistador no suele pedir permiso para quedarse con las propiedades ajenas. Esta forma de consuelo era tan buena como la que llevó a auténticas masas de personas a llenar iglesias, mezquitas y sinagogas, asustados de poder pasar a mejor vida sin estar en la gracia de Dios. Unos pocos chalados esperaban excitados un nuevo amanecer para la tierra. Consideraban a los visitantes salvadores del planeta, la última esperanza de la humanidad.
Fueron días extraños, de conductas esperpénticas, que en otras circunstancias nos hubieran hecho reír, como por ejemplo la decisión de la Iglesia Católica, tan acostumbrada a contemporizar con el poder, concreto o probable, que decidió excomulgar a la mitad de los abducidos y canonizar a la otra mitad. Los canonizados aún vivos que antes habían sido tratados poco más o menos como desequilibrados mentales, ahora eran considerados profetas.
Pero en muchos lugares de la tierra, la gente se limitó a continuar trabajando sin hacer mucho caso a las especulaciones. Para ellos podría haber o no una invasión, pero para ser testigos de este hecho debían llegar vivos, lo cual equivalía a continuar trabajando con la esperanza de poder comer. Así que a estas gentes les daba exactamente igual que fueran invasores o benefactores, ellos para variar, incluso en el supuesto de que la humanidad fuera esclavizada, no notarían la diferencia, tan solo habría un cambio de patrono. Aunque en silencio guardaban la esperanza que los nuevos esclavistas fueran más humanos en el trato que sus antecesores en el cargo.
Ante la inmovilidad y el silencio de los visitantes la gente empezó a acostumbrarse a su presencia y a no esperar nada. Algunos expertos con algo más de sentido común que la media apuntaron que quizá las naves estaban desiertas, que habían sido arrastradas por nuestra gravedad o que eran los restos de una expedición cuya tripulación había muerto mucho tiempo atrás. En ayuda de la incertidumbre general y el desconcierto gubernamental llego el Campeonato Mundial de Fútbol que durante unas semanas distrajo la atención de todos.
Llegó la final del campeonato y ese fue el momento escogido por los visitantes para ponerse en movimiento. Evidentemente este hecho pasó desapercibido durante varias horas, no fue hasta después de la clausura del campeonato que la prensa informó del acontecimiento. Las naves habían abandonado la órbita terrestre y se situaron en la vertical de las principales ciudades del mundo. Entonces el miedo se transformó en pánico, ese “modus operandi” recordó a muchos una vieja película en la cual, unos invasores feos y bastante “hijoputas” seguían exactamente el mismo procedimiento. Los coros de las iglesias no paraban de cantar en todo el día. Aquellos que habían enterrados sus bienes trataban de desenterrarlos y llevárselos más lejos aún. Algunos de los que defendían la teoría salvadora fueron linchados, nadie hizo nada por evitarlo. Al menos mientras la gente estaba entretenida colgando a pobres desgraciados no exigía responsabilidades a los cuerpos legislativos y ejecutivos y estos tenían tiempo para abandonar discretamente las capitales y buscar refugio lejos de ellas. El presidente de los EEUU desde algún lugar indeterminado, pero seguro que a treinta metros de profundidad, llamaba a la calma. Los miembros del congreso y del senado de ese mismo país, recurrieron a un viejo refugio de la guerra fría situado bajo un hotel para deliberar, junto con sus familias, las medidas más oportunas en caso de ataque. Y así actuaron la mayoría de los diferentes gobiernos de la tierra, pusieron tierra por encima de ellos y durante unos días desaparecieron, aunque apenas se notó su ausencia.
Después de unos días de inquietud, pánico y carreras, los “visitantes” se pusieron en contacto con el mundo. Pincharon las emisiones de los canales de televisión para poder comunicarse con los seres humanos. Las cadenas de televisión, ya picadas por no haber sido avisadas el día que se pusieron en movimiento, montaron la de “Dios es Cristo”. Amenazaron a los invasores con demandas millonarias, no solo por pinchar las señales, sino también por pretender emitir su mensaje sin pausas publicitarias. Según los representantes de estos canales, aquellos tipos, marcianos, venusianos o de donde diablos fueran, eran unos auténticos desaprensivos, unos fascistas de color verde que se atrevían a atentar contra el derecho a la información. Pero incluso los histéricos directivos de estos canales, pese a la opinión general, también eran seres humanos, así que la curiosidad acabó imponiéndose y fueron capaces de cerrar la boca durante unos minutos para ver y oír a los visitantes. Y allí estaba medio mundo delante de millones de televisores esperando el que seguramente sería el mensaje más importante que la humanidad había recibido desde los tiempos de Moisés.

