jueves, 25 de febrero de 2010

Tennessee Williams. † 25 de febrero de 1983

BLANCHE -¡Stanley actúa como un animal, tiene los hábitos de un animal! ¡Come como un animal, se mueve como un animal, habla como un animal! ¡Hasta hay en él algo de... subhumano...! ¡Algo que no ha llegado aún a la etapa humana! Sí... ¡Tiene algo de simiesco, como esas láminas que he visto en... los estudios antropológicos! Miles y miles de años han pasado de largo a su lado y ahí lo tienes. Stanley Kowalski... ¡el sobreviviente de la Edad de Piedra! ¡Ahí lo tienes, llevando a su casa la carne cruda de la presa que acaba de matar en la selva! Y tú... tú estás aquí... ¡esperándolo! ¡Quizá te golpee, o tal vez gruña y te bese! ¡Eso, si se han descubierto ya los besos! ¡Anochece, y los demás gorilas se reúnen! ¡Ahí, delante de la caverna, todos están gruñendo como él, bebiendo y mordiendo y moviéndose con pesada torpeza! ¡Su partida de póquer! ¡Así llamas tú a esa... fiesta de gorilas! Alguien gruñe... Uno de esos animales intenta apoderarse de algo... ¡y ya empezó la gresca! ¡Dios mío! Puede ser que distemos mucho de estar hechos a la imagen de Dios, pero, Stella... Hermana mía... ¡se han hecho algunos progresos desde entonces! ¡Ya han aparecido en el mundo cosas como el arte... como la poesía y la música! ¡En algunas personas han empezado a nacer sentimientos más tiernos! ¡Tenemos que acrecentarlos! ¡Y aferrarnos a ellos, y retenerlos como nuestra bandera! En esta oscura marcha hacia lo que está cada vez más próximo... ¡No te quedes atrás... no te quedes atrás con los brutos!
"Un tranvía llamado Deseo"

lunes, 22 de febrero de 2010

Disimulos

Hace ya algunos años, una mañana de domingo, sonó el teléfono. Por aquel entonces yo aún conservaba la costumbre de acostarme lo suficientemente tarde como para que pareciera temprano, así que aquella llamada resultó de lo más inoportuna. Al otro lado del teléfono un amigo, que a esas horas aún arrastraba las eses, me preguntó, como el que no quiere la cosa, qué podía pasar si te “pillaban” con algo de “maría”. Con muy poca educación le recomendé que llamara a un abogado, eso si era capaz de encontrar uno en Domingo, y que me dejara dormir. Aún así me picó la curiosidad, le pedí que me contara la historia y la empezó de la peor manera posible: “tengo unos amigos…”. Una vez aclarado que los amigos no eran una invención narrativa me explicó de qué iba el asunto.

Resulta que esos chicos, vamos a llamarlos Pepe Gotera y Otilio, tenían la costumbre de hacerse un porro de vez en cuando, es decir, más de una vez al día. Pero como eran ahorradores, bien avenidos y lo compartían casi todo, tenían por costumbre comprar la suficiente cantidad de “material” para que les durara todo el mes, así les hacían descuento y se evitaban algunos viajes. No debéis pensar que aquellos muchachos eran unos impresentables, eran jóvenes de buena familia, con novias de toda la vida y estudios universitarios, lo que demuestra que quizá la Universidad dé títulos pero no sentido común. En resumen, eran el sueño de cualquier padre mal informado. La cuestión es que esos jóvenes regresaban un sábado por la noche de su compra mensual cuando se encontraron con un control policial que les dió el alto. Supongo que circular dos personas en un ciclomotor sin casco, ni luces fueron razones suficientes para que los agentes les pidieran los papeles del vehículo. Entonces, haciendo alarde de mucha sangre fría y gran autocontrol, uno de ellos salió corriendo. Su compañero, al verse solo ante el peligro, siguió su ejemplo. En ese momento hasta el inspector Clouseau se hubiera percatado de que allí pasaba algo raro y la policía, después de recuperarse de la sorpresa o de la carcajada, los persiguió. Tras una corta carrera fueron detenidos y llevados a comisaría a la espera de pasar a disposición judicial.

