viernes, 30 de diciembre de 2011

Feliz 2012


Otro año termina (al menos para nosotros), y el que viene se anuncia, según profetas y chamanes, muy movido. Nefastos vaticinios que debemos reconocer, sin pretender restar mérito al ejercicio adivinatorio, que no han debido suponer un gran esfuerzo a sus autores, ya que en cuestión de desgracias no es demasiado complicado acertar cuando la estadística, Murphy y las conductas habituales de los seres humanos, están de nuestra parte. Cada año por estas fechas, junto con las mencionadas profecías, reincidimos en los mismos ritos y uno de ellos es ese breve ejercicio de introspección en el que descubrimos, casi siempre con sorpresa, que otro año ha pasado casi sin darnos cuenta, como si el tiempo se hubiera deslizado suavemente en una sucesión de días idénticos y la monotonía nos hubiera nublado los sentidos e impedido cumplir con los compromisos adquiridos con nosotros mismos.

Sin embargo no hay motivos para lamentarse, el tiempo nos da la oportunidad no solo de repetir los propósitos, sino también de volver a olvidarlos. Esa es una de las ventajas de nuestra tradición semítica, concebir el tiempo como una línea recta que nos permite muchos errores y arrepentimientos. Aunque a la hora de la verdad prestamos más atención a la tradición aria (me refiero a la religión védica), que transforma la existencia en un recurrente círculo de creación y destrucción donde el libre albedrío cuenta poco o nada. Es decir, que hagamos lo que hagamos, nos propongamos lo que nos propongamos, si no lo cumplimos tendremos otra oportunidad dentro de un año. O como nuestro destino ya estaba escrito, no será culpa nuestra si dentro de unos días no recordamos los nuevos propósitos (las reclamaciones al escribano de destinos).

Me estoy enrollando demasiado cuando mi única intención era desearos a todos, sin excepciones, a ricos y pobres por igual, un buen año nuevo. Y no, no me he golpeado la cabeza, ni el exceso de vino propio de estas fechas, me ha hecho sufrir una crisis ideológica, ni tampoco padezco una diabetes que me lleva a repartir azúcar a diestro y siniestro. A mis iguales les deseo de todo corazón un feliz nuevo año (no os dejéis llevar por el entusiasmo, en el fondo es un deseo egoísta). Y también incluyo en mis deseos de prosperidad a los poderosos de este planeta como constatación de un hecho, ya que seguramente sean los únicos que este año la conozcan. Y tratando de ser práctico, muy a mi pesar, porque el sistema, bendito sea, ha demostrado que sus desgracias acaban siendo las nuestras. Así espero que estén serenos a la hora de invertir el dinero de otros (menos cafeína y otros estimulantes), que se sientan satisfechos con los beneficios obtenidos (una rentabilidad del cinco por ciento no está nada mal), y que por fin descubran que el trabajo enriquece y el desempleo destruye personas y sociedades. Aunque repasando la historia me temo que desear algo bueno para esta gente es tanto como profetizar la desgracia del resto y no hacerlo, también.

En resumen, si lo llego a saber no escribo esta entrada, porque si es malo que nuestro destino esté escrito, peor aún es que esté atado. Vaya mosqueo he pillado con la puñetera lógica de los pensamientos. Por lo tanto, os pido que olvidéis la parte que deseaba felicidad a esos jugadores de casino que nos utilizan como fichas de Monopoly, sinceramente, espero que les parta un rayo. Al resto, esta vez sin intermediar egoísmos, os deseo todo lo mejor.

martes, 20 de diciembre de 2011

Epidemia III: "El desastre"


Bien, lo hemos conseguido, el noventa por ciento de la humanidad es ya historia. Aunque eso necesariamente no implica que nuestras ciudades hayan quedado desiertas. Un diez por ciento de supervivientes supone que en las ciudades solo será algo más complicado cruzarse o tropezar con alguien. Una ventaja, vista la tendencia que tienen los personajes de algunas de estas novelas a liarse a tiros a las primeras de cambio. Una vez despejado el decorado de figurantes innecesarios el lector se pregunta ¿y ahora qué? Porque si la intención es escribir una novela de acción con muchos tiros, muertos y explosiones, quizá hubiera sido más práctico cargarse a menos gente en la epidemia, así habría más muertes con las que llenar el número mínimo de páginas para que sea considerada una novela. Esta es una posibilidad, la otra es utilizar el apocalipsis como excusa para reflexionar sobre aspectos del ser humano, sin recrearse excesivamente en su natural tendencia, cuando las cosas se ponen difíciles, a convertirse en un depredador o un carroñero.

Quizá mi punto de vista sobre este tipo de novelas está condicionado por el respeto que tengo a la ciencia ficción. Éste es un género flexible en el que el autor pone las reglas del mundo que va a describir. Por eso, cuando un novelista se lleva por delante a varios miles de millones de personas, espero que lo haga por una buena razón. Cormac McCarthy no se conforma con eliminar a la mayor parte de la población, sino que también transforma el planeta en un erial gris, asolado por los incendios y cubierto de ceniza. “La carretera” sin dejar de ser un “road movie” clásico, es una metáfora acerca de las relaciones entre padres e hijos, sobre el difícil oficio de educar cuando el mundo carece de valores en los que se pueda fundamentar esa labor. Y solo se cuenta, al menos durante un tiempo, con la ascendencia que concede la paternidad, para tratar de explicar a un hijo las diferencias entre el bien y el mal, a cómo sobrevivir sin perder tu humanidad. El autor se hace una profunda e interesante reflexión, sobre cómo educar a un hijo cuando “ahí fuera” los seres humanos son equiparados a la categoría de ganado para ser devorados por los más fuertes.

La carretera solo es un ejemplo de las razones que puede tener un escritor para reducir bruscamente el censo de habitantes del planeta. La metáfora no excluye la acción, ni siquiera la violencia (tan del gusto de algunos lectores), ni implica transformar el texto en un denso, intenso e insufrible ensayo existencial que acabe matando al lector por una infección de aburrimiento. Incluso estoy dispuesto a considerar que el apocalipsis solo sea una excusa para escribir una novela sin pretensiones, cuya única intención sea distraer, siempre y cuando esté bien construida y su final, por ridículo, no ponga en evidencia la desesperación de quien se ha quedado sin historia a mitad de la novela o es incapaz de dar una resolución digna a las incógnitas que él mismo ha planteado. El fin del mundo puede ser muchas cosas; entre ellas la narración de un desastre colectivo o la descripción de un fracaso individual. Pero desde luego no tiene que ser necesariamente un despropósito.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Epidemia II: "El prota"


A mi entender el protagonista de una novela apocalíptica debería tener más en común con Robinson Crusoe que con John Rambo. Un mundo casi abandonado por los seres humanos no es más que una isla desierta que el personaje no solo debe explorar, sino en la que también debe aprender a sobrevivir. La evolución del personaje se asemejaría a la de Tom Hanks en “Náufrago”, una dura lucha contra la locura. Sin embargo, este tipo de enfoque es la excepción en un panorama dominado por tipos normales que muestran una evolución casi mágica, gente sin ninguna virtud especial, que por encantamiento muestran especiales dotes para la supervivencia, una resistencia física propia de atletas y unos recursos que serían la envidia de MacGyver. Además la gente normal, habitualmente tiene familia, amigos, incluso mascotas, algo a lo que están unidos afectivamente. La pérdida de alguna de estas personas debería suponer un periodo de sufrimiento personal, sin embargo, la familia de nuestro protagonista la palma al completo y éste salvo un par de líneas de auto condolencia no presenta mayores problemas. La palabra “duelo” no está en el diccionario que define a estos héroes. Debemos reconocer que desde luego es un auténtico superviviente; amigos, hijos, madres, hermanos desaparecen de forma trágica y se comporta como si estuvieran de vacaciones y le hubieran dejado la casa sola para él.

Lo curioso del asunto es que en estas novelas poco exigentes con la inteligencia del lector, la tragedia es asumida con la misma naturalidad con la que los protagonistas corren a armarse hasta los dientes. Y mira por donde los militares, haciendo gala de su proverbial dejadez, han abandonado armas y munición por todas partes, así que en poco tiempo reúnen un arsenal que pondría los pelos de punta a cualquiera. Como resulta complicado justificar tal despliegue armamentístico, recordemos que apenas queda gente a la que disparar (función básica de cualquier arma) se suele justificar por dos motivos: el asilvestramiento de animales domésticos, fundamentalmente perros, y la presencia de otros supervivientes que llevados por la locura (estos sí que eran normales de verdad) se transforman en asesinos y saqueadores dispuestos a poner en peligro la vida del protagonista en cada capítulo de la novela. Por qué razón unos saqueadores, teniendo todas las ciudades y centros comerciales del mundo para saquear, muestran especial predilección por las posesiones materiales que ha reunido nuestro desventurado héroe, es otro de los misterios de estas historias. Respecto a la amenaza de los perros asilvestrados, al menos aquellos que pudieron escapar de los hogares donde murieron sus dueños (descolgándose por los balcones o forzando las cerraduras de las puertas), debemos reconocer que son una amenaza más creíble. Nunca he sido testigo del furioso ataque de un Chiguagua o de un Yorkshire, pero debe tener un efecto devastador en términos psicológicos y físicos enfrentarse a una fiera de apenas dos kilos de peso, por eso es necesario ir a todas partes con un fusil de asalto. No sé si no sería más práctico alejar la amenaza de una patada, vale es una forma muy bestia de hacerlo, aunque más segura que ponerse a pegar tiros con el riesgo de agujerearse el pie con una bala.

Otro aspecto interesante de estos supervivientes aparte de la citada entereza es, y puede que sea el único rasgo que los humaniza un poco, la rapidez con la que se elevan a la punta de la pirámide de la sociedad de consumo. Sin cortarse un pelo dan una patada a la puerta de la primera casa que les gusta y a vivir que son dos días. Se rodean de comodidades y convierten su vida en la regalada existencia de un rentista, demostrando ya de paso unas habilidades que pocos tenemos. Son capaces de encontrar un generador, algo sencillo, y de volver a tener fluido eléctrico en sus nuevos hogares, algo no tan simple. De hecho el agua corriente no es un problema para ellos y es aquí donde se produce uno de los mayores misterios; en estas historias nunca se aclara si el sistema sanitario sigue operativo o si los supervivientes deben de ir cavando zanjas para hacer sus necesidades. A lo mejor el virus los ha mutado y no solo han dejado de tener las reacciones que se les suponen a cualquier ser humano, sino también sus necesidades.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Epidemia I: El malo


Vamos a dar por buena la posibilidad de que una epidemia vírica sea capaz por sí sola de acabar con el 90 % de los seres humanos, algo teóricamente posible pero improbable. El primer reto que debe afrontar un escritor dispuesto a pulirse a la humanidad es encontrar un agente vírico capaz de hacerlo. No es una tarea sencilla, puesto que el virus para convertirse en un genocida debe poseer unas características muy determinadas: Tiene que ser muy contagioso, con un periodo de incubación prolongado (así más gente se infectará dificultando la cuarentena), que una vez se manifieste sea rápido haciendo su trabajo y sobretodo, debe tener altas tasas de mortalidad. Por ejemplo, la gripe “española” mató entre 25 y 100 millones de personas y aunque se desconoce su tasa de mortalidad, se calcula que pudo rondar el 30-40% de los enfermos. Era una enfermedad contagiosa que afectó al 60% de la población y era rápida; de ella se decía que uno se encontraba indispuesto a la hora del desayuno, se metía en la cama a la hora de la comida y a la hora de la cena ya estaba muerto, teniendo preferencia por las personas jóvenes.

