Los jóvenes nunca han tenido las cosas fáciles. Sus únicos aliados siempre han sido el entusiasmo y la ilusión, ese sentimiento que permite al incierto futuro transformarse en un lugar que brindará las oportunidades negadas por un presente mezquino y a veces miserable. La huida en el tiempo, la fuga hacia delante, era la única escapatoria, el único refugio seguro a la decepción cotidiana, a las expectativas no satisfechas y por supuesto a la desilusión. Ahora a miles de nuestros jóvenes se les niega el derecho a soñar, se les advierte de que pese a sus esfuerzos, dedicación o preparación, deben resignarse a vivir como nómadas en el desierto de la certidumbre. Su futuro ha sido pactado. Gentes lejanas, irresponsables cegados por la codicia o que en el mejor de los casos observan la realidad a través de una lente que la distorsiona, pretenden condenarlos a languidecer en la precariedad y a cambio exigen el silencio, la sumisa aceptación del siervo o la resignación del esclavo.
Podríamos citar la Historia para evidenciar el error de esta gente, de estos tecnócratas envilecidos por su arrogancia, que pulverizan la vida de millones de personas apelando a los resultados obtenidos de una calculadora trucada. Podríamos mencionar las consecuencias del miedo, del desempleo y la desesperación, de los monstruos que alimentan su darwinismo social, pero les da igual, como especuladores que son se han acostumbrado a operar a corto plazo, a obtener beneficios rápidos sin preocuparse por las consecuencias. Llevan años viviendo como saqueadores que se desplazan por la economía y las vidas ajenas arrasando todo lo que encuentran a su paso. Quizá no sepan nada de historia, pero de algo estoy seguro que sí saben, y es de cazar, de acosar a sus víctimas hasta la extenuación. Cualquiera sabe que una presa herida o acorralada siempre se revuelve, que arrinconarla puede tener consecuencias imprevistas. Confían demasiado en las cargas policiales, en sus medios de comunicación empeñados en reducir la rebelión pacífica a simples actos vandálicos, ridiculizando sus reivindicaciones y exaltando a grupos de extrema derecha para que incluyan a los estudiantes en su larga lista de enemigos.
Todos sus instrumentos, y son muchos, no servirán de nada. Cuando limiten el derecho de manifestación o impidan su libre ejercicio, solo lograrán incrementar la tensión, aumentar la presión. Incluso la estrategia de abrir las puertas y dejar que miles de nuestros jóvenes emigren a países que sí sabrán aprovechar su formación, pagada por todos pero obtenida con su esfuerzo, se revelará como un alivio momentáneo que no impedirá el resentimiento de quien ve a sus amigos o hijos obligados a abandonar su país. Su incompetencia, su empecinamiento ideológico que roza el fanatismo, dejará nuestra tierra yerma, con una desangelada y absoluta certeza de futuro, la única que puede tener un país para viejos.
Podríamos citar la Historia para evidenciar el error de esta gente, de estos tecnócratas envilecidos por su arrogancia, que pulverizan la vida de millones de personas apelando a los resultados obtenidos de una calculadora trucada. Podríamos mencionar las consecuencias del miedo, del desempleo y la desesperación, de los monstruos que alimentan su darwinismo social, pero les da igual, como especuladores que son se han acostumbrado a operar a corto plazo, a obtener beneficios rápidos sin preocuparse por las consecuencias. Llevan años viviendo como saqueadores que se desplazan por la economía y las vidas ajenas arrasando todo lo que encuentran a su paso. Quizá no sepan nada de historia, pero de algo estoy seguro que sí saben, y es de cazar, de acosar a sus víctimas hasta la extenuación. Cualquiera sabe que una presa herida o acorralada siempre se revuelve, que arrinconarla puede tener consecuencias imprevistas. Confían demasiado en las cargas policiales, en sus medios de comunicación empeñados en reducir la rebelión pacífica a simples actos vandálicos, ridiculizando sus reivindicaciones y exaltando a grupos de extrema derecha para que incluyan a los estudiantes en su larga lista de enemigos.
Todos sus instrumentos, y son muchos, no servirán de nada. Cuando limiten el derecho de manifestación o impidan su libre ejercicio, solo lograrán incrementar la tensión, aumentar la presión. Incluso la estrategia de abrir las puertas y dejar que miles de nuestros jóvenes emigren a países que sí sabrán aprovechar su formación, pagada por todos pero obtenida con su esfuerzo, se revelará como un alivio momentáneo que no impedirá el resentimiento de quien ve a sus amigos o hijos obligados a abandonar su país. Su incompetencia, su empecinamiento ideológico que roza el fanatismo, dejará nuestra tierra yerma, con una desangelada y absoluta certeza de futuro, la única que puede tener un país para viejos.
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