martes, 27 de octubre de 2009

Lente que te observa..."palo" que te meten

Una empresa inglesa, dedicada a vender seguridad a través de ojos que todo lo ven, ofreció a los internautas la posibilidad de convertirse de forma sencilla en uno de esos caza recompensas tan ensalzados por el cine y tan desprestigiados por la realidad. La fórmula era sencilla, no era necesario seguir un curso, ni siquiera hacerse con unas esposas. Bastaba con sentarse delante del ordenador y conectarse a la página web de la empresa y observar las imágenes mostradas por cientos de cámaras. Si alguno de ellos denunciaba un delito, lo evitaba o informaba de actitudes “sospechosas”, sería premiado. En ese momento ya no pude contener la risa, aunque inmediatamente me contuve y miré con desconfianza a mi alrededor, para comprobar que ningún chivato en forma lente me observaba. Entonces me relajé y recordé al ex primer ministro británico Tony Blair que afirmaba, defendiendo la generalización de la vigilancia por cámaras, que quien no tuviera nada que ocultar, no tenía nada que temer. La sonrisa volvía lentamente, pero se me congeló de forma definitiva. Quizá alguien podría considerarla como un acto sospechoso o una provocación y la verdad, no tenía muchas ganas de acabar en comisaría declarando solo porque uno de esos “ojeadores” amateur necesitara unos eurillos para pagarse la cerveza de esa noche.

Sinceramente, no comprendo ni comparto esa fascinación por las cámaras, ni por supuesto esa moda que consiste en hacernos creer que esa vigilancia es en nuestro beneficio y por nuestra seguridad. Especialmente cuando todo ese discurso destila un inquietante tufillo a control sobre los ciudadanos. De hecho a mi me parece que esas cámaras sirven para bien poco, entre otras cosas porque si alguien decide atracar un banco o robarte la cartera, a punta de navaja o de amenaza, seguramente optará por cubrirse la cara, porque coño, serán delincuentes pero no imbéciles. Además, supongamos que se produce el delito y éste por desgracia acaba en tragedia o con suerte en un susto. Qué consuelo le quedará a la familia de la victima, ¿un dvd grabado que podrán pasar junto con los de la boda, el bautizo o la operación de hemorroides? Seguramente la víctima, trágica o solo levemente espantada, hubiera preferido que en lugar de tantas lentes mudas que envían sus imágenes a monitores que posiblemente no son vigilados por nadie, se destinara el dinero público a políticas de seguridad activas y de naturaleza preventiva, como por ejemplo poner más “maderos”, “pitufos” e incluso “picoletos” en las calles. No sé, seré un tipo chapado a la antigua por pensar que es mejor prevenir que grabar.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Un bolero

Hace muchos años, un profesor empezó sus clases preguntando a sus alumnos si conocíamos la letra de un bolero. Todos nos quedamos algo sorprendidos pero no demasiado, al fin y al cabo aquel año el tema iba sobre el psicoanálisis y entre los prejuicios que aquellos jovencitos arrastrábamos en nuestras cabezas respecto a los psicoanalistas, era considerarlos tipos un poco excéntricos y complejos; de hecho, a los diecinueve años sólo compartíamos con ellos un interés, su obsesión por el sexo. Así que la aparentemente extraña pregunta solo confirmó nuestros temores e ideas preconcebidas. Evidentemente, nadie contestó, en mi caso no por falta de interés, sino por una absoluta carencia de talento en todo lo referente a cuestiones musicales, lamentablemente siempre he sido de letras puras y sordas. Así que me recosté discretamente tratando de mantener mi cabeza por debajo de la del resto de mis compañeros, no fuera que aquel profesor decidiera buscar voluntarios por su cuenta. Finalmente una de las alumnas, de aquellas que durante las clases dan codazos para sentarse en primera fila y cuando llegan los exámenes los dan para ocupar las últimas, se lanzó al ruedo y afirmó conocer el bolero y por supuesto la letra. Seguramente durante mucho tiempo se arrepintió de haber mostrado su sensibilidad y conocimientos, ya que el profesor llevado por el entusiasmo le pidió muy cortésmente que nos lo cantara. Fue en ese momento, cuando aquel grupo de impresentables que se conocían desde bachillerato y que habían hecho de las últimas filas de la clase su trinchera, alzaron el cuello y prestaron atención a aquel tipo bajito, que con mucho estilo era capaz de poner en apuros a una de las pelotas oficiales de nuestra promoción.