En la naturaleza tenemos virus con altas tasas de mortalidad (Ébola, filovirus), con largos periodos de incubación (rabia, rhabdoviridae) y muy contagiosos (resfriado, rinovirus y coronavirus). Sin embargo, no parece haber ninguno que reúna las características necesarias para convertir una epidemia en un holocausto. Si a esta dificultad le sumamos el escepticismo de muchos lectores, que saben perfectamente que una tasa de mortalidad tan elevada sólo es posible en pequeñas comunidades aisladas y con poca variedad genética, el escritor se encuentra con una papeleta difícil de resolver. Unos lo solucionan apelando a la naturaleza y al hecho de que la inmensa mayoría de los virus son totalmente desconocidos y por lo tanto, alguno habrá al que se le pueda culpar de la carnicería. Otros recurren a la ciencia, responsabilizando de la epidemia a un experimento de laboratorio, militar o civil, que por obra de un loco, un irresponsable o de un accidente, queda libre en el medio ambiente, extendiéndose en cuestión de semanas por todo el planeta (además de mortífero, es un viajero incansable).

Una vez definida la naturaleza del patógeno, el escritor escrupuloso dará detalles sobre el proceso, la expansión, cuáles son los síntomas o cómo se transmite. Se tomará la molestia de describirnos cómo se derrumbará la sociedad, la reacción de la gente y si es necesario creará personajes que darán un punto de vista diferente; es decir, tratará de construir un relato minucioso que haga plausible lo inimaginable. En cambio, otros se ventilarán a la humanidad en cuestión de dos o tres capítulos, lo cual en sí mismo no es criticable, aunque sí que lo es la intención por la que despejan a siete mil millones de personas en unas cuantas páginas sin dar demasiada información respecto a la causa de tanta mortandad.

Unos lo harán porque su historia es un reflexión sobre el hombre, la soledad o la incapacidad de adaptación al cambio (Soy leyenda, de Richard Matheson). Otros porque necesitarán recuperar la esperanza (The postman, de David Brin. Sí, el delicado relato que destrozó Kevin Costner). En cambio, unos pocos, cada vez son más, pasarán de filosofías y dejarán el planeta libre, vacuo y expedito de seres humanos para que el protagonista, un tipo normal (en apariencia) y corriente, se pase el resto del libro completando el inacabado trabajo de la epidemia, disparando a todo bicho sobreviviente y dando vueltas absurdas sin saber muy bien qué rumbo tomar, no porque se encuentre desconcertado por la dimensión de la catástrofe, sino simplemente porque el autor está totalmente despistado al descubrir, demasiado tarde, que en un mundo solitario la vida es muy monótona. En estos últimos casos las fuentes de inspiración son evidentes (de esto ya hablaré más adelante) y debemos reconocer que el juego Resident Evil no sólo ha echado a perder el género, sino también el nivel de exigencia de algunos lectores. Aunque claro, si en alguna ocasión hemos sido capaces de soportar una resaca, también podremos sobrellevar novelas infectas convertidas en superventas por el hambre de catástrofes.

martes, 6 de diciembre de 2011

Apocalípticos y demás supervivencialistas

En este año mariano, mientras el país entero espera que le sean reveladas las duras medidas que nos conducirán a la senda de la prosperidad y la abundancia, me dio por leer unas cuantas historias de esas de apocalipsis y extinciones masivas. Como nuestro destino parece ya escrito, he decidido tratar, (mientras me repongo del cabreo y ya de paso respeto la tregua navideña) de no ponerme serio como mínimo hasta enero. Lo siento, de verdad, pero me he dado cuenta de que últimamente me había puesto algo recurrente (léase pesado) y tan solo escribía sobre Alí Babá y sus cuarenta ladrones, así que para despejarme un poco cambiaré de tercio unas semanas. Además mientras el Sr. Rajoy guarde silencio respecto a sus medidas económicas es imposible escribir sobre ellas.

Bien, empecemos. Hace unas semanas, convencido de que el rumbo de nuestras vidas estaba ya determinado por el oráculo de Bruselas, opté por recurrir a leer historias en las que sus protagonistas, con toda seguridad, estarían mucho más puteados que el europeo medio y me incliné por dedicar mí tiempo a esas novelas que describen escenarios apocalípticos causados por infecciones de virus o de zombis (nada mejor que un fin del mundo para relativizar tus preocupaciones). Salvo distraerme no esperaba mucho más, no nos engañemos, los zombis como amenaza son algo aburridos y como entretenimiento bastante previsibles, salvo que seas George Romero o Stephen King la historia narrada, por el poco juego que dan sus protagonistas, puede avanzar a absurdos trompicones para finalizar convertida en un delirante pastiche donde se han mezclado los géneros cinematográfico, novelístico, y para sorpresa de propios y extraños también los videojuegos.

Sin embargo la mezcla de géneros no fue mi única sorpresa, también descubrí emocionado el buen rollito que se llevaban los autores patrios que sin vergüenza mostraban en sus historias curiosas similitudes, que harían sonreír con nostalgia a Cela, mientras compartían unos elementos narrativos que de tan comunes, parecían de propiedad colectiva. Otra cuestión muy diferente sería la opinión que tendrían de este compadreo sus homólogos del otro lado del Atlántico y de habla inglesa, que publicaron sus historias en blogs antes de que fueran editadas (hablar idiomas es importante, pero leerlos, lo es mucho más).

Así que por todo lo expuesto, en las próximas semanas me dedicaré a comentar esas historias en su conjunto, no tengo ganas de que me pongan un pleito y mi deseo de no mantener la seriedad acabe en un drama jurídico de inciertas consecuencias. Con esta finalidad he diferenciado entre las historias que tratan sobre zombis y las que simplemente, sin preámbulos ni posteriores resucitaciones, se llevan por delante a la mayoría de los mortales, dejando en el planeta solo a un pequeño grupo de supervivientes que se toman la situación con un estoicismo que muchos desearíamos para nosotros mismos ante los malos tiempos que nos anuncian.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Trabajos para niños


No soy un experto en Charles Dickens, pero estoy convencido de que era un gran conocedor de la naturaleza humana, de su mundo y también de las posibilidades reales de promoción social de los individuos nacidos en la pobreza. El autor y sus lectores eran conscientes de que las sonrisas del destino en su tiempo eran escasas e improbables; posiblemente era comúnmente aceptado que abandonar la pobreza no era una cuestión de esfuerzo personal, dedicado en gran parte a la simple supervivencia, sino fundamentalmente de un golpe de suerte en forma de misterioso benefactor. Nadie se engañaba respecto al destino y las posibilidades de los pobres, todos sabían que en la Inglaterra de principios del siglo XIX nadie se hacía rico trabajando en las fábricas, ni vendiendo periódicos en las calles. Y las cosas, desde entonces, siguen más o menos igual. Culturalmente nos bombardean con historias de éxitos, con las biografías de personajes de infancias difíciles que gracias al esfuerzo, tesón y en ocasiones a la falta de escrúpulos, lograron hacerse millonarios, obviando el hecho de que los éxitos son la excepción y los intentos fallidos la norma.

Si bien las posibilidades de promoción social han continuado siendo las mismas que en tiempos de Dickens, al menos la interpretación y percepción de la pobreza parecían haber cambiado. Ya no era considerada una tara determinada por la herencia genética, sino el resultado de unas condiciones de desigualdad económica y de falta de oportunidades que con las políticas sociales adecuadas podían reducirse. De hecho, la estadística demuestra que si das los instrumentos adecuados a las personas para salir de la pobreza, en la mayoría de las ocasiones lo logran. Todas estas evidencias son intencionadamente ignoradas por ideólogos de carácter conservador, dispuestos a negar la evidencia y a reducir la pobreza a una decisión individual, a una carga colectiva de la que conviene desprenderse, pues sólo es un componente parasitario de nuestras sociedades.

En este contexto, cualquier propuesta, incluso la más disparatada, es tomada en consideración. Por ejemplo, en la delirante carrera mantenida por los diferentes candidatos a la nominación para la presidencia de los EEUU por el partido republicano, el senador Newt Gingrich, representante del Tea Party, propuso que las escuelas de los Estados Unidos con alumnos “desfavorecidos” despidieran a los empleados de mantenimiento sindicados (los no sindicados posiblemente podrían continuar trabajando) y que la limpieza de estos centros fuera realizada por los alumnos mayores de nueve años, ya que las leyes laborales infantiles eran “estúpidas”, argumentando “que mucha gente con éxito comenzó sus primeros trabajos entre los 9 y 14 años. Todos ellos vendían periódicos de puerta a puerta, hacían algo (¿Estudiar?) o lavaban automóviles". Si su intención era llamar la atención debemos reconocer que el discurso de inspiración “dickensiana” logró su objetivo, su popularidad ascendió rápidamente.

Evidentemente, los descerebrados dispuestos a vender a los hijos de otros para rascar algo de poder son inevitables. Es una verdad indiscutible que, en esta vida, es más fácil ser un cabrón que ser una buena persona, aunque no están tan claras las razones por las que personas honradas se dejan llevar por estos tipos y acaban convencidas de que la solución a sus problemas es una cuestión de estrangular a los más indefensos. Es cierto que el miedo necesita culpables, y siempre habrá un desaprensivo dispuesto a señalar a un inocente para imputarle la responsabilidad de todas nuestras desgracias. Pero vayamos con cuidado, no vaya a ser que el pánico acabe cegándonos y nos impida ver el riesgo cierto de que esos niños “desfavorecidos”, condenados a limpiar la mierda que algunos expulsan por la boca, puedan ser nuestros hijos.

jueves, 17 de noviembre de 2011

El golpe de estado permanente


Los hechos están demostrando que los famosos “mercados” no sólo persiguen un objetivo de naturaleza política, sino que también los estados se están rindiendo y los políticos cediendo a la presión, haciéndose a un lado para que los asuntos públicos sean gestionados por los “tecnócratas”, unos seres supuestamente ungidos con el don de la infalibilidad y la virtud de la desideologización. La caída del gobierno griego, la del italiano, la plena aceptación del portugués de todas y cada una de las condiciones establecidas por Bruselas en materia económica y social, son claros indicadores de que, apelando a una amenaza económica, los derechos de los ciudadanos están siendo suspendidos, que algunos países están siendo puestos bajo el estado de excepción y esto, dejándose de circunloquios, puede ser calificado, lisa y llanamente, de golpes de estado, amparados por Bruselas y el FMI y avalados por los parlamentos nacionales.


No estamos viendo tanques rodando por las calles, ni uniformados secuestrando parlamentos y anunciando la próxima llegada de una autoridad competente, pero salvo las diferencias formales, el caqui ha sido sustituido por el azul y los sables por corbatas; a los ciudadanos no sólo se les está negando el derecho a ser representados, sino que cualquier movimiento de protesta está siendo descalificado y reprimido, clasificando, a sus participantes de violentos. Además, ¿quiénes son estos “tecnócratas”?, la propia intención al utilizar el término no deja de ser una falacia, ya que se les presenta como personas sin ideología, algo difícil de creer. Basta con echar un vistazo a sus currículos para comprobar que su “neutralidad” ideológica está fuertemente escorada hacia la derecha. Estas personas, designadas primeros ministros, son la garantía exigida por los mercados para continuar haciendo dinero y para asegurarse que los beneficios del saqueo no disminuirán.

¿Hasta cuándo esos abstractos conspiradores continuarán presionando? Pues es sencillo, hasta que alguien decida pararles los pies y enfrentarse a ellos. Esto finalizará cuando los políticos redirijan sus prioridades y decidan legislar en beneficio del interés general y no del compuesto. Quizá alguno de esos políticos que ahora se aparta lo haga por simple cálculo, así el coste será asumido por otros; sin embargo, olvidan las consecuencias que tuvo para la monarquía italiana (1922), la griega (1974) y por supuesto, la española (1931), ceder ante los golpistas, supuso la pérdida de su legitimidad ante los ciudadanos. Algo así puede ocurrir también a la UE, ciertamente realiza tímidos e insuficientes intentos legislativos por frenar a los especuladores (la gesticulación no se la podemos negar), como, por ejemplo, prohibir los CDS, pero esta medida no será efectiva hasta noviembre del 2012, una lentitud que podría ser interpretada como un expreso deseo de prolongar el golpe de estado permanente, de facilitar la formación de más gobiernos de “concentración nacional” dirigidos por tecnócratas. Luego se preguntarán el porqué hay euroescépticos; lo realmente sorprendente es que la UE pueda sobrevivir a las decisiones que sus tecnócratas toman desde Bruselas.

martes, 15 de noviembre de 2011

Tambores de guerra


Una vez anunciada la retirada de las tropas de Afganistán e Irak el nuevo objeto de deseo militar de EEUU diríase que es Irán. Parece ser que los estrategas de gatillo fácil e intereses inconfesables han puesto sus miras en una nación a la que le tienen una intensa, persistente y antigua ojeriza. Hace unas semanas Barack Obama denunció una confusa conspiración tras la que estaba el gobierno iraní, para asesinar al embajador de Arabia Saudí en los EEUU. Como aquello, por inverosímil, no acabó de cuajar, retomaron el clásico de las armas de destrucción masiva; sí la excusa ya funcionó en el pasado cuando no existían, ahora con un Irán que no ha escondido su voluntad de desarrollar un programa atómico y contar con armas nucleares, posiblemente de cara a la opinión pública, el pretexto puede que les funcione algo mejor. Además, con tanta gente distraída con cuestiones tan irrelevantes como la crisis, el desempleo y la pérdida de calidad democrática, es posible que hasta la noticia de un posible ataque pase desapercibida o como mínimo no provoque una reacción demasiado intensa por parte de unos ciudadanos poco comprensivos con las guerras preventivas.


El régimen iraní tiene en Occidente tantas simpatías como las puede tener EEUU en Oriente Medio y cada uno a su manera trata de defender sus intereses en la zona. Irán no ha disimulado su intención de ser una potencia regional dispuesta a competir en términos militares con Israel, arrebatándole el monopolio en materia de armas atómicas; asimismo en el terreno político ha demostrado su intención de influir en los gobiernos del norte de África. Si lo conseguirá o no, ésa es otra cuestión, no sólo por la manifiesta voluntad de EEUU e Israel para impedirlo, sino porque también Turquía se ha sumado a este juego de dominio. Por su parte EEUU tiene en Irán un viejo enemigo al que no ha perdonado aún el asalto de su embajada en Teherán hace veintisiete años. Además una vez eliminado Irak, Irán es la siguiente carta en su estrategia de destruir y desestructurar estados para evitar que sus intereses en la zona sean perjudicados y los países “amigos”, árabes y suníes, duerman más tranquilos ante una potencia, persa y chií, de la que abiertamente desconfían.

Otra cuestión es la de las armas nucleares. Si el nuestro fuera un mundo perfecto seguramente no existirían e incluso en el nuestro cualquiera con dos dedos de frente es consciente de que estamos jugando con fuego y que existe la posibilidad de que en cualquier momento, ya sea por error (incidente equinoccio de otoño) o de forma premeditada, algún mísil puede llegar a ser lanzado. Sin embargo, cuando el arsenal atómico es una realidad, la pregunta es quién es, EEUU, Rusia, China, Israel, Gran Bretaña o Francia para decidir quién puede o no tener armas atómicas. Y por supuesto, diferenciar a las naciones por su grado de responsabilidad para justificar la posesión de ese tipo de armas es ridículo porque, a diferencia de alguna de las citadas naciones, Irán nunca ha invadido otro país. La situación es delicada, siendo lo más preocupante que Netanyahu está presionando a los militares para que ataquen a Irán y estos parecen no estar mucho por la labor y cuando un militar se niega a iniciar una guerra es porque no tiene claro si puede ganarla o lo que es peor, que no podrá controlar sus consecuencias.

martes, 8 de noviembre de 2011

Sueños

Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Pedro Calderón de la Barca. La vida es sueño.


Es posible que el único lugar donde somos realmente libres es en nuestros sueños. No me refiero a las ilusiones, los deseos o las quimeras, sino a la experiencia mientras dormimos que nos aventura en un paisaje bello, desconcertante y casi siempre extraño porque se construye sobre los símbolos. Durante un tiempo nuestro yo auténtico, libre de convencionalismos y ataduras, pasea por un mundo surreal que nos explica un espacio donde el tiempo se confunde, las distancias desaparecen, los anhelos toman forma, los deseos adquieren volumen y nuestros temores tienen rostro. Cuando dormimos creamos nuestras propias historias y narraciones; en cierta medida, durante unas horas somos unos escritores o guionistas que se atreven con casi todos los géneros.

Los expertos afirman que los sueños son sólo un proceso que nos sirve para reordenar nuestras experiencias cotidianas, descartando la posibilidad de que tengan cabida significados ocultos, ni que puedan ser interpretados. Quizá sea así, aunque me resulta difícil comprender el empeño de la ciencia por reducir a los seres vivos a complejas combinaciones químicas, a simples marionetas de una realidad programada que invade todas y cada una de las células de nuestros cuerpos. Parece como si les dominara la necesidad de equiparar la condición humana a la funcionalidad de una compleja máquina cuyas emociones, conscientes e inconscientes, sólo son un indeseado subproducto de su funcionamiento.

Tanto empeño en robarnos lo inexplicable, en arrebatarnos las quimeras, en convertir el mundo en un lugar tangible y predecible podría ser el resultado de convicción científica, de legítima curiosidad, pero también un intento absurdo por convencernos de que la realidad definida ni puede ser cambiada, ni tiene escapatoria. Me da exactamente igual la opinión de los expertos, seguiré creyendo, mi experiencia así me lo indica, que los sueños nos transforman mientras nos explican de forma diferente la vida. Serán solo sueños pero son el único lugar donde se nos permite abrazar, aunque sea de forma fugaz, a quienes añoramos.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Referéndum


Seguramente los gobernantes griegos tienen mucha responsabilidad en la situación de su país, así como los Bancos franceses y alemanes que, en lugar de utilizar las ayudas públicas para sanearse, decidieron invertirlas en deuda pública y siguiendo su costumbre lo hicieron en valores que ofrecían asociada a una alta rentabilidad un alto riesgo. Supongo que esos estados hicieron la vista gorda ante la operación porque ya les convenía que los griegos tuvieran dinero para pagar los aviones y navíos de guerra que previamente les habían vendido. Posiblemente, también en esta lista de responsabilidades se puede incluir a unos ciudadanos acostumbrados a un estado clientelar, alentado tanto por socialistas como por conservadores y a la existencia de una cultura de fraude fiscal que finalmente les ha estallado en las manos. Las causas pueden ser muchas y numerosos los nombres de los implicados, pero desde luego un referéndum no debería ser considerado el culpable de que Grecia acabe suspendiendo pagos.

Ya hace unos meses el primer ministro griego hizo un amago de convocar un referéndum, anuncio que pasó inadvertido. Si en aquella ocasión se ignoró y ahora ha provocado un terremoto político y financiero quizá fue porque en aquel momento los Bancos no tenían que asumir una “quita” del 50% de la deuda, ni tampoco las posibles ayudas públicas obligaban a quienes las recibiesen a no repartir bonus ni tampoco dividendos. Las razones del Sr. Papandreu para convocar un referéndum pueden responder a cálculo político (percibe la debilidad del acuerdo) o simplemente se ha cansado de ser el malo de la película. Sea cuales fuesen sus razones, lo verdaderamente preocupante es que únicamente la posibilidad de que los ciudadanos de un país, los verdaderos perjudicados, puedan decidir qué quieren hacer (sin que esto en principio suponga un perjuicio para los inversores) ha logrado provocar una reacción de histeria extensa e intensa.

Resulta que los Bancos pueden hacer lo que les dé la gana, que los “mercados” pueden condicionar a naciones y gobiernos, pero cuando se sugiere que los ciudadanos, ese conjunto de tipos raros llamados pueblo y en el que reside la soberanía popular, puedan expresar su opinión, que encima sería vinculante, se lía la de Dios es Padre y parece que los “Cielos” nos vayan a caer sobre la cabeza. Exactamente a qué tienen miedo, ¿a que cunda el ejemplo y otros países, tan asediados por los especuladores como lo está Grecia, decidan sumarse a la iniciativa?. Quizá tengan miedo a que los pueblos, puestos a elegir sufrir, prefieran hacerlo por una decisión propia y no por la imposición de unos desalmados.

jueves, 27 de octubre de 2011

14.000


Debo reconocer, no sé si a mi pesar, que soy una persona que con el tiempo ha perdido su capacidad de entusiasmarse. No ha sido una decisión voluntaria, sino el resultado de un lento aprendizaje que me ha llevado, como dijo Céline, a preguntar el precio de las cosas antes de apegarme a ellas o a tener la costumbre de desconfiar de los titulares de prensa. Sea como fuere, en la vida he aprendido a prestar más atención a la letra pequeña que a los espectaculares anuncios enmarcados en grandes y chillonas letras de molde. Cuando hace unos días leí en un titular de prensa que la lucha contra los paraísos fiscales había hecho aflorar 14.000 millones estuve a punto de no continuar leyendo, pero al final la costumbre pudo más que la prevención y acabé sumando otro tanto al marcador, que establece mi nivel desconfianza hacía algunos medios de información.


Leído de esta manera piensas: “¡Vaya, catorce mil millones es toda una pasta!”. Claro, eso si hablamos de dinero, porque si atendemos al titular tanto podían ser dólares, como euros o pastillas de anfetamina. Así que, como odio quedarme con dudas, empecé a leer la letra pequeña, para confirmar que la noticia no era más que un nuevo ejercicio de autocomplacencia. La cuestión es que el secretario de la OCDE anunció, con un entusiasmo destinado al público infantil, que: “La lucha contra la evasión de dinero a paraísos fiscales ha permitido recaudar en impuestos 14.000 millones de euros suplementarios en 20 países a partir de la acción del G-20 de los dos últimos años”. Añadiendo: “Esto es una contribución importante para la consolidación fiscal” en un contexto de crisis en que ha habido que recortar el gasto público”.

Tras leer la información me pregunté: “¿Y tanto entusiasmo a cuento de qué?”. Porque hombre, catorce dividido entre dos es siete y si tenemos en cuenta que se calcula que en paraísos fiscales hay depositados siete billones de dólares, pues la cantidad recaudada es ridícula y la celebración es como para sentir vergüenza ajena. Entonces pensé que quizá el problema lo tenía yo y que, de alguna manera, tenía que recuperar la capacidad para entusiasmarme con los pequeños, casi ridículos, éxitos. O simplemente tragarme catorce mil horas de “Telecirco” para no darme cuenta de cuándo estos sinvergüenzas, los que pretenden robarnos la sanidad y la escuela pública, me están tomando el pelo (o por gilipollas) con la comedia de que se toman en serio el fraude fiscal.

jueves, 20 de octubre de 2011

La "Brunete" empresarial


La “Brunete” empresarial, es decir, la patronal madrileña (CEIM) representante de la ultraderecha económica, presentó un documento en el que exigían la reducción de las indemnizaciones en caso de despido improcedente de los cuarenta y cinco días actuales a veinte. Y en el caso de los despidos objetivos, plantean reducirlos a doce días por año trabajado con un tope, en ambos casos, de doce meses. Además incluían en su carta a los Reyes Magos, la reiterada petición de reducciones de impuestos, la disminución de la representación sindical y la posibilidad de suspender el derecho a la huelga cuando concurrieran “circunstancias especiales”, concepto lo suficientemente ambiguo como para inducir al pánico y dejar una puerta abierta a que de facto, uno de los derechos fundamentales del movimiento obrero y el principal instrumento cuando la negociación se tuerce, desaparezca.

Más tarde la CEOE, con unas formas más suaves pero un tono igual de radical, venía a pedir más o menos lo mismo, sumando a su propuesta un argumento muy perverso: “si no hay salidas del mercado de trabajo, no puede haber entradas”, o lo que es lo mismo, si los desempleados quieren trabajar solo será posible si se despide a otros trabajadores. En resumidas cuentas, no hablan de buscar soluciones al grave problema del desempleo que existe en nuestro país, no se comprometen a crear más empleo. Su solución es simple (¿cómo no se le habrá ocurrido antes a nadie?): hacer rotar el paro. Transformar el mercado de trabajo en una puerta giratoria cuya característica esencial sea la inestabilidad laboral, aunque ellos posiblemente lo llamen eficiencia.

Lo que realmente no comprendo es porqué se andan con tantas tonterías y no exigen, con modales recios y gestos serios, que se declare el estado de excepción o que se militarice el mercado de trabajo. Si de lo que se trata es de utilizar la crisis como excusa y el empleo como chantaje para dar un giro ideológico a nuestra sociedad, emulando la revolución conservadora de Margaret Thatcher, van por buen camino. Y todo esto a cuenta de una presunta mayoría absoluta que les dan las encuestas. Qué no harán o propondrán si las urnas llegan a confirmarla.

martes, 11 de octubre de 2011

Síndrome de Hybris

Un ex directivo de la SGAE que se había fundido cuarenta mil euros en putas de lujo. Alegaba en su defensa que la sociedad no prohibió el uso de las tarjetas de crédito para gastos personales. Supongo que la otra directiva que se gastó la pasta en lencería o el que hizo lo propio en viajes y hoteles de lujo, pensaba de la misma manera. Lo mismo podemos decir de los directivos de la CAM que se concedieron créditos blandos y pensiones escandalosas, o los de Nova Caixa que se asignaron indemnizaciones millonarias mientras sus respectivas entidades hacían aguas.

Resulta que esos tipos que pregonan sobre la austeridad o el sacrificio, que equipararon los derechos de autor a la virginidad de una Vestal, a la hora de la verdad, se comportaron (presuntamente) como unos desenfrenados saqueadores, totalmente fuera de control, que ni se molestaron en disimular sus pagos y andanzas. Ésta es una de las cuestiones, ¿cómo es posible que unas personas inteligentes (presuntamente), cometieran sus delitos con una transparencia que provocarían la carcajada de cualquier profesional del atraco o del robo con escalo?

Lamentablemente la respuesta es de una obviedad y sencillez descorazonadora. Estos señores, como sus colegas descritos en el documental Inside Job, pensaron que el mundo era suyo, que el dinero les pertenecía y que su estado natural era la impunidad. Lamentablemente los hechos parecen darles la razón. Los jubilados perdieron sus pensiones, las familias sus ahorros y los trabajadores sus empleos, sin embargo, ellos, por no perder no perdieron ni la vergüenza. En el peor de los casos sufrieron leves amonestaciones morales que encajaron con sorpresa y una soberbia mal disimulada, que revelaba un nulo propósito de enmienda.

jueves, 6 de octubre de 2011

Muerte a las bacterias

El otro día, de forma accidental, tuve la oportunidad de ver un anuncio donde una señorita con una sonrisa perfecta se dejaba explorar la dentadura con un aparato que presuntamente coloreaba las zonas de su boca ocupadas por bacterias. En la siguiente escena, después de utilizar un dentífrico concreto, todas las manchas que indicaban la presencia de bacterias habían desaparecido y tan contenta afirmó que desde ese día siempre utilizaría ese producto. En ese momento pensé: "Pues nada bonita, tú elimínalas de tu boca, que el espacio que dejen será colonizado por la Candida". Entonces sí que tendrás razones para preocuparte de verdad. Inmediatamente pasaron a mostrar un coche con una mujer espectacular en su interior. Eso me hizo recordar que un día de estos tenía que pasar por el concesionario a reclamar la rubia despampanante que olvidaron incluir cuando lo compré. Claro que, haciendo memoria, reparé en que mi coche se anunciaba con una familia al completo, perro incluido, y decidí que mejor dejaba la reclamación para más adelante.

Así que regresé a reflexionar sobre esa publicidad, cada vez más frecuente, que parece haberle declarado la guerra a las bacterias. Desinfectantes para suelos e inodoros, enjuagues bucales y chicles que prometen eliminar todas las bacterias y dejarnos las tripas tan brillantes y desinfectadas como el suelo de nuestro cuarto de baño. Evidentemente, a estos señores, que les pagan por vendernos los productos más inverosímiles les trae sin cuidado que el Homo Sapiens haya convivido durante más de doscientos mil años con esas bacterias y que posiblemente sean tan imprescindibles para nuestra existencia como el respirar. Seguramente desprecian la “teoría de la higiene”, que relaciona alergias y enfermedades autoinmunes con una excesiva limpieza, o el eccema urbano que afecta a muchos bebes como resultado del abuso en la utilización de productos de baño.

Lo preocupante de este proceso es que parecemos empeñados en transformarnos en seres de plástico que rechazan sus funciones vitales y el olor de sus cuerpos. Hasta el punto de que si alguien nos garantizara que tiene un artículo que hará que nuestras heces tengan forma de pétalos de rosas y huelan como tales, algunas personas estarían dispuestas a tragárselo, aunque eso les pudiera perforar el intestino. Evidentemente que la higiene es imprescindible, pero en su nombre hace ya tiempo que superamos el absurdo, hasta el punto de que podemos estar poniendo nuestra salud en peligro. Lo curioso es que nos obsesionamos con el exterminio de cualquier bacteria y en cambio, el porcentaje de casos de cáncer de garganta, provocados por el virus del papiloma humano, se han incrementado de forma espectacular desde el año 1984. Y la verdad, esto no me cuadra, tanta preocupación por no sudar, porque nuestro aliento tenga el aroma de las fresas y luego, a la hora de la verdad, algunas personas se llevan cualquier cosa a la boca, sin haberla limpiado antes.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Niñatos, recortes y otras sandeces

El otro día, un consejero de la comunidad gallega, gobernada por el PP, defendió los recortes universitarios, afirmando que se habían acabado los tiempos en los que un estudiante acababa la carrera en diez o quince años. Según él, el sistema universitario debía expulsar a los "vagos". Dando a entender que todos los problemas de nuestro sistema educativo están relacionados con ese estudiante que se matricula de forma reiterada, hasta que por puro aburrimiento y tras haber oído cien veces la misma lección, logra aprobar las asignaturas y obtener el título. Esta descripción de los hechos no deja de ser una mal intencionada caricatura, una anécdota elevada al rango de norma, con la voluntad de tergiversar los hechos y justificar los recortes.

Este comentario aporta más información sobre la persona que lo hizo que sobre los problemas reales de nuestras universidades. Es evidente que este político fue uno de esos privilegiados que tuvo la fortuna de dedicar todo su tiempo a estudiar; en su casa, posiblemente vivían con una holgura suficiente como para pagarle los estudios y mantenerlo mientras lo hacía. Claro que ese paradisíaco panorama no era la norma general, muchos estudiantes tuvimos que compaginar los estudios con el trabajo. Un buen amigo, solo por citar un ejemplo, se levantaba cada día a las seis de la mañana, y después de doce horas de trabajo salía pitando hacia la universidad a ver si llegaba a las últimas clases. Evidentemente no terminó la carrera en cinco años, en contraprestación nadie nunca le pudo reprochar nada. Se pagaba sus estudios, contribuía económicamente en casa y no recuerdo que repitiera ninguna asignatura. Sinceramente, mucha mala intención se debe tener para calificar a esta persona, y a otras miles como ella, de vagos. Es más, seguramente saben mucho más del esfuerzo que este político que ahora pontifica sobre él, mientras alaba el sacrificio, términos que probablemente solo conoce de oídas.

Esto es lo realmente lamentable, que esta gente, que en su puñetera vida ha conocido las estrecheces económicas, a quienes apellidos y relaciones han abierto muchas puertas, tengan, no ya el atrevimiento, sino la desfachatez de clasificar a otros ciudadanos como vagos solo porque no han tenido su regalada existencia. Y lamentablemente, esta no es una conducta aislada. Esa desconsideración hacia sus semejantes, hacia su situación e inteligencia, está siendo un recurso utilizado con mucha frecuencia por algunos políticos de la derecha. Este mes de agosto en Cataluña, la excusa de un supuesto fraude (que aún no se ha acreditado), sirvió para que miles de personas dejaran de percibir la PIRMI (renta mínima de inserción), una cantidad de la que dependían para comer y pagar recibos, como el de la electricidad o el gas. Y durante veinte días estas personas y sus hijos quedaron totalmente desprotegidos y a los que tomaron la decisión les dio exactamente lo mismo, y si no fue así, lo disimularon estupendamente.

