"Un momento, Platero, vengo a estar con tu muerte. No he vivido. Nada ha pasado. Estás vivo y yo contigo...Vengo solo. Ya los niños y las niñas son hombres y mujeres. La ruina acabó su obra sobre nosotros tres -ya tu sabes-, y sobre su desierto estamos de pie, dueños de la mejor riqueza: la de nuestro corazón.
!Mi corazón! Ojalá el corazón les bastara a ellos dos como a mí me basta. Ojalá pensarán del mismo modo que yo pienso. Pero no; mejor será que no piensen... Así no tendrán en su memoria la tristeza de mis maldades, de mis cinismos, de mis impertinencias.
!Con que alegría, qué bien te digo a ti estas cosas que nadie más que tú has de saber!... Ordenaré mis actos para que el presente sea toda la vida y les parezca el recuerdo; para que el sereno porvenir les deje el pasado del tamaño de una violeta y de su color, tranquilo en la sombra, y de su olor suave.
Tú Platero, estás solo en el pasado. Pero ¿Qué más te da el pasado a ti, que vives en lo eterno, que, como yo aquí, tienes en tu mano, grana como el corazón de Dios perenne, el sol de cada aurora?"
Juan Ramon Jiménez
Moguer, 1916.
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