viernes, 4 de marzo de 2011

In vino veritas

Una conducta aparentemente sencilla, como es la de mantener la boca cerrada, casi se transforma en una misión imposible cuando el compromiso del voto de silencio se rubrica con una copa. El alcohol desinhibe poniendo en evidencia nuestra verdadera naturaleza, esa que permanece oculta bajo capas de poses y convencionalismos. Evidentemente uno no puede evitar sus propios pensamientos, pero sí abrir la boca y acabar diciendo alguna estupidez. Sin embargo en ocasiones esa incontinencia verbal derivada de la ebriedad, resulta muy reveladora.

Este es el caso de ese diseñador, ex empleado de Dior, que inspirado por el alcohol, la emprendió a insultos con unas jóvenes mientras proclamaba su amor por Hitler y su obra (la pictórica no, la otra). Evidentemente fue despedido y algunas horas después en un comunicado, pedía humildemente disculpas por su conducta. Supongo que ese mundo de la moda tan dado a la superficialidad y a los numeritos psicoafectivos regados de lágrimas y champán, más tarde o temprano lo rehabilitará. Sinceramente a mí sus excusas y la posterior conmutación de la pena al ostracismo me dan bastante igual, de hecho pienso que lo más lamentable de esa noche fue que no dirigiera sus insultos a unos hombres, preferiblemente algo bebidos, porque posiblemente alguien le habría acabado haciendo una cara nueva. Claro que en este caso las razones de la agresión hubieran quedado ocultas tras unos titulares que mostrarían al pobre diseñador agredido por unos energúmenos ebrios por el alcohol y sedientos de sangre.

Este hecho podría ser interpretado de forma aislada, considerado simplemente como la barrabasada de un individuo a quien nadie le había advertido que si no sabía mear no bebiera. Sería una manera rápida de liquidar la cuestión, si no fuera por la existencia de unos antecedentes que hacen sospechar de la perversa y preocupante fascinación que una parte de la élite social europea muestra por el nazismo. Desde aquel principito inglés que tuvo la brillante ocurrencia de aparecer en una fiesta de disfraces vestido con un uniforme de las SS, y pasando por el dirigente de la FIA que celebró una “fiestecilla” sadomasoquista recreando un campo de concentración nazi. Son razones suficientes para preguntarse si el diseñador bocazas ha sido defenestrado por sus afinidades políticas y sus ebrias tendencias exterminadoras o simplemente porque éstas se han hecho públicas. Sería interesante y probablemente imposible determinar si estas opiniones son una exótica y aislada demostración de estupidez o si por el contrario existe un sustrato social, importante desde un punto de vista económico y cultural, que las comparte. Me gustaría poder averiguar cuántos de esos fatuos personajes que viven de la vanidad ajena, son capaces de pasar la prueba del vino (en él está la verdad), sin acabar berreando ¡Heil Hitler!

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