El
mundo es estupendo cuando tienes una excusa y si ésta incluye un culpable
entonces además es maravilloso. Es una lástima que siempre haya circunstancias
tan irrelevantes, como la realidad, o gente poco dispuesta a participar del
idílico paisaje que la versión oficial pretende construir. Estos políticos que nos gobiernan, se dirigen al resto
de los mortales con el tono que debió utilizar Moisés cuando descendía del Monte
Sinaí, aunque a diferencia de él, que se conformó con romper las tablas contra
el suelo, éstos pretenden hacerlo sobre nuestras cabezas, si nos da por adorar
a ese becerro de oro llamado justicia social o por prestar atención a las
palabras de esos profetas que predican la economía según Keynes.
Si
no somos capaces de entender motu proprio
“que tomar las medidas necesarias, que realizar las reformas estructurales
aceptando los inevitables sacrificios, son pasos imprescindibles para retomar
la senda del crecimiento y volver a crear empleo” ellos nos lo harán
entender a golpe de catecismo neoliberal o de pelota de goma, con preferencias
por éstas últimas, porque de todos es sabido que la letra con sangre entra.
Claro que el devenir de sus intenciones se encuentra con serios problemas que
los están dejando algo desconcertados y en sus balbuceos se nota que empiezan
también a estar superados. El primero de ellos es realizar una
contrarrevolución económica sin contar con un puñetero tanque que meta en
vereda a tanto disidente de la versión oficial. No nos engañemos, las porras
intimidan, pero los tanques acojonan. Segundo hacerla con modos e instrumentos
propios de las últimas décadas del siglo XX, es decir, ignorando completamente
que ahora las fuentes de información son múltiples y su transmisión casi
instantánea (alguna ventaja debería tener eso de la aldea global). Tercero, que
hay varias generaciones, sobradamente preparadas, (puta educación pública), que
no solamente saben protestar, sino también argumentar la protesta con elementos
muchos más consistentes que los perpetrados de forma cotidiana por los voceros
oficiales y espontáneos. Y por último, y no por eso menos importante, sus
fortunas, sus vínculos e intereses compartidos con los poderes financieros, sus
sueldos escandalosos, sus privilegios obscenos a cuenta del contribuyente, su
corrupción que casi parece una conducta genéticamente condicionada o sus
cuentas en Suiza (ahora entendemos porque ponen tan poco interés en perseguir
el fraude fiscal), les restan mucha credibilidad a sus proclamas.
Reconozcamos que esta crisis está poniendo en evidencia a los canallas
que nos dirigen. Que sus intenciones de regalar la sanidad y la educación
pública que tanto dinero y tiempo nos ha costado levantar, solo son una parte
de su perversa ecuación, la otra es crear una democracia censitaria de hecho,
en la que solo puedan ejercer sus derechos quienes tengan dinero para hacerlo.
La única conclusión es que están completa y absolutamente locos, están
apretando demasiado y solo es cuestión de tiempo que su codicia, traducida en
estupidez y torpeza política, acabe contestada por un estallido social de
imprevisibles consecuencias. El tiempo se agota, la paciencia también. Luego se
preguntarán cómo fue posible que un hecho irrelevante encendiera las calles. Eso
señores, se llama revolución, y la Historia nos da muchos ejemplos, y llegados
a ese punto no hay porra ni disparo capaz de detener los acontecimientos. Pero
en fin, son estúpidos, sordos, arrogantes o prepotentes y confían demasiado en
que los ciudadanos no seremos capaces de articular una respuesta ante la
evidente deriva autoritaria de los gobiernos o frente al saqueo de derechos y
libertades.
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