sábado, 13 de septiembre de 2008

Experimentos

Cuarenta y seis niños murieron hace unas semanas en la India como consecuencia de unos ensayos farmacéuticos. Muchas multinacionales aprovechando que la muerte en esas latitudes es mucho más asequible y las legislaciones se dejan seducir fácilmente por el dinero, deslocalizan sus experimentos a lugares donde los gobiernos están dispuestos a sacrificar a sus ciudadanos con tal de recibir inversiones. Y éstas, como ocurre casi siempre cuando un gobierno apela al bien común, solo beneficiarán a quienes se muestran tan obsequiosos con la vida ajena.
No debemos escandalizarnos, estamos en el siglo del mercadeo en el cual todo es negocio o negociable. Así que cuando ya no queda nada por vender, la competencia reduce los márgenes de beneficio o las inversiones se desvían a lugares más cálidos, se impone buscar nuevas oportunidades y éstas acaban re-descubriendo o actualizando viejos negocios y el tráfico de carne humana, gracias a su excelente rentabilidad, siempre ha sido una mercancía muy codiciada.
Esos gobiernos, empeñados en alcanzar un hipotético e intangible futuro bienestar para sus pueblos, ponen a disposición del mejor postor el presente de indefensos ciudadanos; a su favor juegan la ignorancia y la desesperación de madres incapaces de alimentar a sus hijos, incapaces de curarlos de esa maldita enfermedad llamada pobreza, dispuestas a confiar sus almas al diablo o a la medicina con tal de que sus hijos sean atendidos y curados. Da igual que el tratamiento sea experimental, eso cuando alguien se toma la molestia de informarlas de esa peculiar condición, es indiferente que firmen documentos de compromiso eximiendo de responsabilidades a quienes cobran por convencerlas. Si no se sabe leer y la vida de un hijo depende de una equis sobre un papel, nadie resiste la tentación y tratando de salvaguardar la vida acaban condenándola.
Cuando las cosas vayan mal nadie las consolará ni las indemnizará, nadie agradecerá su involuntario sacrificio y lo peor de todo, si la medicina del hombre blanco llega a funcionar, otras madres, vecinas de las abajo firmantes, nunca podrán beneficiarse de ese medicamento. Ya estará sujeto a patente y para poder acceder a él necesitarían vivir cien vidas y ver morir a otros tantos hijos o tener la suerte de parir en un país donde la seguridad social paga los caprichos y desvaríos de unas farmacéuticas
para las que la incomparecencia del doctor Mengele en Nuremberg parece legitimar sus métodos.

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