viernes, 26 de noviembre de 2010

La Mentira Descubierta


Si me hubiese castigado de la manera como nosotros castigamos a nuestros hijos ¿hubiese aprendido la lección?


Una historia del nieto Mahatma Gandhi.

El Dr. Arun Gandhi, nieto de Mahatma Gandhi y el fundador del instituto M.K. Gandhi para la Vida Sin Violencia en su lectura del 9 de Junio en la Universidad de Puerto Rico, compartió la siguiente historia como un ejemplo de la vida sin violencia en el arte de sus padres: Yo tenía 16 años y estaba viviendo con mis padres en el instituto que mi abuelo había fundado en las afueras, a 18 millas de la ciudad de Durban, en Sudáfrica, en medio de plantaciones de azúcar. Estábamos bien en el interior del país y no teníamos vecinos, así que a mis dos hermanas y a mí, siempre nos entusiasmaba el poder ir a la ciudad a visitar amigos o ir al cine. Un día mi padre me pidió que le llevara a la ciudad para asistir una conferencia que duraba el día entero y yo aproveché esa oportunidad.

Como iba a la ciudad mi madre me dio una lista de cosas del supermercado que necesitaba y como iba a pasar todo el día en la ciudad, mi padre me pidió que me hiciera cargo de algunas cosas pendientes, como llevar el auto al taller. Cuando me despedí de mi padre él me dijo: Nos vemos aquí a las 5 p.m. y volvemos a la casa juntos. Después de completar muy rápidamente todos los encargos, me fui hasta el cine más cercano. Me concentré tanto en la película, una película doble de John Wayne, que me olvidé del tiempo.

Eran las 5:30 p. m. cuando me acordé. Corrí al taller, conseguí el auto y me apuré hasta donde mi padre me estaba esperando. Eran casi las 6 p.m. Él me preguntó con ansiedad: - ¿Por qué llegas tarde?. Me sentía mal por eso y no le podía decir que estaba viendo una película de John Wayne; entonces le dije que el auto no estaba listo y tuve que esperar.... esto lo dije sin saber que mi padre ya había llamado al taller. - Algo no anda bien en la manera como te he criado puesto que no te he dado la confianza de decirme la verdad.

Voy a reflexionar que es lo que hice mal contigo. Voy a caminar las 18 millas a la casa y a pensar sobre esto. Así que vestido con su traje y sus zapatos elegantes, empezó a caminar hasta la casa por caminos que no estaban ni pavimentados ni alumbrados. No lo podía dejar solo.... así que yo conduje el auto 5 horas y media detrás de él.... viendo a mi padre sufrir la agonía de una mentira estúpida que yo había dicho. Decidí desde ahí que nunca más iba a mentir. Muchas veces me acuerdo de este episodio y pienso....

Si me hubiese castigado de la manera como nosotros castigamos a nuestros hijos ¿hubiese aprendido la lección?. ¡No lo creo! Hubiese sufrido el castigo y hubiese seguido haciendo lo mismo. Pero esta acción de no violencia fue tan fuerte que la tengo impresa en la memoria como si fuera ayer. ¡Éste es el poder de la vida sin violencia!

Gentileza, Marian Benedit

P.D. Lo ha enviado un amigo que debe de estar preparándose y documentándose para su próxima paternidad. En serio amigo, vete preparando para andar muchos km. Cuánto nos vamos a divertir malcriando a tu niña. :)

martes, 23 de noviembre de 2010

Supongamos por un momento, que...


Leo que los árboles expuestos a esa invisible radiación producida por las redes wi-fi, enferman, muestran “un brillo de plomo en sus hojas, sus cortezas se agrietan y sangran”. Parece ser, aunque apasionados alegatos desmienten esta conclusión, que poco a poco se van marchitando. Supongamos, por un momento, que esas radiaciones son totalmente inocuas tanto para los árboles como para las personas, concedamos el beneficio de la duda a ese negocio que mueve miles de millones y al que seguramente le da igual la salud de un árbol o la de mil personas siempre y cuando puedan sembrar las suficientes dudas como para no tener que asumir responsabilidades o invertir en sistemas que no dañen a los seres vivos. Supongamos, por un momento, que no es el modo como enviamos los mensajes sino su contenido el que los pone en peligro.


