miércoles, 30 de marzo de 2011

Una metáfora

Unos atracadores entraron en una oficina de una entidad bancaria y como manda su oficio anunciaron sus intenciones. Los empleados con unos reflejos que serían la envidia de cualquiera, se refugiaron en un habitáculo blindado, poniendo sus culos y el dinero a salvo, dejando a los clientes a merced de los atracadores. Finalmente estos, en un gesto de sentido común, acabaron desistiendo al ver que a los valientes trabajadores, atrincherados en una pecera blindada, parecía darles igual que amenazaran con llevarse por delante a un cliente apoyándole el cañón de un arma en la cabeza. Los que fueron durante un breve periodo de tiempo rehenes no deberían quejarse demasiado, estuvieron de suerte porque ninguno de los refugiados tras los cristales de seguridad, retó a los atracadores con frases del tipo: “¿A que no hay huevos?”, “¿A que no tienes cojones de disparar?” o variaciones chulescas tan propias del cobarde que recupera la valentía cuando se siente fuera de peligro y las bravuconadas no le comportan ningún riesgo.


Debemos reconocer que este incidente es una metáfora de los tiempos que corren. Los bancos una vez rescatados con dinero público, continúan repartiéndose bonificaciones, dividendos y alardeando de unos beneficios escandalosos, mientras la economía real languidece por la falta de crédito. Y si los clientes de la oficina bancaria antes mencionada no tuvieron que soportar expresiones retadoras o comentarios chulescos de los que se sentían a salvo, nosotros no tenemos tanta suerte. A pesar de la directa responsabilidad de los bancos sobre la actual situación, debido a sus prácticas financieras peligrosas e irresponsables, ahora sacan pecho y sin sonrojo dictan recetas económicas, exigiendo sacrificios a costa de la sanidad, la educación y las pensiones. Resulta asombroso cómo el sistema premia a los autores del desastre financiero, mientras castiga a los principales perjudicados recortando sus derechos sociales, económicos y con el tiempo también los políticos. Es tan desconcertante el trato dispensado a los artífices del descalabro que es lícito pensar que están siendo premiados por lograr algo que los sectores conservadores llevaban mucho tiempo esperando, una excusa para desguazar el Estado de Bienestar sin ser linchados en el intento.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Performance

Hace un par de semanas un grupo de jóvenes (mayoritariamente mujeres) irrumpió en la capilla de la Universidad Complutense de Madrid y montó un numerito, o como lo llaman los iniciados una “performance”. Algunas de las chicas se quitaron la camiseta, se besaron entre ellas (qué barbaridad, dos mujeres besándose) y leyeron textos que resultaron ofensivos para el párroco y algunas de las alumnas que en ese momento estaban rezando. En resumen, montaron uno de esos follones a los que nuestra Santa Madre Iglesia está muy poco acostumbrada, al menos en casa propia. Claro que puestos a montar numeritos, a los seguidores de Simón Pedro no les gana ni Dios. Más tarde, metidos en el papel de mártires, denunciaron que la iglesia había sido profanada y el cura, que inicialmente negó cualquier tipo de agresión, más tarde se desdijo de su primera declaración. Supongo que ver y no poder tocar en el aparentemente célibe universo de curas y monjas, puede ser considerado un atentado.

La policía arrestó a cuatro jóvenes, supuestamente relacionados con los hechos, para tomarles declaración, en un gesto que podría ser interpretado como la variante laica del “cuidado con lo que haces que Dios lo ve todo y puede castigarte”. Estas detenciones no solo acreditan que la Iglesia tiene la piel muy fina, sino también que hay demasiados meapilas con poder institucional y callos en las rodillas de abusar del reclinatorio, bien dispuestos a utilizar los instrumentos del estado de derecho para perseguir a cualquiera que se atreva a cuestionar a una iglesia desprestigiada por sus propios actos y excusas. Posiblemente la laicidad del estado español no sea más que una entelequia y es comprensible que algunas personas, probablemente muchas, estén ya hasta las narices de aguantar los despropósitos verbales de una jerarquía eclesiástica, intransigente y combativa con los derechos de las mujeres y que luego muestra una actitud laxa respecto a los abusos de menores.

