domingo, 7 de octubre de 2012

Justos por pecadores


Decían de la mujer del César que además de ser honrada debía parecerlo. He utilizado el pretérito imperfecto porque en estos tiempos canallas que corren, al César y a su mujer la honradez parece preocuparles poco y no tienen inconveniente en pasear su indecencia por todos los titulares de la prensa diaria, con un desparpajo y una caradura que no pierden ni a la entrada ni a la salida de los juzgados, una actitud que resulta, como mínimo, desconcertante. Evidentemente no me refiero a nadie en concreto, entre otras cosas porque los ejemplos son tan numerosos que si nos propusiéramos hacer una lista de nombres implicados en prácticas corruptas o poco éticas, esta competiría en grosor con el de las páginas amarillas de una ciudad de tamaño medio.

 Ahora bien, ¿cómo hemos llegado a este punto? Seguramente no existe una sola razón que pueda explicarlo. La tradición, una dictadura que convirtió el dejar hacer en uno de sus soportes y posiblemente también esa filosofía individualista y rapaz que ha justificado el capitalismo de casino. Aunque si esos casos son tan abundantes en la vida pública, ha sido también por la indiferencia, tolerancia y por supuesto el abandono de nuestra responsabilidad como ciudadanos. Si existe un número tan elevado de políticos imputados en causas por corrupción la responsabilidad última es nuestra, o al menos de aquellos ciudadanos que pese a las evidencias han continuado votando las listas de partidos que acogían a esos individuos. Con frecuencia nos quejamos de la acción de los tribunales, de las condenas ridículas que se producen, eso si alguna vez llega a realizarse el juicio. Sobre el poder judicial nuestra capacidad de influencia es limitada, algo por otra parte sorprendente en una sociedad democrática. Sin embargo todos podíamos emitir un veredicto castigando en las urnas a los partidos que presentaban candidatos implicados en casos de corrupción y no lo hicimos. 

 Hemos permitido que las razones ideológicas, los intereses individuales, la red de favores y los discursos vacíos apelando a cualquier imbecilidad con fuerte impacto emocional nos nublaran el juicio, obviando lo evidente, que estábamos consintiendo con nuestra indiferencia que la política y la economía acabaran apestando. Ahora despertamos de nuestro irresponsable sueño y no solo nos echamos las manos a la cabeza, sino que también, en nuestra indignación, metemos a todos los políticos en el mismo saco. Por fin nos damos cuenta de que nuestro futuro está en manos de unos mangantes sin escrúpulos y sin vergüenza. Ya no resulta tan divertido ver cómo esos tipos juegan con nuestra salud o la educación de nuestros hijos. Y sobretodo desconfiamos de ellos porque sabemos que son hábiles a la hora de llenarse los bolsillos, pero incapaces de sacarnos de este atolladero. Estamos descubriendo que la complicidad se acaba pagando y en este caso, también la pagamos justos por pecadores.

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