Dejemos volar la imaginación y pensemos que los árboles, por algún mecanismo desconocido, de forma voluntaria o involuntaria, son capaces de interceptar los mensajes que viajan en esas invisibles radiaciones, descifrarlos y averiguar su contenido. Gracias a ese don o maldición, han podido recibir noticias de parientes que habitan en otros lugares del planeta, así han descubierto que el cedro libanés continúa sin conocer la paz, que el roble inglés será convertido en tablones y que el pino mediterráneo ya solo arraiga en parterres. Y si esas noticias son desalentadoras, las que les llegan de la selva de Indonesia o del Amazonas son desastrosas. Con cada bit de información que descifran descubren que, en nuestro planeta, ni la acacia africana es ya capaz de prosperar. Así, lentamente, van acumulando millones de malas noticias que los contaminan, marchitando sus hojas, pudriendo sus troncos y transformando sus anillos en la narración de una extinción.

Supongamos por unos momentos que a los árboles, de tanto llorar, ya no les queda más remedio que evolucionar, que su única salvación sea cambiar, transformarse en otra cosa capaz de sobrevivir entre la podredumbre y la indiferencia. Seguramente los árboles más jóvenes en ese desesperado intento de encontrar un futuro, escarbaran en la información almacenada y encontraran la respuesta. Solo necesitan transformarse en seres humanos, esos si, dirían, saben adaptarse a todo, esos sí que son tipos duros e insensibles, por mucho que digan de las piedras y las plantas. Son capaces de ver cómo una mujer enferma de cólera y con aspecto de no haber comido en mucho tiempo muere tirada en una calle sin que nadie le preste ayuda. Ése debe de ser el futuro de los árboles si quieren sobrevivir, con el cambio perderán las hojas, las raíces y posiblemente también el corazón, pero así es la evolución.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Los testículos del saltamontes


Resulta evidente que la actual crisis económica está resultando ser una excelente excusa, una oportunidad histórica para que los partidos conservadores europeos desmantelen el estado de bienestar social. Reformas que hace apenas tres años hubieran supuesto un alto coste político, que nadie hubiera estado dispuesto a asumir, y que en el mejor de los casos podrían haber sido introducidas de forma gradual, ahora son tomadas de la noche a la mañana, sin apenas debate, presentándolas como actos inevitables y decisiones irremediables. Las políticas económicas aplicadas por Cameron, Merkel y Sarkozy son decisiones ideológicas, ya que recortar el gasto no es precisamente la mejor manera de estimular una economía ni de generar empleo. El oportunismo ideológico prevalece, no solo sobre el sentido común, sino también sobre el interés general. Con la cantinela del sacrificio se está imponiendo a gran parte de la sociedad una serie de cargas que lastrarán la recuperación económica y que suponen un riesgo para la cohesión y la estabilidad social.

Estas decisiones cuya legitimidad moral es más que dudosa, están siendo soportadas por los ciudadanos, sin que la banca y el mundo financiero asuma su responsabilidad (económica y moral) y sin que esos políticos que tanta prisa se han dado en recortar salarios, ampliar la edad de jubilación, incrementar tasas universitarias y aumentar los impuestos indirectos, hayan sido capaces, por falta de voluntad o impotencia (no sé que sería peor), de imponer al mundo financiero una sola norma que regule y limite su actividad, para evitar futuros desastres que, nos guste o no, ya se están gestando. Para hacer una afirmación de esta naturaleza no necesitamos ser economistas, ni siquiera astrólogos (sus primos hermanos profesionales), basta con reparar en los enormes beneficios que se reparten y con tener la sospecha de que los bancos, pese a todo el dinero invertido en rescatarlos, aún nos tienen guardadas algunas sorpresas. Pero especialmente porque a nadie se le escapa, que cuando una conducta no comporta riesgos y los platos rotos los pagan otros, es seguro que ésta volverá a repetirse.