Ésa era la historia. Debo reconocer que hacía rato había perdido el tacto y la compostura y me estaba riendo sin disimulo. No sé cómo terminó el asunto, ni nunca me interesó saberlo, ya tengo bastante con mi propia necedad. Pero sí me quedo muy claro que algunos están acostumbrados a vivir en un estado permanente de disimulo y llegan a pensar que el resto del mundo está sordo y ciego, así pasa lo que pasa, que un micrófono abierto, un gesto desagradable o una moto sin luces acaba dejándolos en evidencia.

martes, 16 de febrero de 2010

El viento, el maldito viento

Este año los vientos del Norte nos han recordado la aspereza del invierno, y la nieve ha cubierto con un gélido manto las calles de la eterna primavera del desarrollo y del perpetuo optimismo económico. Durante años, calentados por las leves y suaves caricias de un sol que parecía ignorar la posición e inclinación de nuestro planeta, hemos sido casi felices en el Reino de Jauja en la Tierra.

Tanta satisfacción nos ha hecho olvidar una verdad esencial, como es que ninguna fantasía sobrevive al contacto con la realidad. Y el viento, el maldito viento, ha sido el verdugo de nuestra complacencia. Ahora notamos el frío en la piel y redescubrimos nuestro país, el color blanco le confiere una perspectiva diferente , que lejos de ocultar las miserias las revela y amplifica, al tiempo que ha puesto en evidencia la soledad e inconsistencia del espejismo colectivo.

El largo y cálido verano nos permitió ignorar los problemas, desatender a los necesitados y desoír a quienes nos advertían de los riesgos, nadie quiso creer a esos descendientes de Casandra. Y como muestra de coherencia y consistencia, cuando los malos augurios se confirmaron y la burbuja de las vanidades estalló, en lugar de buscar soluciones buscamos culpables. Ahora recordamos a los desfavorecidos, a quienes quedaron al margen de la riqueza hipotecada. Somos como el superlativo de solidario solo porque el desempleo puede llamar en cualquier momento a nuestra puerta. No perdamos el tiempo escudriñando en los rincones o revolviendo en las hemerotecas tratando de encontrar responsables, el culpable es el viento del Norte, el invierno que se ha convertido en la muerte, en el destructor de mundos. Nosotros, como mucho, solo hemos sido estúpidos cómplices calentándose al sol.

martes, 9 de febrero de 2010

Extraños objetos de deseo.

Muy larga es la lista de sustancias y situaciones capaces de generar dependencia en una persona y provocar que todos los aspectos de la vida de un individuo se supediten a ella, reordenando sus objetivos vitales y con el tiempo reduciéndolos hasta que solo queda una preocupación, una obsesión alimentada, en la mayoría de las ocasiones, por un fuerte impulso físico de necesidad.

Las leyes y nosotros mismos diferenciamos entre las drogas legales e ilegales. Esta frontera jurídica marca nuestra percepción y actitud hacia ellas. Lamentablemente el derecho sabe mucho sobre normas pero muy poco sobre biología o salud. Esa diferenciación solo parece fundamentarse en la alarma social que provocan y en el mejor de los casos, las leyes lo único que consiguen es dificultar un poco, tampoco demasiado, la adquisición de esas sustancias. La realidad es que esa división artificial no sirve de mucho e independientemente de su consideración jurídica y social, todas tienen en común que a largo plazo, de no mediar intervención, tienen un efecto devastador en las personas que las consumen.

