domingo, 11 de marzo de 2012

Es país para viejos

Los jóvenes nunca han tenido las cosas fáciles. Sus únicos aliados siempre han sido el entusiasmo y la ilusión, ese sentimiento que permite al incierto futuro transformarse en un lugar que brindará las oportunidades negadas por un presente mezquino y a veces miserable. La huida en el tiempo, la fuga hacia delante, era la única escapatoria, el único refugio seguro a la decepción cotidiana, a las expectativas no satisfechas y por supuesto a la desilusión. Ahora a miles de nuestros jóvenes se les niega el derecho a soñar, se les advierte de que pese a sus esfuerzos, dedicación o preparación, deben resignarse a vivir como nómadas en el desierto de la certidumbre. Su futuro ha sido pactado. Gentes lejanas, irresponsables cegados por la codicia o que en el mejor de los casos observan la realidad a través de una lente que la distorsiona, pretenden condenarlos a languidecer en la precariedad y a cambio exigen el silencio, la sumisa aceptación del siervo o la resignación del esclavo.

Podríamos citar la Historia para evidenciar el error de esta gente, de estos tecnócratas envilecidos por su arrogancia, que pulverizan la vida de millones de personas apelando a los resultados obtenidos de una calculadora trucada. Podríamos mencionar las consecuencias del miedo, del desempleo y la desesperación, de los monstruos que alimentan su darwinismo social, pero les da igual, como especuladores que son se han acostumbrado a operar a corto plazo, a obtener beneficios rápidos sin preocuparse por las consecuencias. Llevan años viviendo como saqueadores que se desplazan por la economía y las vidas ajenas arrasando todo lo que encuentran a su paso. Quizá no sepan nada de historia, pero de algo estoy seguro que sí saben, y es de cazar, de acosar a sus víctimas hasta la extenuación. Cualquiera sabe que una presa herida o acorralada siempre se revuelve, que arrinconarla puede tener consecuencias imprevistas. Confían demasiado en las cargas policiales, en sus medios de comunicación empeñados en reducir la rebelión pacífica a simples actos vandálicos, ridiculizando sus reivindicaciones y exaltando a grupos de extrema derecha para que incluyan a los estudiantes en su larga lista de enemigos.

Todos sus instrumentos, y son muchos, no servirán de nada. Cuando limiten el derecho de manifestación o impidan su libre ejercicio, solo lograrán incrementar la tensión, aumentar la presión. Incluso la estrategia de abrir las puertas y dejar que miles de nuestros jóvenes emigren a países que sí sabrán aprovechar su formación, pagada por todos pero obtenida con su esfuerzo, se revelará como un alivio momentáneo que no impedirá el resentimiento de quien ve a sus amigos o hijos obligados a abandonar su país. Su incompetencia, su empecinamiento ideológico que roza el fanatismo, dejará nuestra tierra yerma, con una desangelada y absoluta certeza de futuro, la única que puede tener un país para viejos.

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