
Supongo que muchas mujeres deben de estar muy cansadas de algunos tipos, para quienes la preparación o méritos profesionales de una mujer son sólo aspectos secundarios e irrelevantes, siempre y cuando sus medidas sean las adecuadas y susceptibles de exposición pública. No creo que se sientan muy cómodas en unos entornos profesionales que de forma tácita casi exigen la ligadura de trompas como condición esencial, pero no escrita, para que a una mujer se la tenga en consideración en términos de desarrollo profesional. Tampoco dice mucho a favor de una sociedad, ni de sus individuos masculinos, que las mujeres tengan por sistema que escoger entre su vida personal o profesional, entendiéndose en la práctica que ambos objetivos son del todo incompatibles.
Quizá lo más desagradable de todo es que estas arbitrariedades son sólo posibles con la colaboración y complicidad de muchos hombres, jefes o compañeros de trabajo, que con su indiferencia conceden carta de naturaleza a tales prácticas, y con su hostilidad contribuyen a imponer la ley del silencio cuando una mujer decide denunciar estas situaciones. Podemos hacer todos los chistes que nos vengan a la cabeza a cuenta de las minifaldas y los escotes, seguro que son muchos, pero quizá las risas serían menos intensas y los chistes menos numerosos, si las humilladas fueran nuestras esposas, parejas o hijas. Seguro que entonces más de uno nos tomaríamos más en serio la cuestión, y en solidaridad iríamos a trabajar en pantalones cortos y camiseta de tirantes.
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