martes, 28 de abril de 2009

Gripe porcina

Existe un motivo para no gritar ¡fuego! en un lugar público. En esa situación nos dejamos llevar por nuestro instinto y antes de empezar a correr no tenemos la costumbre de reflexionar sobre la cuestión. Muy pocas personas se detienen a pensar: “vale, hay fuego, pero joder ¿donde está el humo? Casi siempre el pánico vence al sentido común y normalmente causa más victimas que el propio peligro.

Cada año mueren en el mundo miles de personas a causa de la gripe. Estas muertes casi siempre pasan desapercibidas y no suelen provocar alarma social. De hecho las enfermedades infecciosas, la gripe no es una excepción, tienen predilección por las personas ancianas o con su sistema inmunológico debilitado (la desnutrición es uno de esos factores de riesgo y México, no debemos olvidarlo, sufrió, hace apenas un año, una importante crisis alimenticia). Por eso es importante conocer el perfil de las víctimas, su edad, si recibieron asistencia médica o cuales eran sus condiciones físicas antes de enfermar. Porque esta información nos revelará con qué estamos tratando realmente, si con un agente patógeno con altas tasas de mortalidad o con una población empobrecida y mal alimentada que es presa fácil de cualquier enfermedad infecciosa.

Además existe otro importante elemento a tener en cuenta. Según algunas fuentes el gobierno mexicano ocultó durante semanas la existencia de ese brote vírico. Y esto, contra todo pronóstico, es un elemento tranquilizador. Si en nuestro país, los primeros casos sospechosos se detectaron apenas cuarenta y ocho horas después de la alerta internacional lanzada por la OMS, entonces hay una pregunta que requiere una respuesta: ¿Por qué ninguno de los cientos de turistas españoles que visitaron México durante las vacaciones de semana santa enfermaron? ¿Por qué no se detectó ningún caso a su regreso? Quizá no hubo ninguno o simplemente los síntomas y la evolución de los pacientes no se desvió de lo que es habitual en un proceso de gripe común. Aunque también es posible, ya nada debería sorprendernos, que la gripe porcina esperara el anuncio de la OMS para iniciar su expansión.

No pretendo despreciar el riesgo de una epidemia, ni restar importancia a ninguna de las muertes, pero la OMS, que lleva años anunciado una pandemia mortífera de gripe aviar, debería ser un poco más comedida en sus alertas y declaraciones, dejando las narraciones y descripciones del Apocalipsis a apóstoles, pintores o guionistas de cine. Porque una vez el pánico se ha extendido ya es muy difícil detenerlo. Eso sí, esta organización debería recomendar una campaña de vacunación contra la incontinencia verbal, que nos proteja de todos aquellos imbéciles dedicados a comparar la actual situación con la devastadora gripe de 1918. Esos tipos sí que son una epidemia peligrosa.

viernes, 24 de abril de 2009

Tigres de papel

Todos los reaccionarios son tigres de papel. Parecen terribles, pero en realidad no son tan poderosos. Visto en perspectiva, no son los reaccionarios sino el pueblo quien es realmente poderoso.
Citas del presidente Mao Tse-tung.

China, esa nación milenaria, cuyo talento e inventiva tanto contribuyó a nuestro desarrollo cultural, se perfila ahora como la gran campeona global. Según los ultraliberales, ella es la única vencedora del actual desastre económico. Es el paradigma de la eficiencia económica y el ejemplo a seguir por todas las naciones desarrolladas si no quieren acabar rindiendo pleitesía al tigre asiático.

Los espectaculares indicadores macroeconómicos chinos, aunque últimamente anden algo desfallecidos, son la carta de presentación y el argumento utilizado por los custodios, y al tiempo trituradores, del legado de Adam Smith. Sin embargo, tanto entusiasmo orientalista, solo es posible tras un intenso esfuerzo de cinismo que nos permita ignorar las verdaderas razones del éxito y las frágiles bases que sustentan la estabilidad del modelo económico chino. No es necesario raspar excesivamente la superficie del “milagro” para comprobar que éste tiene muy poco de prodigio y sí mucho de la vulgaridad de las bayonetas.