A favor de aquella chica debo reconocer que no lo hizo mal del todo, las carcajadas hubieran desconcentrado incluso a un profesional, pero el gran triunfador de la gala fue el profesor, logró lo imposible, que durante todo el año le prestáramos atención, que en ningún momento bajáramos la guardia y que desde ese instante algunos sufriéramos un ataque de faringitis que nos duró hasta después de los exámenes de junio. Al final resultó que iba de amor y de odio y según el profesor y la canción, eran las diferentes caras de una misma moneda. De lo aprendido aquel año, salvo la anécdota, poco queda. Solo recuerdo que durante algún tiempo miramos a nuestras madres y padres con un poco de aprensión, sin embargo algo si sobrevivió, aprendimos a detenernos y observar siempre las dos caras de la moneda, no para comprobar su autenticidad o falsedad, sino para descubrir que parte de nosotros se refugiaba en cada uno de sus lados. Luego asimilamos que tras el espejo siempre hay otra realidad y que la interpretación de la vida es un delicado y frágil caleidoscopio de razones casi siempre ignoradas. Posiblemente aquella experiencia no nos hizo más sabios, pero si mucho más prudentes y tolerantes a la hora de juzgar y juzgarnos y quizá por eso a muchos nos cuesta entender cómo algunas personas, cuando hablan del aborto se atreven a frivolizar, juzgando y condenando a las mujeres que se ven en ese difícil trance; esta gente debería abrir los ojos cuando se mira en el espejo y tratar de averiguar cuánto sufrimiento hay en la decisión de interrumpir un embarazo, pero claro, para algunos tras el espejo solo hay una pared, a veces tan dura, como sus cabezas y corazones.

PD. La canción era ésta.
Odiame
Odiame por favor yo te lo pido,
odiame sin medida ni clemencia,
odio quiero mas que indiferencia,
porque el rencor hiere menos que el olvido.
Si tú me odias quedaré yo convencido,
que me amaste mi bien con insistencia.
Pero ten presente, de acuedo a la experiencia,
que tan sólo se odia lo querido.
Qué vale mas, yo humilde y tu orgullosa
o vale más tu débil hermosura.
Piensa que en el fondo de la fosa,
llevaremos la misma vestidura.
Pero ten presente de acuerdo a la experiencia
que tan solo se odia lo querido.

viernes, 16 de octubre de 2009

La sombra del ciprés es alargada

“Ojalá vivas tiempos interesantes”. Este proverbio chino ha debido de ser muy recordado por el señor Rajoy en las últimas semanas. Cierto es que mi naturaleza mezquina me impide compadecerlo y mis bajas pasiones, desprovistas de cualquier atisbo de sentido común, me devuelven a una condición desconocida para mí, la del leñador encantado de hacer leña del árbol caído. Vale, es cierto, este país necesita una oposición responsable, coherente e implicada en el gobierno de la nación y capaz de tomar el relevo si así lo deciden las urnas. Pero hasta la fecha no ha sido así y por lo tanto me siento muy predispuesto a recordar los “buenos” y viejos tiempos que estos descerebrados nos dieron a todos. Y también pensado en la manifestación contra el aborto que reunirá mañana a obispos, seminaristas y huele sotanas, me he concedido unos minutos, no solo para recrearme con los problemas del PP, sino también para disfrutar con ellos. Una vez acabada esta entrada volveré al redil de lo políticamente responsable, pero mientras tanto…creo que lo llaman barra libre.

Corren tiempos revueltos dentro del PP, hasta el punto de que la trama Gürtel está llevando al límite de su resistencia a la estructura organizativa de este partido y desautorizando de forma clara y contundente a su secretario general. Siempre he sospechado que Rajoy vivía de “prestado” en términos políticos. Su liderazgo depende de unos barones regionales, que si algo tienen claro es que en sus respectivos territorios quienes mandan son ellos. El escándalo de corrupción está demostrando de una forma descarnada no solo los delicados equilibrios de poder dentro de ese partido, sino que también está poniendo a prueba su estructura organizativa. Esto no ocurre únicamente porque los barones regionales se nieguen a cumplir las directrices de calle Génova, sino porque también han hecho algo muy peligroso para la credibilidad y cohesión de cualquier organización. Han demostrado a sus militantes y cargos intermedios la disposición de los “primeros espadas” del partido a sacrificarlos a la mínima de cambio, utilizándolos como chivos expiatorios con tal de salvar el cuello. Y pese a lo que digan los comunicados y los titulares de los medios afines, Esperanza Aguirre sacrificó a tres diputados autonómicos, que no han devuelto su acta y por lo tanto continúan aforados, solo porque la aritmética parlamentaria le era favorable y no ponía en peligro la estabilidad o continuidad de su gobierno. En otro supuesto matemático la inefable Esperanza hubiera recurrido a una de sus absurdas y esperpénticas explicaciones a las que ya nos tiene acostumbrados para evitar cesar a nadie.