Están en su derecho a sentirse ofendidos, como otros podemos estarlo de su lenguaje apocalíptico e hipócrita y pueden exigir el amparo de la justicia, pero que al menos lo hagan con el dinero del cepillo. Y si éste no es suficiente siempre pueden solicitar un préstamo a las monjitas que guardaban un millón de euros en bolsas de basura en su convento. Esta es otra, ese dinero tiene toda la pinta de no haber visto una delegación de hacienda ni en pintura, lo que me lleva a preguntar: ¿si defraudar cantidades superiores a los 120.000 euros se considera delito porqué nadie aún ha citado a declarar a la madre superiora? ¿Será que la doble vara de medir no es patrimonio exclusivo de la Iglesia?

miércoles, 16 de marzo de 2011

Hiroshima mon amour

La calle estaba atestada con restos de casas, con cables y postes de teléfono caídos. Cada dos o tres casas les llegaban voces de gente enterrada y abandonada que invariablemente gritaba con cortesía formal: Tasukete Kure (Auxilio, si son tan amables).

John Hersey. Hiroshima.

Las aguas acabarán por retirarse, los supervivientes enterraran a las víctimas y el paso del tiempo borrará las huellas, al menos las físicas, de la catástrofe. Nuevas calles y edificios cubrirán los lugares arrasados por la naturaleza desatada, el miedo se irá diluyendo hasta acabar convertido en un rito anual. El tiempo siempre acaba agotando las lágrimas y cubriendo las tragedias, ese es el ciclo de las cosas. Sin embargo en esta ocasión la tecnología del hombre puede lograr que aunque las aguas se retiren, una amplia franja de territorio quede inhabitable durante mucho tiempo y los escombros acaben convertidos en otro monumento a la estupidez humana.

Las imágenes del terremoto y del tsunami fueron terribles, barcos arrastrados como si se tratara de astillas y rascacielos danzando con la furia de una bailarina desquiciada. Pese a esas escenas de terror lo más impresionante fue la serenidad de los japoneses, que incluso en una tragedia de estas dimensiones son capaces de mantener la calma y el precio de los alimentos (aparentemente nadie trata de sacar tajada de la desgracia de sus semejantes). El pueblo japonés ha demostrado coraje y disciplina. En apenas tres décadas pasaron de una organización feudal a transformarse en una potencia industrial, fueron capaces de reconstruir su nación tras la segunda guerra mundial, incluidas dos explosiones atómicas y ser, hasta hace muy pocos días, la segunda potencia económica mundial. Quiero pensar que en esta ocasión también lograrán recuperarse y que el fantasma de Hiroshima que amenaza toda la isla solo será una pesadilla pasajera.

Me he preguntado cuáles serían las consecuencias de un hecho similar en nuestro país, cómo reaccionarían nuestros edificios y centrales nucleares si a la tierra le entrara el baile de San Vito. Cuál sería nuestra reacción, cuántas víctimas provocaría el temblor y cuántas lo serían por los pisotones. Alguien se ha preguntado cuál sería el resultado, en términos humanos y económicos si se fusionara el núcleo de alguna de las dos centrales nucleares que hay en la provincia de Tarragona. Qué pasaría con el complejo petroquímico o con el turismo de toda la franja mediterránea. Siendo sinceros con nosotros mismos, ¿realmente alguien confía en las compañías eléctricas, las mismas que han priorizado el rendimiento económico sobre la seguridad? ¿Alguien realmente se ha imaginado a esos técnicos, que tan complacientes se muestran con quien paga sus informes, haciendo un balance de la situación o coordinando una respuesta al desastre? Una cosa está clara, la energía nuclear es la más segura hasta que deja de serlo y esto ocurre más o menos cada diez años. La cuestión es dónde tendrá lugar el próximo desastre que servirá para que nos recuerden lo improbable de un accidente.

jueves, 10 de marzo de 2011

Deprisa, deprisa

Posiblemente la decisión de disminuir la velocidad en autopistas no sea una medida que suponga un gran ahorro, sin embargo tiene el valor de recordarnos que los tiempos felices del petróleo barato ya son historia. Esta medida debería como mínimo despertarnos de nuestro sueño de riqueza y crecimiento ilimitado (al menos sobre los actuales criterios) antes de que acabe convirtiéndose en una pesadilla. Somos conscientes, en menor o mayor grado, de que el actual modelo es insostenible no solo en términos energéticos sino también productivos. Hemos integrado en el discurso personal e institucional las inquietudes medioambientales, pero la firmeza de nuestras convicciones ecológicas finaliza cuando las palabras se concretan en normas. Nuestro país necesita una estrategia a largo plazo que aumente la eficiencia energética, reduzca la dependencia de las importaciones de petróleo, atienda el interés general e ignore los argumentos oportunistas que aprovechan cualquier ocasión para cantar las excelencias de la energía nuclear.