martes, 12 de agosto de 2008

Sin título

Por Fuentenebro.


Cuando Abel se fue era de noche y llovía.

Cuando Abel se fue hacía frío y el coche se le caló. Pudo volver a entrar en casa y fingir haberse arrepentido– Cariño, perdóname, soy un imbécil pero te necesito- pero volvió a girar la llave en el contacto y desapareció.

Yo no podía fijarme en esos detalles, me los contaron después. Solo recuerdo el ruido de la puerta al cerrarse y ese vacío que me llenó el alma ocupando todo el espacio que tenía.

Pasé dos días sin salir de la bañera vacía, hecha un ovillo, totalmente empapada por las lágrimas que me ahogaban, hasta que un amigo, extrañado por no saber nada de mí, vino a ver qué pasaba y después de una hora aporreando la puerta, amenazó con llamar a la policía.


Recuerdo haber sobrepasado el dolor para entrar en un estado de semiinconsciencia que me impedía moverme, lavarme, comer, la pena es que no me impedía pensar. Eso era lo único que hacía un día tras otro, pensar y darle vueltas al momento en que él decidió cerrar la puerta a nuestra historia y romperme en pedazos que tal vez nunca podría volver a unir.

Él no me quería, siempre lo supe, pero yo lo amaba tanto que eso nunca me importó. Estar a su lado me hacía sentir realmente especial y su cuerpo sobre el mío, bajo el mío, entre el mío.... Su mano en mi mejilla o colocándome el pelo, su aliento cerca de mí o el oír que pronunciaba mi nombre; aquellas largas charlas sentados en la alfombra bastaban para hacerme sentir que el futuro tenía sentido, que las cosas estaban en su sitio y que yo podía ser la princesa de los cuentos que siempre había imaginado, bailando en pijama por el pasillo o corrigiendo sus exámenes mientras él veía un partido.

Si la bruja de Maribí no me hubiera parado aquel día en la calle, si no hubiera insistido en enseñarme las cartas que él le escribía. Si yo no hubiese leído todas las zafiedades que Abel decía que le haría…Si cuando llegó a casa él no me hubiera encontrado llorando y yo no le hubiera dicho todo lo que sabía…tal vez Abel estaría aún a mi lado y prepararíamos la cena con una copa y entre risas.

Y nos iríamos a la cama a descubrirnos una vez más. Y al día siguiente, amanecería.

viernes, 8 de agosto de 2008

Crónicas de un tiempo sin líneas (VII)

Emigración

Aún recuerdo cuando el mar llegaba hasta donde estoy sentado en estos momentos. Hace treinta años en este mismo lugar su aguas mojaban mis pies y podíamos ver decenas de naves varadas en la playa o saliendo a mar abierto. La ciudad casi vivía a pie de mar. Las marismas no existían aún, los inviernos eran más suaves y los veranos más cálidos. Ahora el frío se prolonga hasta bien entrado junio, las frecuentes heladas destruyen la fruta, y los veranos frescos y lluviosos pudren el grano antes de que madure. Al final solo recogemos unos pocos sacos de grano, insuficientes para mantener a una familia, menos aún a una ciudad.
Primero desaparecieron los comerciantes, el puerto quedó anegado y después desapareció engullido por las marismas. Tras ellos marcharon muchos otros ciudadanos, aquellos que vivían de ellos. Los ricos y poderosos buscaron otros lugares donde establecerse, los que nos quedamos hemos vividos expuestos a la miseria y a enfermedades antes desconocidas y para las cuales no teníamos remedio.
La ciudad ha ido cambiando al ritmo de mi envejecimiento, reduciéndose y encorvándose hasta convertirse en un espacio irreconocible para quienes nacimos en ella. El cambio apenas fue perceptible al principio, pero a mi regreso, después de veinte años fuera, pude comprobar como la playa estaba más alejada de la ciudad y las naves varadas en ella eran mucho menos numerosas. La población se había reducido, las enfermedades habían hecho estragos entre mis vecinos, la pérdida de comercio y la inseguridad de los caminos acabaron con su vitalidad.
Quise ignorar los síntomas que anunciaban su desaparición. Sólo recordaba la ciudad bulliciosa, siempre activa, un lugar lleno de sonidos que no concedían tregua ni cuando llegaba la noche. Ahora casi siempre permanece silenciosa, por las noches las puertas de la ciudad se cierran y sus calles quedan desiertas. Desde que volví no he sido testigo de uno de esos atascos que antes eran cotidianos en sus calles, especialmente los días de mercado. Las ciudades se mueren. Quizá debí abandonarla cuando empezamos a aprovechar las piedras de edificios públicos y casas vacías para construir una muralla. Toda una ironía, deconstruir una ciudad para protegerla, para aislarla del mundo, para salvaguardar su decadencia de la mirada de extraños, empequeñeciéndola en cada tramo de barrera construido.
Esta pequeña ciudad nunca fue gran cosa, pero ahora es mucho menos y pronto seguramente no pasará de ser un pueblucho semiabandonado. Antes solo era una ciudad de provincias, tranquila, alejada de los grandes hombres y acontecimientos de nuestra nación. Pero pese a la distancia nos sentíamos orgullosos de pertenecer a un imperio que era dueño de casi todo, potente e invulnerable, orgulloso y arrogante, sus ejércitos eran la muestra de nuestro poder y el terror de nuestros enemigos. Ahora se han transformado en bandas de depredadores guiados por generales ineptos y ambiciosos. Nuestros gobernantes no son mucho mejores que ellos, en el mejor de los casos inútiles idiotizados y cobardes, en el peor, sádicos sedientos de sangre que convierten sus gobiernos en baños de sangre.
La gente muere o huye. Algunos hemos tratado de aguantar todo lo posible, pero la voluntad ya no es suficiente para cambiar las cosas. Las cosechas cada vez son más escasas, muchas tierras permanecen baldías, sin nadie que las trabaje. Y las pocas propiedades aún productivas y rentables están permanentemente acosadas por la rapiña de grandes propietarios empeñados en construir pequeños reinos agrícolas.
Las ciudades se despueblan. El desabastecimiento de alimentos y las enfermedades han provocado la huida de muchos. Unos han ido al otro lado del mar, al este, ese es el camino que mi familia y yo tomaremos. Otros sin recursos para escapar han renunciado a sus libertades, al privilegio y la dignidad de su ciudadanía para ponerse bajo la protección de terratenientes que han transformado sus residencias agrícolas en fortalezas y se han rodeado de hombres armados. Hace cuarenta años todo esto nos hubiera parecido un cuento para asustar a los niños, pero ahora estamos siendo testigos del fin del mundo. Estamos sufriendo la ira de los dioses, les volvimos la espalda y ahora pagamos las consecuencias. Ignoramos sus avisos y por desgracia no podemos seguir ignorando las amenazas. La vida de mi familia y la mía propia están en peligro.
-Dominus-, un esclavo, interrumpe mi reflexión. -Debemos irnos.
Finjo ignorarlo, pero tiene razón. Hace una semana llegó la noticia. Roma, la imperial, la eterna, el centro del universo, había sido saqueada. Las noticias las traían refugiados asustados, hambrientos y desesperados que trataban de encontrar un pasaje para abandonar esta tierra que se hundía en la oscuridad. Dejamos atrás casi todo, la casa familiar donde crecí y desde donde mi familia fue testigo durante generaciones de la grandeza de Roma. Ya no quedan las legiones de Mario que puedan protegernos, no quedan generales como Cesar capaces de cambiar el curso de una guerra, ni emperadores como Augusto dispuesto a perseguir a los enemigos del imperio hasta sus propias casas. Solo queda huir. Pronto embarcaremos con lo justo para empezar de nuevo. Iniciaremos un incierto viaje hacia Constantinopla, la última luz de nuestro imperio. A la antigua Bizancio huyen los restos del mundo civilizado. Quien no logre alcanzarla se sumergirá en una larga noche fría y espesa.

