domingo, 26 de agosto de 2012

Caballería patética

Esta es una crisis que trata de ser resuelta recortando derechos para preservar privilegios. La insistencia en utilizar términos como el de consolidación fiscal o racionalización de la administración pública, tan solo son meros eufemismos para dar a la contrarreforma un aire de racionalidad o de inevitable lógica numérica que son del todo incompatibles con la realidad de los hechos. Si tanta preocupación existe respecto a los ingresos fiscales, resulta extraño que se recurra a incrementar los impuestos indirectos, a gravar con más intensidad las rentas del trabajo mientras se ignora la economía sumergida o algo tan simple, y al parecer tan injusto, como establecer un impuesto, aunque sea de naturaleza temporal, a las grandes fortunas o a las multinacionales, para quienes nuestro país, gracias a las deducciones, casi tiene la consideración de paraíso fiscal.

La indignación y necesidad crecen y esta realidad a los discursos oficiales no solo les resulta incómoda, sino que también lanzan toda su caballería contra ella cuando se pone en evidencia. Si hay personas necesitadas, hurgando en los contenedores de los supermercados, se les pone un candado para evitar que la comida desechada sirva para alimentar a un semejante. Si un grupo de sindicalistas “expropian” alimentos, toda la maquinaria del estado de derecho se pone en funcionamiento para ponerlos derechos y la sacro santa propiedad privada mantenga su virtud intacta, no vaya a ser que una multitud de desarrapados secunden el ejemplo o pasen de expropiar el equivalente de unos miserables euros de arroz a pensar que la banca debería de ser pública y al servicio del bien común o como dijo Cicerón, el bien del pueblo es la ley suprema.

Hace unos meses a la “caballería” hubiera añadido el calificativo de “pesada” aunque ahora solo me atrevo a añadir el de “patética”. La verdad, a estos señores del PP las contradicciones entre la realidad y sus fantasías discursivas les revientan las costuras, desbordando sus argumentos. Seguramente tras las figuras públicas hay genios estableciendo las estrategias y las excusas, pero debemos reconocer que sus comunicadores dejan bastante que desear cuando los sacas de aquello de que “España va bien”. Sirvan como muestra unos pocos ejemplos, comenzando por esa presidenta de comunidad autónoma (esta vez no es la Espe) que afirma que los políticos están mal pagados, cuando su sueldo y el de su marido mantendrían a un puñado de familias. Pasando por la del presidente de gobierno que se monta las vacaciones en plan místico y nos recuerda que no solo somos materia, sino también alma, obviando la máxima latina “Primun vivire deinde philosophari”, algo extraño para quien ha sido educado en colegios católicos tan dados a enseñar latín y aquello del haz lo que digo pero no lo que hago. Y terminando en la Defensora del Pueblo, vaya ironía, que se suma a la persecución de los sindicalistas alegando que las pobres chicas (por las cajeras) fueron “maltratadas”, mientras ignora las colas en los bancos de alimentos y calla respecto a los recortes sanitarios o educativos.

Debemos reconocerlo, esta mierda de revolución conservadora no va a ninguna parte si no es con la ayuda de miedo, de fascistas (casi siempre es lo mismo) o de nuestra indiferencia, porque desde luego con sus patéticos argumentos no convencen ni a los suyos. Mientras tanto los viejos fantasmas de la civilizada Europa empiezan a despertar: la desprotección sanitaria, la injusticia impositiva, el hambre y la explotación de los trabajadores renacen. La vieja semilla que transformó este continente en un campo de batalla vuelve a la carga. Nazis en las calles de Atenas persiguiendo judíos, perdón inmigrantes ilegales, hienas solitarias disparando a niños, falangistas españoles convocando manifestaciones por la democracia (que tiene cojones el asunto). Y nadie parece preocuparse. Seré un histérico, pero tanto facha levantando el brazo empieza a ponerme nervioso. Posiblemente alguien con más juicio me diría que todos esos pasos son necesarios para intimidarnos y para que las explicaciones, por más absurdas que sean, nos resulten convincentes. Esa persona, bastante más lista que yo, podría afirmar con mucho sentido de la lógica, que la mejor cura para perder el miedo a un conservador, dispuesto a saquear tu futuro, es un nazi alzando el brazo invitando a perseguir la diferencia. Los extremos, diría este amigo, tienen la virtud de convertir la desproporción y el despropósito en un mal menor.

No hay comentarios: