miércoles, 21 de octubre de 2009

Un bolero

Hace muchos años, un profesor empezó sus clases preguntando a sus alumnos si conocíamos la letra de un bolero. Todos nos quedamos algo sorprendidos pero no demasiado, al fin y al cabo aquel año el tema iba sobre el psicoanálisis y entre los prejuicios que aquellos jovencitos arrastrábamos en nuestras cabezas respecto a los psicoanalistas, era considerarlos tipos un poco excéntricos y complejos; de hecho, a los diecinueve años sólo compartíamos con ellos un interés, su obsesión por el sexo. Así que la aparentemente extraña pregunta solo confirmó nuestros temores e ideas preconcebidas. Evidentemente, nadie contestó, en mi caso no por falta de interés, sino por una absoluta carencia de talento en todo lo referente a cuestiones musicales, lamentablemente siempre he sido de letras puras y sordas. Así que me recosté discretamente tratando de mantener mi cabeza por debajo de la del resto de mis compañeros, no fuera que aquel profesor decidiera buscar voluntarios por su cuenta. Finalmente una de las alumnas, de aquellas que durante las clases dan codazos para sentarse en primera fila y cuando llegan los exámenes los dan para ocupar las últimas, se lanzó al ruedo y afirmó conocer el bolero y por supuesto la letra. Seguramente durante mucho tiempo se arrepintió de haber mostrado su sensibilidad y conocimientos, ya que el profesor llevado por el entusiasmo le pidió muy cortésmente que nos lo cantara. Fue en ese momento, cuando aquel grupo de impresentables que se conocían desde bachillerato y que habían hecho de las últimas filas de la clase su trinchera, alzaron el cuello y prestaron atención a aquel tipo bajito, que con mucho estilo era capaz de poner en apuros a una de las pelotas oficiales de nuestra promoción.

A favor de aquella chica debo reconocer que no lo hizo mal del todo, las carcajadas hubieran desconcentrado incluso a un profesional, pero el gran triunfador de la gala fue el profesor, logró lo imposible, que durante todo el año le prestáramos atención, que en ningún momento bajáramos la guardia y que desde ese instante algunos sufriéramos un ataque de faringitis que nos duró hasta después de los exámenes de junio. Al final resultó que iba de amor y de odio y según el profesor y la canción, eran las diferentes caras de una misma moneda. De lo aprendido aquel año, salvo la anécdota, poco queda. Solo recuerdo que durante algún tiempo miramos a nuestras madres y padres con un poco de aprensión, sin embargo algo si sobrevivió, aprendimos a detenernos y observar siempre las dos caras de la moneda, no para comprobar su autenticidad o falsedad, sino para descubrir que parte de nosotros se refugiaba en cada uno de sus lados. Luego asimilamos que tras el espejo siempre hay otra realidad y que la interpretación de la vida es un delicado y frágil caleidoscopio de razones casi siempre ignoradas. Posiblemente aquella experiencia no nos hizo más sabios, pero si mucho más prudentes y tolerantes a la hora de juzgar y juzgarnos y quizá por eso a muchos nos cuesta entender cómo algunas personas, cuando hablan del aborto se atreven a frivolizar, juzgando y condenando a las mujeres que se ven en ese difícil trance; esta gente debería abrir los ojos cuando se mira en el espejo y tratar de averiguar cuánto sufrimiento hay en la decisión de interrumpir un embarazo, pero claro, para algunos tras el espejo solo hay una pared, a veces tan dura, como sus cabezas y corazones.

PD. La canción era ésta.
Odiame
Odiame por favor yo te lo pido,
odiame sin medida ni clemencia,
odio quiero mas que indiferencia,
porque el rencor hiere menos que el olvido.
Si tú me odias quedaré yo convencido,
que me amaste mi bien con insistencia.
Pero ten presente, de acuedo a la experiencia,
que tan sólo se odia lo querido.
Qué vale mas, yo humilde y tu orgullosa
o vale más tu débil hermosura.
Piensa que en el fondo de la fosa,
llevaremos la misma vestidura.
Pero ten presente de acuerdo a la experiencia
que tan solo se odia lo querido.

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