jueves, 7 de agosto de 2008

Crónicas de un tiempo sin líneas (VI)

Indocumentado

No existen días tranquilos en una comisaría, ni tampoco historias aburridas. Y el tipo que tenía delante era la confirmación de estas dos afirmaciones. No, no soy policía, ni tampoco periodista, simplemente tengo la costumbre de escuchar conversaciones ajenas. Pueden pensar que la mía es una costumbre despreciable o como mínimo una mala costumbre. Nada más lejos de la verdad, es una fuente constante de inspiración y de reflexión sobre la vida, por eso yo prefiero considerarme un sociólogo aficionado o un antropólogo amateur.
Aquella madrugada me encontraba en comisaría para unos trámites sin importancia, por una simple cuestión de versiones. Según el agente que me acompañó hasta allí, yo “no solo mostraba evidentes síntomas de embriaguez, sino que ante su requerimiento para que bajase de la estatua ecuestre a la que me había subido a orinar, le respondí agrediéndole con un intenso y abundante chorro de orina". Eso según su versión, la mía difería notablemente. Yo sólo subí a aquella estatua para poder contemplar el paisaje urbano desde su pedestal. Mi supuesta agresión, fue únicamente un desafortunado accidente resultado del sobresalto que me produjo la presencia de la autoridad y por supuesto, mi presunta embriaguez solo era, como dijo aquel abogado de nombre Cosme, un simple “pedete lúcido”.
Mientras esperaba mi turno, tuve la oportunidad de escuchar una conversación sumamente inquietante. Un agente de policía, con cara de cansancio y pocos amigos, trataba de redactar un informe frente al ordenador. Le preguntaba a un tipo bastante desaliñado, vestido con ropa de calidad, pero envejecida. Sin llegar aún a estar sucio, empezaba a mostrar signos de necesitar un baño en condiciones. No hubiera prestado más atención a esta conversación, demasiado ocupado estaba yo tratando de encontrar una explicación razonable para estar subido a aquella estatua, si no hubiera sido por un detalle que me hizo olvidar mis posibles alegatos de inocencia y prestar atención a la conversación. Cuando el policía le preguntó su nombre al tipo desaliñado, este contestó:
-No estoy seguro.
El policía se quedó un poco perplejo.
– ¿Cómo que no está seguro de su nombre?
-Esa es la razón de que esté aquí, agente- contestó el tipo un poco nervioso.
El policía pareció respirar aliviado. Yo por el contrario estaba decepcionado, seguramente solo sería un caso de amnesia, lo enviarían al hospital y el agente podría terminar su turno a tiempo. Pero si esta posibilidad era su esperanza de tener un fin de turno tranquilo, pronto quedó decepcionado y por supuesto, yo encantado.
-Quiere decir- preguntó el policía tratando de llevar el tema al mundo de lo tangible y de los trámites simplificados -¿que no recuerda su nombre?
-No, no señor. Quiero decir que no estoy seguro de cuál es mi nombre, de hecho estoy aquí para denunciar un robo.
El agente sonrió levemente, no era amnesia. Pero debió pensar que un robo tampoco estaba nada mal, de hecho era mucho mejor, las denuncias por robo son las más sencillas de rellenar.
-¿Qué le han robado?- preguntó el agente solícito.
-Mi identidad señor, me han robado mi identidad.
El agente tardó un poco en reaccionar ante la declaración del individuo. Yo en cambio soy mucho más rápido y fingiendo estirar las piernas me acerqué un poco más a ellos para poder escuchar mejor la conversación.
-Pero oiga, ¿cómo pueden robarle la identidad a una persona?- dijo el policía.
-Pues por eso estoy aquí, quiero que lo averigüen.
El cansado agente resopla resignado, pensando que delante tiene a un auténtico chalado.
-No me mire así- se defiende el pobre hombre de la mirada del agente, el cual decide cambiar de estrategia.
-¿Ha bebido usted?- pregunta sin contemplaciones.
Iba a contestar pero justo antes de hacerlo me di cuenta de que la pregunta no iba dirigida a mí.
-No, no bebo nunca-. Responde el supuesto chalado.
