martes, 20 de diciembre de 2011

Epidemia III: "El desastre"


Bien, lo hemos conseguido, el noventa por ciento de la humanidad es ya historia. Aunque eso necesariamente no implica que nuestras ciudades hayan quedado desiertas. Un diez por ciento de supervivientes supone que en las ciudades solo será algo más complicado cruzarse o tropezar con alguien. Una ventaja, vista la tendencia que tienen los personajes de algunas de estas novelas a liarse a tiros a las primeras de cambio. Una vez despejado el decorado de figurantes innecesarios el lector se pregunta ¿y ahora qué? Porque si la intención es escribir una novela de acción con muchos tiros, muertos y explosiones, quizá hubiera sido más práctico cargarse a menos gente en la epidemia, así habría más muertes con las que llenar el número mínimo de páginas para que sea considerada una novela. Esta es una posibilidad, la otra es utilizar el apocalipsis como excusa para reflexionar sobre aspectos del ser humano, sin recrearse excesivamente en su natural tendencia, cuando las cosas se ponen difíciles, a convertirse en un depredador o un carroñero.

Quizá mi punto de vista sobre este tipo de novelas está condicionado por el respeto que tengo a la ciencia ficción. Éste es un género flexible en el que el autor pone las reglas del mundo que va a describir. Por eso, cuando un novelista se lleva por delante a varios miles de millones de personas, espero que lo haga por una buena razón. Cormac McCarthy no se conforma con eliminar a la mayor parte de la población, sino que también transforma el planeta en un erial gris, asolado por los incendios y cubierto de ceniza. “La carretera” sin dejar de ser un “road movie” clásico, es una metáfora acerca de las relaciones entre padres e hijos, sobre el difícil oficio de educar cuando el mundo carece de valores en los que se pueda fundamentar esa labor. Y solo se cuenta, al menos durante un tiempo, con la ascendencia que concede la paternidad, para tratar de explicar a un hijo las diferencias entre el bien y el mal, a cómo sobrevivir sin perder tu humanidad. El autor se hace una profunda e interesante reflexión, sobre cómo educar a un hijo cuando “ahí fuera” los seres humanos son equiparados a la categoría de ganado para ser devorados por los más fuertes.

La carretera solo es un ejemplo de las razones que puede tener un escritor para reducir bruscamente el censo de habitantes del planeta. La metáfora no excluye la acción, ni siquiera la violencia (tan del gusto de algunos lectores), ni implica transformar el texto en un denso, intenso e insufrible ensayo existencial que acabe matando al lector por una infección de aburrimiento. Incluso estoy dispuesto a considerar que el apocalipsis solo sea una excusa para escribir una novela sin pretensiones, cuya única intención sea distraer, siempre y cuando esté bien construida y su final, por ridículo, no ponga en evidencia la desesperación de quien se ha quedado sin historia a mitad de la novela o es incapaz de dar una resolución digna a las incógnitas que él mismo ha planteado. El fin del mundo puede ser muchas cosas; entre ellas la narración de un desastre colectivo o la descripción de un fracaso individual. Pero desde luego no tiene que ser necesariamente un despropósito.

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