Quizá algunos economistas, políticos y empresarios de dudosa calidad democrática, consideren un éxito lograr altas tasas de crecimiento económico negando a los ciudadanos sus derechos civiles y sociales básicos. Solo ignorando la represión política y sindical, los altos costes medioambientales y las importantes tensiones sociales existentes, el desarrollo económico chino podría ser considerado un ejemplo. Demasiadas y profundas son las contradicciones de esta nación, para no confundir sus logros con los rugidos de un tigre de papel.

jueves, 23 de abril de 2009

Miguel de Cervantes. † 23 de abril de 1616

Cerró con esto el testamento, y tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama. Alborotáronse todos, y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después deste donde hizo el testamento, se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada; pero, con todo, comía la Sobrina, brindaba el Ama, y se regocijaba Sancho Panza; que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto. En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallóse el escribano presente, y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió.

Viendo lo cual el Cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado desta presente vida, y muerto naturalmente; y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente, y hiciese inacabables historias de sus hazañas. Este fin tuvo el Ingenioso Hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero.

William Shakespeare. † 23 de abril de 1616

¿Sigues aquí, Laertes? ¡A bordo, a bordo! ¡Que descaro! Tu nave recibe el viento de popa y solo esperan tu llegada. Ven. ¡Que mi bendición te acompañe! Graba en tu memoria estas sencillas máximas. No airees tu pensamiento ni obres con precipitación. Sé llano en tu trato, sin caer en lo vulgar. Sujeta a tu alma a los amigos puestos a prueba, pero no acaricies en exceso a los recien salidos del cascarón que aún no tienen plumas. Huye de las disputas, pero una vez en ellas, procura que sea tu rival quien huya de ti. Concede a todos tu oído, pero a pocos tu voz. Atiende las censuras de los otros, pero guarda tu opinión. Luce los vestidos que te permita tu bolsa: costosos, pero sin afectación ni extravagancia, pues el traje denuncia a su dueño, y en Francia los caballeros saben dar ejemplo de delicada elegancia. No pidas prestamos ni los des, pues si prestas perderás a un tiempo el dinero y al amigo, y si tomas prestado sufrirá tu economía. Y, sobre todo, sé sincero contigo mismo; esto traerá, como la noche al día, que no seas falso con los demás. ¡Adios! Que mi bendición madure estos consejos en tu espíritu.

Hamlet.

Hoy, lectura del El Quijote. (VIII)

Anónimo.

Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir. Pero, acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse: porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él: «Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: «Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante»? ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

miércoles, 22 de abril de 2009

Hoy, lectura de El Quijote. (VII)

Zoe

Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque (según se decía él a sí mesmo) no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba; y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.

Hoy, lectura de El Quijote. (VI)

Anónimo.

En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del extraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo, pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.

Hoy, lectura de El Quijote. (V)

Anónimo.

Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura.

Hoy, lectura de El Quijote. (IV)

Claudia
En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de solo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes.

Hoy, lectura de El Quijote. (III)

Anónimo.
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto, graduado en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra, o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

Hoy, lectura de El Quijote. (II)

Anónimo.

Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva; porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Y también cuando leía: «... los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza».

Hoy, lectura de El Quijote

Capítulo I
Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

martes, 21 de abril de 2009

Objetivos e imparciales

El juez encargado de la investigación del accidente del Spanair JK5022 se ha visto obligado a solicitar su informe a la Agencia Europea de Seguridad Aérea, porque es incapaz de encontrar en nuestro país profesionales “objetivos e imparciales”. Seguramente la causa que explique la necesidad del juez no radica en la falta de profesionales cualificados, si no en que los intereses y la ideología suelen corromper con excesiva facilidad la voluntad y opinión de algunos de esos técnicos.

Quienes deberían ser un ejemplo de objetividad, con frecuencia transforman sus conclusiones en bochornosos ejercicios de compadreo y retuercen sus juicios para que las responsabilidades nunca tengan nombres. Atosigan con datos y marean con hipótesis absurdas hasta que los hechos, agotados, se rinden a la evidencia de que la verdad cuenta poco o nada cuando supone poner en entredicho a un colega o que este sea procesado por su incompetencia o desidia.