-¿Toma algún tipo de medicación?
-No señor, salvo que los caramelos para la garganta sean considerados un medicamento.
-No, no me refería a ese tipo de medicación- contesta el agente. Mira al individuo que tiene delante y su aspecto le confirma las palabras del consumidor de 'juanolas'. Parece sobrio.
-De acuerdo-, dice el policía resignado -cuénteme su historia-. Y entonces el individuo contó la historia más extraña que nunca antes había escuchado.
-Todo empezó el miércoles de la pasada semana. Como cada mañana me despedí de mi esposa y salí de casa camino del trabajo. Pero cuando estaba en la autopista me di cuenta de que no llevaba la cartera. -Quizá la he olvidado en casa- pensé – pero a esa hora ya no había nadie allí y decidí esperar a la noche para comprobarlo. Estaba absolutamente seguro de haberla olvidado, en ningún momento se pasó por mi cabeza la posibilidad de haberla perdido. Y cuando llegué al trabajo ya no pensé más en el asunto. Aparte de las llaves de casa, del coche y algunas monedas sueltas en los bolsillos, no llevaba nada más, ni tarjetas, ni documentos.
El día pasó rápido en el trabajo, con esa fortuna en el bolsillo ni siquiera pude comer. Cuando salí del trabajo ya era tarde, no era nada inusual, así era casi todos los días y llegué a casa cuando ya eran bien pasadas las diez de la noche. Abrí la puerta y al entrar un tipo que me resultaba vagamente familiar me preguntó quién era.
Sorprendido retrocedí, quizá me había equivocado, estas casas adosadas son todas iguales. Pero había abierto con mi llave, así que volví hasta el umbral de la puerta para comprobar el número. Apareció mi mujer preguntando al hombre que quién era el tipo de la entrada y anunciándome que ya había llamado a la policía.
Me invitaron a salir de “su” casa, a lo que por supuesto me negué. Aparecieron mis hijos asustados y llamaron a aquel tipo 'papá', y mi perro, ¡mi propio perro!, aquel inútil que solo sabía comer y cagar, que en su vida había ladrado a nadie, ahora lo hacía contra mí y encima enseñaba los dientes y tenía el vello erizado. ¡Si hasta logró que le tuviera miedo!
Finalmente apareció la policía y me pidió la documentación. Yo claro, no pude identificarme, pero exigí que identificaran al tipo a quién mis hijos habían llamado papá. Casi me caigo de culo cuando el tipo en cuestión, sacó mi cartera de su bolsillo y les enseñó mi documento de identidad.
Nadie pareció reparar en el detalle, pese a mi insistencia, de la falta de parecido entre el individuo y la foto del carné, ni tampoco en mi parecido con la cara de la foto. Yo siempre he sido más bien bajito, con gafas y entradas. Incluso en una foto tomada hacía tres años las diferencias eran evidentes. De nada sirvieron mis protestas, ni llamar a mis hijos por su nombre. Acabé en la calle con la exigencia de los agentes de que 'circulara'. Según ellos podía considerarme afortunado de no ser detenido, ya que los propietarios de la casa no habían querido presentar denuncia. Pero si persistía en molestar a esa familia acabaría en comisaría y allí ni los mirones, ni los tipos que conocen el nombre de los hijos de otras personas eran bien recibidos.
Aún anonadado me puse a andar sin saber muy bien a dónde ir. Finalmente caí en la cuenta de porqué ese tipo me resultaba familiar, era el instalador de la televisión por cable. Me había cruzado con él esa mañana al salir de casa y habíamos tropezado, debió de ser en ese momento cuando se me cayó la cartera.
