miércoles, 18 de mayo de 2011

El cartero siempre llama dos veces

“Como he escrito en muchas ocasiones, si no hay evolución a tiempo, hay revolución con el riesgo de violencia que conlleva. La diferencia entre evolución y revolución es la “r” de responsabilidad.

Reacciona. Dilma Rousseff. Presidenta de Brasil

Tengo la impresión de que el mundo financiero está formado por unos tipos que posiblemente deberían de estar en tratamiento por ludopatía. Por un conjunto de apostadores profesionales, que no solo no saben cuando deben parar, sino que además viven la experiencia del saqueo al que están sometiendo al planeta en la más desalentadora de las impunidades, lo que les incita a asumir cada vez mayores riesgos. El dinero los ha endiosado y su arrogancia les ha hecho perder la virtud de la moderación y la perspectiva.

Seguramente no son conscientes de que su codicia lleva el germen de su propia destrucción; de que cada vez las voces de descontento son más numerosas y a diferencia de otras naciones, en los países democráticos, sacar los tanques a la calle para silenciar a los ciudadanos no está bien visto. Parecen sorprendidos de que miles de personas manifiesten su cansancio y rechazo, no solo a las “soluciones” dadas a la crisis, sino también a los partidos políticos y gobiernos que arrastrados por los acontecimientos, por la complicidad o la impotencia, han hecho el juego a los poderes financieros, ofreciendo a cambio del sacrificio un futuro sin esperanza, donde las personas están condenadas a ser únicamente una mercancía.

Que los partidos de derecha se hayan sumado con entusiasmo a este nuevo impulso contra-reformador no es una novedad, estas propuestas ya estaban incluidas en sus programas electorales y la crisis solo les ha dado la excusa para aplicarlas. Otra cuestión son las organizaciones de izquierda, que deberían empezar a abandonar el discurso posibilista y renunciar a que sus programas electorales sean encorsetados o a que su acción política se limite a gestionar las migajas que los designios neoliberales dejan caer. Los ciudadanos comienzan a dar forma a su insatisfacción, a verbalizarla y a movilizarse para tratar de cambiar las cosas, y este movimiento no está integrado exclusivamente por jóvenes o antisistema, es un fenómeno transversal de ciudadanos que exigen ser escuchados y tomados en consideración. Ignorarlos es tanto como abrir la posibilidad de que un Adolfo o un Benito traten de obtener beneficio del malestar, es tanto como olvidar que el cartero siempre llama dos veces.

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