Estas actitudes no solo revelan su ignorancia cuando se trata de necesidades, resultado de la inexperiencia, sino también su nula empatía respecto a los ciudadanos en general y en particular a los más desfavorecidos. Apelar a la existencia de vagos o al fraude para justificar los recortes, es un argumento simplón con el que algunos asienten complacidos y otros nos indignamos, especialmente cuando la esencia del discurso y de las acciones es ensañarse de palabra y de obra con los más indefensos. No voy a entrar a valorar la competencia profesional o intelectual de esos individuos, sus palabras solo permiten adivinar que antes fueron unos niñatos consentidos, acostumbrados al privilegio y que ahora, ya adultos, a esa condición le han sumado la de cínicos y cobardes.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Chivos expiatorios

Seis científicos italianos serán procesados por no predecir el terremoto que sacudió L´Aquila en el año 2006 provocando la muerte de 308 personas. Es posible que considerar esta actuación judicial como un proceso inquisitorial sea excesivo y sin descartar esta posibilidad, quizá deberíamos estimar que esta causa es un intento de ofrecer a los familiares de las víctimas y a los damnificados unos chivos expiatorios que calmen los ánimos y eviten un juicio político a otras instancias de la administración italiana. No nos engañemos, echar unos cuantos cristianos a los leones o quemar a un puñado de judíos fue una técnica habitual entre reyes y emperadores cuando pasaban apuros y necesitaban calmar las pasiones de la plebe ofreciéndoles, si no una solución, sí al menos unos culpables.

Es ridículo someter a unos científicos a juicio sólo porque sus conocimientos son insuficientes para predecir un fenómeno natural, máxime cuando es aceptado que, hoy por hoy, este tipo de predicciones no son posibles. Qué hubiera ocurrido si disponiendo de datos, imprecisos, indirectos e incompletos hubieran dado la voz de alarma, cuántos de esos políticos, ciudadanos y expertos, los mismos que ahora exigen sus cabezas, se les hubieran echado encima tachándoles de alarmistas, alegando, menuda ironía, que su ciencia era inexacta.

Sin embargo, aprovechando la severidad que las autoridades judiciales muestran con el trabajo científico, podrían dedicar un tiempo a investigar a esos “científicos”, que desde sus cátedras pontificaron sobre unos modelos matemáticos que garantizaban la imposibilidad de que el capitalismo sufriera una nueva crisis, a los que durante años y contra toda evidencia, negaron el cambio climático, a los expertos de la OMS que anunciaban pandemias para que las farmacéuticas vendieran vacunas y retrovirales, o a los expertos que firman informes, financiados por multinacionales, negando los efectos nocivos sobre la salud de las microondas. Claro que tal vez, ciertos jueces y políticos consideran que una omisión por falta de recursos o conocimientos es motivo suficiente para abrir un proceso, mientras que por el contrario, supeditar una investigación científica y sus conclusiones a intereses espurios, no es razón suficiente para denunciar a nadie.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Símbolos

“Oraciones en el Delta, oraciones en las sierras, oraciones en los búnkers de los infantes de marina en la “frontera” frente a la zona desmilitarizada y por cada oración una contraoración… Resultaba difícil ver quién llevaba ventaja”.

Michael Herr. Despachos de Guerra.


Transcurrida una década desde los ataques a las Torres Gemelas el mundo no es un lugar más seguro, pese a la eliminación de Bin Laden o la debilitación de Al Qaeda, los equilibrios y conflictos, perfectos indicadores de los resentimientos y desigualdades que alimentan ideológicamente el terrorismo se han intensificado. Sin embargo, esto no significa que los objetivos no se hayan cumplido. La administración Bush nunca, pese a los encendidos discursos, persiguió la paz, sino el recuperar una preeminencia política global e imponer una revolución conservadora, iniciada con Ronald Reagan, cuyo eje básico era dividir el mundo entre buenos y malos. Armados con esta simplicidad ideológica, que resultaría ridícula si sus consecuencias no hubieran sido tan trágicas, se lanzaron a reconquistar el planeta y lo hicieron como lo hace cualquier imperio en decadencia que conserva intacta su naturaleza depredadora, enviando unos cientos de miles de soldados a triturar a cualquiera que, por su color, religión o ideas políticas, hubiera tenido la desgracia de estar en el lado “equivocado” de la fe, de la ideología o de la vida.

El pasado once de septiembre EEUU conmemoró el décimo aniversario del atentado, recordando, con la habitual y comprensible emoción, a las víctimas del ataque. Las lágrimas, las oraciones, las banderas a media asta o inclinadas, rindiendo tributo a los difuntos, impedían ver el alcance de la matanza, el número de cuerpos amontonados a los pies de la memoria de los casi tres mil seres humanos asesinados aquel día. En su nombre, directa o indirectamente, más de setecientas mil personas, incluidos setenta y tres mil soldados estadounidenses, han muerto. Eso viene a ser casi unas doscientas cincuenta personas por cada víctima de los atentados; debemos reconocer que como venganza no está nada mal, aunque pese a las resoluciones de la ONU y la comedia jurídica con la que se revistieron las operaciones militares, éstas siguen apestando a linchamiento colectivo.

Ese día fue una jornada de duelo y de luto, de repaso constante de unas imágenes que se han convertido en iconos del inicio del siglo XXI. En el símbolo de la maldad humana, sin embargo, este poder de los símbolos no es despreciado por ninguna de las partes en conflicto. Dicen algunos historiadores que el ataque de la embajada estadounidense en Saigon, durante la ofensiva del Tet, marcó un punto de inflexión en la guerra de Vietnam. Que Estados Unidos, pese a su victoria, puso en evidencia que todo el esfuerzo militar previo había sido inútil y que la guerra estaba perdida. Seguramente, los líderes talibanes conocen la historia de sus enemigos y como ellos recurrieron a los símbolos atacando la embajada de los Estados Unidos en Kabul. Conmemoraron a su manera, los atentados del once de septiembre, recordando a la nación más poderosa de la Tierra que la historia tiene tendencia a repetirse y que los errores son casi siempre los mismos.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Un buen acuerdo


Debemos reconocer que ninguna convivencia es sencilla; sin embargo, este verano, para mi sorpresa, he sido capaz de mantener una relación distante pero cordial con otro ser vivo. Seguramente será efímera, aunque debo reconocer que, pese a su inevitable naturaleza pasajera, la separación me llenará de pesar. Solo espero ser capaz de sobrellevarla con resignación y entereza y no dejarme llevar por la nostalgia cuando la compañía de estos dos meses de verano desaparezca. Así es la vida, un constante trasiego de personas y experiencias, pocas de las cuales nos dejan un recuerdo intenso o tienen la capacidad de cambiar nuestra percepción y forma de relacionarnos con el mundo.


Esta historia, como muchas otras, empezó de forma accidental una calurosa tarde del mes de julio. Estaba tumbado tratando de encontrar la inspiración necesaria para dormir la siesta cuando percibí por el rabillo del ojo un movimiento. No le di más importancia, pero cuando un poco más tarde se repitió, por simple curiosidad, sí, la que mata al gato, tuve la necesidad de comprobar el origen del misterioso y furtivo movimiento. Debo reconocer que no fue amor a primera vista; de hecho, di un salto que hubiera sido la envidia de cualquier atleta que compitiera en salto de longitud. Estaba claro, nada de entrenamiento ni de esfuerzo, para batir tu propia marca no hay nada mejor que tropezarte con una araña del tamaño de un caniche.

Quiero aclarar que mi primera reacción y posteriores acciones no fueron resultado del miedo, eso dejémoslo claro desde este momento, sino más bien consecuencia de una impresión repentina y persistente. Una vez establecida una prudente distancia con el bicho, valoré la posibilidad de ir a buscar un trapo para atacar a la araña en una lícita y justificada acción de defensa territorial. Sin embargo, como soy una persona que conoce muy bien sus límites, analicé la situación con más detenimiento y pensé: “ A ver chaval, ¿a dónde vas con un trapito, acaso sabes torear?, porque como le pases al bicho el trapo por las narices o te embiste o lo que es aún peor te lo quita de las manos y se hace un delantal”. Así que, reevaluando la situación y teniendo como únicas alternativas posibles montar un encierro sin toreros o hacer el ridículo, decidí iniciar una retirada estratégica, para valorar con calma otras posibles alternativas.

El insecticida quedó inmediatamente descartado, realmente no sé porque la gente se gasta tanto dinero en drogas, a mí me basta con rociar el comedor con él para acabar pegado a la pared conversando con los mosquitos que pretendía eliminar, además, siempre he condenado la guerra química. Otra opción que valoré fue llamar a un amigo para que me enviase a su hijo de cuatro años. Este crío es un tipo extraño, le dan miedo los saltamontes, pero en cambio a las arañas, independientemente de su tamaño, se las come con patatas fritas. Claro que eso suponía hacer también el ridículo, por lo que decidí tomarme más tiempo para continuar examinando la situación y encontrarle una salida.

Después de varias horas reflexionando encontré las preguntas adecuadas para resolver la cuestión. Me pregunté: “¿A ti te molesta el bicho? Vale es grande, ¿pero realmente te molesta?. Parece tímida, no te mira con el deseo del hambriento, además es verano y hay mosquitos y otros insectos, que los días que sopla el viento convierten el comedor en una feria y lo mismo la presencia de una araña les disuade de aprovechar con tanto descaro mi manifiesta alergia a los insecticidas. Y concluí “para qué combatir cuando podemos convivir”. Así lo hice. Este verano no me ha picado ni un solo mosquito y los saltamontes, libélulas y escarabajos parecen que han cambiado su destino turístico. De acuerdo, no es una relación habitual y seguramente algo extraña, creo que las llaman simbiótica, aún así creo que la echaré mucho de menos cuando llegue el invierno porque he aprendido algo esencial: casi siempre cooperar es mejor que competir. A ver si algunos toman nota de la experiencia.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Frankenstein o el moderno Experimentador


Escarbar en el pasado, individual y colectivo, a veces es un ejercicio necesario, aunque no siempre agradable. Los años treinta fueron una década turbulenta, que finalizó con el estallido de una de las peores guerras que la humanidad ha conocido, no sólo por su extensión geográfica o por la cantidad de víctimas que provocó, sino también porque teorías y prácticas, previamente desarrolladas, fueron ejecutadas a una dimensión y escala global. Los experimentos médicos realizados, utilizando como cobayas a seres humanos, no surgieron de la nada, no fueron la obra de un iluminado o de un grupo de desquiciados, que de la noche a la mañana decidieron utilizar a otros seres humanos como sujetos de laboratorio, sino que se sustentaba en unas ideologías y prácticas previas que allanaron el terreno para que naciones como Alemania o Japón no encontraran demasiadas dificultades morales a la hora de ponerlas en práctica.