Quien quiera pensar o pretenda hacernos creer que nuestros problemas económicos se solucionan apretando el acelerador debería enterarse de que los retos del siglo XXI exigen soluciones de este siglo, no del pasado. Si se quedan más tranquilos haciendo un ejercicio de demagogia relacionando velocidad con libertad (como si el derecho a la vida estuviera por debajo del derecho a apretar el acelerador), no solo se están comportando como unos auténticos irresponsables, sino también animando a ignorar el problema de fondo. Seguramente hay muchos intereses decididos a mantener alto el consumo de petróleo, a fabricar electrodomésticos con fecha de caducidad o impresoras que dejan de funcionar cuando alcanzan cierto número de páginas. Posiblemente esta forma de hacer las cosas y de concebir la vida sea viable durante algún tiempo más, pero solo nos acercará más deprisa al muro de realidad contra el que impactaremos, y ya se sabe, a mayor velocidad más posibilidad de sufrir un accidente y peores consecuencias.

viernes, 4 de marzo de 2011

In vino veritas

Una conducta aparentemente sencilla, como es la de mantener la boca cerrada, casi se transforma en una misión imposible cuando el compromiso del voto de silencio se rubrica con una copa. El alcohol desinhibe poniendo en evidencia nuestra verdadera naturaleza, esa que permanece oculta bajo capas de poses y convencionalismos. Evidentemente uno no puede evitar sus propios pensamientos, pero sí abrir la boca y acabar diciendo alguna estupidez. Sin embargo en ocasiones esa incontinencia verbal derivada de la ebriedad, resulta muy reveladora.

Este es el caso de ese diseñador, ex empleado de Dior, que inspirado por el alcohol, la emprendió a insultos con unas jóvenes mientras proclamaba su amor por Hitler y su obra (la pictórica no, la otra). Evidentemente fue despedido y algunas horas después en un comunicado, pedía humildemente disculpas por su conducta. Supongo que ese mundo de la moda tan dado a la superficialidad y a los numeritos psicoafectivos regados de lágrimas y champán, más tarde o temprano lo rehabilitará. Sinceramente a mí sus excusas y la posterior conmutación de la pena al ostracismo me dan bastante igual, de hecho pienso que lo más lamentable de esa noche fue que no dirigiera sus insultos a unos hombres, preferiblemente algo bebidos, porque posiblemente alguien le habría acabado haciendo una cara nueva. Claro que en este caso las razones de la agresión hubieran quedado ocultas tras unos titulares que mostrarían al pobre diseñador agredido por unos energúmenos ebrios por el alcohol y sedientos de sangre.

Este hecho podría ser interpretado de forma aislada, considerado simplemente como la barrabasada de un individuo a quien nadie le había advertido que si no sabía mear no bebiera. Sería una manera rápida de liquidar la cuestión, si no fuera por la existencia de unos antecedentes que hacen sospechar de la perversa y preocupante fascinación que una parte de la élite social europea muestra por el nazismo. Desde aquel principito inglés que tuvo la brillante ocurrencia de aparecer en una fiesta de disfraces vestido con un uniforme de las SS, y pasando por el dirigente de la FIA que celebró una “fiestecilla” sadomasoquista recreando un campo de concentración nazi. Son razones suficientes para preguntarse si el diseñador bocazas ha sido defenestrado por sus afinidades políticas y sus ebrias tendencias exterminadoras o simplemente porque éstas se han hecho públicas. Sería interesante y probablemente imposible determinar si estas opiniones son una exótica y aislada demostración de estupidez o si por el contrario existe un sustrato social, importante desde un punto de vista económico y cultural, que las comparte. Me gustaría poder averiguar cuántos de esos fatuos personajes que viven de la vanidad ajena, son capaces de pasar la prueba del vino (en él está la verdad), sin acabar berreando ¡Heil Hitler!