jueves, 11 de noviembre de 2010

Los testículos del saltamontes


Resulta evidente que la actual crisis económica está resultando ser una excelente excusa, una oportunidad histórica para que los partidos conservadores europeos desmantelen el estado de bienestar social. Reformas que hace apenas tres años hubieran supuesto un alto coste político, que nadie hubiera estado dispuesto a asumir, y que en el mejor de los casos podrían haber sido introducidas de forma gradual, ahora son tomadas de la noche a la mañana, sin apenas debate, presentándolas como actos inevitables y decisiones irremediables. Las políticas económicas aplicadas por Cameron, Merkel y Sarkozy son decisiones ideológicas, ya que recortar el gasto no es precisamente la mejor manera de estimular una economía ni de generar empleo. El oportunismo ideológico prevalece, no solo sobre el sentido común, sino también sobre el interés general. Con la cantinela del sacrificio se está imponiendo a gran parte de la sociedad una serie de cargas que lastrarán la recuperación económica y que suponen un riesgo para la cohesión y la estabilidad social.

Estas decisiones cuya legitimidad moral es más que dudosa, están siendo soportadas por los ciudadanos, sin que la banca y el mundo financiero asuma su responsabilidad (económica y moral) y sin que esos políticos que tanta prisa se han dado en recortar salarios, ampliar la edad de jubilación, incrementar tasas universitarias y aumentar los impuestos indirectos, hayan sido capaces, por falta de voluntad o impotencia (no sé que sería peor), de imponer al mundo financiero una sola norma que regule y limite su actividad, para evitar futuros desastres que, nos guste o no, ya se están gestando. Para hacer una afirmación de esta naturaleza no necesitamos ser economistas, ni siquiera astrólogos (sus primos hermanos profesionales), basta con reparar en los enormes beneficios que se reparten y con tener la sospecha de que los bancos, pese a todo el dinero invertido en rescatarlos, aún nos tienen guardadas algunas sorpresas. Pero especialmente porque a nadie se le escapa, que cuando una conducta no comporta riesgos y los platos rotos los pagan otros, es seguro que ésta volverá a repetirse.

Posiblemente lo más humillante es que nos tomen por imbéciles cuando se les aprietan los machos, cuestionando la idoneidad de sus recetas económicas. Y si se quedan sin excusas que las justifiquen tienen la cara dura de apelar a la ciencia. Sin vergüenza afirman que sus medidas responden a modelos científicos, supongo que los mismos que inspiran a creacionistas y a los confeccionadores de horóscopos. Les da exactamente igual que una ciencia sostenida en la Fe, tiene muy poco de ciencia y mucho de simple charlatanería. Y les resulta indiferente porque se han acostumbrado tanto a reírse de nosotros que ya ni se molestan en dar explicaciones plausibles o como mínimo que no insulten nuestra inteligencia. Sinceramente con este panorama la única opción razonable es que los ciudadanos radicalicemos nuestras posiciones y exigencias. No tengo ya tan claro si esta decisión ha de ser tomada por sentido común o simplemente, porque nuestros testículos ya tienen, en proporción, el tamaño de los de un saltamontes.

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