viernes, 17 de diciembre de 2010

Silent running


La Voyager 1 ya se encuentra en los límites de nuestro sistema solar. Tras un viaje de treinta y tres años, la pequeña sonda de apenas ochocientos kilos ha completado su principal misión. Ahora se enfrenta a la fría inmensidad y, cuando su fuente de energía se agote, vagará silenciosa, transformada en una errante botella que contiene en su interior un disco de oro con imágenes y sonidos de nuestro planeta, como en la placa de la Pioneer. En él se dan detalles de nuestra especie y, lo más importante, localiza la posición de nuestro planeta en la inmensidad del Universo.

Puede que alguna especie inteligente, con capacidad para realizar largos viajes espaciales, encuentre nuestro mensaje, en este supuesto ya podemos ir cruzando los dedos. Si quienes lo reciben son pacíficos y bienintencionados se sentirán muy decepcionados cuando conozcan personalmente a los autores. Si en cambio, es una raza con costumbres similares a las nuestras, no nos engañemos, nos pintan bastos. También podría darse el caso deque dentro de cientos de años, si logramos sobrevivir como especie, una nave terrestre se tropiece con la ya entonces desvencijada sonda. Quizá nuestros descendientes hayan cambiado tanto que no sean capaces de reconocer a sus antepasados como los autores del mensaje o simplemente, que la riqueza y variedad de vida en nuestro planeta sea considerada solo un mito y la mayoría de los sonidos les resulten extraños o desconocidos. Existe la posibilidad de que transcurrido todo ese tiempo, sigamos siendo los mismos y quien encuentre ese mensaje decida fundir el disco para poder vender el oro.

El futuro se presenta tan lleno de posibilidades e incertezas que incluso puede llegar a no ocurrir nada y la sonda continúe su viaje durante milenios, custodiando un mensaje que no tendrá receptor. Al menos esa mínima expresión de nuestra cultura se salvará, mientras aquí en la Tierra, Pompeya se desmorona y las esculturas del Chillida-Leku parecen estar condenadas a la soledad. Quizá debamos recuperar el espíritu de la “Valley Fogue”, construir una inmensa nave espacial, llenar sus bodegas con todas las obras de arte que sean capaces de contener y lanzarla al espacio. Quizá la fortuna les acompañé y la especie que las encuentre, sin comprenderlas del todo, sepa sino apreciarlas, si al menos conservarlas.

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