miércoles, 30 de marzo de 2011

Una metáfora

Unos atracadores entraron en una oficina de una entidad bancaria y como manda su oficio anunciaron sus intenciones. Los empleados con unos reflejos que serían la envidia de cualquiera, se refugiaron en un habitáculo blindado, poniendo sus culos y el dinero a salvo, dejando a los clientes a merced de los atracadores. Finalmente estos, en un gesto de sentido común, acabaron desistiendo al ver que a los valientes trabajadores, atrincherados en una pecera blindada, parecía darles igual que amenazaran con llevarse por delante a un cliente apoyándole el cañón de un arma en la cabeza. Los que fueron durante un breve periodo de tiempo rehenes no deberían quejarse demasiado, estuvieron de suerte porque ninguno de los refugiados tras los cristales de seguridad, retó a los atracadores con frases del tipo: “¿A que no hay huevos?”, “¿A que no tienes cojones de disparar?” o variaciones chulescas tan propias del cobarde que recupera la valentía cuando se siente fuera de peligro y las bravuconadas no le comportan ningún riesgo.


Debemos reconocer que este incidente es una metáfora de los tiempos que corren. Los bancos una vez rescatados con dinero público, continúan repartiéndose bonificaciones, dividendos y alardeando de unos beneficios escandalosos, mientras la economía real languidece por la falta de crédito. Y si los clientes de la oficina bancaria antes mencionada no tuvieron que soportar expresiones retadoras o comentarios chulescos de los que se sentían a salvo, nosotros no tenemos tanta suerte. A pesar de la directa responsabilidad de los bancos sobre la actual situación, debido a sus prácticas financieras peligrosas e irresponsables, ahora sacan pecho y sin sonrojo dictan recetas económicas, exigiendo sacrificios a costa de la sanidad, la educación y las pensiones. Resulta asombroso cómo el sistema premia a los autores del desastre financiero, mientras castiga a los principales perjudicados recortando sus derechos sociales, económicos y con el tiempo también los políticos. Es tan desconcertante el trato dispensado a los artífices del descalabro que es lícito pensar que están siendo premiados por lograr algo que los sectores conservadores llevaban mucho tiempo esperando, una excusa para desguazar el Estado de Bienestar sin ser linchados en el intento.

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