jueves, 19 de marzo de 2009

Gattaca

Pensaba en el bebé que con su cordón umbilical ayudó a sanar a su hermano de seis años. El embrión fue seleccionado con este fin después de determinar que estaba libre de la enfermedad genética que afectaba a su hermano. Con el paso del tiempo la ciencia posiblemente irá dando respuesta a problemas hoy por hoy irresolubles y pondrá a nuestro alcance tratamientos a enfermedades incurables. Seguramente los límites de la ciencia solo estén sujetos a nuestra imaginación, sin embargo, los de la estupidez humana han sido explorados y determinados en múltiples ocasiones. Así que sería interesante empezar a pensar cuales deberían de ser los límites éticos y jurídicos de esas técnicas terapéuticas, basadas en seleccionar embriones para desarrollar “niños medicamento”.

La cuestión no guarda relación con la religión ni con la ciencia, sino con la libertad individual y el desarrollo personal y afectivo del niño seleccionado para ser donante. En algunos casos el tratamiento solo requerirá la aportación de unas pocas células sanas, en cambio, otros casos podrían requerir de un trasplante de órganos o someter al donante a dolorosos y prolongados procedimientos médicos. En estos casos apelar al afecto y obligaciones entre hermanos, es insuficiente para justificar que un bebé pueda llegar a convertirse en un “cajón de recambios” y deba participar, sin haber podido dar su consentimiento, en el proyecto de supervivencia terapéutica de otra persona, supeditando y condicionando su propia salud, existencia y desarrollo personal a ese fin.

Podemos pensar que la resolución de estos posibles conflictos llegará por sí misma, el sentido común regulará los límites de estas prácticas. Sin embargo no podemos despreciar dos cuestiones: la primera es que cuando hay afectos por medio, el sentido común cuenta poco o nada. Y la segunda, que hoy en día ya hay clínicas irresponsables que ofrecen a gilipollas empeñados en ser padres, sin exigirles antes mejorar su pobre condición de descerebrados, la posibilidad de escoger el color de los ojos o del cabello de sus hijos. Y si bien esas “selecciones” son en términos genéticos pura anécdota, son un mal precedente, que no descarta la posibilidad de que una generación guiada por la moda o la política, o por ambas, decida determinar y establecer cuales serían las características genéticas deseables en las generaciones futuras. Seguramente alguien pensará que he leído demasiada ciencia ficción y es verdad, pero hay un hecho presente en muchas otras novelas, independientemente de su género: si existe una sola posibilidad entre un millón de cagarla, el ser humano siempre encontrará la manera y la excusa para hacerlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que la cosa no acaba ahí y lamentablemente lo veremos con los años... Manejo una teoría, propia y posiblemente disparatada, que a pesar de su origen Darwiniano extiende sus causas y efectos a un nivel planetario. Me gusta creer que cuando ocurre algún terrible suceso como un terremoto, un tsunami, una erupción volcánica (excluyo grandes catástrofes provocadas por el hombre como el 11 S), en el que mueren algunos millares de personas, este suceso no es más que un intento del planeta tierra, la hipótesis de Gaia, por equilibrar lo que el hombre se empeña en desequilibrar. A partir de ahí lo que estamos haciendo y lo que pretendemos con estas nuevas terapias y con todos los remedios que nos ofrece la tecnología es deteriorar el genoma humano.
Nuestro genoma ha evolucionado con nosotros durante unos millones de años y son el fruto de adaptaciones, errores y mutaciones, no nos engañemos, hace unos miles de años quizás tan solo cientos, un miope lo tenía crudo para sobrevivir en un entorno hostil, vale, hoy en día tan solo sería atropellado por un autobús urbano y no devorado por un sablodonte, pero unas gafas, unas lentillas o una operación mediante láser, superan esa deficiencia. Una deficiencia que se halla en el genoma y que ese sujeto va a transmitir a la siguiente generación. (Que conste que es el primer ejemplo que se me ha ocurrido y no pretendo que empezar la cruzada por el genoma eliminando sistemáticamente a los miopes del planeta), pero la realidad es esa.
Las enfermedades genéticas que conseguimos curar no quedan eliminadas del genoma y los peligros que corremos al entrar en la espiral de lo curable y sus técnicas, son una oscura caverna de la que algún día emergerá cualquier monstruo que convertido en pandemia diezmará la población humana.
Aun recuerdo cuando en segundo de medicina el Doctor Swartz, Director del Laboratorio de Bioquímica de Valle Hebrón y Catedrático de Bioquímica de la Facultad de Medicina, me explicaba que en el laboratorio las medidas de seguridad eran más extremas que en cualquier otra instalación del mundo y que solo podían trabajar con ADN de mono y de cerdo, ¿A qué tanta seguridad? le preguntaba. Recuerda usted la película “la mosca”, pues ríase usted de ella si ocurre un accidente con un ADN Recombinante… Desde ese día la genética tomó un nuevo cariz para mí.