Un científico tras haber encontrado un fármaco capaz de prolongar la vida de los mamíferos, al menos ese es el resultado obtenido en unos ratones de laboratorio, solicitaba ayuda para tratar de encontrar otras sustancias con un efecto similar. Durante un rato, en un intento de ser útil, pensé en posibles productos que pudieran cumplir con esa condición. Después de quince largos y agotadores minutos, llegué a la conclusión de que haber aprobado química por los pelos no contribuía demasiado a mi deseo de colaboración, y posiblemente esa búsqueda superaba largamente mis posibilidades.
Tardé algún tiempo en darme cuenta de que para dar una respuesta no es imprescindible ser científico, ni publicar en The Lancet. De hecho solo es necesario aplicar el único método científico infalible: el sentido común, y para eso no se requieren ni laboratorios ni becas millonarias, solo abrir los ojos y salir del abotargamiento afectivo en el cual parece que estamos sumergidos en todo lo referente a nuestros semejantes. La mayoría de seres humanos podrían cumplir los seis años de edad e incluso los setenta y cinco, si todos comieran como es debido, preferiblemente más de una vez al día. Muchos hombres y mujeres serían enterrados por sus hijos y no a la inversa, si tuvieran acceso al agua potable o si el aire no estuviera tan contaminado y respirar no fuera una actividad tan peligrosa para la salud como el fumar.
Seguramente la humanidad como especie sería muy longeva si Estados y Profetas no enviaran a sus gentes a degollar a sus vecinos. O si en lugar de construir tanta maquina mortífera, dedicaran sus energías a colaborar con sus semejantes en lugar de exterminarlos. Entonces los científicos podrían dedicarse a cosas realmente importantes como inventar una cura contra la codicia. Y si sobra tiempo y dinero, a temas menores, como que una pequeña parte de la humanidad pudiera pagarse el capricho de tratar de superar el récord de Matusalén, mientras el resto ejerce su derecho a ver crecer a sus hijos y nacer a sus nietos.
Tardé algún tiempo en darme cuenta de que para dar una respuesta no es imprescindible ser científico, ni publicar en The Lancet. De hecho solo es necesario aplicar el único método científico infalible: el sentido común, y para eso no se requieren ni laboratorios ni becas millonarias, solo abrir los ojos y salir del abotargamiento afectivo en el cual parece que estamos sumergidos en todo lo referente a nuestros semejantes. La mayoría de seres humanos podrían cumplir los seis años de edad e incluso los setenta y cinco, si todos comieran como es debido, preferiblemente más de una vez al día. Muchos hombres y mujeres serían enterrados por sus hijos y no a la inversa, si tuvieran acceso al agua potable o si el aire no estuviera tan contaminado y respirar no fuera una actividad tan peligrosa para la salud como el fumar.
Seguramente la humanidad como especie sería muy longeva si Estados y Profetas no enviaran a sus gentes a degollar a sus vecinos. O si en lugar de construir tanta maquina mortífera, dedicaran sus energías a colaborar con sus semejantes en lugar de exterminarlos. Entonces los científicos podrían dedicarse a cosas realmente importantes como inventar una cura contra la codicia. Y si sobra tiempo y dinero, a temas menores, como que una pequeña parte de la humanidad pudiera pagarse el capricho de tratar de superar el récord de Matusalén, mientras el resto ejerce su derecho a ver crecer a sus hijos y nacer a sus nietos.
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