Todos los reaccionarios son tigres de papel. Parecen terribles, pero en realidad no son tan poderosos. Visto en perspectiva, no son los reaccionarios sino el pueblo quien es realmente poderoso.
Citas del presidente Mao Tse-tung.
China, esa nación milenaria, cuyo talento e inventiva tanto contribuyó a nuestro desarrollo cultural, se perfila ahora como la gran campeona global. Según los ultraliberales, ella es la única vencedora del actual desastre económico. Es el paradigma de la eficiencia económica y el ejemplo a seguir por todas las naciones desarrolladas si no quieren acabar rindiendo pleitesía al tigre asiático.
Los espectaculares indicadores macroeconómicos chinos, aunque últimamente anden algo desfallecidos, son la carta de presentación y el argumento utilizado por los custodios, y al tiempo trituradores, del legado de Adam Smith. Sin embargo, tanto entusiasmo orientalista, solo es posible tras un intenso esfuerzo de cinismo que nos permita ignorar las verdaderas razones del éxito y las frágiles bases que sustentan la estabilidad del modelo económico chino. No es necesario raspar excesivamente la superficie del “milagro” para comprobar que éste tiene muy poco de prodigio y sí mucho de la vulgaridad de las bayonetas.
Quizá algunos economistas, políticos y empresarios de dudosa calidad democrática, consideren un éxito lograr altas tasas de crecimiento económico negando a los ciudadanos sus derechos civiles y sociales básicos. Solo ignorando la represión política y sindical, los altos costes medioambientales y las importantes tensiones sociales existentes, el desarrollo económico chino podría ser considerado un ejemplo. Demasiadas y profundas son las contradicciones de esta nación, para no confundir sus logros con los rugidos de un tigre de papel.
Citas del presidente Mao Tse-tung.
China, esa nación milenaria, cuyo talento e inventiva tanto contribuyó a nuestro desarrollo cultural, se perfila ahora como la gran campeona global. Según los ultraliberales, ella es la única vencedora del actual desastre económico. Es el paradigma de la eficiencia económica y el ejemplo a seguir por todas las naciones desarrolladas si no quieren acabar rindiendo pleitesía al tigre asiático.
Los espectaculares indicadores macroeconómicos chinos, aunque últimamente anden algo desfallecidos, son la carta de presentación y el argumento utilizado por los custodios, y al tiempo trituradores, del legado de Adam Smith. Sin embargo, tanto entusiasmo orientalista, solo es posible tras un intenso esfuerzo de cinismo que nos permita ignorar las verdaderas razones del éxito y las frágiles bases que sustentan la estabilidad del modelo económico chino. No es necesario raspar excesivamente la superficie del “milagro” para comprobar que éste tiene muy poco de prodigio y sí mucho de la vulgaridad de las bayonetas.
Quizá algunos economistas, políticos y empresarios de dudosa calidad democrática, consideren un éxito lograr altas tasas de crecimiento económico negando a los ciudadanos sus derechos civiles y sociales básicos. Solo ignorando la represión política y sindical, los altos costes medioambientales y las importantes tensiones sociales existentes, el desarrollo económico chino podría ser considerado un ejemplo. Demasiadas y profundas son las contradicciones de esta nación, para no confundir sus logros con los rugidos de un tigre de papel.
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