Las leyes eugenésicas, los experimentos del Doctor Mengele, del escuadrón 731 o los experimentos de Vallejo-Nájera en nuestro país son sólo expresiones de una vileza moral que asociamos a regímenes totalitarios. Olvidamos que la democracia no es garantía de pulcritud, máxime cuando algunas personas, por motivos de raza o religión, son consideradas ciudadanos de segunda. La muerte de ochenta y cuatro campesinos guatemaltecos evidencia que la experimentación con seres humanos no era una práctica propia de tiempos extraordinarios o circunstancias excepcionales, sino algo más frecuente, consentido por estados, independientemente de su organización política. El Experimento Tuskegee perseguía los mismos objetivos que al que fueron sometidos cientos de campesinos guatemaltecos; sin embargo, en este caso, los sujetos fueron ciudadanos estadounidenses de origen afroamericano. Difícilmente sería posible refutar el componente racista e ideológico de estos experimentos y el absoluto desprecio por la salud y la vida de estas personas.

Más tarde, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, esta vez en nombre de la Paz, miles de soldados y marineros norteamericanos fueron expuestos, sin su conocimiento, ni su consentimiento, a altas dosis de radiación (Crossroads). Estos experimentos, excluyendo los realizados por los nazis, eran posibles gracias a la confianza, a la ignorancia, a la buena fe y al engaño. Lo sencillo sería considerar que esas conductas son cosa del pasado, de tiempos más canallas que los actuales, aunque es lícito cuestionarse si lo único que ha cambiado han sido las formas. Los hechos demuestran que aún se experimenta con seres humanos, que los estados engañan a sus ciudadanos, es indiferente que sea para inocularles la bacteria de la sífilis o para arrebatarle sus derechos.

Continuamos en manos de gente dispuesta a utilizar a sus semejantes como ratas de laboratorio bajo la excusa de obtener un bien mayor. Unos siguen en medicina, experimentando con niños en África o la India, otros en cambio prefieren las ciencias sociales y se han embarcado en un gran experimento: cambiar el modelo social europeo de forma acelerada, acabar rápidamente con el gran pacto Keynesiano de la posguerra, sin tomar en consideración el sufrimiento que están causando. O quizá si lo sepan y el fin del experimento sea determinar el nivel de presión que los ciudadanos pueden soportar sin llegar a estallar. Deberían releer Frankenstein para recordar que en ocasiones la creación acaba devorando al creador.

martes, 30 de agosto de 2011

Expediente X


Algunas personas se meten en política para hacerse ricos, otros porque sinceramente creen en sus ideas, algunos no tienen ni idea de en dónde se meten y por último, tenemos los Expedientes X. Vamos a suponer, es solo una suposición, insisto, solo estoy suponiendo (por si no te ha quedado claro en la dos primeras ocasiones), que somos gente de extrema derecha, firmes defensores de las esencias católicas de la Madre Patria, custodios de la pureza racial hispana, sea lo que sea que signifique eso, y que vivíamos plácidamente mientras el invicto caudillo gobernó España, ¿estamos en el papel?. Sé que es difícil e incluso doloroso, pero será solo un momento. Bien, si estamos todos preparados, proseguimos con nuestro descenso al infierno del absurdo.

Supongamos que, como gente de bien, pensamos que la única familia verdadera es la bendecida por la Sagrada Iglesia Católica Apostólica y Romana y está formada por un hombre y una mujer (hijos los que Dios quiera). Vamos a figurarnos que los únicos africanos que toleramos son los de la Guardia Mora o los oriundos de Fernando Poo y Rio Muni. Una vez que hemos descubierto que nuestra Patria está siendo invadida por gente de cuatro continentes, que además de inmigrantes son pobres, decidimos contribuir a salvaguardar el blanco que tanto nos gusta y nos metemos en política. Evidentemente, escogeremos Plataforma por Cataluña, un partido cuyo único mensaje electoral es el racismo y la xenofobia; formamos parte de su lista electoral, hacemos campaña a su favor y fíjate tú, salimos escogidos y obtenemos un acta de concejal.

Hasta aquí nada que se salga de lo habitual; seremos unos fachas pero nadie nos podrá acusar de incoherentes. El Expediente X comienza cuando dos de esas personas, escogidas concejales por sus posiciones abiertamente racistas, ponen en evidencia aspectos de su vida personal poco habituales en la ideología de extrema derecha. En primer lugar, una de las concejales recién escogida manifiesta que mantiene una relación con un camerunés. Posteriormente, otro compañero de listas admite que es homosexual y convive con su pareja que es dominicano.

Evidentemente, tras la carcajada llegó el desconcierto. Excluyendo que estas dos personas creyeran que la xenofobia era una bebida tropical y el racismo un baile exótico, algo que no debemos descartar, porque desde que Belén Esteban es “La princesa del pueblo”, la comprensión oral, la escrita también, muestra preocupantes signos de involución. Incluso tomando en consideración la ignorancia previa, es razonable pensar que estas dos personas, tras acudir a un par de actos electorales de su partido, se percataran que allí nadie bebía, ni bailaba y tuvieron la ocurrencia de consultar un diccionario o más sencillo aún, recurrir a Google, para averiguar el significado de los dos términos.

Asumido el hecho de que fueron capaces de descubrir que la naturaleza de la organización estaba en abierta contradicción con sus vidas personales, ¿por qué continuaron?. Desechada la opción ideológica y cuando resulta complicado creer en la buena fe y en la recta intención, sólo resta una posibilidad: que estas personas desearan ser concejales a toda costa, dándoles igual con quién y cómo. La cuestión era ser elegido y después Dios proveería y éste, en su sabiduría, atendió sobradamente las súplicas de quien se ayuda a sí mismo. No sólo les concedió el acta, sino también un gobierno en minoría para quien estos concejales, libres de cualquier disciplina de partido, serán dos valiosos votos, posiblemente muy caros de obtener.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Curioso y preocupante


No es una novedad que Warren Buffet denuncie la necesidad de pagar más impuestos, como tampoco lo es que manifieste el absurdo de que el sistema impositivo se ensañe con la clase media, mientras las grandes fortunas, desde la época de Reagan, viven en unas permanentes vacaciones fiscales, que han servido para incrementar las diferencias económicas entre ricos y pobres. Si a esto le sumamos que los sueldos medios se han ido reduciendo progresivamente, dándose la circunstancia de que muchos trabajadores, pese a tener un empleo, viven en la pobreza, como consecuencia de los bajos sueldos, es inevitable que en este contexto cualquiera capaz de ver más allá de su propia codicia, sea consciente de que se está generando una situación insostenible, desde el punto de vista social y económico.

Si las declaraciones de Warren Buffet pueden ser interpretadas como un gesto de inteligencia, también son un aviso de que la avaricia rompe el saco y seguramente, estén encaminadas a tratar de reformar el capitalismo para evitar su quiebra. La carta firmada por dieciséis millonarios franceses pidiendo un incremento de impuestos, en cambio, es un ejemplo de condescendencia y prepotencia. No piden, pese a los titulares de prensa, que se les suban los impuestos, sino que se establezca una contribución “excepcional”, mientras dure la actual situación económica y que ésta tenga “proporciones razonables”, para evitar la fuga de capitales o la evasión fiscal, por lo que su oferta no es gran cosa. En el mejor de los casos, podríamos considerarla una propinilla al fisco para lavar su pésima imagen y tratar de mantener a medio y largo plazo sus privilegios fiscales.

Si bien la petición no deja de ser un mero acto cosmético, contra el cual no tengo nada (cada uno tapa sus defectos como puede), si resulta inquietante la velada amenaza que contiene la misiva. Por una parte, dejan claro que ellos hacen lo que les da la gana, disponen de los medios para evadir y ocultar bienes y por otra parte advierten, de forma descarada, que no aceptarán ningún cambio en un modelo fiscal que tantos beneficios les ha reportado. Evidentemente, como son gente formada en las mejores escuelas y de modales exquisitos, saben que una amenaza si se la acompaña de un acto de caridad será malinterpretada y los titulares sólo recogerán el gesto de magnificencia, obviando la canallada implícita del entrelineado. Quizá empiecen a estar preocupados y sospechen que esta crisis y la que parece avecinarse, puede generar la suficiente masa crítica como para que se produzcan estallidos sociales de consecuencias políticas y sociales imprevisibles para sus intereses. No deja de ser curioso y preocupante que los ricos europeos y estadounidenses se ufanen y afanen en ofrecer su colaboración económica tras cuatro días de algaradas en Londres.

jueves, 18 de agosto de 2011

Flotando en estado Zen


Hace unos días recibí una de esas presentaciones de Power Point que pretenden darnos una lección magistral sobre la amistad o el amor. En este caso concreto, la intención no era hacerte recordar lo maravillosa que es la vida, ni te amenazaba con siete años de mala suerte si rompías la cadena, ni tampoco te prometía que tus deseos se verían cumplidos si la enviabas a varios cientos de tus contactos. El objetivo era mucho más modesto, porque explicaba de forma sencilla y didáctica, casi como un sermón, el porqué unos países eran ricos y otros no. Según la presentación, todo se reducía a una cuestión de actitud y voluntad de sus ciudadanos, resumiendo los grandes males que aquejan a las sociedades en cuestiones económicamente tan relevantes, como la puntualidad, la pulcritud en el vestir y la seriedad. En resumidas cuentas, según el autor o autora de la presentación, los pobres son pobres, porque les da la gana o carecen de la suficiente voluntad para dejar de serlo; dicho en román paladino, viven en la miseria porque son unos auténticos haraganes.


Hay que reconocer que la profundidad del análisis es para dejar consternado a cualquiera, no porque haya gente capaz de ignorar los hechos de forma tan torticera o dispuesta a inventarse rocambolescas teorías para justificar y legitimar las desigualdades, sino porque hay personas que, de buena fe o presionados por las circunstancias, se las toman en serio. Y en ese universo de explicaciones absurdas, que pretenden imputar al individuo la responsabilidad de todas sus desgracias, tengo especial inquina a esa pseudo-filosofía llamada “Pensamiento positivo”. Quizá soy un cenizo, dominado por pensamientos negativos, pero por muchas vueltas que le he dado, no he sido capaz de ver qué tiene de positivo padecer un cáncer o perder tu empleo, ni por supuesto, que oportunidades de mejora personal pueden aportar al individuo.

