viernes, 24 de diciembre de 2010

Tregua navideña

Como cada año por estas fechas echo el cierre hasta después de reyes. Os deseo que paséis unos buenos días o como mínimo no os agobiéis demasiado. En fin, lo de siempre. Sed buenos y si sois malos, nada de arrepentirse, ponedlo por escrito para más adelante, uno nunca sabe que recuerdos puede necesitar. Un abrazo a todos, especialmente a esos cuatro que cambian de ciudad y continente. Buen viaje y buena suerte.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Muchos gestos y pocos euros

Un conocido me comentaba los recortes que está sufriendo la investigación en nuestro país. Amargamente se lamentaba de que ya llevaban unos años al limite presupuestario y que, después del último tijeretazo, se verían obligados a abandonar cinco patentes. Esta situación es especialmente dolorosa cuando algunas universidades públicas no solo están logrando grandes éxitos, sino que lo están consiguiendo a unos costes muy inferiores a los de la investigación privada. El caso concreto que he mencionado no es una excepción, hace un par de semanas un numeroso grupo de investigadores españoles manifestaron públicamente encontrarse ante un “Holocausto científico”. Quizá el calificativo, por sus connotaciones, puede resultar inadecuado, pero no podemos negar el hecho de que plasma de una forma muy gráfica la actual situación de la investigación en nuestro país.

Severo Ochoa, Miquel Servet, Domingo de Soto, Ramon y Cajal, Jaume Ferran i Clua, Felix de Azara, a quíen Darwin cita decenas de veces en su obra, son solo unos pocos ejemplos a quienes se les rinde tributo internacional, algo que también hacemos nosotros, pero solo tras su muerte o después de que sus méritos hayan sido reconocidos fuera de nuestras fronteras. Porque, desde luego, invertir en investigación se invertirá poco, pero a la hora de salir en la foto, lo que sobran son espontáneos y codazos. Resulta complicado comprender de qué manera se pretende cambiar el modelo productivo de nuestro país, acostumbrado a patentar poco y pagar mucho en concepto de royalties, si negamos los recursos necesarios a nuestros científicos e investigadores. Se pongan como se pongan los teóricos del recorte del gasto y los talibanes del libre mercado, este cambio requiere invertir mucho dinero público, ya que la iniciativa privada, salvo contadas excepciones, nunca ha mostrado excesivo interés en la investigación y el desarrollo.

La cuestión es si ese cacareado nuevo modelo productivo solo son palabras, un discurso hueco que pretende distraer la atención mientras el temporal amaina. Lamentablemente, los indicios y los hechos confirman la hipótesis de, que aparte de buenas palabras, a la Ciencia le esperan tiempos difíciles. Posiblemente muchos de nuestros investigadores tendrán que poner tierra de por medio si quieren desarrollar sus carreras profesionales, pero no deben desesperar. Si logran el éxito, descubren una fuente de energía abundante y barata o una vacuna contra cualquier enfermedad, pueden estar seguros de que después de muertos los reverenciaremos y algunas ciudades pueden incluso nombrarlos hijos predilectos. Eso sí, la patente de su descubrimiento será alemana, estadounidense o francesa. Lo curioso es que los problemas de nuestra Ciencia y las dificultades de nuestros científicos se solucionan de una forma sencilla: Menos gestos y más euros.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Silent running


La Voyager 1 ya se encuentra en los límites de nuestro sistema solar. Tras un viaje de treinta y tres años, la pequeña sonda de apenas ochocientos kilos ha completado su principal misión. Ahora se enfrenta a la fría inmensidad y, cuando su fuente de energía se agote, vagará silenciosa, transformada en una errante botella que contiene en su interior un disco de oro con imágenes y sonidos de nuestro planeta, como en la placa de la Pioneer. En él se dan detalles de nuestra especie y, lo más importante, localiza la posición de nuestro planeta en la inmensidad del Universo.

Puede que alguna especie inteligente, con capacidad para realizar largos viajes espaciales, encuentre nuestro mensaje, en este supuesto ya podemos ir cruzando los dedos. Si quienes lo reciben son pacíficos y bienintencionados se sentirán muy decepcionados cuando conozcan personalmente a los autores. Si en cambio, es una raza con costumbres similares a las nuestras, no nos engañemos, nos pintan bastos. También podría darse el caso deque dentro de cientos de años, si logramos sobrevivir como especie, una nave terrestre se tropiece con la ya entonces desvencijada sonda. Quizá nuestros descendientes hayan cambiado tanto que no sean capaces de reconocer a sus antepasados como los autores del mensaje o simplemente, que la riqueza y variedad de vida en nuestro planeta sea considerada solo un mito y la mayoría de los sonidos les resulten extraños o desconocidos. Existe la posibilidad de que transcurrido todo ese tiempo, sigamos siendo los mismos y quien encuentre ese mensaje decida fundir el disco para poder vender el oro.

