martes, 9 de febrero de 2010

Extraños objetos de deseo.

Muy larga es la lista de sustancias y situaciones capaces de generar dependencia en una persona y provocar que todos los aspectos de la vida de un individuo se supediten a ella, reordenando sus objetivos vitales y con el tiempo reduciéndolos hasta que solo queda una preocupación, una obsesión alimentada, en la mayoría de las ocasiones, por un fuerte impulso físico de necesidad.

Las leyes y nosotros mismos diferenciamos entre las drogas legales e ilegales. Esta frontera jurídica marca nuestra percepción y actitud hacia ellas. Lamentablemente el derecho sabe mucho sobre normas pero muy poco sobre biología o salud. Esa diferenciación solo parece fundamentarse en la alarma social que provocan y en el mejor de los casos, las leyes lo único que consiguen es dificultar un poco, tampoco demasiado, la adquisición de esas sustancias. La realidad es que esa división artificial no sirve de mucho e independientemente de su consideración jurídica y social, todas tienen en común que a largo plazo, de no mediar intervención, tienen un efecto devastador en las personas que las consumen.

No soy partidario de los juicios morales sobre estas cuestiones, al fin y al cabo vivimos en un sistema que se sustenta en una incitación permanente al consumo, y donde el sueño de cualquier empresa es “enganchar” a sus clientes de por vida. Así que no nos debe extrañar que esa experiencia colectiva tenga efectos indeseados, ni tampoco sorprendernos de que la lista de dependencias, lejos de acortarse, se alargue, dando pie a situaciones que si no fueran por su componente trágico provocarían risa.

Si no que se lo digan a ese ciudadano austriaco, que murió ahogado cuando metió la cabeza en una alcantarilla tratando de recuperar el teléfono móvil que se le había caído en el interior. Fue una conducta y una muerte absurda, incluso seguramente también estúpida, pero la realidad es que alguien durante unos segundos pensó, actuando en consecuencia, que sería incapaz de vivir unas pocas horas sin un teléfono móvil, que después de la inmersión seguramente había quedado inservible. Podemos consolarnos pensando que este es un caso patológico, una excepción, y a lo mejor es así. O puede que las cosas sean de otra manera y que todos, en mayor o menor medida, anteponemos a nuestra salud y bienestar extraños objetos de deseo.

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