jueves, 15 de septiembre de 2011

Símbolos

“Oraciones en el Delta, oraciones en las sierras, oraciones en los búnkers de los infantes de marina en la “frontera” frente a la zona desmilitarizada y por cada oración una contraoración… Resultaba difícil ver quién llevaba ventaja”.

Michael Herr. Despachos de Guerra.


Transcurrida una década desde los ataques a las Torres Gemelas el mundo no es un lugar más seguro, pese a la eliminación de Bin Laden o la debilitación de Al Qaeda, los equilibrios y conflictos, perfectos indicadores de los resentimientos y desigualdades que alimentan ideológicamente el terrorismo se han intensificado. Sin embargo, esto no significa que los objetivos no se hayan cumplido. La administración Bush nunca, pese a los encendidos discursos, persiguió la paz, sino el recuperar una preeminencia política global e imponer una revolución conservadora, iniciada con Ronald Reagan, cuyo eje básico era dividir el mundo entre buenos y malos. Armados con esta simplicidad ideológica, que resultaría ridícula si sus consecuencias no hubieran sido tan trágicas, se lanzaron a reconquistar el planeta y lo hicieron como lo hace cualquier imperio en decadencia que conserva intacta su naturaleza depredadora, enviando unos cientos de miles de soldados a triturar a cualquiera que, por su color, religión o ideas políticas, hubiera tenido la desgracia de estar en el lado “equivocado” de la fe, de la ideología o de la vida.

El pasado once de septiembre EEUU conmemoró el décimo aniversario del atentado, recordando, con la habitual y comprensible emoción, a las víctimas del ataque. Las lágrimas, las oraciones, las banderas a media asta o inclinadas, rindiendo tributo a los difuntos, impedían ver el alcance de la matanza, el número de cuerpos amontonados a los pies de la memoria de los casi tres mil seres humanos asesinados aquel día. En su nombre, directa o indirectamente, más de setecientas mil personas, incluidos setenta y tres mil soldados estadounidenses, han muerto. Eso viene a ser casi unas doscientas cincuenta personas por cada víctima de los atentados; debemos reconocer que como venganza no está nada mal, aunque pese a las resoluciones de la ONU y la comedia jurídica con la que se revistieron las operaciones militares, éstas siguen apestando a linchamiento colectivo.

Ese día fue una jornada de duelo y de luto, de repaso constante de unas imágenes que se han convertido en iconos del inicio del siglo XXI. En el símbolo de la maldad humana, sin embargo, este poder de los símbolos no es despreciado por ninguna de las partes en conflicto. Dicen algunos historiadores que el ataque de la embajada estadounidense en Saigon, durante la ofensiva del Tet, marcó un punto de inflexión en la guerra de Vietnam. Que Estados Unidos, pese a su victoria, puso en evidencia que todo el esfuerzo militar previo había sido inútil y que la guerra estaba perdida. Seguramente, los líderes talibanes conocen la historia de sus enemigos y como ellos recurrieron a los símbolos atacando la embajada de los Estados Unidos en Kabul. Conmemoraron a su manera, los atentados del once de septiembre, recordando a la nación más poderosa de la Tierra que la historia tiene tendencia a repetirse y que los errores son casi siempre los mismos.

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