Realmente, me sorprendería que esos impresentables que se pasan la vida abrazándose a árboles para sentir sus vibraciones (aunque posiblemente al recibir las suyas el pobre árbol pierda todas sus hojas) ignoraran el hecho que en demasiadas ocasiones no es suficiente con la voluntad o el deseo de vivir. Que con frecuencia la personas pierde la esperanza y muchas batallas, porque la realidad generalmente no atiende a oraciones ni concede ventajas (salvo que puedas pagarlas), independientemente de lo bueno que sea tu “rollo” metafísico. Saben perfectamente que si el individuo asume toda la culpa nunca buscará responsables, ni explicaciones a las desigualdades y por supuesto, no tratará de cambiar las cosas. Saben muy bien que el hombre "positivo" tragará con todo, tratando de aprovechar “su oportunidad”, mientras los miserables de esta tierra, culpables de muchas desdichas, se parten de risa viéndonos flotar en estado Zen.

domingo, 14 de agosto de 2011

Sepulcros blanqueados

Afirmaba David Cameron que los disturbios ocurridos en Londres y otras ciudades inglesas eran el resultado “de la falta de responsabilidad de unos jóvenes que piensan que el mundo les debe algo y tienen más derechos que responsabilidades. Hay algo que está mal en la sociedad británica, existe una falta de educación adecuada y una falta de ética y moral”. Debo reconocer que estoy de acuerdo con sus palabras. Parte de lo ocurrido se explica en el triunfo del dinero y la posesión de bienes materiales como único objetivo social y en el “todo vale” como instrumento para lograr el éxito. Está claro que estos jóvenes son un reflejo de un sistema social que permite a sus banqueros hundir las economías sin ser procesados, que consiente que sus políticos utilicen sus dietas para sufragar gastos personales no relacionados con su actividad y que incentiva la evasión fiscal permitiendo que los ricos eludan su parte de responsabilidad en la contribución al bienestar de la comunidad. Tiene razón cuando dice que algo va mal en la sociedad británica (en las otras también), cuando la cultura de la irresponsabilidad se ha instalado en la élite social y económica.

Qué conducta podremos esperar de los más jóvenes si sus padres o ellos mismos han perdido el empleo porque sus empresas, pese a obtener beneficios, los han despedido solo para contentar a los accionistas. Realmente, salvo en las formas y los objetos saqueados, la única diferencia que logro ver entre esos adolescentes alborotadores, o por ejemplo, los especuladores que juegan con el precio de los alimentos, es el número de víctimas y damnificados que provocan sus acciones. Responsabilizar a los padres y a la escuela de la falta de educación es un argumento frívolo e hipócrita, posiblemente encaminado a justificar, en nombre de la eficacia, mayores recortes en la enseñanza pública y ya de paso distraer la atención sobre las causas que han alimentado el conflicto.

Quizá sería interesante analizar qué posibilidades educadoras tienen padres y profesores cuando sus valores compiten con la publicidad, con un entorno que incita a los jóvenes a consumir y poseer unos bienes y servicios que no están al alcance de sus bolsillos. Se está condenando a millones de personas a ser meros espectadores de una fiesta consumista, se les está diciendo que deben conformarse con observar los objetos deseados a través de un escaparate, mientras el “todo vale” campa a sus anchas. Qué resultado esperaban obtener cuándo quienes pontifican sobre la ética y la moral son, como dijo el Nazareno, como sepulcros blanqueados.

martes, 9 de agosto de 2011

La estrategia del avestruz

Unos barrios de Londres están que arden y no sólo en sentido figurado. Por más que he buscado no he podido encontrar ningún análisis que explique con detalle las posibles causas de este estallido social, sólo vagas referencias a conflictos raciales y un par de líneas que citaban los recortes del estado del bienestar y las altas tasas de desempleo como posibles causas. Por lo demás, la mayoría de la información se centra exclusivamente en los enfrentamientos con la policía, los saqueos y los incendios, poniendo especial énfasis en la violencia de los manifestantes. Parece ser que una vez colgada la etiqueta de “violento” es innecesario profundizar y analizar las posibles causas que han provocado el conflicto.

Estamos siendo testigos de cómo un gran número de ciudadanos, en diversos países, están saliendo a la calle mostrando un descontento que presenta elementos reivindicativos comunes. España, Gran Bretaña e Israel, donde trescientos mil jóvenes se manifestaron la semana pasada, son solo unos pocos ejemplos de un proceso que parece estar adquiriendo una dimensión global. Es innegable que algo se está moviendo y tampoco podemos negar al capitalismo la virtud de que, pese a las diferencias culturales y las distancias geográficas, ha sido capaz de provocar una reacción, cuyo denominador común es un amplio rechazo social a un sistema caracterizado por su naturaleza depredadora y su tendencia natural a generar profundas desigualdades sociales.

Confundir el síntoma con la enfermedad es un error. Tratar de reducir las manifestaciones a simples expresiones de violencia, además de tendencioso, es de género estúpido. Aplicando la estrategia del avestruz sólo se logrará que estos lícitos y legítimos movimientos se radicalicen; aunque claro, quizá ésta sea una consecuencia deseada por el “establishment”. Reducir las reivindicaciones a una mera cuestión de orden público evitará incómodos análisis que apunten a la necesidad de emprender reformas para equilibrar un sistema especializado en ensañarse con los más desfavorecidos.

miércoles, 6 de julio de 2011

¿Ciencia o cinismo?

Cuando las cosas van mal todos tenemos una interpretación de los hechos y una receta para solucionar la situación. Y en este jardín de opiniones, las hay de todos los colores, unas serán acertadas, otras abiertamente extravagantes, y algunas, a la vista de su inconsistencia, han de ser elevadas al rango de religión. Claro que ésta es una religión un tanto especial, ya que desprecia la mística clásica para sustentarse en una ciencia que construye su propio relato de los hechos, ignorando las pruebas que ponen en entredicho sus conclusiones y despreciando aquellas otras investigaciones cuyos resultados no se ajustan a las necesidades, deseos e intenciones de quienes consideran la Fe como un instrumento científico válido.

Muchas personas escarmentadas con el delicado compromiso entre razón y religión se vieron abocadas al escepticismo y puesto que santos y relicarios tienen ya poco predicamento, ha sido necesario recurrir a nuevas fórmulas que explicaran, de forma mínimamente convincente, algunos hechos. Uno de ellos es la necesidad de esclarecer las causas del fracaso escolar en nuestro país. Éste no solo es una tragedia, sino también una vergüenza que nos salpica a todos y compromete seriamente el futuro económico y social de nuestra nación. Es un problema complejo en el que intervienen multitud de factores individuales y sociales, sin embargo pese a la evidencia, siempre hay quien tiene una explicación sencilla o una solución infalible al problema.

Los últimos en realizar su aportación a la galería de despropósitos a cuenta del fracaso escolar han sido los representantes de la CEOE. Estos empresarios que ahora también son docentes, sociólogos, psicólogos y trabajadores sociales, afirman, sin empacho ni vergüenza, que el fenómeno responde a factores genéticos (determinismo genético). Si el diagnóstico puede ser motivo suficiente para hacernos reír, las razones ideológicas ocultas tras él son para echarse a temblar. Si se desprecian los factores sociales, las condiciones económicas, la estabilidad familiar de los alumnos y por supuesto las inversiones públicas en educación argumentando que los pobres resultados escolares de algunos alumnos son solo consecuencia de su limitada capacidad intelectual, da igual lo que se haga, estos chicos tienen su destino escrito en los genes, por lo tanto es inútil e ineficiente invertir dinero en su formación.

Siguiendo la lógica de esta argumentación acabamos tropezando con un mensaje perverso y clasista: los estudiantes de clase alta, no obtienen mejores resultados por su mayor disposición de recursos y opciones educativas, sino porque son más listos que el resto de los mortales. Supongo que a eso lo llaman ciencia, aunque algunos lo llamarían cinismo.

jueves, 30 de junio de 2011

Secundarios

Los japoneses se enamoraron de una cantante que resultó ser una recreación digital, un ser inexistente construido a partir de los detalles de varias adolescentes. Fusionándolos lograron crear una nueva individualidad, una imagen lo suficientemente convincente como para seducir, y más tarde confundir, a millones de personas. El sueño de Mery Shelley ya no necesita visitar cementerios, ni reunir despojos para construir el nuevo Prometeo, ahora la creación es más aséptica, el resultado menos macabro, los distintos retales no muestran las marcas de la sutura, y los objetivos son más modestos. No han pretendido emular a los dioses, no han tratado de resucitar la carne muerta, se han conformado con crear una impostura, un juego inocente comparado con la ambición del Doctor Frankenstein. Sin embargo su logro, pese a estar en consonancia con los tiempos que vivimos, no deja de estar exento de inquietantes posibilidades.

No podemos negar que vivimos en una sociedad secuestrada por la imagen. Los líderes políticos o los artistas son el resultado de un preciso y minucioso diseño de Marketing, una sublime obra artística capaz de conferir a una piedra el atractivo de una ninfa y la persuasión de Demóstenes. Nadie se engaña, aunque vivamos sumergidos en un espacio y tiempo donde los efectos de luz y sonido nos confunden hasta embotar nuestros sentidos, somos conscientes que tras los gestos y las caras, los discursos y las baladas, hay una realidad que nos es escamoteada, y la sospecha acaba pudriéndolo todo. Ya no estamos seguros de si el deportista debe su éxito al dopaje, si el político honrado guarda sus ahorros en Suiza o si el artista que tanto ama a su público, también adora a los niños. Todas las miserias son maquilladas y obviadas, y cuando se descubren, si no son acalladas son excusadas. Nuestras vidas se nutren de seres artificiales, de ejemplos inexistentes diseñados en despachos de publicistas, sociólogos y psicólogos. Así que si el sonriente jovencito de gestos ambiguos y la exuberante muchacha de sonrisa enmarcada en labios desproporcionados dejaran de existir como seres físicos, quedando reducidos a un complejo y convincente programa informático, seguramente apenas notaríamos la diferencia.

Claro está que eso nunca llegará a ocurrir, necesitamos no solo saber que el becerro de oro existe, sino también queremos creer que en algún momento de nuestra vida podremos tocarlo. Lo inquietante es que se trate de sustituir a los personajes secundarios, a esos tipos aparentemente irrelevantes pero que dan vigor y credibilidad a las historias. Puedo imaginarme (tengo mucha imaginación o mucho tiempo) unas películas sin secundarios de carne y hueso, o un país donde los ciudadanos incómodos o díscolos, sean sustituidos por imágenes perfectas, por recreaciones sumisas y aborregadas con derecho al voto. Puedo imaginar, por imaginar que no quede, un universo donde los “secundarios” solo existamos en los ordenadores y que en cualquier momento se nos pueda silenciar apagándolos.

miércoles, 22 de junio de 2011

Los rescatadores

Resulta que Grecia, una economía que no representaba más del 0,2% del PIB de la Unión Europea, puede acabar transformándose en el Lehman Brothers de la deuda pública, en la Némesis de la incipiente recuperación económica. Ahora bien, antes de atender a tanto pájaro de mal agüero, sería interesante preguntarles qué resultado esperaban obtener de sus recetas económicas. Cómo esperan que Grecia, o cualquier otro país, pueda pagar sus deudas cuando además de estar hundiendo su economía, debe de hacer frente a unos intereses desorbitados. El problema no está solo en Grecia, como antes no lo estuvo en Argentina, Chile, Brasil o Ecuador (la lista sería muy larga para enumerarlos a todos), sino en la propia naturaleza de las medidas exigidas como condición para conceder las ayudas.