Pasé esa noche en el coche y por la mañana, aún confuso y sin saber muy bien que hacer, volví a mi trabajo. Cuando llegué oí risas, algo poco habitual. Para mí el trabajo siempre ha sido ante todo seriedad y no permitía ciertas conductas en mi departamento. Entré dispuesto a pegar un par de voces, pero me quedé de piedra, aquel tipo desde la puerta de mi despacho bromeaba con todo el mundo, incluso el director general estaba allí, tratándolo como a un amigo de toda la vida, y riéndose como un loco. En quince años nunca antes había visto a nadie tratar al director general con esa familiaridad y confianza. Me senté en una silla en la recepción y me quedé allí hasta la hora de la comida. Nadie pareció reparar en mí. Todo el mundo salió puntualmente y parecían ir a almorzar con mi sustituto, algo que yo nunca hubiera hecho. Incluso delante de mí, dió la tarde libre a uno de los administrativos para que pudiera acompañar a su esposa al ginecólogo. Inaudito, me di cuenta de que en cuestión de horas yo había desaparecido totalmente, no podía competir con aquel tipo con el entusiasmo de un relaciones públicas. Entonces la recepcionista reparó en mí y me preguntó qué deseaba. No supe que contestar, me levanté sin decir nada y volví a salir a la calle.
Después de eso he estado vagando unos días por la ciudad. La verdad, no reprocho ni a mis hijos ni a mi esposa haber aceptado a aquel tipo con tanta facilidad, apenas tenía trato con ellos. A mis hijos a lo sumo los veía un rato cada día y algún fin de semana de vez en cuando. No me extraña ser un desconocido para ellos, ni tampoco para los empleados de mi departamento. Yo era eficaz, más bien diría muy eficaz, pero la mía era una eficacia mediocre, gris y asfixiante. En resumen, era una persona insensible respecto a mi familia, sólo interesado en el trabajo, de hecho, si en aquel momento me hubieran preguntado que grado cursaba mi hijo, hubiera sido incapaz de responder.
Puedo entender los motivos de mi familia y empleados para olvidarse tan rápidamente de mí, pero me cuesta aceptarlos, por eso estoy aquí. Quiero recuperar mi vida. Llevo diez días durmiendo en un hostal para indigentes, no puedo registrarme en la oficina de empleo, no puedo abrir una cuenta bancaria, no puedo enviar un currículum, no puedo hacer absolutamente nada, no existo, soy invisible...
-De hecho- le interrumpió el policía -no puede presentar ni una denuncia.
El tipo suspiró resignado. -Ya lo suponía- dijo. Se levantó, dio las gracias y se encaminó hacía la puerta.
Pero el agente parecía conmovido y le invitó a sentarse de nuevo. Después de mirarme con desconfianza, con un volumen de voz que me hizo sentir orgulloso de mi oído, le dijo:
-¿Usted cree que yo siempre he sido policía? Hasta hace dos años era comercial, un trabajo aburrido, sin expectativas, siempre viajando. Sólo tenía una pasión, una razón que me permitía ir tirando, mi afición a la novela negra. Esas de detectives, con morenas impresionantes y rubias inquietantes. Un día encontré una cartera y esta placa, desde ese día tengo una nueva vida, a veces como hoy, tengo que doblar turno, pero casi todos los días veo a mi nueva familia. Es verdad, yo quería ser investigador, ese era mi sueño, pero quizá algún día alguno de mis compañeros olvide su identificación. Aunque...¿sabe una cosa?, no sé si volvería a cambiar de vida, me gusta la que tengo ahora. Si quiere un consejo, vaya usted un sábado a una de esas grandes superficies, allí se pierden muchas carteras, con un poco de suerte dentro de un par de semanas usted podrá como yo, tener una nueva vida.
Estas palabras parecieron animar y devolvieron la sonrisa al tipo indocumentado. Le dio las gracias al policía y desapareció.
Yo no sé a ustedes, pero a mí esa historia me inquietó muchísimo. Desde aquel día llevo la cartera colgada con una cadena de mi cuello, no me la quito ni para ducharme. Estoy satisfecho con mi vida y no quiero arriesgarme a perderla por un simple descuido. Pero la historia no acaba aquí, unos meses después de la conversación en la comisaría, volví a verlo en una inauguración, estaba muy cambiado, pero estoy absolutamente seguro, era él. Parecía haber seguido el consejo del policía y tuvo un golpe de suerte, acabó encontrando una cartera que le venía como anillo al dedo, la de un tipo con cara de imbécil, famoso justamente por eso, por tener cara de imbécil.