A todo esto mañana en Madrid hay manifestación contra el aborto. Y como todos esos señores y señoras, tan bien vestidos, educados y tolerantes, no pueden ir a una sin que el cielo les muestre su favor en forma de milagro, puede que seamos testigos de cómo Lázaro vuelve a andar o de la resurrección del Mesías llamado José Mari. Y si este es el caso, puede que mañana Rajoy descubra, cuando tenga que soportar la humillación de que Aznar sea recibido a gritos de “Presidente, Presidente”, que la sombra del ciprés es alargada.

martes, 13 de octubre de 2009

Grandes esperanzas

El nuevo Nobel de la Paz concedido a Barack Obama me ha dejado un poco desconcertado, supongo que no seré el único. Nueve meses de presidencia, muchos discursos, tan importantes como el de la universidad del Cairo y algunas iniciativas que por el momento no se han concretado ni se han traducido en un nuevo orden mundial. Esto por supuesto no significa que Obama haya renunciado a sus promesas electorales, ni que abrumado por la tarea haya decidido rendirse(menudo panorama dejaron los neocon), sino que toda política, antes de dar sus frutos requiere un tiempo para desarrollarse. La cuestión es otra, no creo que el objetivo del Nobel sea recompensar las buenas intenciones. ¿Alguien se imagina cuales serían los comentarios si el Nobel de Medicina fuera adjudicado a un científico, solo por el hecho de haber manifestado su intención de investigar y desarrollar una cura contra el cáncer? Posiblemente el comité en un gesto de discreción, fácilmente comprensible, esperaría a los resultados antes de entregar el galardón.

Es verdad que la concesión de estos premios, especialmente el de la Paz, en ocasiones ha resultado poco atinada, como el otorgado a un genocida de guante blanco como Kissinger. Pero llegar al punto de concederlo en función de unas intenciones no solo resulta ridículo, sino también desolador. Y no quiero que este punto de vista sea considerado un rechazo al discurso ni a las intenciones del Presidente Barack Obama, ni muchísimo menos. Incluso en mi deseo de encontrar una excusa medianamente razonable que lo justifique solo se me ha ocurrido pensar que quizá el comité solo ha pretendido reconocer la necesidad y el deseo de un cambio en el modelo de relaciones internacionales impuesto por la política exterior de Bush.

Sin embargo no puedo dejar de sentir un escalofrío cuando me pregunto porqué se ha ignorado a otras personas y causas que seguramente reúnen más méritos para acceder a este premio, si ha sido una decisión condicionada por una respuesta mediática y popular favorable o la constatación de una sospecha que todos tenemos, que nuestro planeta está tan necesitado de paz y tan escaso de gestos para alcanzarla que ya nos hemos resignado y nos conformamos con premiar las promesas.

martes, 6 de octubre de 2009

Villanos

Debo confesarlo, en mi infancia odié a Piolín, al Correcaminos y a veces a James Bond. A los únicos héroes a los que tuve en consideración fueron el Capitán Trueno y Asterix, tipos que además de valentía demostraban inteligencia. En cambio, en ese universo de ficción donde el bien se impone al mal y sabes que los muertos una vez terminada la función se incorporan y vuelven a sus casas, siempre sentí un gran respeto y admiración por tipos como Goldfinger, el gato Silvestre o el Coyote. Esta predilección no fue el resultado de haber sido seducido por el lado oscuro de la fuerza, ni tampoco porque voces en mi cabeza así me lo indicaran, la explicación es mucho más sencilla y tiene que ver con la naturaleza de esos villanos. Los malos de la ficción eran tipos inteligentes e imaginativos, vale, cometían delitos, pero debemos reconocer que lo hacían a lo grande y con mucho estilo. Da lo mismo que su objetivo fuera dominar el mundo o devorar a un insoportable e insufrible cabezón amarillo, sus planes tenían elegancia, sofisticación y por supuesto perversión. Muchas veces me sentí frustrado cuando un pájaro impertinente, un agente secreto acartonado o un superhéroe que no sabía ni ponerse los calzoncillos como era debido, y que el uso más imaginativo que sabía dar a su cabeza era utilizarla como ariete, vencían en el último minuto sin ni siquiera despeinarse.

Alguien podrá pensar que quien escribe estas palabras está más “p’allá” que “p’aquí” o tiene demasiado tiempo libre, porque realmente se debe de estar muy aburrido para ponerse a despotricar del pobre Piolín. Sin embargo, debemos considerar la cuestión desde otro punto de vista y es que esos dibujos animados, y sus finales mágicos, contribuyeron a construir unas narraciones inexistentes en el mundo real. Lamentablemente en esta parte de la existencia las cosas no están tan claras ni tan definidas. Los “buenos” se dividen entre los que abiertamente están en connivencia, activa o pasiva, con los villanos y los que son testigos impotentes de cómo algunas partes de nuestro planeta son lentamente dominadas por complejos e imaginativos entramados criminales que casi siempre se salen con la suya. Ya sabía que la realidad superaba a la ficción, pero nunca llegué a sospechar que pudiera llegar el día que me sentiría huérfano de justicia y que echaría de menos a esos héroes y villanos de ficción ni a sus películas de previsibles finales.