lunes, 30 de mayo de 2011

Baile de máscaras

Dice Flavia, la de los extraños talentos, que el mejor lugar para esconder un rostro acongojado es el escenario de una ópera, aunque la política, como refugio de intérpretes dramáticos, tampoco está nada mal. Las últimas semanas hemos sido testigos de cómo la victoria de unos y la derrota de otros ha hecho que algunos políticos vivieran entre el deliro y el martirio. Unos, que se ven claros vencedores, se frotan las manos mientras exigen un adelanto electoral que saben muy bien que no les conviene, ya que serán los otros quienes deban tomar las decisiones impopulares, quienes asuman el desgaste de las exigencias de Bruselas y el FMI. Solo les inquieta, no demasiado, que la economía se recupere, y las cifras de desempleo empiecen a descender. No porque su victoria sea amenazada, sino porque su agenda de “reformas estructurales”, léase de recortes indiscriminados en salud y educación, se quede sin excusas para ser aplicada.

Mientras tanto los otros, perplejos, sumidos en su papel de mártires, buscan desesperadamente un sustituto para un Zapatero quemado por el optimismo y la simpatía, porque de sonrisa en sonrisa, este país se ha plantado en los cinco millones de desempleados. Entre gesto tranquilizador y palabras suaves ese partido, llamado socialista y obrero, ha acabado comportándose como una organización de centro derecha. Mientras legislaba por el derecho de los individuos a morir dignamente, se olvidó de hacerlo para que también vivan con dignidad. Esta izquierda, a la fuerza o sin fuerzas, ha tenido que aplicar las recetas de la derecha y ha olvidado, como bien dijo Machado, “sustituir valores por precios, es de necios”. Se dejaron seducir por la erótica del libre mercado, por la retórica de la tercera vía que solo era una vía muerta. Trataron de convencerse y convencernos de que la justicia social era compatible con el capitalismo de casino y rescatar bancos una necesidad social.

Ahora los ciudadanos les dan la espalda, no tantos como nos quieren hacer creer, pero sí los suficientes como para que un cambio interno sea necesario. Y el gran recurso cuando la política se ha convertido en espectáculo, es preparar una fiesta, un gran baile de máscaras para tratar de amortiguar el batacazo. Cambiarán las caras y con este gesto tan mediático piensan que todo estará solucionado. No se debatirán las ideas, no se plantearán volver a la vieja tradición de defender al débil frente al poderoso. Está claro que no se han dado cuenta de que sustituir ideas por rostros es de necios. Es evidente que no tienen el coraje necesario para perder unas elecciones tratando de rescatar a los ciudadanos, porque puestos a perderlas, es mejor hacerlo con un programa de izquierdas que con uno dictado por el FMI.

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