Sin título

Por Fuentenebro.

Si tú no estás lo dejo todo,

las palabras, los gestos,

el respirar si pudiera,

los indecisos andares de mis manos inquietas.

El hambre de hermosos mañanas,

el sueño de noches eternas,

la sonrisa pintada

en mis labios de arena.

Si tú no estás lo dejo todo...

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A través del éxodo infinito de tus manos,

De interminables rutas sin destino

Y contradicciones,

Podría ser, al llegar el alba,

Hallado en la agonía de tus labios,

Calmando mi sed con el cercano olvido.

viernes, 1 de agosto de 2008

Crónicas de un tiempo sin líneas (V)

Solicitud

-Señores Pérez hemos estado estudiando su solicitud, y me temo que hay una pequeña complicación.

Los señores Pérez aprietan fuertemente sus manos entrelazadas y contienen la respiración.

-¿Cuál es el problema?– pregunta con timidez e inseguridad el señor Pérez.

-No tienen hijos, ese es el problema.

Ella mira a su esposo. -Ya te dije que sería un problema.

-¿Y no se puede solucionar de alguna forma?

El director de la entidad bancaria los mira con la compasión del vendedor.

-Me temo que no. Pese a sus ingresos, que están muy por encima de la media, sus inmejorables referencias y por supuesto la muy favorable impresión que tenemos de ustedes, la política del banco nos impide conceder hipotecas a tan largo plazo si no hay descendencia. Sin hijos que puedan continuar pagando la hipoteca cuando ustedes fallezcan es imposible concederles este crédito.

-Pero si uno de los motivos para cambiar de vivienda es nuestro deseo de tener hijos-, apunta la señora Pérez.

-Ya, señores Pérez, pero una cosa es desearlo y otra muy diferente es conseguirlo. ¿Tienen ustedes otros hijos fuera de su matrimonio?

-¡Pues no! ¿Y esto que relación guarda con una hipoteca?- pregunta la señora Pérez.

- Es una cuestión de riesgos- responde el señor Director de la oficina número 345- Si uno de los dos ya tuviera un hijo, los riesgos de infertilidad se reducirían y por supuesto, aumentarían las garantías de pago.

-¿Tú tienes algún hijo por ahí, cariño?- pregunta la señora Pérez a su amado esposo. No es una pregunta con intención de reproches, es más, una respuesta afirmativa por parte de él, los acercaría más al sueño de tener un piso con más de una habitación, no les importa la altura, siempre y cuando tenga ascensor. No les importa tener que suscribir una hipoteca a setenta y cinco años para poder pagar su deseo de ser padres. Pero en esta ocasión el señor Pérez decepciona por primera vez a su esposa.

-No, cariño, no tengo ningún hijo. ¿Y tú? Pregunta él también esperanzado.

-No, cariño, yo tampoco-. Decepcionados vuelven sus caras al director de la oficina número 345, de aquella entidad que ayuda a construir tus sueños. Este se reclina sobre su asiento y aparentemente reflexiona sobre una posible solución.

-Creo que algo podríamos tratar de hacer, no es garantía de nada, pero nuestro banco confía en las personas. Y quizá si se hicieran ustedes unas pruebas de fertilidad y firmaran un contrato privado con nosotros comprometiéndose a tener un par de hijos, podríamos intentar solucionarlo. Es más, si alguno de ustedes tiene problemas de fertilidad, le ofreceríamos un crédito en las mejores condiciones posibles del mercado para seguir un tratamiento de fertilidad.

El señor Pérez que siempre ha sido un chistoso, trata de hacer un chiste.

- Hombre...siempre podemos adoptar.