El futuro se presenta tan lleno de posibilidades e incertezas que incluso puede llegar a no ocurrir nada y la sonda continúe su viaje durante milenios, custodiando un mensaje que no tendrá receptor. Al menos esa mínima expresión de nuestra cultura se salvará, mientras aquí en la Tierra, Pompeya se desmorona y las esculturas del Chillida-Leku parecen estar condenadas a la soledad. Quizá debamos recuperar el espíritu de la “Valley Fogue”, construir una inmensa nave espacial, llenar sus bodegas con todas las obras de arte que sean capaces de contener y lanzarla al espacio. Quizá la fortuna les acompañé y la especie que las encuentre, sin comprenderlas del todo, sepa sino apreciarlas, si al menos conservarlas.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El mito de la caverna


En el mito de la caverna unos seres humanos vivían encadenados en una cueva. A sus espaldas, seres y objetos desfilaban frente a una hoguera y sus sombras, proyectadas sobre una pared era la única percepción del mundo que tenían aquellos hombres inmovilizados por las cadenas. Esa metáfora, pesadilla de algunos estudiantes de bachillerato, quizá también sea la nuestra. Seguramente Platón nunca pensó, acostumbrado a debatir todos los asuntos públicos en el ágora, que su alegoría, casi dos mil quinientos años después, continuaría estando vigente. El hombre ya es capaz de conocer con bastante precisión el mundo y los fenómenos físicos que lo envuelven, pero en otras cuestiones seguimos encadenados a una historia oficial, a una narración de los hechos construida sobre medias verdades, silencios o mentiras plausibles.

Evidentemente hace tiempo que perdimos la inocencia. Cada uno a su manera, era consciente de que quienes controlan y se aprovechan de los resortes del poder escondían mucha basura en sus armarios (el olor a veces nos alcanzaba). En este sentido, posiblemente las revelaciones de Wikileaks solo sean una tormenta en un vaso de agua. Lo realmente interesante e importante no es tanto el contenido de esos documentos, que también, sino las reacciones histéricas, desproporcionadas y las actuaciones concertadas que han revelado la existencia de una amplia red de complicidades y obligaciones mutuas entre Estados y multinacionales.

Parecer ser que nuestras democracias tienen unos límites, cada vez más estrechos, que están siendo fijados por una oligarquía política y financiera de dudosa calidad democrática empeñada en mantener a los ciudadanos en la penumbra, limitando el acceso a la información y en consecuencia condicionando nuestra libertad de expresión. Seguramente esos poderes, antes llamados fácticos, tienen interés cierto e ilegitimas razones para que permanezcamos encadenados en la cueva pero su respuesta esta vez ha proyectado en la pared su prepotencia y soberbia sin distorsiones. Ahora tendremos que esperar el final de esta tragedia para saber si la verdad, aunque casi siempre sea dolorosa, nos hace libres. Solo espero que Julian Assanger no corra la suerte de Prometeo, el Titan que se atrevió a robar el fuego de los dioses para entregarlo a los seres humanos.

viernes, 3 de diciembre de 2010

¡Que estudien ellos!


Uno de los fenómenos más sorprendentes de la segunda mitad del siglo XX fue la masiva afluencia de jóvenes a estudios de nivel medio y superior. Éste es uno de los factores que explican el gran desarrollo de aquellas sociedades que fueron capaces, y tuvieron la voluntad, de erradicar el analfabetismo y democratizar el acceso de los jóvenes a unos estudios que hasta ese momento habían estado vedados para la inmensa mayoría de ellos. Hasta la fecha no se cuestionaba que existía una relación directa entre las inversiones en educación y el incremento a medio plazo del PIB de un país. Así que cualquier nación que pretenda reducir las posibilidades de lograr una formación de calidad para sus ciudadanos, en el fondo lo que está haciéndose es el “harakiri” en términos sociales y económicos.

La decisión del gobierno británico, asesorado por un antiguo ejecutivo de una petrolera (quien seguramente sabe mucho de petróleo pero no necesariamente debe tener idea de nada más), de triplicar el coste de las carreras universitarias, solo se comprende en el contexto de una economía globalizada que permite, por ejemplo, que un ingeniero formado en la India acabe trabajando en Londres, a un coste menor, claro está, que su homologo inglés. Quizá esta medida sea en términos económicos “eficiente” (qué harto estoy de esta palabra) pero tiene unos importantes efectos perversos y no solo para los estudiantes ingleses, italianos o de cualquier otro país cuyos gobiernos, con la excusa de los recortes, están metiendo mano de forma descarada a uno de los objetivos sociales de un sistema educativo democrático como es garantizar la igualdad de oportunidades.

En nombre de la maldita “eficiencia” estos gobiernos conservadores practican una forma de darwinismo social especialmente cruel, al vincular las ilusiones, los proyectos y el desarrollo personal de millones de jóvenes a sus posibilidades económicas, marginando de forma descarada a quienes, pese a su capacidad, no puedan financiarse los estudios. Si a esto le sumamos que importar profesionales tiene un grave perjuicio para las naciones pobres, las cuales, después de realizar importantes esfuerzos en la formación de médicos o ingenieros, ven como son otros países los que no solo se benefician de su inversión sino que también, pese al sacrificio, continúan dependiendo técnicamente de ellos. Tendréis que disculpar mi miopía, pero me resulta difícil apreciar qué tiene de eficiente condenar a personas y naciones a un permanente estado de subdesarrollo educativo, económico y social, por mucha necesidad que haya de reducir el gasto. La cuestión es qué pasará con esos miles de jóvenes que verán sus expectativas frustradas. Quizá decidan, a falta de otras opciones, dedicar su talento a volar edificios públicos o atracar bancos, la verdad, razones no les faltan.

P.D. Buen puente a todos.