Esos técnicos, que parecen hombres sabios, saben que la vida es incierta y mañana quizá sean ellos quienes dependan de la confusión esparcida por uno de sus iguales para eludir responsabilidades. Aunque también puede ser que sus hijos un día lleguen a viajar en uno de esos aviones de frágiles alas, puestos a punto por uno de los compañeros exonerados gracias al corporativismo. Entonces quizá reparen que los juramentos clandestinos de lealtad pueden ser tan quebradizos como la vida de sus semejantes.

http://www.elpais.com/articulo/espana/juez/caso/Spanair/desconfia/peritos/espanoles/elpepuesp/20090416elpepinac_10/Tes

miércoles, 15 de abril de 2009

Sentencia y complacencia

Posiblemente sea un desarraigado y esta condición provoca que para mí solo existan dos tipos de tradiciones, las inocuas, con las cuales puedo convivir sin ningún problema y las que abiertamente son utilizadas como coartadas para justificar los excesos de una comunidad sobre alguno de sus individuos. Y con estas últimas tengo serios problemas de convivencia, porque invariablemente muchas de esas tradiciones convierten a niñas y mujeres en víctimas de unas normas de carácter inapelable y de difuso e incierto origen.

En nuestro país una mujer de origen mauritano ha sido condenada, la sentencia aún no es firme, por ofrecer en matrimonio a su hija de catorce años y más tarde forzarla a mantener relaciones sexuales con su marido, veintiséis años mayor que ella. No debemos mostrarnos excesivamente complacientes con esta sentencia, si bien puede ser interpretada como un éxito del estado de derecho, su propia existencia revela el fracaso del proceso integrador y es indicador de que un gran número de inmigrantes continúa rigiéndose por unas referencias culturales que no han sido comparadas con el estado de derecho, ni purgadas de aquellos aspectos que puedan entrar en conflicto con él.

Una sentencia de esta naturaleza solo tiene la utilidad de aumentar la distancia y el aislamiento de estas comunidades sin que por eso se llegue a reducir el número de niñas que pueden ser entregadas en matrimonio o sufrir la ablación del clítoris. Simplemente se incrementará la presión de las familias sobre las víctimas para evitar posibles denuncias. Este caso fue excepcional en un aspecto esencial, la niña tuvo el apoyo de una familia española durante todo el proceso. Sin embargo en la mayoría de los casos de niñas en riesgo, la norma es el aislamiento, el desconocimiento de sus derechos y por lo tanto la indefensión. Esta sentencia castiga el delito, pero no solucionará el problema.

www.elpais.com/articulo/andalucia/fiscal/pide/carcel/urgente/mujer/caso/hija/fuerza/elpepiespand/20090415elpand_2/Tes

lunes, 13 de abril de 2009

Dicen por ahí

Dicen por ahí que Corín Tellado fue tras Cervantes la autora más leída en lengua castellana. Y esto puede ser cierto como no serlo, especialmente si tenemos en cuenta un hecho incuestionable, como es que todos mentimos y nuestras supuestas lecturas no escapan a esta regla. Además nadie en su sano juicio, salvo que alardeé de embrutecimiento, ignorancia o de ser de ciencias, admitirá públicamente no haber leído a Cervantes.

Sin embargo esta competencia absurda entre autores no es la razón de esta entrada. La muerte de esta escritora me ha hecho recordar a un profesor de literatura, de cuyo nombre no quiero acordarme, quien dijo una vez en clase, con mucha razón y algo de desprecio en sus palabras, que esas “novelillas” estaban hechas con “plantilla”, lo cual era cierto. Nunca leí a Corín Tellado, pero sí muchas de Marcial Lafuente Estefanía. Y eran tal como las describió aquel profesor que casi logra hacerme odiar la literatura. En cien pequeñas páginas conocíamos al bueno, a la buena, casi siempre también buenorra, al malo y sus maldades. E invariablemente cada semana éramos testigos de cómo el bueno siempre ganaba, se quedaba con la chica y los malos se iban al quinto infierno, habitualmente con un tiro en la frente y todo esto por veinticinco de las antiguas pesetas. Y cuando años más tarde descubres que el autor de esas historias fue un oficial republicano encarcelado después de la guerra civil, es inevitable sonreír y pensar que cada uno ajusta las cuentas a su manera.

