Stalin definió en una ocasión a
Hitler como un apostador que no sabía cuando debía parar. Lamentablemente esta
definición puede ser trasladada a nuestros tiempos y aplicada a los miembros de
la Troika, adalides de tahúres y especuladores, atados a sus recetas incluso
cuando los hechos demuestran su ineficacia, en lugar de retirarse y reducir sus
pérdidas, suben las apuestas. Claro que esa es una de las ventajas que tiene
jugar cuando el dinero no te pertenece. En Chipre pretendieron dar un nuevo
salto cualitativo y cuantitativo, exigiendo no solo los clásicos sacrificios (reducciones
salariales, recortes sociales, incremento de impuestos indirectos), sino
también echar mano a una parte de los ahorros de los ciudadanos para salvar un
sistema colapsado por las descontroladas prácticas de unos bancos acostumbrados
a la cómoda impunidad de no asumir nunca responsabilidades.
La medida es tan absurda y estúpida
que no queda más remedio que pensar mal, máxime cuando las autoridades de Bruselas
han afirmado, tras desmentidos y ratificaciones, que ese será el modelo a
aplicar en futuros rescates. En resumidas cuentas, advierten a los grandes capitales
que se alejen de los centros de riesgo, es decir, las naciones del sur de
Europa y ¿ qué mejor lugar para depositarlos que los bancos alemanes o paraísos
fiscales, donde estarán seguros y a salvo de cualquier expolio? Así que una
irresponsabilidad, justificada con balbuceos y argumentos que tan solo
convencerían a un niño (y solo si estuviera dormido), se traduce en una
operación de descapitalización de los países en dificultades.
Por supuesto es evidente que
quienes se enriquecieron con la crisis financiera deben contribuir a resolverla,
pero esta no es la manera. Si realmente tuvieran interés en moderar el desmadre
del sector recurrirían a algún tipo de tasa sobre las operaciones financieras
(Tobin), pero esta no es su intención. La poderosa Alemania, guiada por los “austericidas”
no tiene suficiente con saquear la existencia de los europeos con sus recetas,
ni desposeerla de su capital humano, ahora quiere el dinero de los grandes
ahorradores y si de paso consigue que la pequeña Chipre tenga que vender los
derechos de explotación de sus reservas de gas, mucho mejor, así ya no
dependerán tanto en términos energéticos, del siempre inseguro y caprichoso
proveedor ruso. Y si en el camino se desintegra Europa, eso no parece
preocuparles. Demasiado seguros se sienten estos alemanes, tanto como Hitler
cuando invadió la URSS en 1941. Ya veremos si somos testigos de cómo su
arrogancia se estrella en otro Stalingrado, esta vez económico.
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