martes, 16 de febrero de 2010

El viento, el maldito viento

Este año los vientos del Norte nos han recordado la aspereza del invierno, y la nieve ha cubierto con un gélido manto las calles de la eterna primavera del desarrollo y del perpetuo optimismo económico. Durante años, calentados por las leves y suaves caricias de un sol que parecía ignorar la posición e inclinación de nuestro planeta, hemos sido casi felices en el Reino de Jauja en la Tierra.

Tanta satisfacción nos ha hecho olvidar una verdad esencial, como es que ninguna fantasía sobrevive al contacto con la realidad. Y el viento, el maldito viento, ha sido el verdugo de nuestra complacencia. Ahora notamos el frío en la piel y redescubrimos nuestro país, el color blanco le confiere una perspectiva diferente , que lejos de ocultar las miserias las revela y amplifica, al tiempo que ha puesto en evidencia la soledad e inconsistencia del espejismo colectivo.

El largo y cálido verano nos permitió ignorar los problemas, desatender a los necesitados y desoír a quienes nos advertían de los riesgos, nadie quiso creer a esos descendientes de Casandra. Y como muestra de coherencia y consistencia, cuando los malos augurios se confirmaron y la burbuja de las vanidades estalló, en lugar de buscar soluciones buscamos culpables. Ahora recordamos a los desfavorecidos, a quienes quedaron al margen de la riqueza hipotecada. Somos como el superlativo de solidario solo porque el desempleo puede llamar en cualquier momento a nuestra puerta. No perdamos el tiempo escudriñando en los rincones o revolviendo en las hemerotecas tratando de encontrar responsables, el culpable es el viento del Norte, el invierno que se ha convertido en la muerte, en el destructor de mundos. Nosotros, como mucho, solo hemos sido estúpidos cómplices calentándose al sol.

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