jueves, 10 de enero de 2013

Sostenella y no enmendalla


El FMI empieza a reconocer (aunque sea con la boca pequeña), que el “austericidio” es un error. Y lo hacen de una forma un tanto particular, afirmando en uno de sus informes que sus expertos fueron incapaces de predecir las consecuencias que tendrían para el empleo las políticas de recorte. Lo que me lleva a pensar que estos tipos continúan tomándonos por idiotas. El FMI lleva décadas obligando a aplicar a rajatabla la ortodoxia neoliberal, sin embargo, después de tantos experimentos fallidos dirigidos por esta institución desde los años setenta (empezando por Latinoamérica), resulta sorprendente que las consecuencias de sus recetas les sigan cogiendo por sorpresa. Algo que por otra parte resulta poco creíble. De hecho para llegar a esa conclusión no es necesario recurrir a un panel de expertos, basta con consultar las hemerotecas u ojear cualquier libro, escrito por un economista mínimamente objetivo, para conocer de forma rápida y sencilla el efecto que las políticas de recorte tienen sobre el empleo y la economía (la literatura al respecto es abundante).

Tanta ignorancia sobrevenida y lamento sin ánimo de enmienda, resultan sospechosos, especialmente porque hasta donde yo sé, aún no han recomendado a Grecia o Portugal (por citar dos ejemplos muy cercanos), sustituir las políticas económicas de austeridad por otras de carácter expansivo. Así que toda esta pantomima puede estar motivada porque la crisis de la deuda esta teniendo la imprevista consecuencia de deslegitimar a autoridades y organismos que están mostrando un celo en la aplicación de unas medidas que imponen sacrificios desproporcionados e injustos a los ciudadanos, cuando nunca lo mostraron, ni antes ni después, con los causantes del desastre. Parece como si los artífices ideológicos del drama y quienes dieron cobertura técnica en forma de teorías económicas esculpidas en piedra, empiezan a ser conscientes de la necesidad no de cambiar de rumbo en las políticas, pero sí al menos de fingir congoja. Pero para que su “mea culpa” resulte creíble, tendrían que ocurrir dos cosas: una que alguien dimitiera, y dos, que empezarán a interpretar la economía como un ejercicio de democracia e igualdad. Y lamentablemente, en este sentido, andan bastante escasos de talento y más aún de intenciones.

Curiosamente no es el FMI el único que parece preocupado por las consecuencias de sus recetas y el efecto que pueden tener en la opinión pública. Importantes escuelas de negocio, tras años de predicar entre ejecutivos y directivos las bondades del neoliberalismo, de los despidos preventivos o de las privatizaciones, parecen desconcertadas por el impacto que tiene en la actividad económica la aplicación de sus teorías. Aunque en este caso son más sutiles u obstinadas, ya que achacan las consecuencias negativas a la velocidad con la que se aplican y no, y me encanta poder decir esto, a su demostrada ineficiencia (en términos de interés general). En el fondo de lo que se trata es de “sostenella y no enmendalla”, de continuar manteniendo, contra toda evidencia empírica, una ortodoxia desprestigiada y canalla, que solo se sostiene por el empecinamiento de quienes la predicaron y la codicia de los pocos que se benefician de ella.

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