El director de la oficina 345 da un respingo.

-Bueno…con esto debemos tener un poco de cuidado.

-¿Por qué?- Pregunta la señora Pérez.

-Es sencillo. Si la adopción, es de un niño de nuestro entorno cultural, no hay más problema. Pero si es de otro origen...Deben entenderlo, los actuales hipotecados traspasarán las obligaciones a sus hijos y no están dispuestos a que sus inversiones pierdan valor, ni para ellos, ni para sus hijos, por la presencia de otros “colectivos raciales”. Evidentemente esto nunca será reconocido públicamente, pero forma parte de de la realidad del mercado inmobiliario.

Los Sres. Pérez miran comprensivamente al experto director. Éste, una vez superado un trámite tan incómodo como son las manifestaciones de racismo, se prepara para el siguiente.

-Ahora hay otra cuestión un poco delicada. No piensen que es mi intención inmiscuirme en asuntos íntimos-. Echa su cuerpo hacía delante y bajando la voz les pregunta. -¿Ustedes con que frecuencia mantienen relaciones sexuales?

Los señores Pérez se levantan al unísono. Sólo la señora Pérez atina a decir, -¿Pero que clase de pregunta es esa?

- Tranquilícense, por favor-. Dice el director de la oficina levantando los brazos.-Es una pregunta incómoda, incluso para mí, pero si vuelven a sentarse, les explicaré los motivos por los que se la hago.

Los señores Pérez se miran y deciden sentarse, dar una oportunidad a la explicación.

-Verán ustedes. Da igual si son ustedes fértiles o no lo son, si no practican el sexo es improbable que haya hijos. Nuestro banco ha de tener todas las garantías de que habrá descendencia, esta es la esencia de nuestro crédito hipotecario intergeneracional. Además, ya no somos unos críos, las energías no son las mismas y el reloj biológico no se detiene.

Los señores Pérez parecen más tranquilos y vuelven a sentarse. Pero no es la tranquilidad sino la culpabilidad la causa de la calma. El director con cara de ratón y sonrisa de siamés tiene razón. Hasta hace unos meses ninguno de los dos tuvo un empleo fijo, contratos temporales encadenándose uno tras otro. No ha sido hasta bien entrada la treintena que han gozado del privilegio de ser empleados fijos en una empresa de seria y sólida trayectoria. El matrimonio guiado por la culpabilidad de su pasada temporalidad y también silenciando el hecho de que después de horas de trabajo y desplazamientos, cuando se meten en la cama, apenas les quedan energías para nada más, salvo para decirse buenas noches, contestan a esa pregunta con una mentira.

-Entre tres y cuatro veces a la semana-, responde él.

Ella asiente y el director satisfecho sonríe. Seguramente mienten, pero a él le da exactamente igual. Estos clientes aguantan, están en el bote. Ya apenas se firman hipotecas, al menos a parejas. Hace como diez años fue la última vez que concedió una. Ahora la gente viene en grupos de dos o tres parejas para adquirir una vivienda. Si firman será un hito en su carrera y por supuesto en su oficina.

-Bien señores, yo creo que si pasan esas pruebas de fertilidad, firman un compromiso de tener hijos y por supuesto el acuerdo de continuidad hipotecaria, no habrá ningún problema en obtener la financiación.

Los señores Pérez se miran en silencio, con la sensación de que unos dedos exploran a través de sus orificios todos los rincones de su cuerpo, pero tienen tantos deseos de abandonar la habitación de ese piso compartido y de dejar atrás los turnos para utilizar el baño o la cocina, que cualquier sacrificio es poco. Miran al director de la oficina con la ilusión y preguntan viéndose ya sentados en el sofá de su nuevo piso.

-¿Cuándo podemos hacernos las pruebas?


Sin título

Por Fuentenebro

He volado noches de invierno
en torno a tu cintura,
he muerto en tus labios
yaciendo en auroras prohibidas
y acariciado tus cabellos
en atardeceres de risas.
He guardado silencios a tu lado
y he conversado estando a solas.
Sintiendo la locura en torno a mí
me siento más vivo que nunca.