Posiblemente lo más humillante es que nos tomen por imbéciles cuando se les aprietan los machos, cuestionando la idoneidad de sus recetas económicas. Y si se quedan sin excusas que las justifiquen tienen la cara dura de apelar a la ciencia. Sin vergüenza afirman que sus medidas responden a modelos científicos, supongo que los mismos que inspiran a creacionistas y a los confeccionadores de horóscopos. Les da exactamente igual que una ciencia sostenida en la Fe, tiene muy poco de ciencia y mucho de simple charlatanería. Y les resulta indiferente porque se han acostumbrado tanto a reírse de nosotros que ya ni se molestan en dar explicaciones plausibles o como mínimo que no insulten nuestra inteligencia. Sinceramente con este panorama la única opción razonable es que los ciudadanos radicalicemos nuestras posiciones y exigencias. No tengo ya tan claro si esta decisión ha de ser tomada por sentido común o simplemente, porque nuestros testículos ya tienen, en proporción, el tamaño de los de un saltamontes.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Drogas legales, trampas mortales


A mediados de los noventa, el 30% de los ingresos psiquiátricos que se producían en nuestro país estaban relacionados con el consumo de alcohol. Seguramente esta cifra no solo esté desfasada (para peor), sino que ya en su momento era solo la punta del iceberg de una situación mucho más grave. El alcohol, como con el resto de drogas, solo es una preocupación cuando provoca alarma social, cuando la comunidad identifica a sus consumidores como un riesgo o un problema de seguridad. Una de las muchas consecuencias que tiene una crisis es que la pérdida del empleo o la reducción de ingresos evidencian la dependencia. Personas que durante mucho tiempo fueron capaces de ocultarla a familiares y amigos, ahora se encuentran atrapadas en una necesidad de consumo que no pueden sufragar y evidentemente recurren a cualquier otra vía que les permita continuar drogándose.


Hay miles de personas que son consumidoras y este consumo se desarrolla en la clandestinidad. Viven con normalidad y su entorno es incapaz de detectar la dependencia hasta que surge algún problema asociado al consumo. Sin desdeñar la importancia numérica de este colectivo, existe una forma más perversa de convivir con un drogodependiente sin ser consciente de estar haciéndolo, y es que la droga en cuestión sea una sustancia no solo socialmente aceptada sino que esté presente en la mayoría de nuestros ritos cotidianos y festivos, como es el caso del alcohol. Esta sustancia es causa directa e indirecta de miles de muertes cada año, el sufrimiento social que ocasionan es elevado y el coste sanitario, ahora que algunos parecen estar tan preocupados por él, millonario. Sin embargo convivimos con el alcohol sin reparar en su peligrosidad, la etiqueta de “legal” parece transformarlo en un producto poco amenazador, casi inocuo, pese a las pruebas en contra de esta percepción.

Este es parte de problema, la combinación de ignorancia e hipocresía tienen como resultado un peligroso cóctel de tópicos y complacencias, que pueden tener como consecuencia una dependencia cruel e implacable que cada día provoca el sufrimiento de millones de personas. Si comparamos las muertes provocadas por el alcohol y las ocasionadas por la heroína nos preguntaríamos, con mucha razón, porqué la segunda está prohibida mientras el primero goza de una amplia aceptación social. Sin embargo, que yo sepa, nadie llama a un camarero “camello” cuando objetivamente cumple la misma función: servirnos una dosis de droga. Nadie mira con desconfianza al viticultor y en cambio sí lo hacemos con los cultivadores de coca, cuando su cultivo y consumo es tan tradicional como el de la vid. No debemos desdeñar que la “búsqueda de la euforia” es tan antigua como la propia humanidad y que la única posibilidad que tenemos de combatir cualquier drogodependencia reside en la educación y la prevención (por supuesto esos mensajes que “recomiendan el consumo moderado” mientras tratan de hacernos beber cerveza, no deberíamos considerarlos como actuaciones preventivas). Un hecho es innegable, ya sea mascando coca, bebiendo vino o fumando hachís, continuaremos drogándonos hasta que nos extingamos como especie, así que quizá, eliminar la consideración de drogas legales e ilegales, de duras o blandas, sería un buen paso para evitar que millones de personas conviertan, por ignorancia, sus vidas y las de sus familias en un infierno.