Invariablemente las intervenciones del FMI y ahora también de Bruselas, tienen como consecuencia un incremento de las tasas de desempleo, un aumento de la pobreza, y una profunda depresión de la actividad económica que supone una intensa destrucción de su tejido empresarial e industrial. Todo esto a su vez provoca una brusca caída de la recaudación fiscal, imposibilitando que los estados dispongan de los recursos económicos necesarios para hacer frente a sus obligaciones. Más cuando las recetas exigen que el esfuerzo fiscal recaiga en asalariados, pensionistas y pequeños empresarios, incrementando los impuestos indirectos, mientras se desprecia la aplicación de unas políticas fiscales progresivas y redistributivas (a eso lo llaman consolidación fiscal).

Lo cierto es que con este panorama solo queda una pregunta por hacer a esos tecnócratas escorados descaradamente a la derecha: ¿esperaban otro resultado? O como todo indica ¿era justamente este el punto al que querían llegar? Lamentablemente Grecia acabará cayendo, no porque sus ciudadanos en un gesto de “irresponsabilidad” hayan salido a la calle para protestar contra los recortes, ni porque sus políticos falsearan durante años las cuentas públicas, sino porque está atrapada en un círculo infernal que le impedirá hacer frente al pago de sus deudas, al menos en las actuales condiciones.

Puede que Europa esté en riesgo, pero ese argumento que empieza a despedir un desagradable tufillo racista, ya que señala a griegos, portugueses, italianos o españoles como los responsables de la situación, obviando el papel desempeñado por la banca. El verdadero peligro para todos, da igual que seamos morenos o rubios, está en los “rescatadores” enrocados en recetas económicas ineficaces y argumentos tendenciosos. El riesgo está, por puro empecinamiento ideológico, en prolongar la crisis hasta que se alcancen esos objetivos que cambiarán, para peor, las condiciones económicas, sociales y políticas de los estados miembros de la Unión. Les da igual que mientras dibujan su paraíso neoliberal, millones de personas sufran, les resulta indiferente que un 5% de esos vagos y sucios españoles, que ni se lavan las manos cuando manipulan pepinos, pasen hambre a diario, seguramente, como los griegos, lo tenemos merecido.

jueves, 16 de junio de 2011

Parque de la Ciudadela

En política, como en la vida, es imprescindible saber guardar las formas, porque cuando pierdes las compostura, por muy lícitas y legítimas que sean tus reclamaciones, por mucha razón que tengas al manifestarlas, una salida de tono puede lograr que pierdas las simpatías de quienes te apoyan y tus argumentos pueden perder todo su valor por algo tan estúpido como recurrir a la violencia. El movimiento 15 de mayo goza de mi simpatía, y seguramente coincido en muchas, si no todas, de sus reivindicaciones iniciales, pero incluso a mí, lo ocurrido con los diputados del Parlament de Catalunya, no solo me resulta desagradable, sino que también creo que ha sido un error táctico que pondrá en entredicho el movimiento y sus intenciones. Mucha tolerancia se ha de tener o muy poca objetividad para justificar lo ocurrido. Desde luego está clara una cosa, que el idilio con el resto de ciudadanos ha comenzado a resquebrajarse y han dado alas para que la prensa conservadora los despelleje vivos.

No voy a entrar en la idiotez de rasgarme las vestiduras por la violencia, que posiblemente ha sido cosa de unos pocos, y que no nos engañemos, responde a una intencionalidad de reventar o radicalizar el movimiento, a una frustración acumulada o a la simple estupidez humana, que de eso andamos todos sobrados. Es violencia y por lo tanto se condena por sí misma. Lo ocurrido pienso que es el resultado de la combinación de dos factores: la ingenuidad y la arrogancia. Ingenuidad porque los indignados han pensado que sus convicciones les abrirían las puertas del cielo y que la santidad de la inocencia impediría la presencia de elementos violentos entre sus filas. Arrogancia porque han creído que su sistema asambleario, sus justas reivindicaciones y sus nobles deseos estaban moralmente por encima de las convicciones políticas de otros ciudadanos y de la democracia que tanto les insatisface. Algunos de los participantes de la manifestación de hoy han atacado y zarandeado a los representantes de los ciudadanos, que quizá están haciendo su trabajo con el culo, pero al fin y al cabo han sido escogidos por los ciudadanos. Y si bien están en su derecho de considerar que estos Diputados no les representan, hay más de tres millones de ciudadanos que sí se consideran representados por ellos.

Muchos de nosotros, esos lumpen proletarios, que consideramos que el sistema debe de ser mejorado y aún así participamos en él, no votamos para que se recortaran la sanidad, la educación, ni para que dieran un escandaloso giro neoliberal a Cataluña. Ni por supuesto para que con la excusa de la crisis destruyan el estado de bienestar con la intención de beneficiar a determinados intereses económicos. De hecho posiblemente la gran mayoría de la población considere que es poco ético utilizar medios legítimos para cometer un atropello social injusto e inmoral. Sin embargo quien no vea un contrasentido que “en nombre de la democracia” se impida a un grupo de personas, parlamentarios o no, circular libremente, lanzándoles piedras o insultándolos, está claro que necesita urgentemente repasar sus principios democráticos.

¿Y ahora qué? Pues de entrada al movimiento 15 de mayo le lloverán chuzos de punta mediáticos, hasta Intereconomía clamará al cielo por el trato dispensado a los parlamentarios catalanes. Pero eso no es lo peor, la actuación de cuatro impresentables les ha hecho empezar a perder la sintonía que tenían con una gran parte de la sociedad y desde este momento, lo ocurrido en el Parque de la Ciudadela, será utilizado como excusa para atacar cualquier manifestación que se produzca en contra de los recortes del Gobierno de la Generalitat. Desde luego ayer se cubrieron de gloria.

miércoles, 15 de junio de 2011

The walking dead

Un ciudadano de una localidad británica, gracias a la ley de libertad de información, solicitó a la autoridad local conocer qué planes tenía respecto a una posible epidemia de zombis. Evidentemente los receptores de la solicitud y tras componer el gesto, respondieron con una sinceridad poco habitual en los políticos: No tenían ningún plan que contemplara una contingencia de esa naturaleza. Evidentemente esta claridad en la respuesta no es excusa para que los ciudadanos de Leicester, y por extensión del resto del mundo, no exijan responsabilidades por la falta de eficacia e imprevisión ante una amenaza tan cierta y probable como que una horda de zombis pueda convertirnos en steak tartar.

No podemos desdeñar la amenaza, el riesgo de que millones de cadáveres deambulen por nuestras calles perdiendo porciones de sí mismos, mientras se afanan por arrancarnos a mordiscos trozos de los nuestros. No podemos ignorar el peligro de que tantos tipos con problemas de aliento ronden por nuestras vidas persiguiéndonos incansablemente, esperando a que seamos derrotados por el cansancio para ser digeridos. Es fácil imaginarse la espeluznante escena: Ciudades devastadas por el fuego, personas tratando de huir, de ponerse a salvo de sus propios familiares, de sus vecinos y amigos. Mezclándose en una fuga masiva, sanos con infectados, una huída que solo serviría para extender la enfermedad y que al final acabaría transformando el planeta entero en un inmenso cementerio. Como rezaba el cartel de aquella película de Lamberto Bava: “Harán de los cementerios sus catedrales y de las ciudades vuestras tumbas”.

Destrucción y caos, confusión y miedo, esas serían las consecuencias de la imprevisión política. Menos mal que nuestras sociedades no solo son capaces de producir genios e injusticias, sino también a descerebrados integrales capaces de inventarse miedos y alarmas, poniendo en evidencia, gracias a las supuestas imprevisiones, nuestras verdaderas carencias. También es posible que el ciudadano de Leicester sea un maestro de la metáfora y donde dijo zombis quiso decir especuladores. Da lo mismo, la respuesta que le dieron sirve para ambos supuestos, no estamos preparados para resistir a esos devoradores de carne, aunque el trozo que nos arranque sea metafórico.

miércoles, 8 de junio de 2011

Never let me go

Seguramente el viaje más largo del que he sido testigo, fueron los quinientos metros que recorrió un muchacho de apenas dieciocho años. Vacilante y asustado, dejó atrás una existencia construida sobre una desolada certidumbre, para sumergirse, más solo que la una, en una ciudad capaz de ofrecer únicamente lo que ofrecen todas: promesas inciertas. Aquel chaval, como muchos otros, no tuvo demasiada suerte en la vida. Abandonado cuando era un bebé y sin ninguna familia que se preocupará por él, pasó toda su vida atrapado en unas instituciones que alimentaban su cuerpo y descuidaban todo lo demás. Nunca lo prepararon para lo que le esperaba fuera de los muros de aquel reino ingrávido y desconectado de la realidad.

Años después, en uno de esos encuentros fortuitos, coincidí con él en el autobús. Nunca habíamos tenido demasiada relación, la diferencia de edad y de situaciones marcaban una frontera invisible de incomprensión y en mi caso, debo reconocerlo, también de incomodidad. Nunca he pensado que un autobús atestado de gente, fuera el lugar más adecuado para las confidencias. Él no pareció compartir esa opinión y me describió cómo había sido su viaje a la madurez. Fue desgranando los hechos, algunos ciertos, otros pura fabulación, que narraban su vida. Terminó su historia con una afirmación que me desconcertó: “Solo necesito una novia, porqué todo lo demás me va bien”. A mí aquel comentario me dejó perplejo (aún no había descubierto las “ventajas” de tener una novia, ni tampoco “los inconvenientes”). Tras esas palabras, llegó su parada y se despidió, desde entonces no he vuelto a verlo, de hecho no recuerdo ni su nombre.

Lo cierto es que aquella conversación la fui recordando de forma intermitente, hasta que años después entendí porqué no la había olvidado, porque me dejó la impresión de que algo extraño le ocurría a aquel joven. La falta de afecto, la soledad, la inexistencia de una familia, no lo había convertido en un canalla, sino en un romántico. Pese a las duras lecciones que le había dado la vida, conservaba intacto el deseo de ser amado. Si nos dejamos llevar por la psicología alguien pensará que estaba compensando sus carencias afectivas, pero en algún momento de nuestra existencia deberíamos superar las explicaciones y las barreras que establece la ciencia y creer que hay gente, capaz de mantener intacta la esperanza, incluso cuando las circunstancias nunca les han favorecido. Sinceramente en un mundo que solo promete distopias, deberíamos recordar a quienes no han tenido nada en términos afectivos, y lo desean todo, incluso cuando este deseo está más allá de sus posibilidades o de la razón.

Nuestra vida es química, pero eso no nos convierte en números, ni nuestro destino es el resultado de una fórmula matemática de resultado predecible e invariable. Si alguien piensa que dos y dos son cinco, no solo está en su derecho a defenderlo, sino que también empiezo a pensar que no está del todo equivocado y sinceramente, espero que esa convicción nunca le abandone.

lunes, 6 de junio de 2011


Una de las miles de imágenes tomadas en Plaza Cataluña el pasado viernes 27 de mayo (Atentos a la terrible arma que sostiene la joven).

Foto cortesía de R. Del Campo.