viernes, 3 de diciembre de 2010

¡Que estudien ellos!


Uno de los fenómenos más sorprendentes de la segunda mitad del siglo XX fue la masiva afluencia de jóvenes a estudios de nivel medio y superior. Éste es uno de los factores que explican el gran desarrollo de aquellas sociedades que fueron capaces, y tuvieron la voluntad, de erradicar el analfabetismo y democratizar el acceso de los jóvenes a unos estudios que hasta ese momento habían estado vedados para la inmensa mayoría de ellos. Hasta la fecha no se cuestionaba que existía una relación directa entre las inversiones en educación y el incremento a medio plazo del PIB de un país. Así que cualquier nación que pretenda reducir las posibilidades de lograr una formación de calidad para sus ciudadanos, en el fondo lo que está haciéndose es el “harakiri” en términos sociales y económicos.

La decisión del gobierno británico, asesorado por un antiguo ejecutivo de una petrolera (quien seguramente sabe mucho de petróleo pero no necesariamente debe tener idea de nada más), de triplicar el coste de las carreras universitarias, solo se comprende en el contexto de una economía globalizada que permite, por ejemplo, que un ingeniero formado en la India acabe trabajando en Londres, a un coste menor, claro está, que su homologo inglés. Quizá esta medida sea en términos económicos “eficiente” (qué harto estoy de esta palabra) pero tiene unos importantes efectos perversos y no solo para los estudiantes ingleses, italianos o de cualquier otro país cuyos gobiernos, con la excusa de los recortes, están metiendo mano de forma descarada a uno de los objetivos sociales de un sistema educativo democrático como es garantizar la igualdad de oportunidades.

En nombre de la maldita “eficiencia” estos gobiernos conservadores practican una forma de darwinismo social especialmente cruel, al vincular las ilusiones, los proyectos y el desarrollo personal de millones de jóvenes a sus posibilidades económicas, marginando de forma descarada a quienes, pese a su capacidad, no puedan financiarse los estudios. Si a esto le sumamos que importar profesionales tiene un grave perjuicio para las naciones pobres, las cuales, después de realizar importantes esfuerzos en la formación de médicos o ingenieros, ven como son otros países los que no solo se benefician de su inversión sino que también, pese al sacrificio, continúan dependiendo técnicamente de ellos. Tendréis que disculpar mi miopía, pero me resulta difícil apreciar qué tiene de eficiente condenar a personas y naciones a un permanente estado de subdesarrollo educativo, económico y social, por mucha necesidad que haya de reducir el gasto. La cuestión es qué pasará con esos miles de jóvenes que verán sus expectativas frustradas. Quizá decidan, a falta de otras opciones, dedicar su talento a volar edificios públicos o atracar bancos, la verdad, razones no les faltan.

P.D. Buen puente a todos.

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