No soy partidario de los juicios morales sobre estas cuestiones, al fin y al cabo vivimos en un sistema que se sustenta en una incitación permanente al consumo, y donde el sueño de cualquier empresa es “enganchar” a sus clientes de por vida. Así que no nos debe extrañar que esa experiencia colectiva tenga efectos indeseados, ni tampoco sorprendernos de que la lista de dependencias, lejos de acortarse, se alargue, dando pie a situaciones que si no fueran por su componente trágico provocarían risa.

Si no que se lo digan a ese ciudadano austriaco, que murió ahogado cuando metió la cabeza en una alcantarilla tratando de recuperar el teléfono móvil que se le había caído en el interior. Fue una conducta y una muerte absurda, incluso seguramente también estúpida, pero la realidad es que alguien durante unos segundos pensó, actuando en consecuencia, que sería incapaz de vivir unas pocas horas sin un teléfono móvil, que después de la inmersión seguramente había quedado inservible. Podemos consolarnos pensando que este es un caso patológico, una excepción, y a lo mejor es así. O puede que las cosas sean de otra manera y que todos, en mayor o menor medida, anteponemos a nuestra salud y bienestar extraños objetos de deseo.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Otra de pensiones

La noticia de que el gobierno valoraba la posibilidad de ampliar la edad de jubilación a los sesenta y siete años generó un agrio debate entre mis compañeros de trabajo. La discusión no giraba en torno al anuncio de la medida, sino sobre una cuestión que, sin necesitar una resolución urgente, más tarde o temprano deberíamos afrontar. La polémica no tenía nada que ver con posicionamientos de carácter ideológico, sino fisiológico. Todo el mundo sabe que con la edad la próstata empieza a jugar malas pasadas, así que estamos algo inquietos por lograr posicionar nuestra mesa lo más cerca posible del cuarto de baño. Evidentemente no es una cuestión urgente pero, ya que ahora todo el mundo muestra tanto interés por nuestro futuro, no está de más que nosotros también empecemos a hacerlo. También es posible que nunca lleguemos a tener que preocuparnos por la cuestión, ya que la empresa, siguiendo los usos y costumbres habituales, puede optar por ponernos a todos de patitas en la calle nada más cumplir los cincuenta y sustituirnos por gente más joven, dinámica y por supuesto, con una obligada disposición a cobrar menos.

Ahora resulta que los españolitos debemos retrasar nuestra edad de jubilación porque tenemos el mal gusto de vivir más que nuestros bisabuelos. Sin embargo la interpretación estadística puede ser muy creativa y posiblemente si quienes la hacen, no tuvieran tanto interés en llevarnos al huerto, matizarían la afirmación de que la expectativa de vida de los españoles se ha incrementando en relación a otras generaciones. Entre otras cosas, porque la mortalidad infantil se ha reducido drásticamente y las muertes prematuras por razones de guerras, carencias sanitarias o falta de asistencia médica son muy reducidas. Así que es posible que nuestros abuelos vivieran menos estadísticamente solo porque muchas personas morían de forma prematura y eso reducía la expectativa media de vida. También nos han contado que en España los trabajadores se jubilan como media a los 62,5 años, pero han olvidado mencionar que en la Unión Europea lo hacen a los 58 años.

Es evidente que nuestra economía está pasando por momentos muy difíciles, lo que ya no está tan claro son los motivos por los que el FMI, el Foro de Davos y los vendedores de humo del mundo financiero han unido sus fuerzas para amplificar esas dificultades. Problemas que según estos neoliberales, se reducen al mercado de trabajo y al sistema público de pensiones. En cambio, el desastre financiero, el rescate de los bancos con dinero público y un modelo de desarrollo sustentado en el ladrillo y la especulación son cuestiones que, por irrelevantes, ni se mencionan. Parece ser que para esta gente los problemas solo son reales si la solución recae en los ciudadanos, pero cuando el remedio pasa por incrementar los impuestos de las rentas más altas, que los beneficios bancarios tributen más o regular los mercados financieros, entonces los problemas o no existen o solo son invenciones resultado de la demagogia.