martes, 5 de abril de 2011

Mi pie izquierdo

Tengo que admitirlo, hoy me levanté con el pie izquierdo, llevaba tiempo sin tener noticias suyas y esta mañana lo noté. Seguramente hubiera sido más inteligente quedarse en la cama, fingir que no me daba por enterado del nuevo día, cerrando los ojos a la evidencia y a la necesidad de tener que ir a trabajar. Finalmente mi parte racional se impuso a la superstición, e ignoré los temores asociados a esos días que se anuncian nefastos. De un salto salí de la cama y mi dichoso pie izquierdo se enredó con la sábana y acabé dando un cabezazo contra la pared. Confundido y con los oídos resonándome no reparé en que la sábana continuaba enrollada en el pie y terminé en el suelo, esta vez estaba preparado, fui capaz de poner, justo a tiempo, las manos entre él y mis dientes.


Ya en el suelo mientras fingía, como aquel que no quiere la cosa, hacer unas flexiones, trataba de convencerme de que los acontecimientos no se ordenan según su naturaleza y de que el resto del día no tenía porque ser igual. Logré salir al rellano de la escalera sin más incidentes, lancé una mirada cargada de reproche a mi pie izquierdo y definitivamente el cabrón iba por libre, había decidido ponerse un zapato diferente, al menos en el color había acertado. Llegué a la puerta de la calle, casi había logrado alcanzar mi objetivo y al abrir me quedé con el pomo en la mano. Controlé mis nervios, respiré profundamente preguntándome porqué narices me había tocado a mí y cómo se lo explicaría al presidente de la comunidad. Entonces me encontré con un serio dilema, la puerta estaba abierta, el pomo en la mano, una cosa era romperlo y otra muy diferente llevarlo todo el día en el bolsillo. Problema resuelto, lo dejo encima de los buzones, algo más fácil de decir que de hacer. Puse mi pie izquierdo en la puerta, estiré el derecho, así como en una tabla de gimnasia y traté con el brazo de dejarlo sobre los buzones, los cuales, todo hay que decirlo, no ayudaron en lo más mínimo y no se acercaron ni un centímetro. En esta postura me sorprendió un vecino, que se quedó un poco estupefacto pero amablemente, sin reírse, al menos en mi cara, cogió el pomo que le ofrecía y lo depositó sobre los buzones.


Tras dos incidentes absurdos más, admití mi derrota. En cuanto llegue a casa, eso si llego y ya veremos en qué condiciones, relleno la bañera de mantas y me meto en ella a esperar que vuelva a amanecer (después de haber cortado el agua, algo he aprendido). No por miedo sino por pánico, porque a lo largo del día he recordado que este país lleva tres años levantándose con el pie izquierdo, que muchos desempleados han agotado su prestación de desempleo y demasiados ciudadanos han sido desahuciados, mientras banqueros, políticos y economistas afirman sin vergüenza que todo mejorará. Será para ellos que debieron nacer con dos pies derechos.

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