viernes, 10 de diciembre de 2010

El mito de la caverna


En el mito de la caverna unos seres humanos vivían encadenados en una cueva. A sus espaldas, seres y objetos desfilaban frente a una hoguera y sus sombras, proyectadas sobre una pared era la única percepción del mundo que tenían aquellos hombres inmovilizados por las cadenas. Esa metáfora, pesadilla de algunos estudiantes de bachillerato, quizá también sea la nuestra. Seguramente Platón nunca pensó, acostumbrado a debatir todos los asuntos públicos en el ágora, que su alegoría, casi dos mil quinientos años después, continuaría estando vigente. El hombre ya es capaz de conocer con bastante precisión el mundo y los fenómenos físicos que lo envuelven, pero en otras cuestiones seguimos encadenados a una historia oficial, a una narración de los hechos construida sobre medias verdades, silencios o mentiras plausibles.

Evidentemente hace tiempo que perdimos la inocencia. Cada uno a su manera, era consciente de que quienes controlan y se aprovechan de los resortes del poder escondían mucha basura en sus armarios (el olor a veces nos alcanzaba). En este sentido, posiblemente las revelaciones de Wikileaks solo sean una tormenta en un vaso de agua. Lo realmente interesante e importante no es tanto el contenido de esos documentos, que también, sino las reacciones histéricas, desproporcionadas y las actuaciones concertadas que han revelado la existencia de una amplia red de complicidades y obligaciones mutuas entre Estados y multinacionales.

Parecer ser que nuestras democracias tienen unos límites, cada vez más estrechos, que están siendo fijados por una oligarquía política y financiera de dudosa calidad democrática empeñada en mantener a los ciudadanos en la penumbra, limitando el acceso a la información y en consecuencia condicionando nuestra libertad de expresión. Seguramente esos poderes, antes llamados fácticos, tienen interés cierto e ilegitimas razones para que permanezcamos encadenados en la cueva pero su respuesta esta vez ha proyectado en la pared su prepotencia y soberbia sin distorsiones. Ahora tendremos que esperar el final de esta tragedia para saber si la verdad, aunque casi siempre sea dolorosa, nos hace libres. Solo espero que Julian Assanger no corra la suerte de Prometeo, el Titan que se atrevió a robar el fuego de los dioses para entregarlo a los seres humanos.

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