Pese a no haber leído nunca una de las novelas de esa autora, crecí rodeado de ellas. Fueron tan inevitables en mi infancia como la voz de Maruja Fernández en el consultorio de Elena Francis. Y he tardado mucho en reconocerles su mérito, que no consistía únicamente en el gran número de ejemplares que vendían, sino en algo casi tan intangible como la clandestinidad con la que eran leídas. Su éxito residía en el consuelo que procuraron a millones de mujeres sometidas y ensombrecidas por un régimen empeñado en negarles incluso sus propios deseos. Sin lugar a dudas nuestras madres y abuelas nunca encontraron en esas novelas buena literatura, pero sí un poco de alivio, algo de consuelo y posiblemente también algunas ilusiones. Y esto no tiene precio.

Y si algún profesor de literatura dice por ahí que esas novelas eran auténticas basuras, no te cortes un pelo y anímale a escribir, con plantilla o sin ella, y a repetir el éxito de esos menospreciados autores, ya veremos cuál es el resultado. Seguramente te ganes un suspenso, pero el comentario habrá entrado en la frente del profesor como una bala y tu compañera de pupitre te mirará fascinada.

lunes, 6 de abril de 2009

Escepticismo y desgaste

Uno de los efectos más perversos de cualquier crisis es la incertidumbre que genera en las personas, estas se sienten zarandeadas por circunstancias que muchas veces no son comprendidas del todo. En estas circunstancias las explicaciones abstractas y el apelar a «razones de Estado» para pedir sacrificios no tiene ningún valor, cuando persiste la impresión de que estamos siendo engañados y de que las reglas del juego son cambiadas cada vez que resulta necesario e invariablemente siempre en beneficio de los mismos intereses.

Durante años se ha menospreciado al Estado, el intervencionismo y cualquier regla que limitara la actividad económica de las grandes empresas y multinacionales. Sus beneficios han sido cuantiosos y sus impuestos ridículos, mientras los trabajadores veían reducir en términos absolutos y relativos la cuantía de sus ingresos y cómo el esfuerzo impositivo recaía en las rentas salariales. Hemos sido testigos de cómo grandes fortunas eludían el fisco, refugiándose en paraísos fiscales y cómo empresas, tras anunciar enormes beneficios, despedían a miles de empleados tan solo para incrementar unas décimas el valor de sus acciones. Durante años nadie ha cuestionado el origen del dinero que encontraba refugio seguro en los centros offshore. Daba igual si provenía del tráfico de personas o de drogas, nadie ha movido un dedo para poner fin a ese repugnante flujo financiero. Alegando la imposibilidad de intervenir en el mercado, las autoridades políticas y económicas han mirado en otra dirección, en unos casos por impotencia y en otros por convicción ideológica.

Ahora se sorprenden no solo del escepticismo de la gente ante las medidas para superar la crisis, sino también de su resentimiento. Esta crisis puede provocar, si no lo ha hecho ya, una grave fractura entre los ciudadanos y las instituciones que los representan. Si las decisiones continúan tomándose de acuerdo a un guión desprestigiado y caduco, al dictado de los intereses de quienes han provocado la catástrofe. Que cientos de miles de personas hayan aguantado pacientemente y en silencio la tiranía de unas reglas desiguales y de unas cartas marcadas, no significa necesariamente que vayan a aceptar con la misma impasibilidad la tomadura de pelo al ver sus impuestos utilizados, no ya para reactivar la economía real, sino para continuar alimentando la codicia, prolongar la opacidad y estimular la impunidad.

No podemos tomar en serio estas medidas, las decida quien las decida, si los gestores de la recuperación son los mismos que la provocaron. Ni tampoco es de cajón que la izquierda europea, después de años de silencio y retraimiento ideológico, acuda al rescate del capitalismo salvaje sin exigir, como mínimo, unas contra-prestaciones de carácter social o no trate de definir un nuevo modelo de relaciones económicas que anteponga la justicia social a las invisibles, desiguales y amañadas reglas del mercado. El neoliberalismo se ha infringido a sí mismo un golpe devastador y han sido ellos solitos quienes han reventado el sistema. La izquierda, aunque solo sea por su propio interés, no debería acudir en auxilio de esta gente, el desprestigio es desagradablemente contagioso y sería todo un sarcasmo que el desgaste político recayera en estas organizaciones. Y si resulta que defender el interés general supone la nacionalización de un banco o el despido de unos ejecutivos, no pasa absolutamente nada, con su experiencia profesional posiblemente encontrarán rápidamente empleo como dinamiteros en derribos y demoliciones.