domingo, 13 de diciembre de 2009

Involución

Nueve hombres secuestraron y juzgaron a una mujer de acuerdo a la Sharia, la condenaron a muerte, pero pudo escapar y explicar su odisea. Esto no ocurrió en una aldea sudanesa o en una de las modernas urbes de Arabía Saudí, sino en una población de Tarragona. Días después otras informaciones indicaban que podrían existir en Cataluña “brigadas de la moral” cuyo propósito sería aislar a los miembros de la comunidad musulmana y crear una realidad social y jurídica ajena al estado de derecho. Seguramente estos hechos, sean o no ciertos, servirán para alimentar el desprecio hacia este colectivo y justificar posiciones xenófobas. Lamentablemente estas actitudes y dinámicas no son exclusivas de una sola creencia religiosa, ni nuevos los intentos del integrismo por ocupar espacios en la sociedad civil e imponer un modelo de convivencia sustentado en principios religiosos.

En nuestro país, no hace mucho tiempo; un juez, justificó en parte una resolución apelando a la Biblia y citando al “maligno”. En EEUU, origen del fundamentalismo religioso, al menos del cristiano, cada vez es más frecuente que los jurados recurran a la Biblia en sus deliberaciones. Así que este proceso de “sacralización” no es patrimonio de una religión, sino que responde a una realidad mucho más amplia y por lo tanto más preocupante. En España la Iglesia Católica tiene una gran tradición de intervención en la vida pública y en la existencia de sus ciudadanos. Y pese a que el nuestro, es un Estado de carácter laico, esta institución, al menos sus sectores más radicales, se resisten a perder esta influencia. El debate sobre la ley del aborto solo es un ejemplo de hasta dónde son capaces de llevar su discurso.

Lo curioso de este proceso es que estos integrismos, pese a propugnar el retorno a unas normas con miles de años de antigüedad, que seguramente serían adecuadas para regir las relaciones entre clanes de cabreros pero que en nuestras complejas sociedades se quedan algo cortas, no tienen ningún inconveniente en utilizar los instrumentos que la “diabólica” tecnología pone a su alcance para hacer llegar su mensaje al mayor número posible de personas. En esta involución no solo se sustancia la libertad de los individuos, sino también la de los valores de la comunidad, atomizándolos y en gran medida feudalizándolos, al consentir que unos líderes religiosos establezcan las pautas de conducta de las personas y pretendan que sus vidas se ordenen en torno al capricho y ambición de unos supuestos “intérpretes” de la voluntad divina. Con nuestra pasividad no solo permitimos que el imperio de la ley sea subvertido, sino también el de la razón. No debemos llamarnos a engaño, un fascista es un fascista, independientemente del libro de referencia que utilice, sea este la Biblia, el Corán o el Mein Kampf.

1 comentario:

Fuentenebro dijo...

Efectivamente, es mucho más sencillo mostrar nuestra indignación antes las barbaridades cometidas por integrismos ajenos, que asumir los propios. La Iglesia católica debería callar muchas veces, demasiadas. Porque no escuché sus gritos ante los muertos de ETA ni sus palabras de apoyo ante tantas manifestaciones contra la violencia terrorista, no vi sus aspavientos ante los muertos por SIDA de países tercermundistas a los que niega el uso de un preservativo que, a costa de su alma, salvaría su vida. No oigo al señor Martínez Camino condenar los abusos sexuales de sus curas (a niños que confiaban en ellos y no volverán a hacerlo en nadie)con las misma fuerza que utiliza para condenar el aborto (no nos olvidemos del caso de la niña canaria de 9 años, embarazada tras una violación, a la que condenaron sin piedad por pretender abortar a pesar de que no hacerlo ponía en riesgo su vida)
La Iglesia católica debería asumir que, como todos, puede opinar pero no legislar. Que su papel debe verse relegado al que sus fieles quieran darle, pero que no debería tratar de dirigir la vida de quienes no la ponen en sus manos, de quienes pretenden vivir en paz tratando de dirigir sus pasos y hacer camino de la mejor manera posible en lugar de dejarse pastorear por códigos de hace dos milenios. O, lo que es peor, por quienes se creen con derecho a interpretarlos a su antojo. Sin más.