domingo, 15 de abril de 2012

Cabrones esféricos


Fritz Zwicky fue un astrónomo que en la década de los treinta observó que las Galaxias del cúmulo Coma se movían tan rápido que según las leyes del movimiento de Newton deberían separarse y disolverse. Si esto no ocurría era o bien porque las leyes de Newton eran incorrectas o porque tenían más materia de la que podía verse por el telescopio. En 1933, junto con otro astrónomo, acuñó el término “supernova” y predijo correctamente que una estrella de unos 22 kilómetros de diámetro podía ser el remanente definitivo de una estrella que había estallado. A lo largo de su vida este genio fue satirizado y despreciado, y su trabajo fue boicoteado por una reducida élite de astrónomos. En 1974 publicó una guía de galaxias en cuya introducción calificaba a esa élite de “cabrones esféricos” porque según él: “son cabrones desde dondequiera que los mires.”

La ciencia y la vida parecen estar en manos de mediocres aferrados a ideas de grandes genios, a veces equivocados, porque los genios también yerran, transformando su imprescindible aportación al saber de la humanidad en dogmas inamovibles, hasta que las evidencias les entierran; eso cuando permiten a las pruebas abrirse camino. Es una pesada carga para la humanidad vivir atrapada en el discurso excluyente de tipos con altos coeficientes intelectuales comportándose como simios defendiendo su territorio. Y si las patadas por debajo de la mesa o las zancadillas no tuvieran consecuencias para la vida de muchas personas, podríamos contemplar la escena con cara de no acabar de entender del todo la naturaleza de la discusión, ni la trascendencia de la disputa. Supongo que realmente a pocas personas les importa si la materia oscura evita que las galaxias se dispersen, aunque el número de interesados será mayor si la cuestión a tratar es el cáncer.

Todo esto viene a cuento de un viejo asunto que tuvo lugar a principios de este siglo, cuando un doctor en Física, Antonio Brú, presentó los resultados de su investigación sobre la dinámica del crecimiento tumoral. Su estudio recibió un aluvión de críticas, limitadas casi exclusivamente a descalificaciones personales, y se le impidió hacer ensayos clínicos que confirmaran o desmintieran sus conclusiones, llegando al extremo de negar a algunos pacientes su derecho a un tratamiento compasivo. No sé si Antonio Brú u otros como él, silenciados en nombre de la ortodoxia, son genios o tan solo personas normales acostumbradas a aplicar el sentido común en sus respectivas áreas de investigación, o tal vez talentos independientes que todavía creen que la principal finalidad de la ciencia es mejorar la vida de las personas y no incrementar el valor de las acciones en bolsa. De hecho estoy dispuesto a admitir que hasta Jonathan Swift estuviera equivocado en su método para identificar un genio: “Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él.” Sin embargo hay algo de lo que no me cabe ninguna duda, y es que cuando un ser humano niega a otro el derecho a luchar por su vida, incluso cuando la medicina fundamentada en la quimioterapia y la radioterapia lo ha desahuciado, merece ser incluido en el prólogo de Fritz Zwicky.

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