domingo, 22 de abril de 2012

¿Ni aprenden ni olvidan?


De lo poco que sé de la historia moderna de España es que en todos los siglos transcurridos desde la toma de Granada, este país ha tenido muy poca fortuna con los reyes que lo han gobernado. Una larga sucesión de incompetentes, haraganes o irresponsables, solo interrumpida por contadas y notorias excepciones, que siempre tuvieron la rara habilidad de dejar el país en peores condiciones de las que lo habían encontrado. Entre empresas disparatadas, armadas invencibles, inquisiciones depurativas, noblezas parasitarias e indiferencia de sus reales personas, estas tierras en las que durante algún tiempo nunca se puso el sol, durmieron, una larga siesta de la que sus gentes despertaban ocasionalmente tan solo para degollarse entre ellos.

Si el actual monarca del reino de España es uno de aquellos Borbones que ni aprende ni olvida, solo lo dirá la historia. Algún hispanista inglés o francés dentro de cincuenta años nos aclarará si la transición, como algunos sospechamos, fue una enorme tomadura de pelo en que se cambió todo para que nada cambiara, y si el papel desempeñado por Juan Carlos, en aquellos tiempos conocido como “El breve”, fue el acto de alguien genuinamente comprometido con la democracia o tan solo la maniobra de quien tenía presente el recuerdo del destino de su abuelo. Lo que está claro es que la imagen de la monarquía española no pasa por uno de sus mejores momentos. Un yerno codicioso, otro que enseña a su hijo como sostener una escopeta apuntando al suelo, pero que olvida mencionar que es mejor no apretar el gatillo cuando se hace, y un inoportuno viaje, cuando muchos ciudadanos no pueden hacer vacaciones ni en los balcones de sus hogares, han puesto a la monarquía en una difícil situación.

Después de años de que la prensa mantuviera un discreto silencio entorno a la figura real y sus actividades, en cuestión de días todas las palabras que languidecían en los cajones de muchas redacciones han inundado como un torrente los medios de comunicación, dibujando a un Rey irresponsable, insensible, dado a tomar decisiones inoportunas y dispuesto a dejarlo todo por ir a matar elefantes (con lo simpáticos que son). Ahora bien, como el nostálgico del Himno de Riego que soy, me pregunto a qué viene tanto alboroto. Todas las lesiones del monarca han sido consecuencia de sus actividades deportivas, y no era un secreto para nadie su afición a la caza mayor, (si no que se lo pregunten a aquel oso húngaro), así como tampoco lo eran otras “pasiones” que no deberían ser asunto de nadie. De acuerdo, los tiempos han cambiado y los actuales momentos exigen una conducta irreprochable al monarca, pero toda esta algarada me suena a conspiración palaciega, a ejercicio de distracción o las dos cosas a la vez.

Vamos a suponer que aquellos que consideran al monarca un traidor al legado de Franco (algo de razón tienen), han visto una oportunidad de oro para devolverle el cambio de rumbo tomado por su majestad. Si a esto le sumamos la impaciencia de un príncipe con ganas de reinar, un rey renuente a abdicar y unos políticos dispuestos a vender a su madre o a utilizar a un rey con tal de distraer al personal de la canallada económica y social que están perpetrando, debemos reconocer que a Juan Carlos I, Jefe del Estado español (así lo establece la Constitución) le pintan Rey de Bastos. Y sinceramente, pese a mis pocas o ningunas simpatías monárquicas, no me gusta unirme a ningún linchamiento y menos cuando las verdaderas razones e intenciones permanecen ocultas. Es una lástima que cualquier persona, tratando de huir del pasado, pueda acabar sus días con la más que probable amargura que sintieron sus abuelos al sentirse expulsados de sus casas por una de las dos Españas. Una verdadera pena.

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