miércoles, 11 de mayo de 2011

Las bicicletas son para el verano


Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.


Charles Dickens. Historia de dos ciudades

Un mendigo belga fue condenado a seis meses de prisión por recoger dos bolsas de magdalenas caducadas de un contenedor de basura. El supermercado presentó la denuncia y los tribunales consideraron al responsable como autor de un robo, porque los contenedores se encontraban en el aparcamiento del supermercado. Esta sentencia fue aplaudida por una asociación de empresarios del comercio que pretende que la recuperación de comida tirada a la basura sea considerada y tipificada como robo.

Lejos de preocuparnos y considerar esa sentencia como un ejemplo de encanallamiento social, una muestra más de que el ser humano solo tiene valor cuando lleva dinero en su cartera, debemos felicitarnos, la justicia o mejor dicho su ejercicio, demuestra que nuestro mundo está lejos de ser ese lugar imperfecto que muchos nos imaginamos, que las relaciones entre los individuos son cordiales en extremo y que los tribunales, faltos de asuntos realmente importantes, ante la inexistencia de delincuentes en mayúscula, de delitos en negrita, se dedican, para matar el aburrimiento y justificar el sueldo, a perseguir a quienes tienen la desfachatez de pensar que la propiedad privada, incluso cuando se mezcla con basura, pierde su sacrosanta condición. Debemos alegrarnos también porque los tribunales, ante la incapacidad de las autoridades políticas de evitar el hambre, demasiado ocupadas están en recortar nuestros derechos, muestran una gran sensibilidad al acudir en auxilio de unos servicios sociales desbordados por la crisis, logrando que este hombre, durante seis meses, sea alimentado tres veces al día.

Podemos dormir más tranquilos sabiendo que jueces, abogados y empresas salvaguardan con tanta pasión nuestro derecho a ver a nuestros semejantes condenados a pasar hambre, a proteger, incluso contra ellos mismos, su dignidad y evitarles la humillación de tener que rebuscar en la basura algo que llevarse a la boca. Gracias a ellos las miserias descritas por Charles Dickens no se repetirán y si alguno de los fantasmas que acosaban a Mr. Scrooge interrumpe nuestro sueño, convencido de que las cosas no van tan bien como nuestra indiferencia nos describe, podemos despedirlo recordándole que la compasión es cosa de la Navidad y que el verano, que ya está tan cerca, es tiempo de bicicletas y que los alimentos expuestos al calor y a la brillante luz del estío se pudren antes, casi tan rápido como las almas de algunos.

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