jueves, 27 de octubre de 2011

14.000


Debo reconocer, no sé si a mi pesar, que soy una persona que con el tiempo ha perdido su capacidad de entusiasmarse. No ha sido una decisión voluntaria, sino el resultado de un lento aprendizaje que me ha llevado, como dijo Céline, a preguntar el precio de las cosas antes de apegarme a ellas o a tener la costumbre de desconfiar de los titulares de prensa. Sea como fuere, en la vida he aprendido a prestar más atención a la letra pequeña que a los espectaculares anuncios enmarcados en grandes y chillonas letras de molde. Cuando hace unos días leí en un titular de prensa que la lucha contra los paraísos fiscales había hecho aflorar 14.000 millones estuve a punto de no continuar leyendo, pero al final la costumbre pudo más que la prevención y acabé sumando otro tanto al marcador, que establece mi nivel desconfianza hacía algunos medios de información.


Leído de esta manera piensas: “¡Vaya, catorce mil millones es toda una pasta!”. Claro, eso si hablamos de dinero, porque si atendemos al titular tanto podían ser dólares, como euros o pastillas de anfetamina. Así que, como odio quedarme con dudas, empecé a leer la letra pequeña, para confirmar que la noticia no era más que un nuevo ejercicio de autocomplacencia. La cuestión es que el secretario de la OCDE anunció, con un entusiasmo destinado al público infantil, que: “La lucha contra la evasión de dinero a paraísos fiscales ha permitido recaudar en impuestos 14.000 millones de euros suplementarios en 20 países a partir de la acción del G-20 de los dos últimos años”. Añadiendo: “Esto es una contribución importante para la consolidación fiscal” en un contexto de crisis en que ha habido que recortar el gasto público”.

Tras leer la información me pregunté: “¿Y tanto entusiasmo a cuento de qué?”. Porque hombre, catorce dividido entre dos es siete y si tenemos en cuenta que se calcula que en paraísos fiscales hay depositados siete billones de dólares, pues la cantidad recaudada es ridícula y la celebración es como para sentir vergüenza ajena. Entonces pensé que quizá el problema lo tenía yo y que, de alguna manera, tenía que recuperar la capacidad para entusiasmarme con los pequeños, casi ridículos, éxitos. O simplemente tragarme catorce mil horas de “Telecirco” para no darme cuenta de cuándo estos sinvergüenzas, los que pretenden robarnos la sanidad y la escuela pública, me están tomando el pelo (o por gilipollas) con la comedia de que se toman en serio el fraude fiscal.

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