El
FMI empieza a reconocer (aunque sea con la boca pequeña), que el “austericidio”
es un error. Y lo hacen de una forma un tanto particular, afirmando en uno de
sus informes que sus expertos fueron incapaces de predecir las consecuencias
que tendrían para el empleo las políticas de recorte. Lo que me lleva a pensar
que estos tipos continúan tomándonos por idiotas. El FMI lleva décadas
obligando a aplicar a rajatabla la ortodoxia neoliberal, sin embargo, después
de tantos experimentos fallidos dirigidos por esta institución desde los años
setenta (empezando por Latinoamérica), resulta sorprendente que las
consecuencias de sus recetas les sigan cogiendo por sorpresa. Algo que por otra
parte resulta poco creíble. De hecho para llegar a esa conclusión no es
necesario recurrir a un panel de expertos, basta con consultar las hemerotecas
u ojear cualquier libro, escrito por un economista mínimamente objetivo, para
conocer de forma rápida y sencilla el efecto que las políticas de recorte tienen
sobre el empleo y la economía (la literatura al respecto es abundante).
Tanta
ignorancia sobrevenida y lamento sin ánimo de enmienda, resultan sospechosos,
especialmente porque hasta donde yo sé, aún no han recomendado a Grecia o
Portugal (por citar dos ejemplos muy cercanos), sustituir las políticas
económicas de austeridad por otras de carácter expansivo. Así que toda esta
pantomima puede estar motivada porque la crisis de la deuda esta teniendo la
imprevista consecuencia de deslegitimar a autoridades y organismos que están
mostrando un celo en la aplicación de unas medidas que imponen sacrificios
desproporcionados e injustos a los ciudadanos, cuando nunca lo mostraron, ni
antes ni después, con los causantes del desastre. Parece como si los artífices
ideológicos del drama y quienes dieron cobertura técnica en forma de teorías
económicas esculpidas en piedra, empiezan a ser conscientes de la necesidad no
de cambiar de rumbo en las políticas, pero sí al menos de fingir congoja. Pero
para que su “mea culpa” resulte creíble, tendrían que ocurrir dos cosas: una
que alguien dimitiera, y dos, que empezarán a interpretar la economía como un
ejercicio de democracia e igualdad. Y lamentablemente, en este sentido, andan
bastante escasos de talento y más aún de intenciones.
Curiosamente no es el FMI el único que parece
preocupado por las consecuencias de sus recetas y el efecto que pueden tener en
la opinión pública. Importantes escuelas de negocio, tras años de predicar
entre ejecutivos y directivos las bondades del neoliberalismo, de los despidos
preventivos o de las privatizaciones, parecen desconcertadas por el impacto que
tiene en la actividad económica la aplicación de sus teorías. Aunque en este
caso son más sutiles u obstinadas, ya que achacan las consecuencias negativas a
la velocidad con la que se aplican y no, y me encanta poder decir esto, a su
demostrada ineficiencia (en términos de interés general). En el fondo de lo que
se trata es de “sostenella y no enmendalla”, de continuar manteniendo, contra
toda evidencia empírica, una ortodoxia desprestigiada y canalla, que solo se
sostiene por el empecinamiento de quienes la predicaron y la codicia de los
pocos que se benefician de ella.
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