miércoles, 12 de enero de 2011

Power balance

No hace mucho unas pulseras de silicona se anunciaban como fuente de fuerza, resistencia y flexibilidad, todo gracias a que contenían un “holograma que reaccionaba positivamente en el campo de la energía del cuerpo”. Pese a un lenguaje propio de charlatanes se vendieron como churros. Posiblemente una explicación de su éxito (además de la ignorancia) fue que algunos famosillos y famosotes las lucieron públicamente sin ningún disimulo. Una persona medianamente razonable pensaría o que ese tipo era un cretino integral, algo por otra parte no excesivamente descabellado, o simplemente que cobraba una pasta por lucir la pulsera, y que mientras hubiera dinero de por medio les daba igual quedar como imbéciles.

Así son las cosas. Tras cada predicador, charlatán o sinvergüenza hay una legión de crédulos aborregados, sin ningún sentido crítico, dispuestos a imitar todos sus gestos, que se toman en serio sus palabras y si es necesario transforman las consignas en balas. El Tea Party lleva meses practicando una estrategia de impacto e intimidación, incendiando la convivencia con sus discursos y dibujando dianas sobre sus oponentes políticos. Su radicalismo se ha traducido en la muerte de nueve personas. Durante meses han paseado el incorrupto cuerpo de la sacrosanta patria y los valores de los padres fundadores. Han mentido sin medida y han apelado, sin empacho, al miedo de los ciudadanos. No es un fenómeno exclusivo de los EEUU, en Europa también somos testigos de cómo algunos líderes políticos y religiosos radicalizan sus discursos sin prestar excesiva atención a las posibles consecuencias que se deriven de unas palabras que el tiempo, y los actos de algunos exaltados, obran el milagro de transformar en cócteles molotov.

Esos líderes, a quienes tanta publicidad se les ha dado, no muestran ningún reparo a la hora de satanizar a cualquiera que piense de forma diferente a ellos. Es cierto, no han apretado el gatillo, pero cargaron de odio la cabeza de un desquiciado y ahora pretenden eludir la responsabilidad moral que les corresponde. Sostienen, al menos mientras esas muertes no se olviden, que la tragedia es solo el resultado de la acción aislada de una mente enferma. Por lo pronto tal actitud descarta la posibilidad de que exista intención de enmienda, así que solo nos queda esperar que alguien saque al mercado una pulsera capaz de potenciar la templanza antes de que más chalados se sientan llamados a convertirse en mártires.

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