domingo, 14 de agosto de 2011

Sepulcros blanqueados

Afirmaba David Cameron que los disturbios ocurridos en Londres y otras ciudades inglesas eran el resultado “de la falta de responsabilidad de unos jóvenes que piensan que el mundo les debe algo y tienen más derechos que responsabilidades. Hay algo que está mal en la sociedad británica, existe una falta de educación adecuada y una falta de ética y moral”. Debo reconocer que estoy de acuerdo con sus palabras. Parte de lo ocurrido se explica en el triunfo del dinero y la posesión de bienes materiales como único objetivo social y en el “todo vale” como instrumento para lograr el éxito. Está claro que estos jóvenes son un reflejo de un sistema social que permite a sus banqueros hundir las economías sin ser procesados, que consiente que sus políticos utilicen sus dietas para sufragar gastos personales no relacionados con su actividad y que incentiva la evasión fiscal permitiendo que los ricos eludan su parte de responsabilidad en la contribución al bienestar de la comunidad. Tiene razón cuando dice que algo va mal en la sociedad británica (en las otras también), cuando la cultura de la irresponsabilidad se ha instalado en la élite social y económica.

Qué conducta podremos esperar de los más jóvenes si sus padres o ellos mismos han perdido el empleo porque sus empresas, pese a obtener beneficios, los han despedido solo para contentar a los accionistas. Realmente, salvo en las formas y los objetos saqueados, la única diferencia que logro ver entre esos adolescentes alborotadores, o por ejemplo, los especuladores que juegan con el precio de los alimentos, es el número de víctimas y damnificados que provocan sus acciones. Responsabilizar a los padres y a la escuela de la falta de educación es un argumento frívolo e hipócrita, posiblemente encaminado a justificar, en nombre de la eficacia, mayores recortes en la enseñanza pública y ya de paso distraer la atención sobre las causas que han alimentado el conflicto.

Quizá sería interesante analizar qué posibilidades educadoras tienen padres y profesores cuando sus valores compiten con la publicidad, con un entorno que incita a los jóvenes a consumir y poseer unos bienes y servicios que no están al alcance de sus bolsillos. Se está condenando a millones de personas a ser meros espectadores de una fiesta consumista, se les está diciendo que deben conformarse con observar los objetos deseados a través de un escaparate, mientras el “todo vale” campa a sus anchas. Qué resultado esperaban obtener cuándo quienes pontifican sobre la ética y la moral son, como dijo el Nazareno, como sepulcros blanqueados.

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